Domingo IV de Pascua, Ciclo A (17-abril-2005)

Un pastor según su corazón

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Hch 2, l4a.36-41; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5; 1P 2, 20-25; Jn l0, 1-10;

Para entender estas palabras de Jesús, evidentemente, no hay nada mejor que observar la realidad, salir al campo y ver allá donde están los rebaños de ovejas, seguir con la mirada al pastor, seguir con la mirada también al perro guardián que el pastor lleva consigo y seguir la conducta y el proceder de las ovejas. Precisamente, la razón por la cual el Señor hizo esta comparación, fue por la facilidad de comprobación que tenían los que escuchaban.
Pero siempre hemos de dirigir nuestra mirada a aspectos concretos de los que nos habla el Evangelio. Uno es el pastor y otro son las ovejas. En este pasaje específicamente lo que trata Jesús de que entendamos es el proceder de Dios con nosotros y para ello toma el ejemplo humano, el ejemplo natural del pastor.
El pastor cuida de las ovejas. El pastor, si hay alguna herida la toma entre sus brazos, la cura, le pone los medicamentos necesarios para que la herida de la oveja sea sanada y si es necesario ata la oveja para curarla bien, adecuadamente. El amor es más grande que todas las demás cosas. Y entonces el Señor lo que trata de expresarnos es cuán grande es el amor y el cuidado que Dios tiene por nosotros. Es algo que sabemos, que oímos habitualmente, es algo que también leemos habitualmente en la Escritura o en libros y tratados de espiritualidad, pero es algo que también necesita especialmente ser recordado. Recordado por dos razones fundamentales. 
Primera: Necesitamos recordar el amor de Dios y traerlo a memoria y refrescar nuestro corazón con ese amor porque a veces la vida nos llega de tal manera, las situaciones nos abruman y olvidamos lo más importante, que es el amor. 
Segunda: Pero también Jesús nos lo recuerda porque es necesario que nosotros tengamos ese corazón bien dispuesto del que habla San Pedro para poder ver, contemplar, recibir y acoger ese amor de Dios que llega hasta nosotros. Si no es así, el amor del Señor no puede acceder a nuestro corazón. De la misma manera que si no le abrimos la puerta a quien está fuera llamando, éste no puede acceder a nuestro interior y si accediera sería como un ladrón, teniendo que saltar la puerta, romper una ventana o abrir un agujero en la pared. Pero el Señor no es un ladrón. El Señor es nuestro Padre que está en los cielos, que hizo todas las cosas para nuestro bien. 
Por eso el Señor nos repite hoy que es necesario recordar y tener siempre presente el amor de Dios por nosotros, por cada uno en particular, para que así tengamos siempre el corazón dispuesto y las puertas abiertas, con el fin de que el amor de Dios llegue a nuestro corazón.
Pero también, por otra parte, como decíamos anteriormente, el Evangelio tiene un cariz especial. La Iglesia nos recuerda hoy con una significación particular y nos lo recuerda precisamente hoy que todavía no hay nuevo Papa en la Iglesia. Nos recuerda también la figura del pastor y la del perro pastor -valga la comparación- que son aquellos que en el nombre del Señor cuidan del rebaño de Dios, cuidan de la Iglesia de Dios porque somos una sola cosa, porque no podemos vivir solos, aislados, porque no podemos vivir en solitario, aislados de los demás cristianos, al margen de la comunidad de la Iglesia. Porque necesitamos de aquellos que de una u otra manera nos hacen presente el deseo de Dios, nos manifiestan su voluntad, o nos hacen visible y posible vivir en comunión, atendiendo a un solo corazón y una sola alma.
Cuando San Juan Clímaco habla de la obediencia del monje, pone el ejemplo de un monje que fuere muy independiente. Lo que San Juan Clímaco dice de ese monje, no solamente lo dice del monje, también es aplicable a todos los cristianos: No podemos ser independientes, no podemos vivir aislados, vivir al margen de la comunidad humana y de la comunidad eclesial a la que pertenecemos. No podemos vivir sin esa referencia a la Iglesia ni sin estar absolutamente convencidos de que Dios cuida de nosotros, y de que cuida también de nosotros a través de aquellos que ha puesto en la tierra para desarrollar esa misión, esa tarea.
Decía también San Juan: «Nadie puede amar a Dios a quien no ve, si no ama a su hermano al que ve».
También el amor a ese Pastor humano, a ese hombre que Dios ha puesto para cuidar de nosotros, nos hace factible, accesible y «aprehendible» -valga la expresión- descubrir al Señor y su amor, y amar a Dios. De la misma manera que el hermano nos permite crecer en el amor a Dios, también el cuidado y la obediencia, el sometimiento y vivir siguiendo a aquel que el Señor ha puesto frente a nosotros... también eso nos hace tangible la obediencia y la fidelidad a Dios. 
Necesitamos cosas concretas, testimonios humanos que trasladen nuestra vida a la relación con Dios. Necesitamos esas mediaciones humanas que nos hagan accesibles la experiencia, la vivencia espiritual de la vida de Dios en nosotros. Y necesitamos esas mediaciones humanas más que la comida -diría yo- porque precisamente es ahí donde descubrimos hasta dónde podemos, hasta dónde caminamos, en qué lugar estamos y sobre todo el trecho que todavía nos queda por recorrer.
