Domingo XVII de Tiempo Ordinario, Ciclo B
Ser alimentados por Dios

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:    

2R 4, 42-44; Sal 144, 10-11. 15-16. 17-18; Ef 4, 1-6;  Jn 6,1-15  

Tanto la primera de las lecturas como el Evangelio nos recuerdan algo que se convierte en una necesidad apremiante: Ser alimentados por Dios.

En ambos pasajes se nos plantea el pan  del alimento material y el pescado del Evangelio. Porque la vida -como dice Jesús- es más que el cuerpo y más que el vestido. La vida –desde lo más profundo de nuestro interior- nos conduce a caminar amando, haciendo el bien al igual que Jesús que, como dice san Juan al final de su Evangelio, « pasó haciendo el bien» y «no habría papel suficiente en este mundo si tuviéramos que escribir todo lo que Jesús hizo».

Sabemos muy bien también que la vida no es el alimento y que no es el vestido porque al margen del alimento y el vestido, nuestro corazón -diríamos- palpita a un ritmo diverso.

Pero nos plantea la necesidad que tenemos de ser alimentados por Dios. Y para ser alimentados por Dios no podemos sino vivir la vida en Cristo. Y para vivir esa vida en Jesús necesitamos el don del Espíritu. Y para recibir el don del Espíritu necesitamos suplicarlo, invocarlo, pedírselo al Señor. San Serafín de Sarov decía que el objetivo de la vida cristiana es «ser lleno del Espíritu Santo».

Pues bien, hoy la Palabra del Señor nos recuerda la necesidad que tenemos de suplicar a Dios que derrame cada día su Espíritu sobre nosotros para poder ser alimentados por El, para que en verdad El sea nuestra fuerza, sea nuestra vida, nuestro aliento. Sea El quien modere y dirija nuestro pensamiento, quien controle nuestras pasiones, quien lleve las riendas de nuestra vida en nuestro corazón.

Comer y beber será un complemento necesario, porque somos hombres, no ángeles. Pero ser lleno del Espíritu Santo, detenerse ante Dios para suplicar el Espíritu con la misma fuerza con que el mendigo suplica la limosna, estar abiertos para que Dios derrame su Espíritu sobre nosotros... Esa es la vida del cristiano. Porque así Dios habitara en nuestro corazón y dirigirá nuestros pasos. Así Dios y nosotros caminaremos el uno al lado del otro, como Dios quiere y como nosotros necesitamos.

A veces vivimos con tal independencia de Dios que ni la vida es lo que anhelamos, ni logramos alcanzarlo. Es cierto que recurrimos a El en muchos momentos, pero es el recurso del que tiene hambre y va al refrigerador, abre y come un bocado de algo. Eso no sacia nunca nuestra hambre. Tan sólo engaña nuestro estómago. Y lo mismo hace con nuestra vida cuando simplemente recurrimos momentáneamente a Dios por cualquier circunstancia: tampoco llena nuestro corazón, solamente lo engaña.

Por eso el Señor nos recuerda hoy que necesitamos ser alimentados por Dios, pero por el Pan de la vida, por el Pan del cielo, que da vida a nuestro ser y aliento a nuestro corazón. Solamente el Espíritu de Dios presente en nuestra vida, puede colmar nuestro corazón para, de esa manera, colmar también nuestros anhelos.

La lectura segunda de san Pablo nos va a mostrar los efectos de ser llenos del Espíritu, de ser alimentados por Dios, y va a desglosar las conclusiones: la humildad, la mansedumbre, la paciencia... Y, poco a poco, más adelante, irá mostrando los frutos directos que produce en nuestra vida la presencia del Espíritu y el ser alimentados por Dios.

Porque tenemos claro lo que queremos alcanzar, aunque a veces sigamos caminos equivocados porque no acabamos de dar el corazón, somos remisos, y a veces queremos coger dos riendas distintas, dos caballos diferentes, uno con una mano y otro con la otra, creyendo que así podremos llegar a una sola meta y nunca llegamos. Tenemos sobrada experiencia de  no alcanzar aquello que queremos y que anhelamos: tropezamos, nos levantamos y volvemos a tropezar.

