Domingo VI de Pascua, Ciclo A (1-mayo-2005)

El que sigue a Jesús no lo sigue por la ley

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Hch 8, 5-8. 14-17; Sal 65, 1-3a. 4-5. 6-7a. 16 y 20; 1P 3, 115 18; Jn 14, 15-21


Jesús comenzaba este fragmento del evangelio diciendo: «Si me amáis guardaréis mis mandamientos”».
Cuando alguien que no conoce el amor de Dios se encuentra con la Iglesia, se encuentra con las estructuras humanas, -necesarias porque somos hombres, no ángeles-, muchas veces interpreta erróneamente que el servicio del Evangelio y seguir a Jesús se convierte en un conjunto de leyes y normas que estás obligado a hacer. Y nada hay más lejos que la realidad. 


El que sigue a Jesús no lo sigue por la ley. El quiso abolir la ley. Pero el que ama vive de una manera muy diversa. El que ama hace lo que el amado le sugiere, lo que la persona amada le sugiere, porque le gusta, desea verla feliz. 


El amor del que hablamos y el amor del que nos habla Jesús no es el amor del sentimiento que es capaz de cambiar de dirección según «sople el viento»: -ahora tengo buen humor y ganas y ahora lo hago, después no tengo humor, no tengo ganas y lo dejo de hacer, porque a fin de cuentas Dios es misericordioso y no me lo tendrá en cuenta-. 


El problema, la dificultad seria a veces, está en que el hombre no ha conocido el amor de Dios. O si lo ha conocido no ha entrado dentro del amor de Dios, y dentro de ese amar al otro como Dios lo ama: un amor sin pliego de condiciones. El amor con el que Jesús nos enseña a amar es un amor donde yo deseo y anhelo y amo más allá y por encima de todas mis capacidades y entrego mi vida más allá de lo que a veces me gustaría. 


Tanto el amor como el sentimiento son algo muy tangible, pero no podemos confundirlos. Cuando uno ama hace lo que tiene que hacer, sin más preocupaciones. Cuando un niño se pone enfermo, sus padres lo llevan corriendo al médico. Están horrorizados, con frecuencia piensan lo peor, pero no dudan un instante en hacer lo que deben de hacer. Y el niño puede quedarse ingresado en el Hospital, aunque a los padres les cueste emocionalmente muchísimo, pero aman a su hijo y nada es suficiente para verlo sano y feliz, para que sea un hombre adulto, maduro en la fe y en la vida. 


El amor hace crecer. El sentimiento hace decrecer. El sentimiento merma posibilidades, es como el viento que hoy sabes por donde viene, pero mañana no sabes por donde viene ni a donde va. Por eso el sentimiento nos distrae, distrae nuestra vida interior, distrae nuestra toma de conciencia personal, nos distrae a la hora de asumir nuestras responsabilidades, nuestro descubrimiento de la propia identidad: quién somos y la situación en que nos encontramos, y nos obstaculiza a la hora de tomar conciencia de nosotros mismos y de Dios.


Por eso Jesús dirá: «Si me amáis guardaréis mis mandamientos». Porque primero es el amor y segundo «hacer lo que El dice» (como dijo María en las Bodas de Cana). Porque hay mandamientos. Mandamientos que son los deseos de Dios y las indicaciones que Dios nos da para el camino de la vida: «No matarás, no mentirás...» como dijo Dios a Moisés. Y es evidente, si uno mata, ofende. Si uno miente, niega la verdad. A partir de ahí, su corazón no está tranquilo porque teme ser descubierto a la vuelta del camino, y cuando hay alguna cuestión, duda, está incierto. Pero hemos de darnos cuenta de que el mandato del Señor no son leyes, no son obligaciones, son como estacas (indicadores) que Dios ha puesto en el camino para que no nos perdamos y para que alcancemos la meta a la que aspiramos. Son indicadores firmes, seguros, constantes.


Es verdad que, en muchas ocasiones, no nos viene muy bien y que cuando las cosas no son según nuestro parecer o nuestra opinión, juzgamos, criticamos, mostramos ciertas reservas y no nos damos. Quizás debiéramos concluir que el amor del hombre sea un poco infantil todavía. Infantil como el del niño que cuanto más le das más quiere y más te presiona y chantajea para que le concedas, autorices, o des permiso para aquello que él quiere. Llorará hasta un límite en el que consiga aquello que se ha propuesto.


