Domingo III de Adviento, Ciclo A
Sembrar esperanza

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:  

Sof 3, 14-18a; Sal Is 12, 2-3. 4bed. 5-6; Fil 4, 4-7; Lc 3, 10-18 

Dos maneras diferentes hay de afrontar la vida y las dos emergen de las lecturas que hoy nos ofrece la Iglesia. Una, la de aquellos que andan más preocupados por los desórdenes que hay en el mundo y otra la de aquellos que andan más ocupados en la Buena Nueva, en aprender a vivir en cristiano.

Lo más fácil evidentemente siempre es mirar los desastres que hay a    nuestro alrededor, ver los desórdenes que nuestra sociedad está llevando adelante como si fueran cosas naturales.

Pero sin embargo la Palabra del Señor -tanto las lecturas como el evangelio-, nos hacen un llamamiento fuerte, sereno y firme para vivir pendientes de esa obra que Dios está haciendo en el mundo, aunque no la veamos con los ojos, pero que eso no quiere decir nada, sino que Dios está haciendo las obras al margen de la capacidad de nuestra mirada. Si el Señor hiciera las cosas de manera que nosotros pudiéramos verlas, cotejarlas, analizarlas... la mayoría de las veces nos quedaríamos –como dice el refrán castellano- «dormidos en los laureles» y eso no es lo que Dios espera de nosotros. El Señor nos propone una mirada optimista, una mirada de esperanza, una mirada de alegría al mundo. No tanto a lo que sucede cuanto al mundo en sí mismo, a las personas en sí mismas. Porque sabemos y tenemos la certeza por la fe, de que por negro que sea nuestro presente, Dios nace para trasformarlo. Dios nació para hacerlo nuevo. Dios se hizo hombre para redimirlo. Y ahí radica la fuerza del cristiano, de la confianza, de la seguridad en Dios, la fuerza de creer firmemente aquello que Dios ha dicho y hecho.

Quien así vive, evidentemente –como dice la segunda de las lecturas- está alegre y siempre se exhorta a sí mismo a permanecer y a ser más alegre todavía, porque la Buena Noticia de la Salvación ha llegado a los hombres y sigue llegando a los hombres.

¿Qué hay muchos que no escuchan? Pero el problema, lo que debe ocuparnos, no es que haya muchos que no escuchan, sino que hay muchos que necesitan escuchar. Lo que debe llenar nuestro corazón de esperanza es saber que «Dios quiere que todos los hombres se salven». Y si estamos en tiempos difíciles, el Señor hará cosas difíciles para que los hombres de nuestro tiempo alcancen también la salvación de Dios.

Quizás una de las cosas más difíciles que Dios tenga que hacer es cambiar nuestro pesimismo ancestral en un optimismo creyente. Pues a veces sí, porque a veces hay muchos cristianos, personas entregadas a Dios que siguen pendientes de las «malas noticias del mundo»: siguen comunicando los episodios de la violencia doméstica, los desastres ocasionados por los terremotos, los tsunamis y los maremotos... siguen publicitando las desgracias de los accidentes de vehículos, en lugar de publicitar el don y la misericordia de Dios.

Es curioso observar como nuestra sociedad publicita lo  negativo, lo destructivo, porque de esa manera frena y corta la esperanza del hombre. Lleva al hombre a un pesimismo ancestral y, en esas situaciones, es el mal el que se mueve. Y a veces también utiliza a cristianos piadosos para mover esa tempestad, esa desesperanza.

El Señor nos mueve a ser hombres de esperanza. Hombres y mujeres que lejos de hablar de lo malo ocupemos nuestro tiempo en hablar de lo bueno. Que lejos de pensar en lo malo ocupemos nuestro tiempo en pensar en lo bueno. Y sobre todo, que lejos de pensar lo que ocurre en el mundo pensemos en Dios que es el Salvador del mundo.

El Señor nos da una parte de su arcilla para que con nuestras manos también la amasemos y aportemos nuestra obra, pero en verdad hemos de estar con los ojos muy abiertos y con lo oídos muy abiertos para no dejarnos engañar por los avatares de este mundo ni por las situaciones que en este mundo crecen y que van destruyendo la vida humana desde su concepción hasta la misma muerte.

Hemos de estar muy atentos porque es muy fácil caer en la tentación del enemigo y escuchar unas noticias en una televisión comercial y salir comentando: ¡Fíjate qué desastre, tantos muertos, no sé a donde vamos a parar! y ¡esta familia destruida y aquél que ha golpeado a su esposa, a su esposo, a sus hijos! ¡y fíjate qué desastre, todas las noticias son iguales!. ¡Es que esto es horrible!...

Y nosotros, cada vez que hacemos ese comentario, estamos contribuyendo a la oscuridad del mundo. Y eso es lo que pretenden también los medios y es también sobre todo lo que pretende el enemigo: coger al hombre en la capa de depresión profunda, donde ya no tenga esperanza y entonces sea un muñeco en manos de las pasiones o en manos de los intereses.

Estad alegres. Tened esperanza. Crear, vivir y sembrar la esperanza. Pero las palabras se siembran con las palabras. No ya solo con los hechos. Sobre todo con las palabras. Y son las palabras quienes refrendan los hechos.

Que el Señor no nos encuentre cuando nazca ocupando ningún espacio de nuestra vida, de nuestra palabra, de nuestro pensamiento  siendo trasmisores de malas noticias. Ni siquiera a tu esposo, a tu esposa o a tu hermano, a tu hermana o quien está a tu lado.

Que el Señor nos encuentre siendo trasmisores de esperanza y que, de aquí al día que nos encuentre el Señor, no haya en nosotros ningún momento en que sembremos desesperanza. Que no cedamos a la insinuación del enemigo y a la tentación de caer en la rueda de la desesperanza o en la rueda de los sembradores de desesperanzas. Dirigiremos nuestra sensibilidad para que no se sienta herida si alguien nos corrige por ello. Si alguien nos dice: Pero ¿tú no eres sembrador de esperanza? ¿Por qué me cuentas tantas historias de las malas noticias. Cuéntame las buenas, que esas son las que yo necesito escuchar. Porque desesperanzas ya tengo yo bastantes, flaquezas ya tengo muchas, falta de fuerzas y caídas también. Háblame de la esperanza. Háblame de lo bueno que es posible hacer. Háblame de lo bueno que Dios hace. No me pongas más sacos pesados, más cargas pesadas en mis espaldas. Y cuando el Señor venga nos encuentre habiendo hecho nuestra tarea. La tarea que El nos ha encomendado hoy de estar alegres y sembrar esperanza.