Ascensión del Señor Ciclo A

Todo consiste en hacer lo que Jesús dice

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Hch 1, 1 - 11; Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9; Ef 1, 17-23; Mt 28, 16-20;


«Los discípulos fueron al lugar donde Jesús les había indicado». Y, justo allí, contemplaron la gloria de Dios viendo a Jesús ascender hacia lo alto. 

A veces olvidamos esas palabras del Evangelio. Sin embargo, el Señor, cuya misericordia no conoce límites, quiere recordarnos -con la fiesta de la Ascensión- la importancia de un hecho y la conclusión.
El hecho es ir al lugar donde Jesús nos ha dicho. Porque es importante ir hacia donde Dios nos dice. Porque no es simplemente la indicación coyuntural de un amigo o de un familiar o de alguien querido, ni del esposo ni de la esposa. Es Jesús quien nos dice: Os espero en el Edén. Y es Jesús el que nos dice: Allí nos encontraremos.

Es curioso. Realmente parece una verdad de Perogrullo, pero si los discípulos no hubieran ido a donde Jesús les había dicho, no hubieran contemplado la Ascensión de Jesús. 

Las cosas en la vida del cristiano y en la vida del hombre se plantean muchas veces de maneras muy dispares y muy diferentes. No todas son buenas. Ni aún las que son buenas, no todas convienen. De entre las muchas opciones que podemos tomar cada día respecto a una misma situación, solo una es la conveniente. Las demás pueden no ser malas –incluso pueden ser muy buenas_, pero solamente una resuelve el problema, la situación. Lo importante es saber siempre lo que hemos de hacer, cómo, de qué forma y en qué lugar hemos de hacerlo.

En la fiesta de la Ascensión se nos recuerda ante todo al comienzo del evangelio y al final de Mateo como una de las últimas recomendaciones del evangelista y del discípulo de Jesús: Id donde el Señor os ha dicho. No importa que sea racional o irracional. El problema no es que sea comprensible o sea incomprensible. El problema, la dificultad no puede ser porque sea algo abiertamente bueno o malo. No. No entra en la cuestión. La cuestión que nos plantea el Evangelio es simplemente ser obedientes a Jesús. «Lo demás -como dice Jesús en otro lugar- se os dará por añadidura». 

Y ¿por qué esa eficiencia siempre? María en las Bodas de Cana, dirá a los mayordomos: «Haced lo que El os diga». San Mateo ahora recuerda el pasaje y cuando se les dijo: «Id donde os dijo Jesús», donde os espera el Maestro. Ellos fueron. Los mayordomos de las Bodas de Cana, lo hicieron, y vieron el agua convertida en vino, y los discípulos vieron ascender a Jesús. La indicación no es vana porque muchas veces no gozamos de claridad suficiente a la hora de decidir o de saber lo que hemos de hacer o cómo vivir.

La sociedad en que vivimos nos vende un producto como bueno y realmente muchas veces no es bueno. Otras veces no es tan bueno. Y otras veces, en que es bueno el producto, quizás no es el más adecuado.
El Evangelio y la Palabra del Señor nos insisten en hacer lo que Jesús dice, en ir donde Jesús nos ha dicho porque en ello está la verdad. Esa indicación es la verdad misma. No es una opinión humana. No es la dirección de una filosofía o de una ideología, ni es un criterio sin más. Es la verdad. Y la verdad es aquello que Dios sabe -y nosotros también-, que llena nuestros corazones. 

Los criterios pasan, las ideologías pasan y últimamente muy rápidamente. Las filosofías se trasiegan y corren de un continente a otro si asentarse –quizás- en ninguno y muchas veces lo que crean son confusión. Pero nunca la Verdad va a crear problema, ni nunca nos va a llevar al error. Por eso Jesús dirá: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». «Nadie va al Padre si no es por mí». Es decir yo soy un camino seguro para vosotros, porque mi vida es verdad, no es una filosofía, ni es una ideología. No. Mi vida es verdad, pues Soy la Vida y, siguiendo el Camino de la Verdad, alcanzaréis la Vida. 

Jesús le dijo a la hermana de Lázaro: «Yo te digo que si tú crees verás la gloria de Dios». Pues, miremos un poco hacia atrás: los mayordomos hicieron lo que dijo Jesús y vieron la gloria de Dios; los discípulos fueron donde dijo Jesús y vieron la gloria de Dios. Y la hermana de Lázaro creyó y vio la gloria de Dios. La conclusión, por lo tanto, es muy simple: Si nosotros también hacemos y vamos donde dice Jesús, veremos la gloria de Dios.

No es que no podamos ir por otro camino, ni es que estemos siempre equivocados o siempre acertados. Simplemente es la vida que se regala a alguien porque quiero dársela, porque la persona a quien se la regalo merece toda mi confianza. Sé cierto que es la Verdad. Sé cierto que es el Camino. Y sé cierto que también me dará la Vida.

Cuando uno se integra en un grupo humano, sea del tipo que sea, normalmente razona mucho las cosas, analiza pros y contras, ve lo que tiene que coger y lo a que tiene que renunciar. Analiza las ventajas sociales, económicas, políticas, de todos los niveles y religiosas también. ¿Por qué? Porque en el fondo teme equivocarse y tener que arrepentirse después del paso dado. Busca seguridades materiales que asienten su vida de alguna manera o que le permitan estar, sentirse seguros.