El amor de hombre pasa por un pacto, por entender la muerte, pasa por entender muchas cosas que el niño no puede entender. Pero ahí es donde nos da la vida. Cuando aprendemos a amar de verdad es cuando nos da la vida. Y cuando aprendemos a darnos al otro de verdad es, cuando de verdad, también somos capaces de darnos cuenta de lo mucho que nos está ofreciendo el otro. Pero todo comienzo cuando tú te das. 


Por eso los mandamientos del Señor, las pautas de vida que nos marca Jesús no son leyes ni obligaciones. La ley murió -decía san Pablo-. Son esas indicaciones que hay a lo largo del camino, el plano que nos permite llegar al lugar donde vamos. Podemos no seguirlo, evidentemente. Si uno no sigue las indicaciones del plano probablemente se pierde.


La palabra del Señor, los mandatos del Señor, son ese plano que nos permite llegar con seguridad a la meta que aspiramos.
Bien. Pues pensemos en la meta a la que aspiramos y descubramos que la meta a la que aspiramos bien merece que inclinemos la cabeza y nos dejemos de tantas cosas que perturban nuestra mente y nuestro corazón y que no nos impiden ser hombres de profundidad y de vida, sino que nos mantiene en una línea de mediocridad muchas veces. Como si en la vida no hubiera más y hubiéramos alcanzado la meta definitiva. Como si toda la aspiración fuera también «ir tirando», «ir pasando», «¿ya estoy bien así!» 


El Señor nos ofrece mucho más. Para el Señor nuestra vida vale muchísimo, vale tanto como la suya. El Señor nos descubre que la nuestra vale tanto como la suya. El dio la suya para que tuviéramos la nuestra. Ese es el precio de nuestra vida y la meta a la que podemos aspirar. Pero hemos de entrar en el camino cada día y tomar conciencia también diariamente de la necesidad que tenemos de vivir en el amor. El amor que se hace realidad en todas las cosas nuestras, hasta en el dormir, o en el despertar. No se puede uno despertar de mal genio. Si se despierta de mal genio es que algo no está bien cuadrado. Quizás ha sido que hemos descansado poco, por ejemplo. En cualquier caso no podemos vivir de mal genio, no podemos dejar que el mal humor nos domine. No podemos dejar que lo que es engañoso o malo, lo que nos perjudica... llegue a gobernar nuestros momentos. Porque nuestra vida, se compone de pequeños momentos. Un momento detrás de otro. 
Por eso Jesús dice: «Si me amáis cumpliréis mis mandamiento», haréis lo que Yo os digo” O como decía María: «Haréis lo que El os diga».


Y eso lo hemos de entender desde el aspecto más simple de la vida. No busquemos grandes montajes. Ser cristiano de verdad es lo más simple del mundo. Casi me atrevería a decir que es más difícil ser mal cristiano que ser buen cristiano, mucho más difícil. 


Pero uno tiene que saber lo quiere y uno tiene que saber donde va. Y uno tiene que saber que el amor va por delante y que el amor lo alcanza todo, absolutamente todo. 


No podemos vivir replegados sobre nosotros mismos. Hemos de vivir abiertos a hacer lo que El dice. «El que acepta mis mandamientos - dice el Señor- y los guarda, ese me ama. Al que me ama lo amará mi Padre y yo también lo amaré y me revelaré a él». 


No distraigamos nuestras vidas con vanas filosofías -como dice san Pablo- que lo que tratan es confundir, ni nos confundamos ni divaguemos dando más importancia a las cosas que no la tienen.


Nuestra vida vale mucho para Dios. Vale tanto como la de Jesús. Hagámosla valer. Trabajémosla con gusto. Porque una casa bien terminada, bien acabada, bien lucida, bien pintada y bien amueblada da gusto vivir en ella. Una casa mal terminada, mal amueblada, mal pintada, lo que provoca es estar siempre en la calle. Pues lo mismo nos pasará a nosotros. Si nuestra casa interior está bien pintada, amueblada, decorada, según el amor de Dios, Dios estará a gusto en nuestra casa, mis hermanos también estarán a gusto conmigo y yo mismo me encontraré feliz con Dios y con mis hermanos.


¡Que el amor de Dios brille en vuestros ojos. Que el amor de Dios brille en vuestros corazones, como vuestros nombres brillan en el corazón de Dios!