Yo diría -a la luz de la Palabra- que nos falta decisión en el seguimiento de Jesús. Una decisión firme de optar por El. Necesitamos ser como un bebé del cual la madre siempre está atenta para darle el alimento que necesita, así nosotros necesitamos estar cerca de Jesús para que El en cada momento nos dé el alimento que nos llevará a la vida. Invocar el nombre del Señor, permanecer siempre a su lado.

Recordábamos recientemente aquella anécdota de la vida de Madre Teresa de Calcuta cuando abandonó la casa paterna y su madre le decía: «Nunca sueltes tu mano de Jesús».

Bien. Necesitamos ser alimentados por Dios. Necesitamos ser llenos del Espíritu Santo para que El nos conduzca. No nos separemos nunca de El. No soltemos nuestra mano de la búsqueda del Espíritu. No separemos nuestra mano de Jesús. «Confía en el Señor que El te actuará» (Sal 37,5). Confiemos en el Señor que El nos conducirá. El nos conducirá donde vamos a vivir la vida plena, nos llevará y nos alimentará, nos dará el Pan de la Vida, capaz de conducirnos a la Vida sin fin, sin límites. Y sobre todo El amará desde nuestro corazón y ese amor llenará y colmara todos nuestros anhelos.

Y desde ese amor invocado sin cesar en nuestro corazón, desde ese amor suplicado sin cesar, como el mendigo suplica la limosna, desde ese amor que Dios pondrá en nuestro corazón, El moderará nuestra vida. Su amor irá cambiando nuestros errores, irá modelando nuestros desaciertos, irá limpiando nuestro pecado, irá purificando nuestro corazón.

Y todo aquello que hacemos ahora y no queremos hacer, y todo aquello que no hacemos y queremos hacer, será posible. Porque Dios lo hará posible en nuestra vida, día a día, paso a paso a lo largo de nuestra vida, El nos irá conduciendo a la casa del Padre.

Nos enseñará a vivir con Dios, nos enseñará quién es Dios y nos enseñará las bendiciones que comporta vivir con Dios, porque podremos comer del alimento, del fruto del Espíritu. El será quien fortalecerá nuestro corazón.

No nos cansemos nunca y no nos desalentemos. El Señor nunca abandona. El Señor nunca cede.

Dice la Escritura: «Fui joven, ya soy viejo, pero nunca he visto a nadie que haya confiado en Dios y se haya visto defraudado». Y eso sigue siendo hoy verdad.

La respuesta de Dios no llegará a nuestro ritmo, gracias a Dios. Porque si llegara a nuestro ritmo, probablemente la despreciaríamos con la misma rapidez.

Nos pasaría como al adolescente que de pronto cobra su primer sueldo un viernes por la tarde y cuando llega a su casa por la noche -por la alegría del primer sueldo-, ya lo ha gastado todo.

Si el Señor nos diera a nuestro ritmo los dones y las bendiciones que necesitamos probablemente las perderíamos.

El Señor es buen pedagogo, nos conoce bien, y sabe que es preferible darnos poco a poco para que perdure y para que descubramos el gran tesoro que tiene nuestra vida: Dios.

No nos cansemos de hacer el bien -dice también la Escritura-. Pero ¡qué bien podemos hacer si somos a veces tremendamente egoístas!. Queremos hacer el bien y no lo hacemos. Porque el alimento del que nos alimentamos no es el Espíritu del Señor. Por eso la urgencia de Dios en que seamos alimentados por El, que invoquemos el Espíritu como alimento para la vida, como fuerza para vivir, como luz en la oscuridad, como fuerza y coraje para subir una empinada cuesta, como freno y control y equilibrio para bajar una desorbitada pendiente.

«Confía en el Señor que El te ayudará».