El ambiente familiar 
Alegría, optimismo y buen humor. El caso de Raúl

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Nada entristece tanto a un hijo como la frialdad de sus padres, el talante hastiado o desagradable.

Estar de buen humor no cuesta tanto, y además es muy gratificante para todos. Hay que esforzarse por sonreír, aunque a veces se haga difícil. Así acabará por enraizarse en el carácter un profundo y estable sentido del humor.

La tristeza no es productiva, no libera en nada de los problemas, y en muchas ocasiones hace pagar la factura a quienes conviven con nosotros, que no tienen culpa ninguna.

La falta de optimismo suele ser defecto del carácter que va unido a una falta de realismo que impide captar lo positivo de las personas y las situaciones.

El chico necesita verte de buen humor. "Mi padre me grita por nada". "Mi madre siempre está de mal humor".

No seas de esos padres trágicos, insoportables, que ni conocen ni dejan conocer la alegría en el hogar.

Ni de esos padres tristes, irascibles, para quienes todo es objeto de bronca.

Ni de aquellos otros, envarados y fríos, secos, demasiado autoritarios, a quienes los hijos jamás les hablan de sus pequeños problemas, no les cuentan nada.

Ni como aquellos cuyos hijos interrumpen sus juegos y bajan la voz cuando les oyen llegar a casa, porque les tienen miedo, porque saben que llegará con la misma mala cara de siempre, y se esconderá detrás del periódico, o quedará absorto ante la televisión, y saben que le molesta el más pequeño ruido.

Son padres que así viven "tranquilos", a quienes nadie chista en su mesa, que hablan y todos les escuchan, que siempre se acatan sus órdenes..., pero que nunca se ganarán el afecto de sus hijos ni lograrán que crezcan con un carácter enérgico.

—Creo que estas hablando de padres de otra generación. Ahora quedan pocos así.

Tienes razón, pero lo digo porque creo que aún quedan demasiados, más de lo que parece, y que con esa actitud arruinan su vida y la de su familia.

El sentido del humor es una postura ante la vida gracias a la cual se cuenta con recursos para sobreponerse ante los problemas, contrariedades y disgustos que nos sobrevengan.

El optimismo es un multiplicador de nuestra fuerza interior. Cuando falta, todo se ve oscuro y difícil, envuelto por el desaliento. Hay que aprender –nosotros primero, y, luego, enseñar a los hijos– a disfrutar de la vida, no a base de frivolidad, sino sabiendo valorar tantas cosas positivas que nos vienen cada día y por las que deberíamos estar alegres.

Tener ese sentido del humor supone poseer señorío sobre los acontecimientos, un dominio sobre uno mismo que hace posible mantenerse firme ante las adversidades, con elegancia, en la vida cotidiana.

Recuerdo una ocasión en que hablé con un matrimonio que venía al colegio preocupado por la falta de rendimiento escolar de su hijo. Raúl –así se llamaba– estaba triste y sin ilusión, se había vuelto bastante introvertido y a veces incluso agresivo. Y él no era así antes.

Tras una breve conversación, quedó claro el problema. Había una causa, como siempre sucede, y en este caso era sencilla y directa. Surgió enseguida en la conversación, porque necesitaban un desahogo. La madre explicó que su padre había fallecido hacía unos meses, y les había afectado mucho esa pérdida, pues vivía en su casa y estaban muy unidos a él.

A esto se había añadido el disgusto del reciente matrimonio de su hija mayor con una persona que no era de su agrado. El ambiente de la casa se había ido enrareciendo. Apenas discutían antes, y ahora era cosa frecuente. Cualquier tontería era causa de tensiones.

Eran conscientes de que la situación no conducía a nada, pero se les había venido encima casi sin darse cuenta. Raúl se había resentido enseguida, en el carácter y en los estudios.

Estaban todos muy tristes y no sentían nada que les llevara a estar alegres. "Así –decían–, no vamos a conseguir nada, pero tampoco vamos a ponernos a dar saltos de alegría. Sería algo antinatural, un poco hipócrita".

Enseguida comprendieron que esa última conclusión era equivocada. Si no iban a conseguir nada por la vía del pesimismo y la amargura, lo mejor era que se plantearan positivamente cambiar el ambiente de la casa.

Como suele suceder, el hecho de hablar con confianza hace que las cosas se vean con más perspectiva y casi se arreglen solas. Ellos mismos se plantearon la cuestión, y resolvieron aplicarse una sencilla terapia de buen humor para combatir esa inercia de dejarse envolver por la tristeza, que amenazaba arruinar el ambiente familiar.

Con un planteamiento un poco más trascendente y sobrenatural de la muerte, un esfuerzo por aceptar las decisiones libres de su hija ya mayor, y por afrontar el futuro con alegría, pese a las contrariedades, las cosas mejoraron bastante en poco tiempo, y en Raúl se notó enseguida y volvió a su buen rendimiento habitual.