Domingo II de Cuaresma, Ciclo B

Poner orden en el corazón

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Gn 22,1-2. 9-13.15-18;  Sal 115,10 y 15.16-17.18-19;  Rm 8,31b-34; Mc 9, 2-10  

Con facilidad, cuando hemos escuchado el fragmento del sacrificio de Isaac, hemos experimentado también la llamada de Dios a vivir el Evangelio de manera entregada, aunque, generalmente, nos hemos encontrado con nuestra propia flaqueza y suspiramos porque pensamos: gracias a Dios el Señor no me ha pedido a mí que ofrezca a mi hijo. Porque nos entra miedo sólo de pensarlo. Miedo porque nos agarramos muy fuerte a aquello que amamos, a aquello que tenemos seguro y que nos da estabilidad. Y esa actitud la reflejamos en todas las áreas de nuestra vida.

Sin embargo la llamada de Dios, la fe, es una llamada para liberar el corazón y conducirnos a esa pacificación interior que nos permita por consiguiente, vivir en la paz o –como dijo Jesús- «vivir en el mundo sin ser del mundo». Y es que Jesús vino, precisamente, para romper nuestras cadenas, para darnos la libertad y para hacernos ligeros de equipaje.

Retomando el texto, observamos que Abraham tenía un pequeño problema: su hijo había ocupado un lugar por delante de Dios. Sin darse cuenta, había invertido las circunstancias de la vida (que nosotros comprendemos perfectamente, porque todo lo que es flaqueza tendemos a justificarlo con mucha facilidad). Pero Abrahám se descuidó y el amor al hijo le pasó por delante del amor a Dios. Esta situación, sin duda difícil para Abrahám, -humanamente hablando- no era más fácil para Dios; pero el amor llevó a Dios a acercarse de nuevo a Abraham, para conducirle a la luz de la verdad, descubrirle los sentimientos del corazón, y el orden en que estaban las cosas de su vida, en ese momento.

¿Qué necesidad tenía Dios de que Abraham matara a Isaac? ninguna. Pero Dios sí tenía -hablando en lo humano- esa necesidad de poner orden en el corazón de Abraham porque con él había pactado con una alianza y Dios había prometido a Abraham darle una gran descendencia, por el amor y la fidelidad.

También es nuestro caso. El Señor nos ha prometido -también a nosotros- un corazón libre. También, por amor, se acerca a nuestro corazón cada día, y de forma especial en este tiempo y en esos otros tiempos donde se trata de prepararnos para algo más grande, para algo mayor.

Por eso la Palabra del Señor hoy nos exhorta y nos llama la atención sobre nuestra vida para que nosotros estemos atentos a Dios; porque el amor de Dios llega manifestándose en cualquier momento y necesitamos escuchar y comprender lo que El nos dice.

En su Palabra es Dios mismo quien viene a nosotros -como a Abraham- para hablarnos al corazón. No estemos distraídos, ni tengamos la mente y el corazón entretenidos en otras cosas -como le ocurrió a Abraham entretenido en instruir a Isaac, para prepararlo porque él se veía ya viejo.

Para Abraham se había hecho normal lo que no era normal; porque él si tenía las cosas muy claras y el orden muy establecido y él había hecho una alianza con Dios y Dios era el que le conducía, el que le guiaba, el que le mostraba lo que debía de hacer. Hoy ha llegado a ser normal estar entretenidos en un sin fin de –digamos- intereses que van distrayendo nuestra atención del centro neurálgico de nuestra existencia: Dios.

Como Abrahám, también nosotros aceptamos –o queremos aceptar- que Dios es todo para nosotros, que nos diga lo que hemos de hacer, cómo y por dónde hemos de ir.

Por eso es menester –por una parte- que no nos distraigamos para poder escuchar la Palabra que Dios nos habla y –en segundo lugar- que también revisemos nuestras prioridades, no sea que sin darnos cuenta se nos haya quedado enganchada alguna preocupación, alguna prioridad... y éstas estén ocupando o puedan ocupar el lugar que Dios tiene en nuestra vida.

El sacrificio de Abraham, por otra parte, nos enseña que la prioridad de Dios en nuestra vida  va a marcar indeleblemente todo cuanto vayamos viviendo, nuestra vida misma que, como «Casa de Dios» que tiene a Jesús –como afirmará san Pablo- como piedra angular, pues sin ella el edificio sería construido en vano (cfr. Sal 127, 1). Y, si no está bien construido, cualquier viento de doctrina, cualquier viento de ideología, cualquier viento de situación nos creará situaciones de incapacidad, de impotencia para afrontar situaciones y no nos permitirá llegar a conocer la Verdad para poder vivir.

