Domingo XXIX de Tiempo Ordinario, Ciclo B
Vivir para los demás

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:    

Is 53, 10-11; Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45

¡Cuantas veces tendrá el Señor que repetirnos que el principio del amor cristiano es el servicio a los demás!

Parece que nuestra sociedad ha olvidado todo y ha convertido al ego en el centro de todo y donde eso mismo ya se está viviendo con fuerza, impidiendo o buscando impedir la obra de Dios. Sin embargo, el Señor no se cansa de repetirnos y recordarnos que la clave de la vida es vivir para los demás. La clave del amor es estar disponible para todos, siendo el servidor del mundo.

Parece que nuestro tiempo ya se ha olvidado de la enseñanza de Jesús. Y, lógicamente, cuando el hombre se revuelven con su propia historia, se encierra en sí mismos, y pierde la perspectiva de los demás...  se convierten poco menos que en enemigos de todos. Porque se ha perdido el prisma de la verdad, el sentido del ser humano.

El hombre está hecho para amar y, sin embargo, se quiere convertir en el centro de las atenciones de todos los demás esperando que todo gire en torno a él. Como consecuencia nuestro mundo se siembra multitud de conflictos personales, multitud de problemas que se van ubicando en el corazón del hombre hasta que le bloquean y le impiden la vida. Todo esto porque ha cambiado la dirección del rumbo de la vida humana: el hombre, que ha sido creado para amar y para hacer de su vida un don para los demás, se convierte en aquel que reclama ser amado en totalidad como si fuera el centro del universo. En ocasiones, incluso queriendo ocupar en el corazón del otro el lugar que solamente Dios puede ocupar.

El individualismo de nuestro tiempo -Jesús nos lo recuerda hoy- es una grave enfermedad que el cristiano tiene que evitar y de la que tiene que alejarse. Porque como toda enfermedad no avisa, sino que se va inoculando en el ser humano engañosamente, subrepticiamente. Por ello el Señor, hoy, nos recuerda que el cristiano debe apartarse y afirmarse en el servicio a los demás y en el amor al prójimo porque es la única fuerza que le llevará a la vida, que le ayudará siempre a construir su vida junto a Dios y al mismo tiempo también es el único antídoto contra el individualismo imperante en este tiempo.

«El que quiera ser el primero -dirá Jesús- que sea el último, que sirva a todos». No dice en absoluto, ni en este ni en ningún pasaje del Evangelio que el hombre sea el centro del universo. Porque nada gira en torno al ser humano, todo gira en torno a Dios y el ser humano no puede ocupar el lugar de Dios, ni puede ser el centro de atención de todos, ni puede ocupar el pensamiento de todos, ni puede estar centrando la vida del mundo. Después de Dios, solamente el bien de la humanidad, solamente el bien del hombre es el interés real a todos los niveles de la vida humana.

Si los políticos buscaran de verdad el bien de los hombres -para quienes supuestamente ejercen la política-, nuestras ciudades vivirían en paz y habría más sosiego y el hombre viviría de manera muy diferente.

Si los políticos de nuestro tiempo cuidaran más de los pueblos que regentan, habría menos pobreza y más reparto equitativo de los bienes. Y unos pueblos colaborarían con otros y nadie buscaría liderar ninguna causa particular sino que, de verdad, entonces el cuidado por el pueblo se convertiría en aquello para lo que nacieron los políticos.

Si en nuestra vida personal viviéramos más pendientes de los demás, viviríamos bastante más en paz. Si viviéramos buscando cómo servir a los hombres, buscando cómo hacer que los demás vivan felices... viviríamos mucho más en paz, porque sembraríamos amor.

Pero cuando la tentación del individualismo se aferra a nuestro corazón, crece el orgullo, la soberbia y la convicción de que cada uno es el centro del mundo. Y Dios, automáticamente, va quedando relegado a un segundo, tercer, cuarto plano hasta que por fin, la persona que tiene ese conflicto, no ve a Dios porque ha bloqueado su capacidad y solamente le resta verse a sí mismo. Ha cambiado la dirección de su mirada.

Por eso el individualismo del que nace el orgullo, el egoísmo, el egocentrismo en nuestro tiempo se ha convertido en la más grave enfermedad del hombre. Porque -como decía el papa Pablo VI- el enemigo ha logrado convencer al hombre y ahora todo eso es normal. Ha logrado convencer al hombre de que el individualismo, el orgullo, el egocentrismo, que el individuo, sea el centro de la vida humana, ha logrado convencer de que eso es así y entonces ahora el hombre ya cree, ya vive la convicción de que eso es verdad y no se da cuenta de que es un engaño.

Por eso Jesús nos recuerda la necesidad de mirar al Señor. Y la necesidad la necesidad de servir al hermano, porque así lograremos ver a Dios (cfr. 1 Jn 4). La única manera de encontrarse con el Señor es salir de uno mismo, olvidarse de sí y comenzar a vivir en el amor. ¡Ahí sí que te encuentras directamente con Dios!

Por eso el Señor nos recuerda que el hermano es el pórtico que nos conduce a Dios, y el servicio al hermano es el pórtico que nos conduce a la vida, a la verdad, al amor. Cuando el hermano deja de ser hermano porque lo considero enemigo, desaparece el amor de mi corazón y entro en el círculo vicioso del egoísmo, del individualismo y voy perdiendo la vida paulatinamente. Y así pasa en nuestro mundo, va perdiendo la vida paulatinamente.

El hombre crece en conflictos. La sociedad crece en divergencias, en conflictos, en agresión a la identidad de la persona humana y todo se va considerando normal. Y es normal porque a Dios se le ha apartado del corazón del hombre  y del corazón de la sociedad. Y es normal que pasen esas cosas cuando a Dios se le aparta del centro de la vida humana. Por eso es urgente y necesario que nosotros en este pequeño rincón del mundo afirmemos fuertemente nuestra misión en Dios a través de nuestra entrega, de nuestro servicio al hermano. Solamente eso podrá darnos luz y solamente entonces podremos ser luz en medio del mundo donde el Señor nos ha colocado.