Echa una mirada a tu vida 
Pero... ¿basta con el ejemplo? El caso de Óscar

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

—Con lo que dices, parece que el ejemplo lo es todo, y ya no hace falta hacer más.

El ejemplo no lo es todo. Es de gran importancia, pero no basta con el ejemplo sólo. Recuerdo una anécdota que viene muy al caso.

Óscar era un chico de doce años, inteligente y buen muchacho, a quien tuve oportunidad de tratar más de cerca en un campamento, durante las vacaciones escolares. En este régimen de vida queda muy de manifiesto la forma de ser de cada uno. Y Óscar se reveló enseguida como un personaje caprichoso, que se enfadaba continuamente en el deporte y en los juegos, no quería ayudar a recoger las mesas, resultaba antipático a sus compañeros, se las arreglaba para hacer siempre lo menos posible...; en fin, un desastre.

En contra de lo que pudiera pensarse, sus padres eran excelentes personas. Un auténtico contraejemplo de la premisa básica que acabamos de enunciar sobre el valor ejemplar de la figura de los padres.

Hablé con ellos. Me decían: "Mira, Óscar es un chico excelente, con muy buenos sentimientos, está lleno de valores positivos por dentro. Por el corazón te lo ganas siempre que quieras...".

La glosa sobre su carácter era quizá algo optimista para lo que yo había podido ver, pero no quise interrumpirles. Sus palabras discurrían en un tono sorprendentemente alabador.

Al hablarles, con enorme delicadeza, de lo que en el campamento se había visto, se mostraron contrariados y apenas admitían que tuviera ninguno de esos defectos que tan patentes resultaban. La defensa que hacían de sus supuestas virtudes era demasiado vehemente. Ver lo positivo de un hijo es algo natural, y bueno, pero se trataba de encontrar el modo de ayudarle, y estaban poco abiertos a admitir nada distinto de lo que ellos pensaban.

Al final bajamos al detalle de cómo actuaba en casa. Fueron saliendo cuestiones concretas muy reveladoras. Por ejemplo:

Hablando sobre la posibilidad de ser algo más firmes, a la vista del fracaso del sistema, su padre me decía: "Mira, yo soy jefe del departamento de atención al cliente de mi empresa; tengo mucha experiencia sobre cómo hay que tratar a la gente. Si el chico hiciera las cosas forzado, crecería con un espíritu retorcido, resentido, y así no se consigue nada. Nuestro sistema va dando sus frutos. De vez en cuando tiene unos detalles que compensan con creces lo otro".

Sus palabras contenían toda una filosofía muy razonable, pero mal llevada a la práctica. Ciertamente eran unos padres sacrificados, daban un buen ejemplo continuo a su hijo y estaban preocupados por hacer nacer en él ideas positivas y motivarle. Pero su excesiva permisividad era un error grave, casi tan grande como su ingenuidad.

Es preciso dar ejemplo a los chicos, motivarles y hacer nacer en ellos ideas positivas, sí. Pero eso no equivale a consentirles todo mientras se espera la llegada de esas iniciativas. No se trata de introducir en la casa una disciplina militar, pero no es formativo que de modo habitual no ayude en nada, que nunca pueda hacer pequeños recados, o darle siempre la razón, o permitir que haga siempre lo que le dé la gana.

Tan equivocado es
ser excesivamente severos
como excesivamente
indulgentes.

Es mejor plantear esa batalla en términos positivos: que sea él mismo –que bien puede ya a esta edad– quien se haga la cama, se cepille los zapatos, ayude a poner o quitar la mesa, pase el aspirador por su habitación, ordene su armario, o trabajos por el estilo. Son cosas que influyen mucho en la consolidación de un buen carácter y que repercuten siempre de modo favorable en el ambiente familiar.

Es verdad que quien no vive lo que enseña, no enseña nada. Y que hay que esforzarse en la mejora personal para así servirles de modelo, pero también hay que aprender cómo actuar para educarlos bien.

Es cierto que
educamos por lo que somos,
pero también
por lo que hacemos.