Barreras a la comunicación

Detectar y eliminar barreras

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitios Web: interrogantes.net

 

Cuando hablamos, hay modos nuestros de expresarnos que facilitan la conversación y contribuyen a crear un clima de distensión y confianza. Y hay otros que, por el contrario, merman en gran manera nuestra capacidad de entendernos: son afirmaciones, preguntas, comentarios o rasgos de nuestro carácter que entorpecen el diálogo, y si prestamos atención descubriremos que son auténticas barreras; y cada uno tiene las suyas.

Son barreras que, de ordinario, son mucho más fáciles de advertir en los demás que en uno mismo. Aunque si uno tiene un mínimo de capacidad de observación, le resulta bastante sencillo detectar las causas por las que otra persona es de difícil relación. Sin embargo, cuando se trata de buscarlas en uno mismo, las cosas son mucho más complejas, supongo que por aquello de que nadie es buen juez en causa propia.

Sin embargo, es importante descubrir esas barreras, que tanto limitan nuestras posibilidades de comunicación. Se trata de un ejercicio de autoconocimiento sumamente eficaz, y es una pena que, como parece, sean tan pocos los que llegan a conocerse lo suficiente como para detectar cuáles son sus defectos o sus errores dominantes y así poder mejorar su carácter.

¿Por qué son tan pocos? Quizá porque en esa labor de conocimiento propio es bastante fácil caer en un círculo vicioso. Para descubrir esas barreras es preciso conocerse a uno mismo; para conocerse, es importante estar muy abierto a las observaciones o advertencias que los demás puedan hacernos; a su vez, para llegar a recibir esos comentarios es preciso no haber levantado antes personalmente barreras a la comunicación con esas personas que pueden ayudarnos.

¿Cuál es la solución entonces? Lo mejor es no haber entrado en ese círculo vicioso, gracias a una educación centrada en la confianza y en la buena comunicación, desde muy niño. Si uno no ha tenido esa suerte, ha de hacer un serio esfuerzo personal para salir de ese Ciclo Aerrado de incomunicación.

¿Qué tipo de barreras son más importantes? Por ejemplo, levantamos una barrera si prodigamos demasiado nuestros consejos, sobre todo si los formulamos dentro de nuestra propia experiencia y sin esfuerzo por hacernos cargo de las circunstancias de la otra persona. Es lo que sucedía en el ejemplo del oculista; o en el de la madre que descarga una batería de sabios consejos cuando el chico está tratando de expresar sus sentimientos; o en esas personas que interrumpen continuamente a los demás con su verborrea impenitente; o en los que se dan a opinar de todo inmoderadamente, o miran a los demás por encima del hombro. Todas son excelentes maneras de ganarse la antipatía de los demás y hacer el más soberano de los ridículos.

Otra gran barrera es lo que podríamos denominar la pregunta compulsiva. Es un defecto que algunas personas tienen en grado muy considerable y que les lleva a hacer auténticas baterías de preguntas de sondeo, formuladas habitualmente sin salir de su propio marco de referencia, y con las que irrumpen invasivamente en la intimidad ajena.

Hay otras barreras a la comunicación que proceden directamente del torpe empleo del lenguaje. En esos casos, lo que hay que hacer es esforzarse seriamente por aprender a expresarse. A veces, como apunta Mario Clavel, se dice de algunas personas que son buenos comunicadores, porque saben transmitir sus ideas y sus proyectos con una simpatía que provoca adhesión; y sin embargo, lo que aportan, más que simpatía, es sobre todo claridad en la exposición: una idea, y después otra, bien relacionadas entre sí; sabiendo ejemplificar lo necesario, siguiendo un orden lógico, empleando expresiones claras, destacando los mensajes que se quieren transmitir, etc.

Para comunicarse bien es preciso proponerse mejorar la calidad de nuestra conversación, empezando por el vocabulario: un vocabulario rico suele corresponder a una interioridad rica, pues cada acto de habla refleja un acto mental y es una ventana de la propia psicología. También hay que aprender a manejar el registro adecuado a cada ocasión: con el anciano, emplear el lenguaje de la paciencia; con el niño, ponerse a su nivel, pero sin mostrarse tontamente infantil; tratar al poderoso con deferencia, pero sin adulación; expresarse con precisión sobre cuestiones profesionales, pero sin pedantería; en casa y con los amigos, mostrarse distendido y usar términos más coloquiales, pero sin caer en la vulgaridad; etc.

También es importante la cordialidad, no ser personas quisquillosas ni susceptibles. Ni de esos que marchan por la vida con tan poca fijeza y tan poco tacto que van pisando callos continuamente. Ni ser como esos pelmazos cuya incontinencia verbal parece incapacitarles para escuchar, y van enhebrando un tema a partir del anterior, conduciendo siempre la conversación hacia un terreno que les permita hablar sin respiro. Ni voceras, de esos que llenan todo el espacio donde se encuentran, aunque estén hablando sólo a una persona y haya otras muchas presentes. Ni personas de conversación confusa o prolija, o demasiado lenta y premiosa. Ni del tipo metomentodo o sabelotodo, o de ésas que pretenden siempre agotar los temas y consiguen sobre todo agotar a quienes le escuchan (tampoco hay que pasarse por el otro lado, el del silencioso y taciturno).

Hay que buscar ese punto de equilibrio que lleva a hablar con sencillez, sin afectación, sin autoencumbrarse, refiriéndose poco a uno mismo, siendo buen escuchador, buen razonador y poco discutidor.