Viernes, Octava de Navidad. Ciclo A

Vivir en paz y ser pacificadores 

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:

1Jn 2, 18-21; Sal 95, 1-2. 11-12. 13-14; Jn 1, 1-18

Cuando miras el tiempo en que vivimos y descubres los grandes desórdenes, la rebelión de nuestra naturaleza, quizás es cuando más nostalgia se puede llegar a sentir de aquellos tiempos en que la naturaleza y el hombre vivían en paz con Dios.

Cuando los diversos portavoces te van dando referencias de las muertes y desastres en Oriente con motivo de huracanes, maremotos, terremotos... Vuelves tu mirada y no puedes sino pensar, que si no hubiéramos hecho olvido de Dios, si nuestro mundo no hubiera tratado de olvidar a Dios, olvidando todas las leyes de la convivencia, de la justicia, de la paz, del amor, de la concordia y del reparto equitativo de bienes, la naturaleza tampoco se rebelaría. 
Pero el grito actual de la naturaleza tiene resonancias del grito de los que sufren porque de alguna manera los últimos acontecimientos, desórdenes naturales, nos llevan al recuerdo de que, al fin de cuentas, quien sufre todos los desórdenes siempre, siempre, son los pobres, siempre son los que carecen de recursos, siempre son los que no tienen un lugar estable, una vida estable, segura, tranquila. 
Y nos lamentamos de que los desórdenes de la naturaleza desemboquen siempre en desastres para los pobres, pero olvidamos que los desórdenes de nuestros políticos de países avanzados, los desórdenes de los economistas, de todos aquellos que detentan el poder de la economía, el poder de la sociedad o el poder de la política también redunda siempre en perjuicio de los pobres. Lo que ocurre es que no nos es tan escandalosamente visible. 
Pero cuando el hombre olvida sus acciones y cuando el hombre olvida sus responsabilidades, la naturaleza las reclama. Y la naturaleza reclama a nuestro tiempo el desorden que el hombre ha constituido en nuestro mundo.
Sí, es cierto, ahora multitud de ONG, multitud de gobiernos, multitud de naciones, toda la Iglesia se ha volcado en la ayuda a estas gentes que sufren. A los que viven, -porque el precio de vidas humanas también ha sido muy alto-. 

Todos los medios nos abundan, sobreabundan con noticias, fotografías, reportajes, pero desgraciadamente no ocurre lo mismo en el quehacer cotidiano cuando es el desorden de los hombres el que provoca los mismos desastres en la vida social en nuestro mundo.
La naturaleza hoy abre un camino a la reflexión: Enmendarnos en este año nuevo. Que los hombres reflexionemos de hasta dónde somos capaces de llegar, cuando hasta la misma naturaleza denuncia el desequilibrio del norte y del sur, del primero y el cuarto mundo o el tercer mundo. Ya, como que uno pierde la cuenta de cuantos mundos tenemos. El desequilibrio entre los países ricos y países pobres y aún dentro de un mismo país, el desequilibrio entre los que tienen poder y los que no lo tienen, cualquiera que sea la raíz de ese poder.
La naturaleza en este final de año 2004 e inicio de este 2005, grita al hombre la pérdida de su humanidad. Nos lo muestra haciéndonos patente ante nuestros ojos la muerte y el sufrimiento de muchos hombres. 
No es que nosotros podamos resolver los problemas de la humanidad, evidentemente. Ni podemos resolver los problemas de Oriente, de las catástrofes y desastres que allí están ocurriendo, de las familias destrozadas, de los muertos, de los heridos. No podemos hacer, desgraciadamente, casi nada o nada, más que rezar. 
Pero sí podemos hacerlo todo en nuestra vida cotidiana, porque también tenemos unas responsabilidades diarias que asumir ante Dios y ante los hombres. Y esas, esas, también podrían ser denunciadas si nosotros no las atendemos. Esas también podrían ocasionar desastres humanos si no las atendemos: Son nuestras responsabilidades. 
Es nuestro el mandato recibido de vivir en paz y de ser pacificadores, en el medio en que vives, en donde estás, con las personas con las que diariamente tienes que afrontar y enfrentar la vida. Las que encuentras en la calle o en casa o las que van de acá para allá cuando tú también vas de acá para allá. 
Nosotros tenemos también una tarea que cumplir, de amar a los demás con el amor de Dios, de ser para los demás lugar de descanso, de ser para los demás un puesto de esperanza, una luz pequeña, pero luz a fin de cuentas, en medio de la noche.
No podemos remediar los males del mundo, pero sí podemos iluminar la vida que nos rodea, sí podemos pacificar el mundo que nos rodea y amar a los que nos rodean. 
Si en este año lo alcanzamos, nuestro mundo habrá ganado un punto en paz, habrá ganado un punto en favor de la vida, habrá ganado un punto hacia la justicia y hacia la verdad. No habremos resuelto los problemas del mundo, pero habremos resuelto los de nuestro mundo, el que sí está a nuestro alcance. 
Y si todos hacemos lo mismo, si todos hiciéramos lo mismo, la naturaleza no se rebelaría porque volvería a vivir en paz consigo misma y con los hombres. Ahora vive sufriendo los odios de los hombres, sufriendo las desavenencias, las disparidades, el afán de poder de los hombres. 
Comencemos este año nuevo y hagamos de él un año de paz, un año de esperanza, un año de alegría, un año de gozo, frente a todos aquellos profetas de males, agoreros que quieren ver un juicio, una condena. Miremos una misericordia y una posibilidad de conversión para nuestro mundo, para nuestro tiempo. Aguardemos esa alegre noticia que nos fue anunciada hace unos días en la celebración del Nacimiento de Cristo. Nos ha nacido un Salvador que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (2 Tm 2,4). 
Hagamos de este año, un año de paz, un año de gozo, un año de buena noticia para nosotros y para todos. Que éste sea un año donde el hombre pueda acercarse a Dios antes de olvidarlo. Fortaleceos unos con otros en el amor, en la paz y en la concordia, y eso será, y será verdad si cada uno de nosotros lo hace en su entorno, en ese pequeño mundo en el que vivimos, pequeño, pero como dice el refrán castellano: «Un grano no hace granero pero ayuda al compañero».