Domingo XI de Tiempo Ordinario, Ciclo A 

«Rogad al dueño de la mies que mande operarios a su mies»

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Éx 19, 2-6a; Sal 99, 2. 3. 5; Rm 5, 6-11; Mt 9, 36-10, 8;

«Vosotros seréis mi propiedad personal, si guardáis mis mandamientos, si guardáis mis preceptos». Y san Pablo va a insistir en el mismo planteamiento.
Cuando escuchas la Palabra del Señor y miras un poco alrededor en el mundo en que vivimos, descubres que nos cuesta mucho vivir como propiedad del Señor. Tenemos muy marcada nuestra independencia y nuestra libertad, entendida como independencia de todo. Ya al Pueblo de Israel le pasaba un poco lo mismo, y las situaciones hicieron necesario esta aclaración del Señor: «Seréis mi propiedad personal, si guardáis mi Alianza». El resto ya está dicho: «Cuidaré de vosotros, vosotros seréis mi pueblo, yo seré vuestro Dios» y os llevaré como buen pastor a los prados fértiles donde no os falte nada (cfr. Sal 23). 

El Señor se va deshaciendo en explicaciones para mover nuestro corazón. Sin embargo en nuestra vida, muchas veces, seguimos siendo tan individualistas y tan independientes como la misma independencia o individualismo -podríamos decir- que llevó al hombre al primer pecado. Y, cuando volvemos a andar por el mismo lugar, las cosas no nos van demasiado bien. Nos pasa como al Pueblo de Israel, volvemos a nuestros viejos hábitos, a nuestras esclavitudes. 
Aunque el Señor sea importante en nuestra vida -sobre todo los domingos, que hay que ir a Misa- y muchas veces en momentos precisos y concretos de nuestra semana; en muchas ocasiones también, vivimos necesitados de esa advertencia, de ese recuerdo de Dios. «Hemos hecho una alianza los dos, tú y yo -nos diría el Señor-. Hemos hecho un pacto: Yo te conduciré y tú vendrás conmigo, y Yo te haré partícipe de la vida y de la salvación. Yo te haré partícipe del amor, de la felicidad y de la paz». 
Frente a nuestra testarudez frecuente, el Señor nos recuerda en el Evangelio, que a veces andamos como ovejas que no tienen pastor. Que andamos un poco tan de por libre, que corremos todos los riesgos del mundo, corremos todos los riesgos de perder los grandes tesoros de Dios. Pero el Señor, que es paciente y misericordioso, no cesa de recordarnos que, puesto que somos testarudos, se hacen necesarios pastores que cuiden la mies. Más pastores para cuidar el rebaño, porque sin ellos andamos dispersos. Nos cuesta orar, nos cuesta estar con Dios, nos cuesta tenerle en cuenta en los pequeños aconteceres, damos por supuestas muchas cosas y nos olvidamos del Dios que está presente en lo cotidiano. Tan presente como en los grandes momentos. Por ello, el Señor nos exhorta hoy de forma especial a que pidamos al Padre pastores para su mies, pastores para su rebaño, porque el rebaño corre riesgo de perder la orientación y el norte.
Ya un poco se ha perdido en este tiempo nuestro. Pero corre el peligro de perder otro tanto. Por eso el Señor nos recuerda la necesidad de participar también nosotros en esa obra de Dios. La necesidad de que no quedarnos al margen, de que no vayamos de por libre, de que somos parte de ese rebaño de Dios, de ese rebaño donde el Buen Pastor nos ha garantizado llevarnos por el sendero de la vida y llevarnos, conducirnos a la vida eterna.
Que no vayamos de por libre sino que también, con El, estemos pendientes de la falta de los pastores, de las vocaciones -diríamos hoy nosotros en términos más populares- la falta de vocaciones sacerdotales, consagradas, religiosas. Y que tomemos parte también nosotros de ello, porque somos parte de aquellos que padecen necesidad. 
Actualmente, en nuestro entorno, uno de los problemas más serios que tenemos es la falta de trabajo y la inmigración, los inmigrantes que llegan a nuestro país y no tienen con qué sobrevivir. Si nosotros hubiéramos pasado esa misma experiencia y también hubiéramos tenido la necesidad de pedir limosna, de pedir una ayuda para sobrevivir, quizás entenderíamos un poco más la Palabra de Jesús. Pero como los pastores –aparentemente- no nos afectan directamente a nosotros, muchas veces no pedimos al Señor que mande Pastores a su mies. Y la carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas no suscita mucho más de una lamentación y un ruego el día en el que la Iglesia nos exhorta a pedir al Señor un aumento de vocaciones para su Iglesia.
