Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Vive como hombre iluminado por Dios

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:   

Is 45,1.4-6; Sal 95,1 y 3. 4-5.7-8. 9-10a y e; 1Ts1,1-5b; Mt 22, 15-21  

Haciendo una lectura retrospectiva de la Palabra del Señor que acabamos de escuchar, el Señor nos dice con sencillez aquello que debe conducir nuestra vida: «Dad al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios».

El Señor nos enseña, de una manera concreta, a iluminar la vida del César, la vida de lo cotidiano, con esa iluminación del corazón que ama a Dios y se rinde ante El para vivir en el amor, en la paz, en la esperanza y para convivir con Dios en la intimidad de su mundo interior.

No vemos hoy, al escuchar la Palabra de Dios aplicándola a nuestra vida cotidiana,  una contradicción en Jesús entre lo que es del César y lo de Dios. Aunque la haya en aquellos que le hacían la pregunta. Pero Jesús rompe la contradicción con la que a veces nosotros separamos la vida material de la vida espiritual. Así, entenderíamos: «Vive como hombre, iluminado por Dios», diríamos parafraseando el final del Evangelio. Vive como hombre, pero como hombre iluminado por Dios.

El horizonte muchas veces ante esa expresión de la Palabra del Señor se nos coloca un poco oscuro. Vemos dificultades, vemos nuestras flaquezas, nuestras debilidades... Y el Señor previendo nuestra propia incertidumbre -en la primera de las lecturas con  el rey Ciro-, nos recuerda, que El ha hecho «una promesa que no retractará». Y, por lo tanto, más allá de las dificultades de la vida cotidiana, de la vida en el mundo, de la vida laboral, de la vida familiar, más allá de todo, el Señor cumple aquello que ha anunciado.

Por consiguiente si nosotros vivimos como hombres «iluminados por Dios» (a quienes Dios ilumina su vida), el Señor nos permitirá alcanzar el Reino que nos ha prometido.

La lectura primera sobre el rey Ciro, es esa palabra de esperanza frente a los días nublados que aparecen en la vida del hombre. En ocasiones las cosas no se ven claras, el sol no reluce, la tempestad arrecia, y la inclemencia del tiempo acosa el estado del alma. El Señor dice: «Yo haré lo que dije». A nosotros nos queda, pues, vivir como hombres iluminados por Dios. Vivir como hombres en la tierra. En ningún momento el Señor nos está proponiendo vivir como ángeles. La expresión: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», para nosotros hoy, aquí, el Señor nos está proponiendo una vida natural, una vida normal, como hombres que viven iluminados por Dios, conducidos por Dios, guiados por Dios. Las cosas que nosotros podemos vivir, nosotros las podemos transformar en buenas -si acaso no lo fueren- y pueden ser para nuestra salvación. Son instrumentos todos ellos de los que se sirve Dios para acercarnos a El, para conducirnos a El, y para traspasar –llegado el momento- el umbral de la esperanza y entrar en la casa del Padre. Y con esto el Señor hoy no solamente nos recuerda y nos ofrece esa seguridad de vivir como hombres iluminados por Dios, sino que sobre todo nos ofrece la firmeza en la esperanza. Aunque sea imposible para los hombres, es posible para Dios,-le diría a Sara, le diría a María respecto a Isabel-.

Y así con el rey Ciro, hoy nos recuerda: es preciso, es necesario, es valioso, es importante, tener esperanza, vivir en la esperanza, porque la esperanza fortalece la fe y el amor. Y la esperanza nuestra no termina hasta que se cumple, hasta que se alcanza. Y si bien es verdad que tenemos que pasar unos años sobre la tierra, también es verdad que al final nuestra esperanza vence la tierra, vence la vida, vence la muerte. Por eso el Señor hoy nos insiste en la necesidad de vivir como hombres iluminados por Dios, conducidos guiados por Dios y siendo hombres de esperanza no solo para nosotros mismos, viviendo en ella, viviendo en la certeza que Dios hace aquello que promete, hace aquello que ha anunciado, sino también siendo para los hombres de nuestro tiempo, hombres y mujeres de esperanza. Hombres y mujeres que ven más allá de las catástrofes, más allá de las hecatombes, más allá de la confusión, más allá del mal. Hombres y mujeres que en su seguridad con Dios, infunden en los demás la esperanza en Dios, la esperanza en el mundo que ha de venir, la esperanza en ese cielo nuevo y esa nueva tierra de la que habla el Apocalipsis (21).