Domingo XXXI Tiempo Ordinario, Ciclo A

Dios sale a nuestro encuentro 

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones breves a las lecturas:

Sb 11,23-12,2; Sal 144,1-2.8-9.10-11.13cd-14; 2 Ts 1,11-2,2; Lc 19,1-10.

El Señor nos da tres toques de atención a través de estas tres lecturas.
En el Evangelio lo que queda muy patente es que Dios sale a nuestro encuentro. No es que
vayamos nosotros al encuentro del Señor, es que El sale a nuestro encuentro.



Nosotros vamos a contemplarlo y queremos verlo, pero nuestra pequeñez, nuestra debilidad, nuestra
flaqueza, en muchas ocasiones, nos impiden ver al Señor.
No es que seamos pequeños de estatura como Zaqueo, pero sí somos pequeños de corazón y
andamos muy ensimismados y preocupados por tantas cosas, que si el Señor no nos pillara el vuelo,
como se dice en términos coloquiales, pasaría de largo y no lo descubriríamos.
Es el Señor quien, también, viene a nuestro encuentro, porque «ha llegado la salvación a esta
casa», nos dirá Jesús a nosotros a través de las palabras que le dirigió a Zaqueo.
Pero la iniciativa es del Señor: El nos amó primero y llevó a cabo la creación, El nos amó primero y llevóa cabo la Encarnación y la Redención para que –como dicen los Santos Padres- «pudiéramos ser Dios». 

No se anda con pequeños proyectos, El pretende que podamos recuperar lo que habíamos
perdido. Pero siempre la iniciativa sale de El, es El quien ha venido a nuestro encuentro, quien ha llegado a tu vida, te ha mirado a los ojos y te ha dicho: «Y tú ¿de qué vas?» para ver si nos damos cuenta de que la vida es algo mucho más hermoso de lo que estamos pensando y de lo que estamos viviendo y mucho más grande de lo que el hombre puede imaginarse.
El ha llegado a nosotros y de la misma manera que le dijo a Zaqueo: «Baja que hoy voy a tu casa»,
el Señor viene en nuestra búsqueda, a nuestro encuentro allá donde estamos para darnos la
Palabra de la Vida. Por eso en la primera de las lecturas el Señor nos propone descubrir la belleza
de Dios, descubrir el rostro de Dios en todo cuanto existe.
Porque todas las obras de un artista llevan definitivamente la impronta misma del artista. Todas
las pinturas llevan la impronta del pintor. La Sagrada Familia de Barcelona lleva la impronta de Gaudí y por mucha imitación que están tratando no están consiguiendo el mismo espíritu. Porque tampoco es el mismo espíritu el que alentaba el corazón de Gaudí que el que alienta posiblemente el corazón de los hombres que están llevando a cabo la terminación de la obra.
Por eso el Señor nos llama a buscar el rostro de Dios en la impronta de la Creación, en todo lo que vemos, sea bueno o sea malo, porque también en lo malo se encuentra el rostro de Dios, porque siempre detrás de lo malo hay un buen corazón, siempre detrás de lo malo hay una ternura, una dulzura, un ofrecimiento.
Uno puede ser un fanático, o puede ser lo que sea y puede hacer muchas barbaridades, pero en la mayoría de ellas hay algo que en el fondo, engañado, él piensa que es bueno.
Y es que la impronta de Dios se encuentra en todas las cosas, como también se encuentra en nuestro corazón.
Hemos aprendido de El a querer a la gente o a querer a uno nada más, bien, o a querer a tu padre o a tu madre nada más, bien.
Has aprendido de Dios a amar aunque no en la dimensión con que Dios quiere, pero hay algo siempre de la impronta de Dios en cada una de sus obras.
Y evidentemente cuanto más te acostumbras a ver cosas más hermosas, más propenso eres para
descubrirlas.
Por eso el aliento del Señor en esta primera lectura, es que, a ver si a fuerza de mirar el rostro de Dios, a fuerza de descubrir la manifestación de Dios en la vida, logramos familiarizarnos con sus cosas y descubrimos que no solamente son estéticamente hermosas sino que son hermosas porque llenan el corazón y valen la pena.
Frente a esta invitación a «contemplar y descubrir la impronta de Dios» la segunda de las lecturas, la
de San Pablo, aunque haga referencia a la venida definitiva de Cristo, nos dice: «No tengáis miedo».
No tengáis miedo a descubrir el rostro de Dios en la vida, en las cosas, en los acontecimientos, en
la vida cotidiana, porque Dios está ahí hablándoos y con su palabra seréis dichosos, te irá bien. Sin embargo, en multitud de ocasiones actuamos con miedo: miedo a que el Señor nos desmonte nuestro montaje, miedo a que nos conduzca por otros caminos que no se nos ha ocurrido pensar. Miedo a que Dios nos haga una propuesta, espiritualmente hablando, interesante y que a mi me venga un poco cuesta arriba invertir mi vida en esa propuesta. ¡Tantas cosas!
No tengáis miedo, porque siempre llevamos las de ganar.
Los «negocios» con el Señor no suelen ser económicamente muy rentables, pero a nivel de corazón, llenan el corazón del hombre.
La diferencia es que el dinero acaba estropeándose y nadie se lo puede llevar cuando se muere, y las cosas del corazón sí.
Por eso: «¡ No tengáis miedo!»
¿Que hay dificultades? no tengáis miedo, ¿que pensáis que tendréis dificultades? no tengáis miedo, no predeterminéis nada, vivid sin miedo.
Cuando tienes miedo salen muchos fantasmas, ves lo que no existe, escuchas lo que no oyes.
Cuando el miedo te atenaza, cuando el miedo te atenaza, eres capaz de pensar en mil cosas.
Cuando el amor, la verdad, la belleza, lo hermoso te atenaza, eres libre.
Por eso dice el Señor: «¡No tengáis miedo!». «¡No tengáis miedo!»