Domingo XXV Tiempo Ordinario, Ciclo A

No puede haber cristianos ociosos

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:

Am 8, 4-7; Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8; 1Tm 2, 1-8; Lucas 16, 1-13

De entre los fragmentos de la Escritura que acabamos de escuchar, quisiera resaltar dos de manera especial.
Primero el de San Pablo cuando dice que «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». 

 


Y el segundo es al final del evangelio: “Nadie puede servir a dos señores a la vez”. 
En la situación de nuestro tiempo, el Señor en primer lugar, nos recuerda y nos urge la tarea y la misión del cristiano. Como decía Juan Pablo II en Croacia: «No puede haber cristianos ociosos, no puede haber bautizados ociosos», porque eso repugna a nuestra propia vocación cristiana, eso repugna a nuestra consagración bautismal, porque «Dios quiere que todos los hombres se salven», por ello nos dijo a nosotros: «Id por todo el mundo anunciando el Evangelio a toda criatura». Y lo que dijo a los discípulos de entonces nos lo dice también hoy a nosotros. La urgencia de conocer el Evangelio no es hoy menos necesaria que en el tiempo de Jesús.
Andamos hoy más confundidos que en tiempos de Jesús porque en aquel tiempo, al menos, no conocían el Evangelio, todavía no había llegado a sus oídos la Palabra de salvación. Sin embargo en nuestro tiempo se da por sentado que no sirve. Y eso sí es un reto para nosotros, eso sí es un brazo de fuerza del Señor.

Es necesario. La misión del cristiano no puede quedar al margen de lo que es la vida propia de cada uno. Una persona no puede inhibirse de la situación del mundo o lamentarse por lo mal que está el mundo, o alegrarse por lo bien que está, y tranquilamente mano sobre mano, esperando, forzando la intervención extraordinaria de Dios, cada día, para poder llegar al corazón de los hombres.

«Dios quiere que todos los hombres se salven» y cada uno de nosotros y cada uno de los cristianos, somos los instrumentos primeros que Dios ha puesto en marcha, que ha dispuesto para que la Palabra del Señor llegue hasta los confines del mundo, como decía Juan Pablo II en un documento sobre la Evangelización a través de los nuevos medios. 
Eso es algo que no podemos olvidar porque forma parte de nuestra vida -o de nuestra ociosidad, como decía el Papa. 
¿Podemos vivir sin ese afán por anunciar el Evangelio, sin ese afán porque todos los hombres se salven, porque todos los hombres conozcan a Dios?. Yo por lo menos no estaría seguro si somos cristianos o no, o solamente, como decía Juan en el Apocalipsis, si somos cristianos o simplemente pasamos por serlo, o tenemos nombre de cristianos, pero como dice el Apocalipsis: «tiene nombre como de quien vive pero está muerto». Tenemos nombre como de cristianos pero no lo somos, porque la esencia de nuestra vida es ese amor apasionado de Dios por todos y cada uno de los hombres. Por eso Dios quiere que todos los hombres se salven, por ese amor diríamos apasionado, por ese amor sin límites, ese amor pleno, ese amor loco de Dios que va a buscar a los hombres donde quiera que se encuentren. Porque Dios quiere que todos los hombres se salven. Y la providencia de Dios para esos hombres quizás seas tú mismo, o yo mismo. 
Por eso la Palabra del Señor, en San Pablo, hoy, nos recuerda ese deseo de Dios a través del cual y gracias al cual nosotros hemos llegado a conocer a Jesús, hemos llegado a decirle: «Sí, Jesús voy». Y gracias a ese deseo de Dios hemos conocido los Sacramentos, gracias a ese deseo de Dios hemos conocido la Palabra, el amor y la vida. 

Evidentemente no podemos esconder este don de Dios debajo del celemín, sino que necesitamos ponerlo bien alto en el candelero para que «alumbre a todos los de la casa» y descubran la grandeza de ese amor loco de Dios por los hombres.
El evangelio nos insiste en algo muy simple. No puede haber un cristiano light aunque muchas veces nuestro tiempo trate de crear un cristiano de estilo New Age, un cristiano light que vive sin grandes responsabilidades, sin grandes compromisos porque en el fondo se sirve a sí mismo. No es posible. No podemos servir a dos señores a la vez. Es decir, no podemos vivir a medias. No podemos al mismo tiempo «darle la mano la Dios y al diablo», como dice la sabiduría popular. No podemos al mismo tiempo hacer lo que conviene según Dios y hacer lo que nos apetece, si no conviene según Dios. No podemos ser cristianos light ni puede haber cristianos a medias porque eso no es ser cristianos.