El Señor solamente pide a Abraham que vuelva a ponerle en el centro de su vida y que vuelva a ser después sensible a su amor a Dios. Que no sea un libro de biblioteca. Que su amor a Dios no sea algo escondido en su vida, algo que se da por sabido, que se da por sentido y que se da por supuesto; sino que el amor a Dios sea algo sensible, algo tangible en su vida. Y el botón de muestra que Dios pide a Abraham es el sacrificio de Isaac para que sea capaz de mostrar que su amor es lo primero.

En el pasaje de la transfiguración: Dios muestra su gloria para que los discípulos crean en Él. Es como decir: desde Abraham hasta Jesús, el Señor no se ha dado por vencido

En este fragmento del Evangelio, en una expresión más de su amor a los hombres, el Señor quiere mostrar su gloria para mover nuestra confianza y hacer crecer nuestra fe. No es algo que podamos medir y reglamentar. No es algo que podamos razonar y explicar en profundidad. Por eso el Señor muestra su gloria que no es razonable. Muestra lo que no es razonable para que descubramos y comprendamos que nuestra verdadera fuerza la encontraremos en la confianza, en el abandono y en la fe. Porque lo que es razonable, eso lo podemos encontrar en un hombre igual que nosotros. Cualquiera puede decirme cosas muy razonables; pero solamente Dios puede superar lo razonable para mover mi corazón... Y supera lo razonable transfigurándose delante de los discípulos y mostrándoles quién es Jesús.

Y esa revelación y esa teofanía del Monte Tabor acontecieron para nosotros hoy también; porque el Señor conoce nuestra dureza de corazón y de mente, que es la misma que la de los discípulos que –aterrados- se echaron al suelo. Porque lo que trasciende la razón parece que les dio miedo. No podían razonarlo, no podían controlarlo y les entró miedo. También a nosotros nos entra miedo en las cosas que no logramos controlar o razonar, sean pequeñas o grandes. No importa, también a nosotros nos entra miedo: miedo a la generosidad, miedo al abandono y al amor a Dios, miedo a renunciar a algo que consideramos «nuestro». Miedo a renunciar a un tiempo, a aplicar un espacio para los demás, un espacio para Dios, una preocupación, un tiempo para hacer un bien a alguien. Nos encerramos en nuestra casa y hacemos el bien a los que nos benefician a nosotros mismos o «satisfacen nuestros deseos», que es como hacérselo a sí mismo. Por eso el Señor nos transciende. No se trata de los discípulos, no se trata de ir a... ningún sitio, se trata de Dios. Se trata de toda la tradición, desde Elías y Moisés. Se trata de que todo es uno en Jesús. Como todos los hombres son también uno en Jesús. No solamente los de antes de este momento sino más todavía los de después, nosotros.

Por eso el Señor nos dice: adéntrate en Dios, eso es lo que va a dar cada día sentido a tu vida, aunque trascienda tu capacidad, porque el amor de Dios -que no es tan comprensible- se ha hecho tangible para ti. El sí se ha mostrado a los hombres y ha mostrado su gloria. Y te ha mostrado el camino que has de seguir, porque te ha dejado la enseñanza de Jesús.

¿Cuál es el camino que lleva hacia esa vida perfecta?

La enseñanza de Jesús. El testimonio, la vida de Jesús. «Este es mi Hijo, escuchadle». La gloria del Señor no se muestra en vano, siempre la gloria que se muestra en la vida de Jesús es para llamar y llevar a los hombres a la salvación, a la vida, a la reconciliación, al amor.

Y así el Señor muestra una vez más lo que necesitamos también purificar: purificarnos para poder «estar bien» -como dice san Pedro: « ¡Qué bien se está aquí! »-. Porque el Señor es quien nos da la capacidad de estar bien en la vida. Los discípulos plantean el estancamiento el no seguir moviéndose y Dios plantea la enseñanza y la escucha de Jesús. Dios, frente a la propuesta de estarse quietos escuchando, pasivamente, les plantea la vida, la acción, estar a la escucha y seguir el ritmo de la Vida y de la Palabra de Dios. De esta manera, el Señor nos muestra la Verdad, lo correcto, lo real, el modo de participar de la vida divina. Y por contraste nosotros mismos también descubrimos lo que no está bien en nuestro interior y es un impedimento para ello. Objetivo: que nosotros descubramos el Amor que genera unos nuevos deseos, un cambio interior, un paso más hacia El.