Domingo II del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Nuestra respuesta a la llamada del Señor

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

1Sm 3, 3b-10.19; Sal 39, 2 y 4ab.7.8-9.10;  1Cor 6, l3c-15a. 17-20; Jn 1, 35-42  

Si el Evangelio y las lecturas de ayer, insistían especialmente en la llamada, hoy el Señor reclama más nuestra atención para que hagamos una reflexión sobre nuestra respuesta. A este respecto, nos recuerda la llamada de Samuel y su respuesta a la llamada de Dios: «Habla Señor, que tu siervo escucha».

Las palabras de Samuel manifiestan visiblemente su actitud de escucha para acoger y a vivir aquello que el Señor le diga, como hace, con toda la entrega, con toda la abnegación y una «determinada determinación» (por utilizar el término de Santa Teresa de Jesús) como podemos comprobar a lo largo de su vida relatada en los libros que llevan su nombre.

Samuel vivió enteramente para Dios, como insistirá san Pablo en las lecturas: «Si vivimos, vivimos para el Señor [...] porque en la vida y en la muerte somos del Señor» (Rm 14,8). Somos propiedad del Señor. Desde el momento en que nosotros hemos respondido o hemos decidido responder a Jesús, Jesús se hace una cosa con nosotros para conducirnos hacia la casa del Padre en el cumplimiento de la misión que se nos ha confiado.

Y evidentemente el Evangelio nos lleva a una conclusión: la aceptación de esta llamada supone un cambio de vida. Un cambio de vida no solamente de ayer a hoy sino un cambio de vida completo: a nivel de actitudes, a nivel de determinación, a nivel de dejar -como Pedro- la barca, ser pescador, poner la familia en un segundo lugar... porque Dios pasa a ser lo más importante de la vida del siervo o del discípulo –por utilizar el término del Evangelio-. Dios pasa a ser lo más importante, convirtiéndose en el único, desde el cual se contemplarán todas las cosas. De hecho, Samuel (como Pedro, como Pablo), trabajan, se esfuerzan y hacen lo que está a su alcance y más que lo que está a su alcance porque, como afirmaba Jesús, «mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34). Ya no viven para sí mismos, «viven para el Señor». Y lo que importa es que el conocimiento de Dios llegue a sus corazones y a sus mentes para poder y llevar a cabo aquello que Dios quiere, tanto en general como aquello que Dios quiere en particular en ese momento para mi vida.

La vida del cristiano como la de Jesús también consiste en «hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo».

Por eso hoy nos insiste la lectura en nuestra respuesta a la llamada de Dios y nos pregunta sobre ella después de habernos hablado del Bautismo de Jesús en el Jordán. Porque aquel fue el comienzo de su misión. Y hoy, invitados por ese ejemplo de Jesús, la Iglesia, la Palabra de Dios, nos propone también reflexionar sobre la respuesta que estamos dando a Dios y sobre todo la respuesta que Dios quiere que demos a su llamada.

Las palabras de Samuel: «Habla Señor, que tu siervo escucha», no es solamente una frase que hacemos, que repetimos o recordamos en la Escritura. Esas palabras de Samuel implican nuestra vida entera: cada uno de nuestros acontecimientos, cada uno de nuestros pensamientos y movimientos. Porque somos del Señor y El se hace uno con nosotros y cambia la dirección de nuestra vida. A Pedro le dirá: «Antes eras Simón ahora serás Pedro que significa piedra y sobre esa piedra edificaré mi Iglesia». Pedro lo asume del mismo modo que lo hiciera Samuel: acoge y vive esa palabra del Señor, se deja imbuir por ella y se deja conducir por la impronta que esa palabra ejerce en su corazón. Y el que antes era Simón, es un hombre distinto, es un hombre nuevo. En él se cumple aquella palabra del Profeta: «Recibirás un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor» (Is 62, 2). Un nombre nuevo que representa y que es el signo de una vida nueva, y que es el signo de una identidad también nueva.

Por eso el Señor nos convoca en esta Eucaristía, para que nosotros, escuchando la Palabra como Samuel, también digamos: «Señor, habla que tu siervo escucha». Y escuchemos la Palabra -como Samuel- para vivirla.

Por eso el Señor nos recuerda que «somos del Señor». Y de esta manera el Señor recuerda que hemos recibido «un corazón nuevo y un espíritu nuevo» (Ez 36, 26). No podemos, por tanto, vivir como hombres viejos. Por ello, el Señor, nos propone estar y permanecer a la escucha de Dios para hacer su voluntad cada día y poder así vivir el gozo de los ángeles y los santos. Pues vivir la Palabra del Señor, vivir la voluntad de Dios genera en ellos paz, amor, gozo en el Espíritu Santo. Y así también será en nosotros.