Vigilia Pascual, Ciclo A (2005)

Salir a comunicar la vida

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

El Señor se apareció a las mujeres y éstas besaron sus pies. Y le abrazaron.
Es curioso cómo la vida de Jesús -el hecho de la muerte y el hecho de la resurrección-, están realmente considerando nuestra propia historia y nuestro propio caminar. También nosotros a veces -y en ocasiones de manera especial, diría- andamos como cansados y agobiados porque la vida no es como nos gustaría, ni las cosas son como las deseamos. 


También nosotros andamos como las mujeres, como los discípulos: con miedo a los judíos. Tenían miedo a que les quitaran la vida y a que las circunstancias hicieran que continuaran las detenciones y las crucifixiones. Nosotros, por nuestra parte, a veces tenemos miedo al amor, miedo a amar plenamente, miedo a amar sin condiciones, miedo a amar no solamente a los que nos aman sino a amar en cualquier circunstancia.
Estaba esta tarde orando, reflexionando, meditando, como queráis llamarlo, sobre este pasaje de la Pasión de Jesús: «Padre, perdónales». Verdaderamente, necesitamos recuperar desde este día, desde este instante en que celebramos que todo tiene su final feliz, necesitamos recuperar la dinámica del perdón. Un perdón confiado, un perdón alegre, un perdón que es expresión de ese amor que convive con el mundo. Un perdón al mundo por su falta de sentido y un perdón a nosotros mismos por nuestras propias faltas de respuesta. 


Alegrarnos con Dios es partir de una reconciliación: «Dios ha hecho nuevas todas las cosas» y hemos de partir de esta dinámica de la reconciliación que el Señor inaugura con la vida, la inaugura con la vida nueva.
Nuestra sociedad podrá promover la «cultura de muerte» pero nosotros hemos de salir al encuentro de Jesús que ha resucitado y al encuentro del mundo que necesita la resurrección de Jesús. Y necesitamos decirle a Dios: «Señor, perdónales, no saben lo que hacen. Este mundo nuestro ha perdido el sentido pero tú tienes la respuesta porque en ti está la vida, en ti está la esperanza, en ti está el amor y en ti está la paz. Reconcilia Señor a este mundo contigo por la resurrección de Cristo. El es luz en nuestra oscuridad, El es fuerza en nuestra flaqueza. El es gloria y esplendor en nuestra debilidad. Con El somos fuertes, con El estamos firmes, con El estamos seguros». 
El Resucitado salió del sepulcro y llegó al encuentro de los suyos. Salgamos también nosotros al encuentro de los hombres y salgamos también al encuentro de Dios para hablar de los hombres a Dios. Tenemos necesidad de rasgar, de romper nuestro propio sepulcro y salir a comunicar la vida, salir a la vida en que vivimos de manera ordinaria en la casa, en el trabajo, en la calle, en cualquier parte. Llevar a todo el mundo esa luz de Cristo que ha resucitado y que es luz y esplendor de vida para nosotros. Necesitamos afirmar nuestra fe en la resurrección del Señor porque en ella tenemos nuestra propia esperanza, nuestra propia seguridad. 


Nuestra fe no es vana, decía Pablo, porque Cristo ha resucitado y El nos ha dado garantía de vida, garantía de que nuestra vida tiene un final feliz y garantía de que nuestro mundo tiene un final feliz, aunque todo se vea negro, o aunque nada se vea. No importa. Desde un rincón de Galilea, desde un rincón de Jerusalén surgió la luz y la esperanza para nosotros y para todos los hombres: ¡Cristo ha resucitado! Y si El ha resucitado, nuestra fe no es vana. Nuestra fe no es una pérdida de tiempo. Si Cristo ha resucitado, nuestra fe es verdad. Y si es verdad, tiene que garantizarnos, asegurarnos nuestra vida. Tenemos que apoyarnos en el momento de la resurrección de Cristo. En este Cristo resucitado que ha trascendido los cielos, que ha trascendido la tierra y que ha entrado en el Reino eterno y desde allí nunca, nunca nos dejará.


Hoy es un día grande porque hoy se reafirma todo el amor de Dios en nuestra vida. Si en estos días hemos celebrado la entrega de Jesús por amor a los hombres, a cada uno en particular y a todos juntos, hoy celebramos que el amor siempre, siempre tiene descendencia. Siempre deja una huella, siempre marca la vida, ilumina la oscuridad. Y que el amor triunfa sobre el desamor, y triunfa sobre la barbaridad, sobre la necedad, sobre la tontería. Que el amor triunfa sobre la maldad. Porque en Jesús ha triunfado. Y si en Jesús ha triunfado, también triunfará en nosotros. Y si en Jesús ha vencido, también vencerá en nosotros. Porque el mismo Jesús que murió y resucitó es el que está aquí entre nosotros. De momento no podemos verlo y tocarlo, pero dentro de unos instantes podremos verlo y tocarlo en el sacramento de la Eucaristía, en el Pan y en el Vino, en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. 


