Domingo XV de Tiempo Ordinario, Ciclo B
Anunciar a los hombres la Salvación de Dios

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:    

Am 7, 12-15;  Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14;  Ef 1,3-14;   Mc 6, 7-13  

Vivir en el nombre del Señor Jesús, vivir siempre buscando esa unidad con El de tal manera que sea capaz de transformar el mundo.

Hay algo que es claro en nuestro tiempo como lo fue en tiempo de Jesús: los discípulos, en el nombre del Señor, son capaces de transformar el mundo. Solo basta que se lo propongan, que se empeñen en ello y pongan en ello su vida como hizo el Maestro.

Unos transformarán el mudo desde esa búsqueda de la unión con Dios pero siempre abiertos a las necesidades del mundo y sobre todo abiertos al proyecto de salvación de Dios.

Otros lo harán desde la vanguardia de la Iglesia, allá donde está la necesidad en cualquiera de sus dimensiones, porque el Señor confía a sus discípulos la resolución de los males del mundo. Así lo observamos en el pasaje de la Escritura que acabamos de escuchar: los que tenían un enfermedad o andaban necesitados, iban el encuentro de los discípulos y ellos los sanaban.

Pues bien, esa es también nuestra tarea: sanar los corazones afligidos, dar respuesta a los que dudan, dar amor a los que carecen de él, dar esperanza a los desesperados, ser consuelo para el que sufre y ayudar a cubrir y colaborar en cubrir las necesidades de los que no tienen manera de cubrirlas y viven con gran necesidad.

El Señor ha puesto el mundo en manos de los discípulos porque con El somos capaces de transformarlo. Nosotros somos la mirada, los brazos, las manos, los pies de Jesús que recorren el mundo que vivimos y que van de un lado a otro, cuando es necesario, para hacer aquello que corresponde a la vocación a la que hemos sido llamados.

El Evangelio de hoy nos llama a tomar nueva conciencia de nuestra fe y, sobre todo, nueva conciencia de nuestra misión en el mundo.

Que la Palabra del Señor se afirme hoy en nuestro corazón y que nuestros oídos se abran profundamente para escuchar aquello que el Señor quiere conversarnos al corazón. Que el Señor nos muestre cada día la tarea que nos confía para que podamos realizarla y supliquémosle una mirada atenta para poder descubrir la labor que cada día hemos de realizar. A quien debemos de servir, dónde ir, qué decir, qué hacer...

Acojamos la Palabra del Señor con un corazón bien dispuesto porque la razón de nuestra vida, de nuestro caminar cotidiano y de nuestro vivir es anunciar a los hombres la salvación de Dios y que aquel que está en mala condición, -cualquiera que sea su origen- vuelva a la vida.

Hagámoslo pues y busquemos también que los que, de una u otra manera viven próximos a nosotros, descubran y recuerden también esta Palabra del Señor y la misión y vocación que el Señor ha confiado a cada uno para que nuestras tareas no se queden pendientes y nuestro corazón descanse verdaderamente -cada día y en el final de los días-, en la misericordia del Señor.