Domingo XXV del Tiempo Ordinario, Ciclo A

«Vuestros caminos no son mis caminos»

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Is 55, 6-9; Sal 144, 2-3. 8-9. 17-18; Flp 1, 20c-24. 27a; Mt 20, 1-16

La Parábola de los jornaleros con frecuencia ha sido difícil de entender en la práctica de la vida y sobre todo de entender desde lo más profundo del significado de la Parábola. 
Eso de que el Señor dé al último lo mismo que al primero, resulta a los ojos de nuestro tiempo algo como fuera de sentido.
En un tiempo como el nuestro donde todo se cambia, se mide según el baremo de derechos y deberes, según más de derechos que de deberes, según el baremo de la ganancia y el beneficio... que un hombre que tiene unos asalariados, se plantee de entrada el hecho de no sacar beneficios de los últimos trabajadores... resulta un tanto fuera de contexto en nuestro tiempo.
Para sacar beneficios se jubila anticipadamente, y para todo se ponen muchas condiciones o cláusulas sociales en las que predomina el interés y el beneficio en cualquier dimensión. Lo mismo nos ocurre en las familias: la estructura de vida familiar va dirigida en un sentido específico y, en múltiples ocasiones, entre los mismos componentes de la familia hay un tira y un afloja para alcanzar un objetivo deseado por uno de sus miembros, sin contar con el que otro -llámese hijo/a o esposo/a- tengan también previsto.
Con esta parábola, Jesús se nos desmarca completamente del patrón ordinario de vida, y nos lo decía ya la primera lectura: «Mis caminos no son vuestros caminos y vuestros caminos no son mis caminos». Se desmarca completamente del contexto y así nos lo enseña también a nosotros cuando, ya cerca de su despedida, dice: «Estáis en el mundo pero no sois del mundo». 
Jesús aquí lo aplica anticipadamente a una realidad social, partiendo del ejemplo tomado de una realidad laboral. Vosotros también os tenéis que desmarcar del contexto en que está vuestro mundo, estando en el mundo pero sin ser del mundo porque si no os desmarcáis tampoco entenderéis y tampoco podréis vivir el proyecto de la misericordia divina. Tampoco podréis vivir el proyecto del amor de Dios en medio de los hombres. Si no os desmarcáis de las estructuras del mundo, resulta que estaréis desmarcados de las estructuras de Dios. Porque «vuestros caminos no son mis caminos»; porque las estructuras del mundo no son las de Dios, los criterios de planteamiento del mundo no son los criterios de planteamiento de Dios, la escala de valores de nuestra sociedad no es la escala de valores de Dios. El hombre no significa lo mismo para nuestra sociedad que para Dios. La persona humana no tiene la misma significación para el sistema -hablando así genéricamente- que para Dios. Dios da la vida por la persona, el sistema se traga a la persona -si es necesario- porque lo importante es el sistema. 
Sin embargo «estáis en el mundo más no sois del mundo». Y ahí es donde el Señor va a traernos al recuerdo aquellas otras palabras que pronunciara también en otro lugar: «Los hijos de las tinieblas son más astutos, más listos, más espabilados que los hijos de la luz». Como diciéndonos: esa es vuestra tarea. Vuestra tarea es la creatividad. Vuestra tarea es encontrar la forma concreta, específica para vuestro caso de vivir en el mundo sin serlo, sin tener parte con él. Vuestro trabajo es precisamente ese: vivir desmarcados pero en medio. Es igual como encender una cerilla en una habitación oscura. Evidentemente la cerilla se desmarca de la oscuridad, la cerilla tiene una vida independiente de la oscuridad; pero está en la oscuridad, rodeada de oscuridad. Y dirá Jesús: «Vosotros sois luz para el mundo». 
