Domingo VIII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Un cambio de actitud interior

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Os 16b.17b. 21-22; Sal 102,1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13; 2Cor 3, 1b-6; Mc 2, 18-22

Estamos ya en vísperas de la Cuaresma, el camino que nos conduce hacia la Pascua y la Palabra de Dios ya nos comienza a invitar al cambio. Cambio de actitud frente a la vida, cambio de actitud frente a Dios, cambio de actitud frente los hombres, cambio de actitud frente al mundo.

¿Quién conoce al hombre mejor y más que Dios, quién es capaz de penetrar la realidad de nuestros corazones más que Dios? Ni siquiera nosotros mismos. Porque cuando a veces queremos penetrar nuestras realidades interiores, las afrontamos con temor, con inseguridad, con incertidumbre. Muchas veces las afrontamos con un miedo inconsciente a reconocer nuestra flaqueza, a reconocer nuestros errores. 

El Señor se encuentra sin prejuicios con nuestra interioridad, mientras que nosotros solemos enfrentarnos a nuestro hombre interior con bastantes prejuicios. Unos prejuicios causados por el pecado, por el error, por el mal, y otros prejuicios por falta de aceptación de nuestras flaquezas y de nuestros errores y de nuestros tropiezos y caídas. Pero el Señor, que está más dentro de nosotros que nosotros mismos, se enfrenta a nuestra realidad tal y cual es, conociéndola bien y amándonos con ese amor entrañable y profundo que nos invita a un cambio. 

Un cambio de actitud interior frente a Dios, frente a la vida, frente al mundo y frente a uno mismo. Un cambio interior que va más allá de las pequeñas cosas con las que nos enfrentamos cada día. Un cambio interior que supone una profunda revisión de nuestros esquemas, de nuestra vida cotidiana: Dios es el primero y, desde Dios, contempla todo el mundo que te rodea. 

Si Dios es el primero y no tienes más mirada que para Dios, en los ojos de Dios -hablando en lo humano- en las pupilas de los ojos de Dios vas a ver reflejados a los hombres pero tal como son, tal como El nos ve.

Esto quizás podamos comprenderlo mejor recordando el ejemplo de la tilma de San Juan Diego, que, cuando fue a presentarse al arzobispo siguiendo las instrucciones de la Virgen de Guadalupe, al extender la tilma o poncho y dejar caer las flores objeto del milagro de la Virgen, apareció grabada la imagen de la misma Virgen estampada en la tilma de Juan Diego. Pero, como se descubrió en la investigación de la Nasa, en las pupilas de los ojos de la Virgen grabada en la tilma, estaban impresas las personas que estaban presentes en ese momento. Eso solamente puede ocurrir en un ser vivo, evidentemente, porque solamente un ser vivo es capaz de reflejar lo que contemplan.

Es lo mismo que nos ocurre con el Señor. Si nosotros miramos directamente al mundo que nos rodea, evidentemente veremos muchas catástrofes y muchos desastres y, también ¡cómo no! algunas buenas cosas. Si nosotros miramos las realidades del mundo con los ojos de Dios descubriremos el trasfondo divino que sigue habiendo en el mundo, que sigue habiendo más allá de las acciones de los hombres, más allá de sus errores, más allá de sus pecados, más allá de las profundas transgresiones al amor que podemos hacer los seres humanos, y entonces amaremos al mundo a pesar de las realidades.

Por eso necesitamos mirar con los ojos de Dios. Necesitamos poner a Dios en el primer punto de nuestra mirada, mirar a Dios constantemente porque así nosotros aprenderemos a descubrir el amor que las personas y las cosas encierran, aunque tengamos -como el publicano de la parábola de Jesús- aunque tengamos que comenzar reconociendo que somos pecadores, que hemos hecho mal esto, que hacemos mal lo otro, que tenemos miedo a entregarnos en las manos del Señor, que tenemos miedo a tales situaciones o que hemos pecado en tales otras. 

Porque Dios -hablando en lo humano- no mira ninguna de esas cuestiones nuestras con calor, ni con sentimiento alguno. Dios descubre en ellas nuestras flaquezas, nuestras debilidades y las contempla con amor. 

Quizás nos falte experiencia en contemplar las debilidades con amor. Quizás no seamos capaces de contemplar las debilidades con ternura y con misericordia sobre todo. Quizás no seamos capaces, hemos perdido la costumbre de contemplar el pecado ajeno o el daño ajeno o el mal ajeno con misericordia. Por eso nos cuesta entender que Dios mire nuestras flaquezas y nuestros pecados también con misericordia y por eso nos cuesta mucho mirar a los demás con misericordia.

Y nuestro adversario «el diablo [que] como león rugiente anda buscando a quien devorar» -como dice san Pedro- también aprovecha esas oportunidades para conducirnos -lejos de la misericordia- hasta las áreas del juicio o la condena.
Por eso nuestro mundo tiene tantos problemas: porque ha olvidado mirar a Dios. Y mirar el mundo, y la vida y la tierra y a mirar los hombres... desde los ojos de Dios. Nuestro mundo ha olvidado eso.

