Domingo XIII de Tiempo Ordinario, Ciclo A

Dios siempre viene a visitarnos

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

2R 4,8-11.14-16a; Sal 88,2-3.16-17.18-19; Rm 6,3-4.8-11; Mt 10,37-42

El Señor conoce de tal manera nuestra realidad que, con el fin de que tengamos una asimilación profunda y completa de su enseñanza y nadie quede sin alcanzarla, emplea un lenguaje sencillo, como si hablara a niños. Quiere mover nuestro corazón, por ello, con facilidad habla de recompensas, de salarios... cuando la quintaesencia del mensaje evangélico no tiene nada que ver ni con recompensas ni con salarios sino con gratuidad. 

Pero el Señor nos conoce bien y sabe que, en multitud de ocasiones, somos complicados, egoístas, con facilidad pensamos en nosotros mismos y con facilidad hacemos depender todas las cosas de nuestro propio parecer, criterio o, simplemente, de nuestra apetencia. Queremos una cosa y con facilidad -que no es necesariamente malo- le damos cincuenta mil vueltas con tal de salirnos con la nuestra.

Jesús se encuentra con unos hombres como nosotros, frágiles, caprichosos, antojadizos, que nos movemos más por las emociones y sentimientos, más que por la razón y el corazón. Por ello nos trata igual que a los adolescentes, muchachos, o niños, que se mueven por esas motivaciones, pensando que eso es lo que deben de hacer y, por tanto, que lo hacen muy bien. 
Nosotros también pensamos que lo hacemos muy bien. Y por eso Jesús hoy nos pregunta: ¿queréis una recompensa? Pues no os preocupéis, vuestra recompensa será grande. ¿No sabéis hacerlo por generosidad? Bueno, no os preocupéis, hacedlo –al menos- por la recompensa. Si hacéis esto tendréis esta recompensa. Ya que no sois capaces todavía de amar por gratuidad sin esperar nada a cambio... lo importante es que améis. Y entonces nos da el «dulce» como hace el padre con el niño pequeño cuando le dice: si haces tal cosa te doy un chicle, o te compro un... Y entonces el niño hace lo que le pide su padre, no por la cosa en sí, sino por la recompensa, evidentemente. 

El Señor también nos trata a veces así porque nosotros nos comportamos movidos por el «yo te doy para que tú me des». Todavía no hemos terminado de aprender que la vida más dichosa es aquella que más gratuitamente se regala. 

Lo sabemos, lo queremos creer, pero en el fondo no ponemos la mano en el fuego, como dice la sabiduría popular. Por eso Jesús nos lleva un poco -coloquialmente hablando- al retortero, para que, aunque sea por experiencia, y una vez tenida la experiencia de la grandeza de amar la vida, amar las cosas, amar a los hombres por gratuidad... para que ya que no lo aprendemos por razones, o porque nos lo enseñan, no lo ponemos en práctica porque nos lo dice... para que una vez tenida la experiencia nos rindamos a la evidencia del amor. Nos rindamos a la evidencia de una vida que bien vale la pena vivir y una vida que bien vale la pena arriesgar. 

Por eso Jesús nos arranca y nos dice: Bueno, hablemos de pagas. Esta semana haz esto, y te daré la paga de la semana. Como si fuéramos muchachos a quienes nuestro padre nos de unos euros para atender los gastos durante la semana. Pero no se lo da gratuitamente, sino se lo da «a cambio de».

Lo que resulta constatable es que –en el tiempo en el que vivimos- todo lleva a indicar que debe ser así, pues sino no valoramos las cosas. Cuando un padre y una madre protegen a sus hijos y les dan todo lo que sus hijos dicen, sin más, el hijo sale un caprichoso y dominante, además de otros rasgos que no es este el lugar para desarrollar, en cualquier caso, no aprende a vivir de verdad. Y piensas, dos mil años de cristianismo y ¡qué poco hemos adelantado! O, si hemos adelantado, nos hemos vuelto a estropear, porque sigue siendo necesario hoy la misma educación que hace dos mil años, una educación para descubrir la gratuidad de la vida, para descubrir la grandeza y la belleza y la hermosura de la vida y lo feliz que te sientes cuando nada te importa y todo te interesa, y cuando afrontas la vida con alegría, con esperanza, con optimismo, poniendo la mirada en un horizonte muy amplio.

Sin embargo la lectura de 2R 4,8-11.14-16ª, nos ofrece una situación diferente. Esa buena mujer era buena, generosa, atenta, lo atendía todo, lo daba todo, lo ofrecía todo. No lo hacía nunca por pagas. Y Tanto era así que merece el elogio de Eliseo, quien le dice a su compañero de camino. «¿Qué podemos hacer por ella?».

Si nosotros viviéramos como la mujer de este pasaje, el proceder de Jesús hubiera sido, posiblemente, diferente y le hubiera preguntado también al Padre: ¿qué podemos hacer por ellos?

El problema es que no nos ponemos a tiro. Porque cuando el Señor quiere venir a mi casa yo estoy muy ocupado.

