Domingo III Tiempo Ordinario, Ciclo A

Lo importante es estar junto al Señor 

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Is 8, 23b-9, 3; Sal 26, 1. 4. 13-14; 1Cor 1, 10-13. 17; Mt 4, 12-23;

«El Reino de Dios está cerca» y Jesús iba curando enfermos, dando vida, repartiendo salud, dando de comer al hambriento y llamando a unos y a otros para seguirle. 
En este día es importante que centremos nuestra mirada en Aquél a quien seguimos. Es importante que no dispersemos nuestra atención. Es importante que no andemos fijándonos o esperando grandes cosas que puedan llamar o atraer más nuestra atención de lo debido.

Los signos y prodigios del Señor en nuestra vida y en el mundo tienen como razón de ser afianzar nuestra mirada en Jesús, afianzar nuestra fidelidad al Señor, afianzar nuestro seguimiento de Jesús. 
El mismo dijo a los discípulos, a los pescadores: «Venid y seguidme». También a nosotros nos ha dicho, aunque de manera diferente a cada uno: «Venid y seguidme» e igual que los discípulos también nosotros descubrimos las obras de Dios, las maravillas que El realizó -como dice la Escritura- . Y también vamos descubriendo las cosas que Dios va haciendo -a veces a pesar nuestro- en el mundo y en nuestra propia vida. 
Pero no dejemos que nuestra atención se disperse, ni permitamos que nuestra mirada se detenga ante los hechos desacostumbrados de la vida; porque ese tiempo -por decirlo de alguna manera- no estaríamos gozándonos en el Señor, porque en ese tiempo nos distraeríamos del Señor, y podríamos perderlo de vista. 

Porque lo verdaderamente importante es poder no perder de vista la imagen de Jesús y que no se borre ni un instante de nuestros ojos y de nuestro corazón. Porque El es la luz y nosotros la necesitamos para caminar. Todo aquello que contribuye a afianzar nuestra vida, nuestra confianza en Jesús, son importantes, pero no son lo importante. Lo que son aspectos, regalos, ternuras –como diría Sta. Teresa de Jesús-, que Dios nos hace a lo largo de la vida a través de manifestaciones concretas en las que el Señor interviene, es bueno y, si el Señor nos lo regala, será especialmente bueno; pero bueno para conducirnos al Señor. No podemos dejar que nuestra mirada se disperse ni siquiera en las cosas buenas, porque lo importante es estar junto al Señor, lo importante es seguirle a El, lo importante es participar de su amor, de su bondad, de su paz, de su misericordia. Y de todo ello se participa tanto más directamente cuanto más unidos a El estamos. 
Lo importante del regalo no es la envoltura sino el contenido. Lo importante de Jesús es El mismo. Porque El es la vida y la salvación para siempre. El resto de cosas que El nos regala, el resto de situaciones de la vida que El va resolviendo, el resto de cosas que El permite o el resto de cosas que El nos manda, es por nuestra necesidad. Nosotros, por nuestra parte, debemos afincarnos bien en el Señor, unirnos a El, unir nuestro corazón al suyo, nuestra vida a la suya y estar pendientes de vivir con El y en El. 
Y privilegiadamente la Eucaristía sigue siendo el lugar donde nuestra vida puede afirmarse en la vida del Señor, donde nuestra persona puede unirse a la persona de Jesús. Donde su vida se mezcla más con la nuestra y donde la nuestra se une realmente a la suya. 
Hemos de abrir nuestros ojos para contemplar bien a Jesús, para seguirlo bien de cerca, para no entretenernos ni «en los pescados ni en recoger las redes». Si eso hubieran hecho los discípulos quizás Jesús hubiera continuado su camino y les hubiera costado más encontrarlo; pero dice el evangelista: «Ellos inmediatamente, dejándolo todo, lo siguieron». Seamos pues inmediatos en esa búsqueda de la presencia de Dios en nuestra vida, en esa unión con El para participar y hacer participar, para compartir la salvación de Dios, y para que participando de esa salvación de Dios podamos repartirla, hacerla presente en nuestro tiempo, para que como luz también conduzca los destinos de los hombres, también de aquellos que hoy no ven a Dios, de aquellos que hoy lo olvidan, o lo esconden. 
Busquemos ese Reino que está cerca, que está tan cerca como la Eucaristía de nosotros en este mismo instante. Busquemos ese Reino con el que sentirnos uno y sobre todo para que El nos haga uno. Lo nuestro será ser constantes en la oración. La obra, la obra la tendrá que hacer el Señor.