Domingo XXVI Tiempo Ordinario, Ciclo A

Fidelidad a la palabra de Dios

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas: 

Am 6,1a. 4-7; Sal 145,7.8-9a. 9bc-10; 1Tm 6, 11-16; Lucas 16,19-31

En la parábola de «El rico Epulón y el pobre Lázaro» se nos plantea simple y llanamente la fidelidad a la Palabra de Dios. Nuestra necesidad de buscarla. Nuestra necesidad de estar pendiente de ella y de no dispersar nuestra mente ni, sobre todo, nuestro corazón en cosas sugerentes y atractivas, pero que, al fin y a la postre, valga la expresión, son menos instructivas.


Muchas veces las cosas de nuestro entorno atraen de tal manera nuestra atención que les dedicamos un tiempo que termina siendo una parte importante de nuestra vida.

El Señor nos dice que lo importante es estar atento a las palabras del Señor para poder vivir en la tierra feliz y para poder vivir feliz en el Reino.

El rico Epulón no tenía esto muy claro pero, sin embargo, su corazón tenía buenas intenciones y nos lo demuestra su petición a Abraham de que envíe a Lázaro a su familia, a sus hermanos «para que ellos no vengan aquí». Nos muestra que tiene buena intención pero que ha andado errado y que todavía no ha entendido lo que dice la Palabra del Señor, la finalidad de esa Palabra de Dios sobradamente comprobada con la resurrección de Jesús. 

Ya no se trata de hacer cosas nuevas ni de que, para que seamos fieles, el Señor tenga que hacer cada día maravillas extraordinarias; sino que el mismo Dios, que hace maravillas todos los días y en nosotros mismos, estando atentos a esa Palabra de Dios y poniéndola en práctica descubriremos las maravillas de Dios y nos daremos cuenta de lo que es la vida feliz en la tierra como en el cielo. 

A veces nos falla esa perspectiva de la Palabra y nuestra fe, nuestra confianza en Dios y nuestra vida languidecen. 
Sin embargo la Palabra está ahí para ser vivida, para ser signo y camino, la Palabra está ahí para ser fuerza e infundir coraje. 
Abraham nos dice que Lázaro recibió en la vida males y Epulón bienes. Ahora bien, este es un criterio humano. No es que sean males ni bienes en sí mismos, porque Dios no discrimina a nadie, sino que lo que recibió Lázaro, para los hombres, puede parecer malo o ser considerado malo, mientras que lo que recibió Epulón puede ser considerado bueno. Sin embargo tanto la bondad como la maldad radican en el propio corazón. 

Frente a la necesidad de saber y poder discernir entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo, este pasaje del Evangelio nos plantea el recurso a la Palabra de Dios y a su puesta en práctica, porque en ella encontramos siempre la respuesta adecuada para la vida, la luz necesaria para el camino. 

La Palabra del Señor nos ayuda a discernir y a diferenciar lo malo de lo bueno, lo que nos hará felices de lo que no nos hará felices. La Palabra del Señor nos ayuda a conocer la voluntad de Dios con claridad y con ello podemos seguir el camino de la vida. 

Volvemos a aquellas palabras de Lucas (11, 28): «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la pongan en práctica». 
El diálogo entre Lázaro, Epulón y Abraham -para nosotros- hoy es un ejemplo simple y sencillo para reafirmarnos que en la Palabra del Señor encontraremos siempre la vida y encontraremos el sentido de lo que consideramos males y descubriremos la razón del por qué y para qué de esas experiencias de vida que a veces no entendemos porque no son comprensibles para nuestra mentalidad.

Porque en la Palabra del Señor siempre encontraremos la respuesta, la orientación, la luz y sobre todo la fuerza y el coraje que nos permita seguir adelante cada día como proyecto de Dios y que nos conduzcan a confiar, esperar y a amar a Dios. Confiar en Él porque en Él está nuestra vida. Esperar en Él porque no hay promesa sin solución.

Necesitamos compartir con Dios el amor que Él nos tiene, para poderlo pasar pronto a aquél que está a mi lado, porque Dios quiere servirse de mi para que el que está a mi lado reciba su amor y se sienta acogido por Dios.