Si esta mujer hubiera estado ocupada todo el día atendiendo la casa, limpiando, fregando, ordenando, poniendo, entrando, saliendo... el Profeta hubiera llegado a su casa y nunca la hubiera encontrado... Pero ella estaba siempre disponible y eso era lo que le hacía capaz de descubrir a Dios en aquel que llegaba, y capaz de entender que Eliseo no era un hombre bueno y que ayudaba a los demás. Ella fue capaz de distinguirlo, porque estaba disponible, porque en su corazón estaba claro que lo importante era que todo el mundo tuviera lo necesario. Ella ayudaba y le daba a Eliseo lo necesario. Y Eliseo le dio a ella lo que ella deseaba: un hijo. Y no es poco.

Nosotros –quizás- iríamos a un supermercado y compraríamos cualquier cosa, una caja de bombones, por ejemplo, para regalársela a alguien como muestra de nuestro agradecimiento.

Dios nos ofrece a nosotros –como hizo Eliseo- aquello que más necesitamos y aquello que más deseamos. La diferencia está, precisamente, ahí.

Jesús nos mira con ternura, no reprocha nunca nada, nunca, y hoy nos pregunta al vernos en la misa dominical: ¿Vienes a buscar la paga del domingo? Y nos ofrece una motivación que nos lleve a experimentarlo. Porque quien ha experimentado la vida no lo olvida nunca. Quien ha experimentado una vez, una vez en su vida, el amor de Dios, nunca lo olvida. Nunca. Porque es lo más grande que le podía pasar. Y ya que no vamos simplemente por generosidad -repito- el Señor nos ofrece ese incentivo. Nos da una motivación.

La mujer tenía la experiencia. Jesús nos quiere conducir a la experiencia. Lo cierto es que en cualquiera de las dos circunstancias, en cualquiera de los dos momentos de la historia del amor de Dios por el hombre, Dios siempre da respuesta a nuestra vida. Más allá de lo que nosotros podemos siquiera esperar o planificar. Pero no porque lo esperemos, no porque hagamos nada, sino porque El nos lo da. Si nosotros estamos disponibles podremos recibirlo. Y la prueba la tenemos en que cuando estamos pensando en nosotros mismos, no nos enteramos de nada. Parece que Dios no nos escucha. Parece que Dios no esté. 

Recuerdo un día, en el que una persona, inmersa en un conflicto personal que llevaba un tiempo tratando de resolver sin conseguirlo, un día me escribió un correo electrónico a las doce de la noche y me decía: ¿Dónde está Dios? Entonces apuntaba debajo de ese correo todo lo que él había hecho por Dios y por los demás. Y decía: Ahora que yo lo necesito ¿dónde está Dios? «Pues mira -le dije- está en el mismo sitio. Lo que pasa es que tú aún no lo has descubierto porque no estás disponible, porque no eres gratuito, porque no amas».

Es lo que nos pasa a nosotros cuando no amamos y nos empeñamos en nuestras cosas: se nos cierran los ojos, se nos cierra el corazón y no vemos nada. Dios llama a nuestra puerta y no oímos. Dios viene a visitarnos y no lo reconocemos.

A raíz de las lecturas de ayer -recordábamos ayer el texto de la hospitalidad de Abraham-, decíamos que Dios siempre, siempre viene a visitarnos. Y hoy vuelve a insistir en ello a través de la figura de Eliseo, que viene en el nombre de Dios. El viene a visitar a esta mujer, como Dios viene a visitarnos a nosotros. No depende de la mujer, tampoco depende de nosotros. Pero El viene de todas maneras. Viene a darnos la vida, viene a darnos, a ofrecernos todo cuanto El tiene, y lo hace porque sí. El es el único, desgraciadamente, el único que lo hace sin razón alguna. Y aunque nosotros lo hagamos por la recompensa, El nos dice: «¡bueno, pues por la recompensa! Porque una vez tengas la experiencia te darás cuenta de que vale la pena hacerlo porque sí. Sin más argumentos, sin más razones. Es algo que llena tanto tu vida, que llena tan colmadamente tu vida, que no hay nada que lo pueda sustituir. Absolutamente nada. Y eso solamente lo saben aquellos que lo han vivido». 

De teorías está lleno el mundo. Pero esto es la Verdad, esta es la única Verdad que nadie podrá tocar. Las otras “verdades” las dirán los partidos políticos según la tendencia, la ideología y los intereses del propio partido. Las ideologías y filosofías lo enfocarán desde el lado que más les convenga y según las circunstancias. Pero Dios nos la muestra completa.
El no tiene nada que perder. ¿Qué va a perder? En el fondo nos tendría perdidos. Porque somos tan necios que nos despistamos a la primera de cambio. Pero El tiene una cosa que ganar, nuestra vida, nuestra felicidad, nuestra alegría, nuestra paz. La paz del mundo, la felicidad del mundo, la alegría del mundo, el optimismo, la esperanza en el mundo. El optimismo y la esperanza de los hombres, eso es lo que Dios quiere ganar. No es para El, es para nosotros. Pero si nosotros lo tenemos lo tiene El.

¡Que el Señor haga verdad en nosotros esta Verdad suya!