No, el Señor nos dice también en cierta manera que el mayor o menor número de vocaciones también depende de nosotros. Depende de nuestra oración y por tanto de nuestro interés. Si nosotros consideramos que es necesario que haya servidores de la Palabra dignos -como dice los Hechos de los Apóstoles de los diáconos- pidámoslo al Señor, si no se lo pedimos al Señor es que no nos parecen necesarios.
Cuando verdaderamente lo necesitas, entonces sí pides limosna, si no pides limosna pueden ocurrir dos cosas: que seas un pobre vergonzante y entonces no quieras pedir limosna por guardar una apariencia -lo cual sería muy grave en este caso- o que realmente no lo necesites. A nosotros nos pasa un poco lo mismo: nos falta conciencia eclesial, nos falta conciencia de que la Iglesia llega más allá de nuestras cuatro paredes. Nos falta conciencia de que somos parte de esa Iglesia y por consiguiente no concienciamos que en este tiempo hacen falta nuevos Pastores, servidores dignos de la Palabra del Señor, testigos dignos de la vida y de la presencia de Jesús en el mundo. 
Si eso es así, nos dice el Señor: «Pedid al Señor que mande operarios a su mies». Esa es tarea vuestra y esa tarea os compete a vosotros, sois parte de esa necesidad. Si no pudierais comer pediríais limosna, salvo que fuerais vergonzantes y entonces la soberbia os cubriría la cabeza. Pero no es ese el caso. Dice el Señor: Puesto que tenéis necesidad de buenos Pastores, pedid a Dios Pastores para su Iglesia. Pedid a Dios personas consagradas para su Iglesia, porque hacen falta, son necesarias. No olvidéis que la necesidad será cubierta en la medida en que vosotros toméis conciencia de vuestra misión en este aspecto; «Rogad al dueño de la mies que mande operarios a su mies».
La participación en la vida de la Iglesia el Señor la pone muy clara. No somos islas, somos una Iglesia. No somos miembros sueltos del Cuerpo de Cristo, somos parte integrante, juntos, y en la medida que estamos juntos somos parte integrante del Cuerpo de Cristo. No podemos eludir nuestras responsabilidades porque entonces alguna de las partes del cuerpo corre el riesgo de necrosarse, y cuando una pierna llega a ese estado se extirpa, aunque hasta que llega ese momento padezca y sufra haciendo padecer y sufrir al resto del cuerpo. Y en este caso es el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No podemos eludir nuestras responsabilidades. Y una de nuestras responsabilidades es «rogar al dueño de la mies que mande operarios a su mies». 
No es un consejo piadoso que nos da el Señor que podamos decir, vamos a hacerlo o vamos a no hacerlo. Es una misión, una tarea que el Señor da a todos, sin distinciones. Por que es algo que estamos necesitando, más que el alimento. Porque el alimento a fin de cuentas, prolonga o acorta nuestra vida, en cualquier caso. Pero la Palabra de Dios eterniza, hace eterna nuestra existencia con el Señor, porque El es nuestra salvación, nuestra vida para siempre. Por eso necesitamos de esos Pastores. Alguien que cuide de nosotros, que esté cercano y cuide de nosotros en el nombre del Señor. 
Que todo cristiano tenga alguien cercano que cuide de él, en el nombre del Señor. Alguien cercano que le acompañe hasta el Señor. Y si el Señor no manda Pastores a su mies, ¿cómo será posible que todos tengan alguien cercano que les lleve hasta Dios? ¿Y cómo queremos que el Señor nos mande pastores si eso depende de nuestra oración y no oramos por ello? Oremos, pues, hagamos lo que dice el Señor. Pongamos en práctica su Palabra y no seamos espectadores del Cuerpo de Cristo, sino miembros, parte integrante suya, no como quien forma parte de un club social sino como parte integrante de ese Cuerpo que es la iglesia. Y hagamos lo que El dice, porque todos necesitamos, todos los hombres necesitan alguien cerca que cuide de él en el nombre de Dios y alguien cerca que lo acompañe hasta Dios.