Por eso el Señor hoy nos dice: ¡cambiad de actitud, cambiad, cambiad, cambiad! El Señor quiere darnos un vino nuevo. Cambiad de actitud para que nuestro corazón -lejos de situaciones presentes- se adentre en mirar a Dios y descubrir en los ojos de Dios la vida de los hombres del mundo. ¡Cambiad vuestra actitud, volved al camino de Dios, poned las cosas en su sitio, no dejéis que la mirada defectuosa sea la causa de vuestros males muchas veces! ¡Cambiad de actitud! No tratéis solamente de decir verdad cuando decís mentira. No. ¡Cambiad la raíz de vuestra vida! Cuando se muere la rama de un árbol no basta con cortarla y poner una nueva. Es necesario mirar donde está la causa que produce ese daño, y cortarla, no es posible poner parches, que es lo que trata de decirnos el evangelio de hoy: no queráis poner parches a vuestras situaciones de forma que os mantengáis donde estáis en la vida, sin descubrir que esa no es la manera que Dios tiene para vosotros. 

«Es que me van bien las cosas. No puedo quejarme de la vida –afirmamos-. Tengo dificultades como todos. Tengo frustraciones y cosas que no han salido bien pues, igual, como todos. Tengo…» y nosotros mismos nos justificamos nuestras situaciones presentes y tendemos a quedarnos inmóviles. Y a medida que nuestros «músculos» espirituales y humanos permanecen inmóviles, nuestra vida se va anquilosando, los músculos se van endureciendo, nuestro cuerpo va quedándose estático y nuestra vida languideciendo... y comienzan a rondarnos complicaciones, a rondarnos la tristeza, la desazón, el desánimo, las ganas de… porque «no vale la pena luchar», “«porque siempre estoy lo mismo, siempre estoy igual». Una idea de buscarnos la vida al margen de la voluntad de Dios, al margen de lo que Dios nos propone.
Por eso Jesús nos insiste: ¡Cambiad de actitud. Entrad en la cuaresma con un espíritu de cambio! 

Y, para cambiar, para que realmente se produzca un cambio completo en nuestra vida, en las más pequeñas de nuestras cosas, el Señor nos propone comenzar con una actitud profunda y constante. Estar dispuestos a luchar por mantener en pie esa actitud de cambio, ese cambio de raíz mirando las cosas desde Dios; porque yo sé que Dios es el único que va a conducirme por el camino de la vida y de la verdad. 

Para ello el Señor nos da hoy su Palabra que nos conduce a la vida y a la verdad. Y por ello nos reúne en su Iglesia, porque es en la Iglesia donde se nos hace manifiesta la Palabra y la Verdad del camino de Jesús. Porque si no caminamos con la palabra, bajo el cuidado de la Iglesia, podemos andar de francotiradores por la vida dándonos tartarazos por todas partes ...

Por eso el Señor nos insiste: Cambia, cambia bajo el signo del amor -como nos enseña la primera de las lecturas-, cambia poniendo tu mirada en la mirada de Dios. Verás las cosas diferentes. Podrás hacerles frente porque sabrás por donde ir. Podrás sacar fuerzas de tu debilidad. Y sobre todo, Dios podrá hacer en ti lo que ni tú mismo puedes hacer en ti. 

Pero, como siempre, es necesario querer cambiar. El Señor no llega donde nosotros no queremos. Porque el Señor nunca va a transgredir la barrera de tu libertad. Nunca. Aunque a veces a nosotros nos gustara que la transgrediera, porque nos resulta más fácil que el Señor se saltara por encima nuestra libertad e interviniera como fuera en nuestras vidas porque tenemos la certeza de que siempre sería para bien. Pero el primer distintivo del amor, es la libertad que Dios ha dado al hombre.

Por eso el Señor nos llama -desde su amor- a que cambiemos. A que cambiemos de actitud para disponernos a un cambio más completo. A que cambiemos de actitud para que nos dispongamos a un cambio que abarque todas y cada una de las áreas de nuestra vida. 
Cambiemos de actitud para hacer frente a una vida nueva que nacerá -si Dios quiere y nosotros le dejamos- en la Pascua de Resurrección.
Tenemos una posibilidad increíble en esta Eucaristía, en la que el Señor se hace presente para hacer posible en nosotros hasta donde alcanza nuestra fe.
Isabel le dijo a María: «Bendita tú que has creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá». Pues bien, el Señor ha dicho: el que se cumpla va a depender de nuestra actitud. De que le abramos el corazón por confianza en el Señor, le abramos el corazón sin recovecos para que El pueda, entrar.
Digámosle, pues, al Señor que haga que nosotros creamos que es así. Y creamos, confiemos en el Señor.