Domingo XXVIII Tiempo Ordinario, Ciclo A

Dios es lo primero para ser feliz 

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

2 R 5, 14-17; Sal 97,1. 2-3ab. 3cd-4; 2Tm 2, 8-13; Lc 17,11-19; 

Al escuchar el pasaje de los leprosos es necesario hacerlo con la voz del corazón, mejor, la voz de Dios que nos habla al corazón. 
Porque, entretenidos –a veces- en las cosas, alteramos el orden adecuado para que nuestra vida funcione bien. Ponemos un orden hoy y quizás otro mañana, dependiendo de nuestro estado de ánimo, dependiendo de nuestra personal situación, llegando a absorber el dicho social tan fuertemente repetido de que todo es relativo, reflejado claramente en el refrán castellano: «En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, sino todo depende del color con que se mira». 
Y eso no es cierto, hay una verdad real y objetiva. No depende solo del cristal con que cada persona mira. Esta verdad objetiva y real que podemos hallar condensada en las enseñanzas de Jesús, que es la Verdad, el Camino y la Vida. Una verdad objetiva que no podemos dejar con la fe reservada al área de lo privado, como pretenden hacer ahora en este tiempo con la fe de la Iglesia.

Y también nosotros a veces disociamos ciertas realidades de nuestra vida, sin tener en cuenta las realidades espirituales. Y sabiendo que Dios es el primer escalón –diríamos-, para el camino de la felicidad, para el camino de la vida, más allá de la muerte misma, sin embargo, muchas cosas llaman nuestra atención más que la fidelidad y coherencia de nuestra fe en el Señor.

Y así también, en cierta manera ocurrió con los diez leprosos. Ellos no pensaron en la gloria de Dios, ni pensaron en que Dios fuera el primero. No pensaron en que Dios era el primer escalón para la felicidad y la vida. Ellos pensaron que el primer escalón para la felicidad y la vida era la salud. 
Dentro de una escala de valores, la pusieron en primer lugar, como afirma la canción popular: «Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor…». Primero la salud, después el dinero y después –en última estancia- el amor.
Pues los leprosos, cuando se dirigieron a Jesús, no descubrieron al Hijo de Dios, no al Señor que venía a salvarlos, curarlos y también salvarlos; porque la salvación de Jesús es global, es salud del cuerpo, del alma y del espíritu. Ellos no percibieron eso, solamente percibieron lo primero: podemos quedar limpios de lepra. Y, ante esto, salieron corriendo y desde lejos le dijeron: «Maestro», y el Señor les dijo: Quedad limpios, «id a presentaros al sacerdote». 

Nosotros no estamos exentos del virus de nuestro tiempo y que abarca casi todas las áreas de la vida del hombre. En la vida familiar y en la educación de los hijos tiene muchas manifestaciones, como lo tiene la pseudo libertad, la pseudo tolerancia, el permisivismo, el perfeccionismo y la cuestión social y económica.
Hay personas muy empeñadas en amasar grandes fortunas para hacer grandes bienes a la sociedad. Después cuando tienen las fortunas no se acuerdan de los bienes que querían hacer. 
Hay personas con una gran generosidad de corazón, dispuestas a servir, a ayudar, (eso no es malo), en el tiempo que tengo libre. Porque «primero –dicen- es la obligación que la devoción».

Siempre andamos dividiendo términos, siempre andamos separando terrenos. Y el Señor nos insiste hoy que andamos equivocados muchas veces, que el primer escalón para ser feliz en esta vida y más allá de la muerte, es Dios. Que si nosotros partimos en todo de Él, nos irá bien. Si no partimos en todo de El, no nos irá bien. Nos podrá ir más mal, menos mal, pero no nos irá bien. 

Porque el primer escalón siempre es el más importante. Pero a veces nosotros nos empeñamos en dar saltos de varios escalones. Sabemos que Dios es el primer escalón, pero muchas personas andamn buscando seguridades materiales, tangibles, palpables... No les es suficiente la fe. 
Sin embargo, el Señor nos dice: «Id al templo y ofreced a Dios lo que establece la ley de Moisés». Lo decía también la palabra del Evangelio en días pasados: «Haced lo que El os diga», como decía María en las bodas de Caná. «Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la pongan en práctica» como respondía Jesús a la mujer que exaltaba a María

Y hoy vuelve a decirles a los leprosos: Sé que tenéis buena intención, pero no estáis haciéndolo bien. Primero comenzad por el principio, «id al templo y haced lo que marca la ley de Moisés». Es decir, poned en práctica la Escritura, poned en práctica la Palabra del Señor, eso es lo primero. No pongáis otras cosas por delante, ni la salud del cuerpo, ni la salud de nada. No pongáis otras cosas por delante, porque si tenéis al Señor, si comenzáis por el principio, podréis seguir subiendo todos los escalones de la salvación y lo tendréis todo. 
Pero –quizás- vosotros pensáis que «Mas vale pájaro en mano que ciento volando», otra falacia de la interpretación de la seguridad popular. 
Y nos ocurre como ocurre a nuestra naturaleza humana, unas veces falla la vista, otras veces falla el olfato, otras veces falla el medio ambiente, siempre falla, algo. Por eso necesitamos el timón donde cogernos, el lugar seguro: el primer escalón. 