El está con nosotros y estará con nosotros. Necesitamos volver siempre nuestra mirada a El. Necesitamos descubrir cada día dónde está Jesús en nuestra vida y en nuestra historia. Necesitamos conversar con El porque está junto a nosotros. Su presencia en nuestra vida, gracias a Dios no depende de nosotros. Nosotros seríamos capaces de echarlo a perder. Pero su presencia en nuestra vida depende de El, gracias a Dios. Y El lo ha dicho claramente: «Nunca, nunca te dejaré». Y la resurrección de Jesús es la promesa cumplida. Una vez más la promesa de Dios cumplida para nosotros, pensando en cada uno de nosotros porque cada uno de nosotros necesitamos de Jesús, necesitamos de El. Podemos necesitar muchas más cosas, pero todas las demás podrían faltar. Pero necesitamos de El para vivir, para vivir en la paz. Necesitamos de El para tener luz, para descubrir la Verdad cada día. No la opinión o el decir, o lo que hablan, o lo que comentan o lo que dicen, sino la Verdad. La verdad acerca de Dios y la verdad acerca del hombre. Necesitamos de Jesús para conocerla. Pilatos no supo definir qué era la verdad. Jesús no le dio respuesta porque El es la respuesta. El es nuestra respuesta. El es la Verdad y es nuestra Verdad.


Por eso hoy es un día grande: porque la Verdad ha quedado ratificada y demostrada. Ha quedado evidenciada frente al mundo, plasmada, impresa en la humanidad porque Dios se ha hecho hombre para salvar al hombre y que el hombre pueda llegar hasta Dios. Y hoy se ha realizado el camino de regreso. Con la Encarnación se realiza el camino de venida. Con la Resurrección se ha llevado a cabo el camino de regreso. Ya está abierta la comunicación plena entre Dios y el hombre Ya hay camino de ida y vuelta hacia Dios. Porque Jesús abrió el camino de regreso. El hombre se había apartado, se había «venido desde Dios» -valga la expresión-, se había venido y no tenía fuerzas para volver, no podía recuperar la vida perdida, no podía volver a vivir como en el Paraíso. Jesús hizo el camino de venida hasta nosotros para podernos conducir de nuevo al Paraíso, para podernos conducir de nuevo al Reino eterno, a vivir en amistad con Dios, en intimidad con Dios, en el amor a Dios y a los hombres.


¡Alegrémonos porque Cristo ha resucitado! Demos gracias a Dios que nos ha permitido celebrar su resurrección, conocerla, saber que Cristo ha resucitado. ¡Cuántos quisieran conocerla y no la conocen! Y nosotros tenemos la dicha de saber que Jesús murió movido por su amor loco por nosotros. Murió para conducirnos a Dios, para conducirnos al Reino. Muchos no han tenido todavía la oportunidad de conocerlo y otros no han sabido reconocer el amor de Dios, y, por ello, andan por la vida despistados, distraídos, confundidos, y enredados porque no han conocido el amor de Dios. No han llegado a dejarse empapar como la lluvia empapa la tierra.


Por eso alegrémonos en esta noche, pero como Jesús, rasguemos nuestros sepulcros, salgamos al encuentro del hombre en nuestra oración, hablando a Dios de los hombres y a los hombres de Dios en nuestra vida. Comunicando a los hombres que hay una vida feliz, que es posible al hombre ser feliz en este mundo que parece destruido. Que es posible la vida y la esperanza, que Dios los ama y sale a su encuentro, que Dios cuida de ellos. 
El hombre necesita ser cuidado y amado por Dios. No por otro igual que él, sino amado y cuidado por Dios. Saber que Dios lo quiere, saber que Dios lo ama. Y si nosotros no se lo comunicamos, ¿quién se lo va a comunicar? Si nosotros que hemos tenido y tenemos la experiencia del amor de Dios no se lo decimos, ¿quién se lo va a decir? Es algo que todos necesitan escucharlo de otro, del que está cerca. Porque aunque lo haya oído y lo haya experimentado, necesita recordarlo. Recordar las maravillas que Dios ha hecho, recordar hasta dónde Dios ha llegado en su vida por amor a él. No podemos callarlo. Necesitamos gritarlo tan fuerte como las mujeres cuando volvieron corriendo y María Magdalena y dijo «he visto al Señor». Necesitamos decir: «He conocido el amor de Dios. Dios te ama más que nadie en el mundo».


Y necesitamos también hablarle a Dios de los hombres. Necesitamos hablarle a Dios de los hombres y pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros, que no tome en cuenta nuestro pecado, por que sabiendo las cosas, conociendo el amor, entendiendo la vida, conociendo la verdad, a veces nos dejamos obnubilar por los miedos. 
«No tengáis miedo», decía al final del Evangelio Jesús a las mujeres. Y Juan Pablo II ha repetido incansablemente: «No tengáis miedo». Cuando habla a los jóvenes, hace poco todavía decía: «No tengáis miedo». No tengáis miedo a servir, no tengáis miedo a vivir el amor de Dios, no tengáis miedo a dejaros conducir por Dios, no tengáis miedo a ser obedientes a Dios, no tengáis miedo a hacer la voluntad de Dios, no tengáis miedo a aspirar a la vida, no tengáis miedo a vivir la alegría profunda que nace del corazón, no tengáis miedo a esperar, no tengáis miedo a confiar en Dios, no tengáis miedo a amar de verdad al hermano -al estilo de Jesús-, no tengáis miedo a hablar de Dios a los hombres ni a Dios de los hombres. No tengamos miedo porque sigue siendo la esperanza del mundo y sigue siendo la nuestra.


Que el Señor os conceda una feliz Pascua de Resurrección. Que el Señor os conceda que vuestro corazón sea impregnado por el «suave aroma del olor de Cristo», por la experiencia del Resucitado. 
Que el Señor os conceda que esta experiencia del Resucitado impregne toda vuestra vida y cambie toda vuestra existencia, la cambie por entero y os conduzca conocer y a experimentar profundamente el amor de Dios y a vivir en su paz.