Jesús va mucho más allá de nuestra seguridades, tanto familiares como económicas o de futuro. El va a asentar algo que nadie podrá nunca asentar: el corazón del hombre. Y este es el único «lugar» donde va a descansar la vida del hombre.

El dinero, la posición social, la posición política, el trabajo estable... no da más que una seguridad relativa, seguridad material. Pero no llena el corazón del hombre. Solamente el corazón de Dios, el amor de Dios, solamente Dios mismo es capaz de llenar ese corazón hasta desbordarlo. Y será –quizás- la persona muy pobre, pero será feliz. Porque la felicidad está dentro de él, no es algo que viene de fuera, ni algo añadido al hombre. No es algo que el hombre pueda buscar, encontrar, comprar o vender. La felicidad está en el corazón del hombre, la felicidad es Dios que está en nuestro corazón. 

Recuerdo con mucho cariño, una ocasión en particular en la que me invitaron a cenar en una casa de un barrio muy marginal y muy pobre. Yo estaba dando clases a los hijos mayores. Era una escuela suburbial. Esa noche los padres de unas niñas de la escuela me invitan a cenar en su casa. Por toda cena había una patata hervida y media sardina. No había más. Y aún los padres se quedaron sin sardina porque estaba yo. 

Pero lo que tenía esa familia no lo he vuelto a ver muchas veces, a lo largo y ancho del mundo que he tenido la oportunidad de recorrer: Había corazón. Y cuando Jesús les dice a los discípulos: «Id donde yo os diga», ellos van porque había corazón en ellos. No entendían muy bien las cosas de Jesús; pero iban porque Dios les había dado corazón. Y en ellos había corazón. Y, precisamente desde el corazón, es desde donde se entiende que Dios llena la vida del hombre. Pero solo por el corazón.

Cuando los mayordomos aceptaron la invitación de María: «Haced lo que El os diga» y Jesús les dijo a los mayordomos: «Llenad las tinajas de agua», lo hicieron porque tenían corazón, porque eran hombres buenos que le entregaron a Jesús todo lo que tenían en ese momento; pues podían haber sido acreedores de una reprimenda del maestresala: en un momento de crisis de unas celebraciones nupciales, en un momento muy difícil en el que podían quedar muy mal los novios ante la sociedad y la familia... ¡Imaginaros si llegan a servir agua! Si Jesús no hace el milagro. Pero ellos creyeron y vieron la gloria de Dios. Ellos pusieron corazón en llenar las tinajas de agua y vieron el vino que salía de ellas. La hermana de Lázaro puso corazón y éste resucitó.

Haced lo que Jesús dice. Id donde Jesús dice. Ese es el preludio de este final del evangelio como resumen de todo lo demás. Este: Id donde Jesús dice y haced lo que Jesús dice va a recordarnos la necesidad que tenemos de querer a todo el mundo, de confiar en los demás, de darles el corazón, aunque a veces te lo devuelvan lacerado. ¡Qué importa!. «Los discípulos quedaron felices por haber sufrido por el nombre de Cristo» (Hech 5, 41). Claro, porque lo que da sentido, lo que da vigor, es el corazón, no lo que los demás puedan hacer o decir o incluso hacer contigo.

La vida está dentro de nosotros y esa no puede alcanzarla nadie. Solo Dios. Por eso en esta recapitulación final del evangelio, en este último encuentro de los discípulos, vuelve a insistir san Mateo: «Fueron al lugar que Jesús les había dicho». Como recordándonos que ese es el resumen con el que podría resumirse toda la enseñanza de Jesús. El amor está ahí contenido ya. Fueron donde Jesús les dijo. Hicieron lo que Jesús les dijo. 

Lucas comienza los Hechos de los Apóstoles en la misma línea: «El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre lo que Jesús hizo y enseñó...» (Hech 1,1). Teófilo, es decir, amigo de Dios, amador de Dios, mejor. A continuación continúa relatando que los discípulos fueron a tal sitio y vieron cómo Jesús ascendió a los cielos.

Es de nuevo la misma situación. Todo consiste en hacer lo que Jesús dice e ir donde Jesús dice. El asciende, va al cielo, desaparece de la vista de sus discípulos, mientras los ángeles dicen: No os entretengáis mirando al cielo. La vida es muy grande, la vida es bella, la vida es maravillosa y hay que vivirla y enseñarla a vivir. Al mismo Jesús que habéis visto lo vais a ver constantemente, en vuestro corazón. No os quedéis aquí, daos prisa. Jesús diría: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡qué más quiero sino que arda!» (Lc 12, 49). «No os entretengáis ahí abobados mirando al cielo». 

El corazón se queda en vosotros, el corazón está en vosotros. Dios está en vuestro corazón. Adelante. Hay mucho trabajo por hacer. Hay muchos fuegos que prender con el amor de Dios, de maneras muy simples y sencillas. A ninguno le encomendó nadie hacer grandes cosas. El último mandato de Jesús, la última indicación de Jesús fue: «Id por todo el mundo y enseñad el evangelio a toda criatura, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». No dijo que se construyeran grandes…nada. Ni grandes edificios, ni grandes aparatos. No. Simplemente como las hormigas, que trabajan todo el verano para tener comida en invierno.

Pues simplemente como las hormigas, trabajar para Dios, llevando el corazón de un lado a otro para que en este corazón nuestro, para que en ese hacer lo que Jesús dice e ir donde Jesús dice, se puedan ir encendiendo pequeñas lucecillas que al final ardan en nuestro tiempo, en nuestro mundo y éste conozca a Dios, ame a Dios y sea feliz.