Servir a Dios, servir a un solo Señor es vivir en profundidad la dimensión del amor y dejarnos conducir por Dios donde quiera que Él nos conduzca, donde quiera que Él nos lleve. 

No podemos ser cristianos y andar dando vueltas como si fuéramos paganos. No podemos pensar como paganos ni sentir como paganos porque hemos sido ungidos por Dios para ser dichosos, felices y transmisores en nuestro tiempo del amor de Dios por los hombres.
Y ese servir sólo a Dios, que nos propone Jesús en este fragmento del evangelio, quiere decir vivir en plenitud, vivir desde dentro y vivir hasta dentro; vivir el amor que es el que nos salva y es el único que puede dar una respuesta a nuestro mundo. 
Y vivir desde dentro, lo que sea, todo, todo lo que la vida nos va ofreciendo y el Señor va respaldando. Todo aquello que el Señor va poniendo en nuestra vida y en nuestra historia. Puede ser un momento dichoso o puede ser un momento tenso. Lo mismo da una cosa que otra. ¡Vivir! Si vives, vives, y lo vives en cada instante, te duela la mano o te sonría la mirada. Si vives, vives y si vives todo te contribuye para el bien. 
Porque, como afirma san Pablo: «Todo es para el bien de aquellos que aman a Dios». Y es cierto. Es posible que hoy me cueste subir una escalera, pero mi mente no alcanza a comprender muchas cosas y, como «todo es para bien de aquellos que aman a Dios» yo vuelco mi amor ahí y Dios vuelca el suyo, mi desmedida con su gran medida, con su Ser desbordante, y sabiendo que «nunca el Señor nos manda donde su brazo no nos puede sostener». 
Y esto es referido a absolutamente a todo en la vida. Dios no nos manda donde su brazo no nos pueda sostener. Y si nos hace subir una cuesta es porque Él va a darnos lo que nos falta, si es que nos falta. Porque el Señor siempre te da lo que no tienes, siempre te da lo que te falta, porque Él es el Padre que lo primero que ha hecho es optar por el hombre, optar por ti, optar por mí, porque nos quiere más que a nada en este mundo, y estará con nosotros, por citar un párrafo más, «aunque nuestro padre y nuestra madre nos abandonen». 
Cuando has conocido al Señor puedes entender este fragmento del Evangelio, esta invitación de Jesús a ser, como decía Pablo VI a los contemplativos: «ser lo que sois». Porque lo más importante de la vida del cristiano realmente es ser quien es. Trabajará de aprendiz en un taller, o trabajará de director general de una multinacional. Eso no es importante. Lo importante es ser quien soy. Alguien a quien Dios ama y alguien que ama a Dios. Qué más puedo pedir, qué más puedo buscar. 

Por eso la lectura del evangelio, en este tiempo nuestro, viene a marcar más fuertemente nuestra identidad: No servir a dos señores. Sé quien eres. Sigue a Dios, ama a Dios, vive en Él, con Él, para Él, en Él, como el pez en el agua. 

Y es evidente, está claro, que cuando el Señor nos marca unos procesos no podemos hacer nada mejor que seguirlos y poner en ello nuestro empeño. Quizás sea lo único que tengamos, lo único que podamos poner, empeño, empeño en llegar al final, empeño en llegar a donde nos espera el Señor, empeño en llegar... porque el resto ya le corresponderá a Dios. 

Hablando con una persona, le decía: Llevamos cinco años de televisión, pero si una persona ha logrado encontrar al Señor, reencontrarlo o ha logrado ver una luz en su vida que le lleva ante Dios, ya tenemos un balance de altos beneficios, ya podríamos cerrar la emisión, porque ya se habría conseguido ese objetivo: que alguien encontrara a Dios. Uno ya vale más que cincuenta mil años de televisión, porque ese amor ya comienza a brotar y eso ya no se detiene.

Asi pues, pongamos la mano en el trabajo. Tengamos clara nuestra misión: anunciar el evangelio, trabajar, hacer presente la salvación de Dios... Todo ello tiene muchas facetas. La primera y quizás, a veces, la más importante, porque es la que va a soportar todo, que vivamos en Dios, que estemos con Él, que seamos siempre y sólo en todo para Él y así vivamos en Él porque ahí nos encontraremos. Ese será el soporte de la Iglesia, ese será el soporte de nuestra vida y desde ahí Dios nos conducirá por el mejor camino.
Una vez puesta en práctica la vida y la misión, hay que ser lo que se es. Ese es el gran don del Señor para el cristiano en este tiempo. ¡Ser lo que sois! ¡Ser cristianos!