Obedecer a Dios, como a Aquel a quien no vemos, nos permite fácilmente que el enemigo nos tiente y nos tomemos muchas libertades que no son apropiadas ni nos conducen a la vida. Pero cuando esa obediencia a Dios y ese seguir a Dios se plasma a través de una mediación, es más fácil saber cuando no lo hacemos bien, porque eso sí lo vemos con los ojos, lo escuchamos con los oídos del cuerpo, lo podemos tocar con las manos y lo podemos expresar con la voz. Pero también es verdad que seguir a Dios a través de las mediaciones, puede hacerse más duro, más duro porque es más verdad. Solamente es menos duro cuando es menos verdad. Cuando uno es independiente nada le es duro, porque hace lo que le apetece, como le apetece, cuando le apetece, aún con la mejor buena voluntad, y con el mejor deseo de hacer las cosas bien. Pero no vive unido al cuerpo, no tiene la cabeza del cuerpo que lo gobierna. No tiene al Buen Pastor que lleva al rebaño entero hacia un lugar u otro. 
Cuando las ovejas se distraen comiendo al margen del camino y se van quedando atrás, el perro pastor corre a por ellas, siguiendo la orden, la indicación del pastor. Y gracias a esa acción del pastor y del perro pastor, la oveja vuelve con el rebaño y está segura. La oveja que se queda atrás, sola, corre muchos riesgos y normalmente suele caer en todos.
De ahí la importancia del Buen Pastor en la Iglesia, de aquellos que caminan delante de nosotros, no porque sean mejores ni peores que nosotros sino porque Dios les ha encomendado esa tarea, esa misión: la de cuidar de sus hermanos.
«Apacienta mis ovejas» - le decía Jesús a Pedro- «Apacienta mis rebaños». La razón del Señor ha sido hacernos más sencilla la vida, más simple caminar y hacernos más sensible por su parte el amor y por nuestra parte la respuesta a la llamada de Dios. Más sensible para nosotros en lo que somos y en lo que hacemos y más sensible también al hacer lo que Dios quiere. 
Lo decíamos en la Eucaristía ayer por la tarde citando a San Agustín y hablando de los monjes. «El monje debe obedecer, porque eso es lo que Dios quiere que haga: Que obedezca». Como principio ya no entra en si tiene que obedecer en esto o en aquello. Es la actitud de obediencia, la actitud de pertenencia al rebaño -diríamos en la oveja- la actitud de pertenencia al rebaño y la actitud de dejarse guiar por el pastor del rebaño, la que va a marcar y a configurar la vida del cristiano, como configura la vida de la oveja. Cuando el pastor silva, las ovejas van a donde oyen el sonido y si no es el pastor y es otro el que silva, las ovejas no acuden a la llamada. Cuando el pastor azuza a las ovejas para que arranquen de nuevo después de una parada, las ovejas siguen. Pero si es otra voz no hacen –necesariamente- lo que se les dice. Por eso el Señor también nos llama a descubrir y atender, a buscar y a perseverar en la voz del Pastor. Y la voz del Pastor se alcanza a entenderla más, cuanto mayor es la convivencia con El y cuanto mayor también es la obediencia al Pastor. La convivencia con Dios y la obediencia a Dios.
Hay muchos que dicen que ellos no son capaces de atender la voz de Dios en nuestro corazón y evidentemente es normal. Tampoco yo atisbo a entender la voz del Presidente ruso porque nunca he estado con él. Y tampoco sería capaz de distinguir la voz de alguien con el que no he convivido. Lo mismo pasa con Dios, con el Buen Pastor, si nosotros no convivimos asiduamente con el Señor, ¡qué difícil será para nosotros reconocer su voz!. Pero si nosotros, como las ovejas del rebaño convivimos cercanos al pastor y estamos atentos a sus mandatos a sus silbidos, a sus indicaciones -como la oveja- también llegaremos a buen fin.
Sería muy largo -y desviaríamos del objetivo del día de hoy- seguir observando la conducta de las ovejas. Pero yo os invito a que, con un poco de imaginación, cerréis vuestros ojos, recordéis alguna secuencia, aunque sea en una película y veáis cómo se comportan las ovejas, la una respecto a las demás, y cada una respecto al pastor y al perro pastor. Porque también eso es importante para nosotros. Aprender a ser cristianos cada día. Aprender a actualizar cada día nuestra fe y a vivirla cada día, porque el ayer ya no existe y el mañana no está en nuestras manos. Pero, hoy, sí está en nuestras manos. Ahora, sí está en nuestras manos.
Habiendo recordado y recordando frecuentemente la imagen del Buen Pastor, miremos también la imagen de la que podríamos llamar «la buena oveja».
El Señor habla de ovejas. Y como hemos dicho en muchas ocasiones –curiosamente-, no habla de cabras. Y la Escritura dice: «Los riscos son para las cabras» haciendo referencia a la dificultad de que una cabra viva como una oveja. Por eso el Señor nos pone el ejemplo de la oveja, porque de él podemos aprender. Y por eso El se define a Sí mismo como Pastor de ovejas. Porque El es el Maestro de aquellos que quieren aprender, y está dispuesto para aquellos que quieren aprender. Porque El ama a sus ovejas. 
En especial en este día, oremos especialmente –al igual que en los días sucesivos- para que el Señor provea a su Iglesia de un nuevo Pastor, según su corazón.
Esa debe ser nuestra oración, nuestra intención y esa es nuestra forma de vivir y de sentir con la Iglesia y de participar en estos momentos de la vida de la Iglesia, en el que también nuestra voz se escucha. Se escucha –quizás- no dentro de un cónclave, pero sí se escucha en la plegaria hacia Dios por la Iglesia, para que el Señor le dé un Pastor según su corazón.