Domingo II de Adviento, Ciclo A
Llevar la salvación de Dios

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:  

Bar 5, 1-9;  Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6;  Fil 1, 4-6. 8-11;  Lc 3, 1-6 

Al escuchar las palabras del Evangelio podemos imaginarnos la gran construcción de una gran autopista: cómo van allanando los terrenos, van allanando las colinas, van rellenando los valles hasta dejar el trazado de la autopista recto y bien en condiciones para que los que viajan de un lugar a otro puedan llegar a su destino en buenas condiciones.

Pero también esa es la tarea que corresponde al cristiano, a aquel que confía en el Señor, que busca al Señor su Dios, y que pone en Dios su confianza. Su tarea será, pues, allanar los caminos de la vida, los caminos del mundo, quitar las dificultades y rellenar los huecos para que el hombre pueda abrirse a la acción y a la Palabra de Dios. Y esto, que en lo espiritual tenemos muy claro en la mente en lo que se refiere al uso privado, a veces no sabemos quizás como hacerlo en la vida pública, en la convivencia con los demás.

Pero lo cierto es que se nos ha confiado la tarea y, de la misma manera que en este primer momento fue Juan el Bautista el llamado para preparar esos caminos del Señor, hoy nosotros somos aquellos a los que el Señor quiere entregar la tarea de preparar esos caminos al Señor, a través de la palabra, el gesto, la actitud vital, la relación con los demás... de manera que todos descubran la Palabra, que mueva su corazón al cambio. La Palabra que mueva su corazón a descubrir que hay algo más importante de lo que ellos consideran. A descubrir que hay cosas por las que vale la pena dar la vida. Y para que los hombres puedan descubrir y entender que viene hacia ellos la salvación de Dios.

El Señor no nos llama a ser espectadores de una transformación del mundo sino a ser estrechos colaboradores de esa transformación del mundo. No nos llama a sentarnos -como antiguamente- en una silla en medio de la calle cuando iba a pasar la procesión del Corpus o cuando iban a pasar las procesiones de Semana Santa y nosotros permanecer sentados en la silla, en la calle sobre la acera, con un corazón muy devoto sin duda ninguna. Nuestra sociedad ha desandado mucho el camino recorrido y hoy se hace de nuevo necesario en el mundo una intervención semejante a la de Juan el Bautista: preparar el camino para que el Señor llegue al corazón de cada uno de los hombres. Y eso en la vida cotidiana, incluida la vida de relación con uno mismo, muchas veces. Porque en nosotros mismos tenemos que preparar también nuestro corazón para que Dios pueda llegar a él. Tenemos que debilitar nuestra tozudece, nuestras cabezonerías, nuestras obcecaciones, nuestros egoísmos... todo aquello que de hecho está suponiendo un obstáculo para que el Señor llegue a nuestra vida.

Pero no podemos quedarnos ahí, aunque seamos parte de una sociedad hedonista donde lo que importa es el propio yo, el cristiano por su propia identidad necesita salir de sí mismo y llevar la salvación de Dios, subir los caminos, allanar las colinas, rellenar los valles, vencer –en una palabra- las dificultades sociales para que la Palabra la salvación de Dios llegue al corazón de los hombres.

Y lo dice san Agustín –conviene recordarlo de nuevo- :«Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti». Dios que creó el mundo y el hombre sin nosotros no quiere que su salvación llegue a los hombres sin nosotros. El cuenta con nosotros para que rellenemos los valles y desmontemos las colinas. El cuenta con nosotros para hacer esa remodelación de la vida que quiere plantear al hombre para que éste se salve, para que viva con Dios en la tierra y goce con Dios también en el reino eterno.

Por eso el Señor nos recuerda hoy la tarea de Juan cara a la preparación de la Navidad. Nos la recuerda para que tengamos una mirada a más largo plazo, para que lo asumamos a lo largo de todo este año en el que el Señor va a seguir con nosotros a través de su Palabra alentando nuestra vida y construyendo nuestra casa. Nos lo dice ahora al comienzo del año litúrgico para que al final de este año, allá en el próximo mes de noviembre del año próximo podamos decir al Señor: Señor, he hecho lo que me has mandado. Como lo hizo Juan el Bautista. El Espíritu –dice- movió a Juan. También el Espíritu nos mueve a nosotros. Necesitamos ser movidos por el Espíritu y necesitamos ser obedientes a la acción del Espíritu. Ser obedientes por sí, porque es el mismo Espíritu el que nos lo dice y nos lo propone. Es el mismo Dios quien nos confía una tarea. La de llevar a los hombres la salvación de Dios.

Evidentemente no vamos a pensar –como hemos dicho otras veces- en los hombres que están en la India o en Nueva Zelanda, en las Antípodas. La llamada de Dios es para que preparemos el camino para El poder llegar al corazón de los hombres que están próximos a nosotros. Los que están en nuestro entorno, pertenecen a nuestra familia, los que están a nuestro alrededor, los que están en nuestro mundo, en el mundo en el que nos movemos, esos que tienen nombres y apellidos que nosotros conocemos bien, que están ahí próximos a nosotros, aunque a veces no los conozcamos tan bien. Pero estos son los hombres a los que hay que allanar el camino para que Dios llegue a sus vidas, esa es nuestra tarea, esa es nuestra responsabilidad, ese es un signo preclaro de cuánto Dios nos ama que nos confía una tarea para El de tanta importancia: llevar la salvación de Dios a los que están próximos. ¡Cuanto ama a aquel que confía una responsabilidad, una tarea tan hermosa! ¡Y cuanto confía en nosotros cuando nos da esa tarea!

Respondamos pues al Señor con generosidad y sin detenernos porque –como dice el evangelio- el tiempo pasa, la vida pasa muy rápida, y nosotros lo constatamos cada día. El tiempo vuela, el hombre necesita, la necesidad del hombre es cada vez más imperiosa, no nos demoremos, lancémonos confiadamente en el Nombre del Señor.