Domingo III de Pascua, Ciclo A. (10-abril-05)

Comunicar la verdad al mundo

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Hch 2,14.22-28; Sal 15,1-2ª.5.7-8.9-10.11; 1SP 1,17-21; Lc 24,13-35;


Los discípulos de Emaús son un buen referente para este tiempo de Resurrección y buen referente en muchos de los sentidos.

Últimamente hemos hablado de los discípulos de Emaús como referente ante la escucha de la Palabra de Dios. Cómo Jesús explica las Escrituras a través de la Palabra a ellos y también a nosotros. Cómo Jesús les va recordando todo lo que decían los profetas y cómo Jesús les va haciendo vida en sus corazones aquello que ellos no acababan de entender.



Después, llegado el momento, Jesús comparte la Eucaristía. Y es, precisamente, cuando ellos lo reconocen: en la Eucaristía. Y hoy, al igual que entonces, también la Eucaristía hoy es para nosotros un lugar donde tenemos la certeza de poder reconocer a Jesús. 

Porque Jesús se nos muestra visible, sensible, tangible, no ya en el pan ni en el vino sino en su Cuerpo y su Sangre que, si bien ahora son el pan y el vino, después serán el Cuerpo y Sangre mismo de Jesús. ¿Cómo? ¿Por qué? Bueno pues hay cosas que escapan a nuestra comprensión pero es la Verdad. Esa es la Verdad que Dios nos ha comunicado en Jesús. Esa es la verdad del amor de Dios, que el mismo Dios nos ha comunicado en Jesús para que «tengamos vida y la tengamos en abundancia». 

Esa es la verdad que nos ha sido manifestada para que vivamos en paz, para que nos sintamos acompañados, consolados, para que experimentemos el amor y la misericordia de Dios. Y si bien, podíamos experimentarlo desde una enseñanza de un maestro de hace dos mil años; lo cierto es que en dos mil años tenemos la evidencia, tenemos la presencia de Jesús siendo todo eso para nosotros. Ya no son solamente palabras que se ha llevado el viento. Son realidades ante las cuales no podemos sino inclinar nuestra cabeza y gozarnos de poder tener, de haber sabido, de haber conocido que «Dios está con nosotros». Porque la Eucaristía es la expresión plena de ese Dios que está con nosotros. Ya no solamente murió y resucitó, ya no solamente predicó y nació. Dios, el Emmanuel está con nosotros. Y el Señor nos ha dejado esa evidencia.

Llegados a este punto, un detalle recobra importancia: la evidencia de Jesús y la evidencia de la escucha de la Palabra, de cómo el Señor ilumina la vida con la Palabra, surge cuando dos hombres van compartiendo el camino. La conclusión es clara: no podemos caminar solos.

La esencia del hombre es compartir la vida. Es esencial para el hombre. El hombre no sería hombre si no compartiera la vida, si no tuviera su corazón, -valga la expresión- hecho trozos y repartido entre las personas, entre el mundo, si el hombre no se rompiera interiormente en favor de los demás, si el hombre no fuera repartiendo su corazón a cachitos entre aquellos que le rodean.

El relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús nos presenta con una simplicidad pasmosa cómo la esencia del hombre es el amor y cómo en el amor es donde se encuentra a Dios, y cómo el hombre es capaz de escuchar a Dios desde la experiencia del amor aunque tenga otra experiencia de frustración, tristeza, o desolación. 

Eso es accidental. Los discípulos de Jesús habían entendido algo, habían -como dice la segunda de las lecturas- habían puesto su fe y su esperanza en Dios. No sabían muy bien tampoco por qué. No tenían muchas razones tampoco para ello. Lo que habían visto y habían oído era suficiente. Por eso no entendieron los hechos acaecidos en Jerusalén. Pero ellos iban juntos. Dirían después, los Hechos de los Apóstoles con un solo corazón y una sola alma. 

Y esa referencia, esa realidad de compartir, de hacer trozos el corazón para repartirlo entre los demás -en este caso en los dos que iban de camino- les abrió la sensibilidad para entender lo que era el amor de Dios, lo que fue y es el amor de Jesús.

Cuando esa realidad de hacer el corazón trozos para los demás es real en nuestra vida, la Palabra de Dios ilumina y nosotros entendemos. Y la Eucaristía es, así, la evidencia definitiva. Porque ya no es simplemente una celebración fraterna. Ya no es un compartir la Palabra simplemente. Es que juntos compartimos, hecho trozos, a Jesús que se hizo trozos en la cruz por nosotros. Y lo compartimos haciéndonos una sola cosa. Y lo compartimos porque anhelamos, porque también ponemos nuestra fe y nuestra esperanza.

