Matar en nombre de Dios

Autor: Alberto Muller

 


Todos – creyentes y no creyentes - vivimos bajo la sombra y al asombro de Dios.
Matar a seres indefensos e inocentes en nombre de Dios <como lo sucedido el 11 de Septiembre en Nueva York y en Washington por los terroristas de la Jihad> es una tergiversación malsana y grosera del respeto que debemos profesar a la persona humana.


Precisamente la dignidad del ser humano se fundamenta en haber nacido a “imagen y semejanza de Dios.”


Y Dios no se sirve de otra cosa, sino del amor...como afirmaba con hondo sentido salvífico San Juan de la Cruz.


Algunos pensadores de la historia profetizaron hace algunos años que el Siglo XXI sería un siglo de prioridades místicas y humanas, abarcado por ese Dios único y misericordioso que veneran al unísono judíos, cristianos y musulmanes.


Con justificado estupor y una honda tristeza latente, teológos, imanes y rabinos han tenido que revisar en reflexión silenciosa la violencia irrespetuosa y arrogante que dominó con crueldad inusitada el siglo XX, desencadenada por los totalitarismos nazistas, comunistas y las dictaduras nacionales.


Sin embargo, pocos predijeron que el siglo recién comenzado mostraría una expresión horrenda de ferocidad y furia criminal, com la que vimos en los ataques terroristas de los fundamentalistas seguidores de Bin Laden.


Pero volvamos a la sombra y el asombro de Dios. Cuando los antiguos veneraban a Dios en la manifestación del fuego o de la luna, no estaban muy distante de la presencia real que necesitaban y buscaban.


Después los griegos, con esa genial intuición que los caracterizó, dieron un salto de comprensión cultural, cuando universalizaron a Dios en el cosmos.


Posteriormente Henry Bergson, el admirable filósofo francés, nos alertó que la vida existe más allá de los seres vivos, pues late en el espíritu de Dios. Y más recientemente, Telhard de Chardin, en medio de la turbulencia materialista del modernismo nos hizo ver que Dios está inmerso en el espíritu de la tierra.
Dios es básicamente misterio de presencia...es acto de fe...es relación de amor...A Dios hay que sentirlo solidario en el prójimo, en el vecino, en el adversario.


No se puede limitar a Dios a ningún grupo religioso, cívico, familiar o político. Esa sería una visión minusválida de Dios.


Dios no acepta fanatismos porque su presencia es real, incluso para los que no creen en él. Y por eso está en todas las manifestaciones libres y bondadosas de los seres humanos sobre la tierra.


El Mahatma Ghandi descubrió a Dios en la soledad íntima. La Madre Teresa de Calcuta lo veía realmente entre los hambrientos, los enfermos y los desamparados. Y aquél humilde cura de Ars en Lyon lo palpaba simplemente en el querer a sus parroquianos.


Por eso Dios es siempre un todo de amor abarcador. Una locura de amor, como diría el poeta, cuya presencia infinita y misericoridosa podemos palpar en el fuego, en la luna, en el cosmos, en la tierra, en los seres humanos.


Por esa razón tan simple, la violencia no puede ser un arma de Dios. Más bien está reñida con él. Y si la violencia trae aparejada esa maldad indiscriminada y soez de matar por matar a seres inocentes, entonces se convierte en ese odio feroz expresado tan gráficamente en los ataques terroristas del 11 de Septiembre.


El mundo se avoca inevitablemente a vivir horas de cambios impresionantes en el sentido de Dios. La condena al terrorismo ya manifestada con claridad universal y sin cortapizas por todas las expresiones religiosas del planeta, será un primer paso importante para entender que Dios nos abarca a todos, sin distinciones de filiación.


Todos – creyentes y no creyentes - vivimos bajo la sombra y al asombro de Dios. No importa que debajo del brazo carguemos el Torah, la Biblia, el Corán o una novela de Saramgo.


Dios es presencia de amor en todos...