Tenemos buena intención como tenían buena intención los diez leprosos: Es bueno querer estar sano de la lepra, es bueno no querer seguir siendo marginados socialmente y recluidos en las montañas despreciados por la sociedad. Como es bueno querer reintegrarse en la sociedad dentro de un marco de salud y de responsabilidad. Pero no comenzaron bien. Por eso Jesús les dijo: “Id a hacer lo que dice la Escritura”. Lo primero es comenzar por el principio. Y todos llevaban buena intención (nosotros también la tenemos). Y ellos comenzaron, se fueron corriendo a hacer lo que decía Jesús, que –en el fondo- era poner en práctica la Palabra de Dios. Y en virtud de esa buena intención la Palabra de Dios comenzó a ser eficaz en ellos. 

No obstante, solamente uno puso en práctica realmente la Palabra de Dios: el que volvió a dar gracias. Los demás, nueve, se quedaron con la buena intención. Y así también nos pasa a nosotros, nos quedamos con la buena intención de hacer bien las cosas. 
Y después decimos: Y ¿por qué no me ha salido esto bien? ¿por qué estamos hoy tan atribulados? ¿por qué no me pasa esto otro? Porque no podemos quedarnos sólo con las buenas intenciones de poner en práctica la Palabra de Dios, hay que hacerlas realidad. 
Este, el único que regresó, regresó para dar gloria a Dios, dice Jesús. Y eso es lo que manda la Palabra del Señor. No solamente de deseo, sino también de hecho. 
Dar testimonio de lo que Dios está haciendo en mi vida. Dando gracias a Dios por ello para que todos los que están alrededor conozcan lo que Dios está haciendo en mi vida, por su mucho amor a los hombres, porque ha ofrecido la vida de Jesús por la de cada uno de los hombres. 
El fue el único que pasó más allá del buen deseo y volvió para dar gracias. 
Y Jesús resaltó lo más importante: Has hecho bien en dar gracias. Porque como dice el refrán castellano:«Es de bien nacido ser agradecido». Has hecho bien en dar gracias, pero lo importante es que has vuelto para que la gloria de Dios sea manifiesta y reafirmar que Dios es tu primer escalón. 

Nuestro mundo sería bastante distinto, si tan solo un puñado de hombres y mujeres como los que estamos ahora aquí, pasáramos la frontera de los buenos deseos de manera habitual, haciendo sólo lo que dice la Palabra del Señor, nada más. Con una gran sencillez porque hago lo que se manda, no me invento nada, el ha dibujado el camino que debo seguir, me ha dado el plano, todas las indicaciones para llegar hasta la Casa de. Yo no tengo ni más ni menos mérito, ni mayor ni menor, El es el que tiene toda la gloria y El es el que ha hecho los planos y el proyecto. Yo tan solo lo estoy poniendo en práctica. 
Y es como dos niños que se quieren mucho, son amigos y compañeros de colegio y uno de ellos le habla a su mamá siempre de su amigo Felipe. Tanto le habló a su mamá de Felipe que, al cabo de tres meses la mamá va a recoger a su hijo al colegio, y el hijo se va corriendo y le dice: ¡mamá, mamá, éste es Felipe!. 
Y lo dice contento, feliz de poder presentárselo a su.

Bueno, cuando nosotros hagamos eso, también nosotros seremos felices al decirle a otra persona: ¡Mira, mira, Este es el Señor!. Y entonces los demás también reconocerán a Jesús. 

En nuestro tiempo, muchas personas andan confundidas y, aunque han oído hablar de Jesús en algún momento, no lo conocen. Por otra parte, a nosotros también nos falta entusiasmo, seguridad, firmeza, contundencia, nos sobran buenos deseos, pero nos falta contundencia, seguridad, radicalidad, firmeza, coraje, valentía. Todos esos valores humanos, cristianos y evangélicos, que –en ocasiones- parece que tengamos un poco olvidados, parece que están un poco marginados. 

Pero si tuviéramos todo eso, si lo viviéramos así, también nosotros iríamos a nuestra madre –cualquier persona- y diríamos: ¡mira, Este es Jesús, Este es el Señor! y entonces a él aunque no lo conociera se quedaría con la sonrisa en los labios, y ese estado de felicidad interior como debe quedarse una madre cuando su hijo le lleva su mejor amigo: ¡mira, mamá, éste es Felipe!. 
Esa es la invitación del Señor con este fragmento de los diez leprosos. Uno volvió porque había reconocido al Señor.

¿Seré yo quién vuelva? ¿Volveré yo? ¿Estoy dispuesto a volver? ¿Quiero superar los buenos deseos, quiero vivir la Palabra del Señor tal cual, con todo el amor hasta que pueda presentárselo a mis hijos con la contundencia, con la firmeza, con la seguridad con que mis hijos me presentarían a sus amigos. A esos amigos que quieren con toda su alma?