Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Los demás necesitan de nuestra vida

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:   

Pr 31,10-13.19-20.30-31; Sal 127,1-2. 3. 4-5; 1Ts 5,1-6; Mt 25,14-30  

La parábola de los talentos vuelve a mostrarnos la necesidad que tenemos de saber administrar adecuadamente los bienes de Dios. Ya no se trata de obtener más o menos rendimiento a los bienes, a los talentos, a los dones que hemos recibido. Se trata sencillamente de ser buenos administradores y buenos administradores de los bienes que Dios ha puesto en nuestro corazón.

En un primer sentido, el Señor nos dice que estamos labrando nuestro propio campo, que estamos sacando partido de aquellos bienes que El ha puesto en nuestro corazón, y que de lo cual se va a enriquecer nuestra vida. En segundo lugar, los bienes que el Señor nos ha dado a cada uno de nosotros hemos de ponerlos también al servicio de los demás. No podemos guardar los bienes que tenemos para beneficio propio, para beneficio exclusivo individual, porque entonces nos pasaría como al siervo que guardó el último talento: no fue capaz de vivir, ni fue capaz de gozar de los bienes que Dios le había dado.

Los primeros siervos son aquellos que trabajando y administrando los bienes de Dios –permítasenos decirlo así-, hacen ricos a los demás, hacen que los demás se beneficien, hacen que los demás obtengan fruto, hacen que los demás se beneficien de los frutos que con su propio trabajo el siervo ha adquirido.

Dios nos ha dado unos bienes, bienes espirituales, bienes materiales, bienes personales. Ha puesto en nosotros unas cualidades también. A nosotros nos corresponde trabajar esas cualidades, trabajar esos bienes personales, materiales, espirituales, y trabajarlos en beneficio de los demás. Si no lo hiciéramos, no disfrutaríamos  nosotros tampoco de esos beneficios. Porque el disfrute de los beneficios que la obra de Dios produce en nosotros está en proporción con los beneficios que los demás reciben.

La parábola pone en un mismo plano  a Dios, a los hombres y el propio yo, de tal manera que, cuando se beneficia uno se benefician todos. Y cuando el hombre busca sólo su bien, lo que él cree que es su bien, su comunidad, su placer, su bienestar, nadie se beneficia, ni siquiera él mismo.

Por ello la parábola de los talentos nos introduce también en la dimensión de compartir, pero  compartir según el Evangelio. A ofrecer a los demás cuanto hemos recibido. Porque los demás necesitan de nuestra vida. Y en la medida que nosotros beneficiemos a los demás, en proporción directa con lo que Dios nos ha beneficiado a nosotros, en esa medida, también nosotros, obtendríamos los beneficios de los bienes de Dios. Pareciera casi un juego de palabras. Pero es la manera en la que en el reino se trabaja el amor, administrando los bienes de Dios: cuando tú mismo no estás en la lista de espera de los beneficios, sino que te beneficias por redundancia de tus propias acciones. Es decir, te beneficias precisamente porque no estás a la espera de ningún beneficio.

El Señor pues, nos enseña a poner la mirada de nuevo en buscar el bien para los demás, en hacer felices a los que nos rodean, en construir el reino para que los hombres reconozcan a Dios, reconozcan la vida, descubran la felicidad, descubran el gozo, descubran a Dios. A nosotros nos quedará siempre «la añadidura». Nos quedará siempre la añadidura, porque así lo dijo el Señor: «lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6, 34). Y la añadidura en esta parábola es entrar a festejar, a formar parte en el banquete del reino. Entrar a festejar, a formar parte de la casa, de la familia del Señor, el gobierno de diez o de cinco ciudades que dirá el pasaje paralelo. En cualquier caso, a cuidar las cosas de Dios.

Para administrar adecuadamente los bienes de Dios, es menester pues, que descubramos cuáles son esos bienes de Dios, tanto en nosotros como en los demás y estemos prontos para servirlos y prontos para trabajarlos. No podemos quedarnos pasivos contemplando los bienes de Dios, como el tercer criado y dándonos por satisfechos por aquello que hay en nosotros y que Dios ha puesto en nosotros...

Busquemos pues, descubramos los bienes de Dios. Démosle gracias a Dios por habernos regalado esos bienes, esos dones, esas cualidades y esos talentos. Todo aquello que en cualquier nivel Dios nos ha regalado. Descubramos en los demás los bienes que Dios ha puesto en ellos y trabajemos los nuestros y los de los demás para que todos, enriquecidos con los bienes y dones de Dios, juntos formemos una misma tierra y participemos de ese Dios que se hace presente entre nosotros, que vive en nuestro corazón y que es el tesoro por el cual realmente vale la pena darlo todo.