Fiesta del Bautismo del Señor, Ciclo A

El Señor nos llama a inclinar nuestra cabeza 

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Is 42,1-4.6-7; Sal 28,1ª.2.3ac-4.3b y 9b-10; Hch 10,34-38; Mt 3,13-17;

Y Jesús quiso inclinar la cabeza ante Juan para ser bautizado por él: Dios se inclinó ante un hombre. El más grande ante el más pequeño del Reino -como dirá el mismo Jesús- y en ese momento Dios se manifestó en toda su grandeza.
La fiesta del Bautismo de Jesús, entre otras muchas cosas, nos enseña precisamente que Dios se manifiesta en todo su esplendor cuando un hombre es capaz de inclinar su cabeza ante otro. Cada vez que una persona, cada vez que nosotros mismos brilla o aparece o surge más fuerte la humildad, el reconocimiento de nuestras faltas, el reconocimiento de nuestra pequeñez; cuando somos capaces de dejar a los demás pasar delante de nosotros con el reconocimiento profundo de que son superiores a nosotros ante Dios, cada vez que eso ocurre, Dios se manifiesta en todo su esplendor. 
Por eso a nuestro mundo se manifiesta tan poco el Señor 
-podríamos concluir- en muchos niveles, porque parece que el hombre anda buscando los lugares más destacados, los puestos más aventajados, las situaciones más llamativas, ser el centro de los que le rodean, llamar la atención...

En primer lugar el Señor nos llama a inclinar nuestra cabeza, evidentemente, ante Dios. 
¿Por qué? Pues porque El es Dios y nosotros solo somos hombres. Y lo primero que necesitamos hacer es reconocer que somos pequeños, y que necesitamos de El. Pero esto no ya solamente en los grandes momentos, o en los momentos de conversión, sino, al amanecer de cada día. Necesitamos hacerlo porque necesitamos poner todas las piezas en su sitio cada vez que nuestros ojos se abren a la vida. Reconocer que el Señor es el Señor y nosotros somos sus siervos a quienes El ama como hijos, y a quienes El ha elevado a la categoría de hijos.

En segundo lugar, también necesitamos inclinar nuestra cabeza ante los que nos rodean. Aprender el gran don del silencio. A veces ¡nos cuesta tanto guardar silencio! Cuando hay algo que quizás no hemos hecho adecuadamente o que otro considera que no está hecho adecuadamente ¡nos cuesta tanto callar! Nos defendemos de todo sin darnos cuenta de que no tenemos nada que perder.
El Señor inclina la cabeza ante Juan. Y si el Señor inclina la cabeza ante Juan, nosotros podemos inclinarla ante quien sea, pues, por grande que sea la diferencia, no llegará a suponer tanto como supuso realmente que Dios inclinara la cabeza ante un hombre. Y no se trata de que Juan tuviera razón o no tuviera razón, se trata de que simplemente El inclinó la cabeza ante Juan, porque eso es lo que el Padre quería que hiciese.

La llamada de Jesús a la humildad, la llamada del Señor a ceder, a ceder incluso ante lo que es justo, a ceder incluso ante lo que es bueno, a ceder siempre, siempre, para hacer así la voluntad del Padre, es quizás la lección más fuerte de esta Fiesta del Señor. Ceder ante lo que comprendemos y ante lo que no comprendemos, ceder ante lo que el Señor manifiesta o el Señor dice, aunque no entendamos mucho el por qué. Ceder ante lo que dicen los demás, ceder ante todo siempre. Lejos de perder, cuando eso hacemos, estamos ganando. 
Lo que ocurre es que nuestra sociedad eso no conmemora que alguien incline su cabeza ante otro hermano por amor, simplemente porque eso es lo que debe de hacer para amarlo más, para amar más, para crecer en amor. Eso no lo gratifica nuestra sociedad pero sin embargo en el Reino de Dios sí se gratifica. Por eso el Señor nos urge tantas veces a buscar los últimos puestos, a buscar no ser el centro y hoy nos urge a inclinar la cabeza unos ante otros. Pero inclinar la cabeza sin discusión. Sin pensar por dentro: «voy a hacer un gesto de humildad y voy a inclinar la cabeza porque soy muy humilde, soy el más humilde de todos, voy a callarme y voy a inclinar la cabeza y decir que tiene razón». 
Jesús calló, inclinó la cabeza, no discutió en su corazón, no buscó ser considerado, no buscó nada. Simplemente se calló e inclinó la cabeza. Pienso que el Señor quiere que nos demos cuenta realmente de que cada vez que esto hacemos o que esto hagamos, Dios podrá manifestarse en nuestro mundo. En algunas ocasiones lo veremos nosotros, en otras no; pero Dios se manifestará en nuestro mundo. Porque no es en balde que cuando uno inclina su cabeza ante el hermano -no por razón de ser justo o de tener razón o no tener razón. No es eso. No caigamos en el error de buscar hacer las cosas por un criterio de justicia o de bondad. Es simplemente el criterio de hacer lo que Dios quiere que haga. Yo quiero inclinar la cabeza, porque eso ha hecho Jesús, y porque eso me ha enseñado Dios, porque así quiere el Señor que yo viva y porque así alcanzaré la vida. Porque ese es el camino que el Señor me ha mostrado.
El Bautismo de Jesús se convierte así en una fiesta importante no solamente en el marco del Misterio de Cristo, porque a partir de este día Jesús comenzó su predicación sino también en nuestra vida, se convierte en una fecha importante porque el Señor nos enseña a ceder, nos enseña a inclinar la cabeza y eso es lo que más cuesta al hombre aprender. Pero nos enseña algo definitivo que es tan importante para mi vida y que es tan importante para el mundo que cada vez que yo inclino la cabeza ante mi hermano sin ningún criterio más que solamente hacerlo porque es lo que debo de hacer, cada vez que eso ocurre, Dios se manifestará al mundo de alguna manera. 
Se trata de una gran responsabilidad proporcional al amor que Dios siente por nosotros, pues cuando alguien ama de verdad es cuando confía grandes responsabilidades; porque sabe que donde no alcance la ciencia alcanzará siempre el corazón. Por ello el corazón dominará la sabiduría, la inteligencia, incluso la destreza. Por eso cuando uno ama mucho, confía cosas importantes a aquellos a los que ama. Y el Señor nos confía a nosotros algo importante: Manifestarse al mundo. La forma de conseguirlo es inclinando la cabeza ante Dios y ante mis hermanos.