Lo que esta claro es que todo el contenido del mensaje cristiano no tiene nada en contra del mundo pero planifica para el hombre una vida distinta porque es la única que le va a llevar a la vida verdadera. Plantea al hombre una alternativa a la vida cotidiana, es evidente, al sistema en el que el hombre vive, tanto en tiempos de Jesús como en el nuestro. No hay tanta diferencia. Y plantea una alternativa. Jesús es consciente de la dificultad que eso entraña, es consciente que la semilla tiene difícil permanencia en medio de la oscuridad, es consciente de que el señor misericordioso va a ser fuertemente criticado por los criados del primer tiempo. Porque Jesús es consciente de las dificultades que el cristiano tiene que afrontar en el mundo. Pero Jesús vuelve a decirnos: «No sois del mundo». Por eso nos recuerda: Sois la alternativa al mundo -parafraseando los textos- y, precisamente, esa es vuestra tarea, vuestra misión, ser la alternativa. La alternativa al mundo comienza justo donde termina la vida de Jesús: dando la vida. Que es lo primero que el sistema no facilita. El sistema elimina, pero no da la vida. La alternativa al mundo es dar la vida, no eliminarla.
Ya, pues, desde un comienzo se atisban las dificultades, que va a necesitar -como decíamos a colación del evangelio de ayer- va a necesitar perseverancia, un corazón generoso y perseverancia. 
Un corazón generoso decíamos con Dios; un corazón generoso con aquellos que no conocen a Dios y que por consiguiente no conocen de verdad lo que implica ser amado sin límites. Un corazón generoso y perseverante. Porque, evidentemente, la planta que se rebela contra la tierra en que está sembrada, muere. El Señor nos insiste en la perseverancia, es decir, en ser perseverantes en la conciencia de que Jesús es una alternativa al mundo y por tanto nosotros somos una alternativa al mundo. No como enemigos del mundo sino como luz para el mundo. 
Sin embargo, en ocasiones nos posicionamos como "enemigos de". Y a veces consideramos que el mundo es el "enemigo de". No. Jesús no nos posiciona como enemigos del mundo sino como alternativa para la salvación del mundo por Dios. Sin más. Como la luz que brilla en la oscuridad «para que viendo vuestras buenas obras los hombres den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Evidentemente esa alternativa arranca -como insiste el evangelio de hoy- comienza al situarse en una posición fuera de contexto: la misericordia, el amor -y podríamos seguir añadiendo- el perdón, la reconciliación, el espíritu fraterno, la caridad, la esperanza... 
La dialéctica del mundo es distinta a la de Dios, al planteamiento de Dios. Y esa es nuestra tarea. No es luchar contra nadie, ni luchar con nada, es vivir a favor de Dios. Es viviendo a ese Dios como nosotros podremos llegar a ser un atisbo de la alternativa que Dios ofrece al mundo, «Para que viendo vuestras buenas obras, los hombres den gloria a vuestro Padre que está en los cielos». Cuando los hombres que están en nuestro entorno «den gloria a nuestro Padre que está en los cielos», entonces estaremos viviendo esa alternativa que Dios ofrece al hombre. Esa otra manera de experimentar y de vivir y de sentir y de amar. Una manera, una alternativa que no nace de una ideología, que no nace de una reflexión mental, ni de una meditación, ni nace de una profundización, sino que nace de vivir como discípulos de Jesús. Es decir, de vivir la misma vida que Jesús vivió cuando estaba en Galilea.
No es una filosofía. No es una línea de pensamiento. No podemos conceptuar el cristianismo como una ideología que hay que defender o que hay que propiciar y enmarcar en los diversos contextos de la vida del hombre contemporáneo. No. El cristianismo es una vida. Por eso se convierte en una verdadera alternativa: porque no afecta a las ideologías, sino a la vida de los hombres.
Por eso hoy simplemente el Señor se desmarca del contexto social en el que vive y nos llama a desmarcarnos para vivir en el mundo siendo de Dios, y viviendo con el Señor -como tantas veces hemos repetido- viviendo con el Señor, viviendo la vida del Señor porque esa es la tarea principal del cristiano.
Cuando era niño, estudiábamos en el catecismo: «Ser cristiano es ser discípulo de Cristo». Es decir, es vivir como Jesús. Pues bien, si nosotros vivimos como Jesús, prolongaremos la Redención, la puesta a punto diaria en nuestro mundo de la Redención de Dios que se va realizando día tras día habiendo sido culminada con la muerte de Jesús en la cruz y su resurrección. 
Si la identidad del cristiano es ser discípulo de Cristo, la misión del cristiano es la misión de colaborar con la Redención de Jesús, llevando los hombres reconciliados a Dios.
«Ir [pues] por todo el mundo y enseñarles a cumplir lo que yo os he mandado» (Mt 28, 20).