Todo esto nos lleva a una sencilla conclusión: de nosotros depende que hoy se cumpla la Palabra del Señor, en cierta manera. Nosotros podemos ser el cauce a través del cual la Palabra de Dios llegue a su cumplimiento, o podemos ser el obstáculo que impida que se haga realidad. Depende de nuestra vida. 

Pero no de que recemos o de que leamos la Palabra, de que participemos de la Eucaristía o no. Depende de nuestra vida toda entera, porque nuestra vida no se fracciona. Nuestra vida es solo una y esa vida está en todas partes: donde estamos, donde vamos, donde sentimos, donde amamos, donde dejamos espacio para el mal también en nuestro corazón. En nuestra mano está hacer verdad, hacer presente la Palabra del Señor. 

Y hacerla verdad porque es visible, porque vuelve a ser visible como fue visible ante Pilatos cuando éste preguntó a Jesús: «¿Y qué es la verdad?» Y Jesús guardó silencio. Porque si Pilato no era capaz de entender, de descubrir la verdad que tenía frente a él, por muchas explicaciones que le diera Jesús, no le hubiera entendido jamás. 

La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro es bastante elocuente, también. Epulón le dice a Abraham: «Dile a Lázaro que vaya a mis hermanos para que les avise y cambien de vida porque sino serán infelices siempre» Y Abraham le dice: «No puede ser». Dice: «Pero si un muerto resucita, ellos cambiarán». Y no es posible. 

Ocurre, también, como le ocurre a Pilatos: si Pilatos no es capaz de descubrir que la verdad está frente de él, por más razones que le pueda dar Jesús ... Si no era capaz de entender que por esa verdad que es el amor, la misericordia y la paz, por esa verdad –decíamos- vale la pena dar la vida para que los hombres tengan esa verdad... Si eso no lo entendía, no cabían, ni eran posibles más explicaciones. Nunca lo hubiera entendido.

A nosotros nos pasa lo mismo. Los hombres de nuestro tiempo se encuentran en una situación muy semejante a la de Pilatos: no entienden la Verdad. Y no la entienden porque se está edificando una sociedad manipulada, de muerte...

¡Cómo van a conocer la verdad si nosotros no hacemos verdad nuestra fe y nuestra esperanza! Si no la hacemos verdad con nuestros gestos, con nuestras expresiones, con nuestras actitudes, con nuestras obras, con nuestros pensamientos, con nuestro corazón. ¿Y cómo van a descubrir la verdad de Jesús, la verdad de Dios, si nosotros no caminamos juntos en la misma dirección? Si vamos repartidos por el camino y cada cual en una dirección diferente.

La verdad no es tan dispar entre sí. Por eso los discípulos de Emaús hoy nos invitan y nos llaman también a nosotros, primero, a poner en el Señor nuestra fe y nuestra esperanza, para que de esa manera la Palabra del Señor ilumine nuestra vida y nos descubra a Dios, y nos descubra a Jesús, y nos descubra lo que hemos de hacer. Nos haga entender en el corazón el misterio del amor hacia los demás y el misterio y la grandeza del repartirse, hacer trocitos el propio corazón para regarlo, para esparcirlo por ese mundo pequeño en el que nos movemos. 

Los discípulos de Emaús nos llaman a hacer realidad, a hacer verdad esa Palabra del Señor para que los hombres al verla, al verla hecha verdad, al contemplar la verdad vivida, encuentren también la grandeza del amor, de la misericordia, de la paz.

Los discípulos de Emaús volvieron corriendo a Jerusalén a comunicar la verdad. Cuando nosotros dejemos o cuando vosotros dejéis el Monasterio, ¿también vais a ir corriendo a comunicar la Verdad? 

Esa es la última reflexión del Evangelio que nos hace el Señor en este día. La necesidad de ir corriendo a comunicar la Verdad al mundo. Que el mundo la vea, que la gente la vea, para que salga también como los discípulos de Emaús, de sus frustraciones, de sus confusiones, de sus malos sentimientos, de su desazón y para que también sean consolados. Porque debe ser triste vivir sin Jesús. Debe ser difícil vivir despistado, confundido y enredado, viviendo solo, experimentando esa soledad que nada ni nadie nunca podrá llenar sino sólo el Señor, porque El consuela.

Los discípulos de Emaús nos llaman también a hacer trocitos nuestro corazón para repartirlo, porque así podremos correr para repartirlo. Y así, a medida que compartamos, que repartamos nuestro corazón hecho trocitos, en esa medida podremos también correr más porque Dios está con nosotros, El permanece con nosotros.
Y en medio de sus cavilaciones y preocupaciones, Jesús sale al camino, les sale al encuentro. No le buscan ellos, es Jesús quien les sale al encuentro, ellos lo acogen y después le manifiestan sus dudas, sus incertidumbres, sus temores, su frustración... que Jesús ilumina con la Palabra.