Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B

"Haremos lo que mande el Señor Nuestro Dios"

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:   

Éx 24, 3-8;   Sal 115, 12-13. 15 y 16bc. 17-18;  Hb 9, 11-15; Mc 14,12-16. 22-26  

Dos momentos cruciales se juntan en un solo camino, porque la Eucaristía es también la expresión de lo que el Señor ha dicho, de lo que Dios quiso, de la voluntad de Dios.

Por una parte nos recuerda  queDios ha querido hacerse tan cercano, tan próximo, tan accesible... Dios ha querido dejarnos su amor de tal manera significado, que nos sentó a una mesa y nos dio el pan y el vino. Pan de la Vida y vino de la Salvación. Dios ha querido mostrar su amor de tal manera -metido en medio de nuestra vida cotidiana- que se nos ha quedado como alimento, para que tengamos claro y hasta qué extremo el hombre vive del amor de Dios.

En el último Sínodo de los Obispos se habló largamente sobre «La Iglesia vive de la Eucaristía». Nosotros somos la Iglesia, y nosotros vivimos de la Eucaristía. Nuestra fe se alimenta de la Eucaristía, nuestra vida se fortalece de la Eucaristía y alcanza su plenitud en la Eucaristía. Y Dios se nos comunica, se nos da en la Eucaristía. Algo que nunca debemos de olvidar, porque sería como olvidarnos de respirar o que nuestro corazón se olvidara de latir, o dejáramos de comer. Porque el latido del corazón, la respiración de nuestro cuerpo y el alimento de nuestra vida, encuentran su plenitud en la Eucaristía, que, a su vez, encuentra su culmen en esa donación de Dios a nosotros y en esa donación también de nosotros a Dios. Esa alianza, encuentro, pacto -llamémosle como queramos- en el que Dios se nos da para nuestra salvación y nosotros lo recibimos y de esa manera El nos une  a Sí mismo. Dios, el Señor nos une a Dios. Somos hecho uno con Dios -como dice san Pablo- «Los que comen de una misma mesa son una sola cosa (cfr. 1 Cor 10, 17).

Por eso la Eucaristía no es algo cerrado, sino un pacto abierto, una alianza abierta, abierta a los hermanos. Porque al hacernos uno con el Señor, también nos hacemos uno con los demás. Nuestro corazón no puede latir, nuestros pulmones no pueden inspirar y expirar si los hermanos y Dios no están juntos, si los hermanos y Dios no son una sola realidad para mí. Dios me conduce a los hermanos en la Eucaristía, me proyecta a los hermanos una vez que yo he celebrado y recibido la Eucaristía. Dios no se queda aislado, solitario, y tampoco me deja a mí aislado y solitario, sino que sale al encuentro del hombre en la Eucaristía y yo también debo de salir al encuentro del hombre en la Eucaristía, en la vida, desde la Eucaristía.

Porque en la Eucaristía al, hacerse el Señor una sola cosa con nosotros, conduce su vida y su Presencia desde nosotros al encuentro con todos los hermanos, con aquellos por los que Jesús murió y resucitó.

La Eucaristía no es solo el momento de intimidad de dos personas que se aman (Dios y yo), no es solamente el momento de esa conversación a media voz entre Dios y el hombre o el hombre y Dios. La Eucaristía implica sobre Sí misma esa proyección para conducir la salvación de Dios al corazón de los hombres. También nosotros hemos de eliminar todos los obstáculos, de la misma manera que el Señor eliminó los obstáculos de nuestro pecado, los obstáculos que impedían nuestra aceptación de la unión con Dios y nuestra búsqueda de ser una sola cosa con El. De esa misma manera nosotros también hemos de eliminar de nosotros todo aquello que sea un obstáculo para que la salvación de Dios llegue a través nuestro a todos aquellos que nos rodean.

Desde este aspecto se entiende la Palabra de la primera lectura en la que el Pueblo de Israel afirma: «Nosotros obedeceremos lo que mande el Señor, haremos lo que Dios manda». No es una obligación que el hombre asume ni que el hombre acepta. Es -yo diría- la misma necesidad. No puedes tapar el sol con la mano. La luz del sol llegará igual sobre la tierra. De la misma manera yo no puedo obstaculizar la acción de ese Dios que se expresa en la Eucaristía, ni obstaculizar su camino hacia los demás hombres.

En ese encuentro con Jesús el hombre descubre lo que descubrió aquel día el Pueblo de Israel: que su vida, su camino, su esperanza es ser vivir como nos diga el Señor.

Por eso el Evangelio, la vida de Jesús, su enseñanza, por eso la vida de la Iglesia desde sus orígenes... bien podíamos reducirla a hacer lo que dice el Señor y deber buscarlo de todo corazón.

Porque de la misma manera que el latir de nuestro corazón hace fluir nuestra sangre, de la misma manera que la actividad de los pulmones introduce en nuestro cuerpo el aire necesario para la vida, de esa misma manera la Eucaristía da sentido a nuestra vida, a nuestra presencia en el mundo, a nuestra actividad cotidiana y da sentido a nuestro quehacer de cada día desde lo más pequeño a lo más grande, porque todo encierra esa proyección, esa presencia de Dios que se proyecta sobre el mundo a través de mi pequeñez.

Que este día que la Iglesia celebra la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor, sea para nosotros una sublime ocasión de encontrarnos más cerca de El, de abrirle más el corazón, para que la Eucaristía, la presencia de Jesús, el valor redentor y salvador se haga grande en nuestro corazón y encuentre en nuestra vida la respuesta: «Haremos lo que mande el Señor nuestro Dios».