Educación de la afectividad 

Comprender. Facilitar la sinceridad

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Si el niño se siente frecuentemente reprendido, y, por el contrario, casi nunca reconocidos o recompensados sus actos meritorios (aunque a los padres les parezcan insignificantes comparados con los dignos de castigo), ante esa insensibilidad de los padres, irán desapareciendo poco a poco en él los deseos de hacer cualquier cosa positiva.

Llevado a su extremo este torpe planteamiento, el chico puede llegar a pensar que lo mejor es no hacer nada, porque haciendo cualquier cosa lo único que logra es exponerse a recibir una nueva bronca.

Si cuando el niño reconoce la culpabilidad de una determinada falta, esto no supone apenas mejora en el castigo aplicado, cada vez le costará más ser sincero.

Aun a costa de arriesgarse
a dejar impunes algunas faltas,
los chicos han de saber
que una falta declarada
es una falta
casi perdonada.

Hay que apoyar con los hechos nuestro deseo de facilitar la sinceridad. Saber ser a un tiempo exigente e indulgente. Esos padres que después de exigir sinceridad se enfadan o se asustan ante ella, obtienen como premio una merecida desconfianza por parte de sus hijos. Los padres deben enseñar al chico a:

La reprensión exige estar a solas, aunque eso suponga esperar. Es difícil que el chico reconozca su mala actitud o sus errores si lleva aparejada una confesión casi pública. Pretender un reconocimiento público de su culpa es facilitar que añada nuevas mentiras, y un enfado casi seguro. La reprimenda pública suele ir acompañada de humillación, y él tiene un fuerte sentido del ridículo. Luego hablará del broncazo que me echaron "delante de mi hermana", o "ese día que estaban los tíos en casa", y es algo que le costará sin duda digerir.

A esta edad son muy finos observadores, y advierten cuándo en sus padres hay celos, envidia, soberbia, afán de imponerse o de figurar, y entonces la posibilidad de influir positivamente sobre ellos baja enormemente. Tendremos tanta más autoridad e influencia beneficiosas sobre los chicos –dice Courtois– cuanto menos busquemos la visible satisfacción de nuestro amor propio.

Para que la palabra de los padres
tenga prestigio
y obtenga el efecto deseado
es necesario esforzarse
por arrinconar el propio orgullo.

La falta de interés también les entristece mucho. "Mis padres no me entienden. Fíjese, ayer, llegué todo contento a casa porque me había salido muy bien el examen, y no me hicieron ni caso; seguramente tendrían cosas más importantes de las que preocuparse que de mí".

El sentido crítico y la característica sagacidad infantil para definir con cuatro rasgos los defectos de cualquiera, suelen llevar a descripciones demoledoras. "Y el otro día, que quise hacer algo bien y me puse a poner la mesa, se me cayó un vaso y se rompió. Y fue porque me había empujado mi hermano. Y llegó mi padre en ese momento y, sin preguntar más, me dio un tortazo. Encima. Eso me pasa por querer ayudar. Y mi hermano, que no hace nada, ¿qué...? Se ve que lo mejor en casa es pasar inadvertido y desaparecer cuanto antes, y no hacer nada, ni bueno ni malo".

"Y si quiero comprarme algo, siempre es un capricho, y en cambio para otras cosas... Que si el coche nuevo, que si la moda de primavera... Y además siempre, en cuanto se enfadan, sacan la lista de todas las cosas que he hecho mal toda la vida... Como si ellos no se hubieran equivocado nunca. Estoy harto de oírla. Creo que nunca me han dicho nada bueno".

Descubre a tu hijo
haciendo algo bien
y elógialo.