Solemnidad de la Natividad del Señor, Ciclo A

La opción por Jesús, la opción por Dios 

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas de la Solemnidad de la Natividad del Señor 

Is 52, 7-10; Sal 97,1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6; Hb 1, 1-6; Jn 1. 1-18

Siempre que se proclama este evangelio recuerdo aquellas otras palabras de Jesús: «Os digo esto antes de que suceda, para que cuando suceda creáis». Aunque este sea, justamente, el caso inverso. En aquel momento Jesús decía lo que iba a ocurrir para que los discípulos se dieran cuenta de que la palabra de Jesús es la verdad. Y en este Prólogo del Evangelio de San Juan, el evangelista trata de expresar la razón por la cual ha ocurrido todo lo que sucedió con Jesús.


San Juan está tratando de fundamentar nuestra fe, está recordándonos el proyecto de Dios en sus orígenes. Porque: «Llegado el tiempo oportuno -como afirmará la carta a los Hebreos- llegado el tiempo oportuno, el Señor mandó a su Hijo Unigénito», y San Juan está explicando quién es ese Hijo Unigénito de Dios. Y nos explica así, verdades transcendentes de manera, a la vez, sencilla, utilizando juegos de palabras, para hacernos entender lo que la mente no entiende pero que «Dios pone en el corazón de los que lo aman», como afirmará san Pablo.
Y ésta es la experiencia de Jesús, el resucitado, que nació en Belén y padeció y murió en la cruz. Este es el Hijo de Dios. No se trata solamente de un profeta más. No se trata tampoco de un enviado más de Dios. Juan es el enviado para ese tiempo oportuno -como dice la carta a los Hebreos- Juan es el enviado. Jesús es la Palabra de Dios, la Palabra que dio origen a las cosas, la Palabra que estaba en Dios desde los orígenes, fuera del tiempo, más allá del tiempo, más allá de la historia. La Palabra que está en Dios, que es Dios, y que sin embargo -como dirá también San Pablo- «no tuvo a gala ser Dios, sino que se anonadó y se hizo hombre como nosotros, siendo obediente hasta la muerte y muerte de cruz». Jesús, en San Juan nos fundamenta la razón profunda, la fuente misma del misterio. El que forma parte de la Trinidad única e indisoluble, la Palabra de Dios, llega, irrumpe en la historia del hombre para destruir la oscuridad y la muerte, para devolver al hombre la originalidad perdida. 
San Juan -pienso- entiende o sabe que esto es de difícil comprensión para la mente del hombre. Entiendo que Juan sabe que se escapa el razonamiento y que, aunque trata de exponerlo con una claridad meridiana, al hombre le es difícil de comprender. Por eso él nos propone el contenido, el fundamento de nuestra fe. Retomará las palabras de la parábola de Jesús de los viñadores homicidas y volverá a advertírnoslas de manera diferente. 
También en aquella parábola, el Padre, al final, mandará al hijo como último recurso pero pensando que al hijo le harán caso, -cuenta y relata Jesús- pero los viñadores matan al hijo. «La Palabra vino a los suyos y los suyos no la recibieron. La Palabra es la luz verdadera y la oscuridad no la recibió». Y con ello nos plantea también una opción personal: la opción por Jesús, la opción por Dios. 
Esa opción de vida que nos lleva a tomar opción por la luz verdadera, que nos lleva a tomar opción por el Hijo de Dios encarnado, que nos lleva a tomar opción favorable al amor de Dios, más allá de un razonamiento y más allá de una razón. La propuesta evangélica y la propuesta bíblica siempre culminan con una razón sin razón: la invitación a fiarte de Dios. 
Y esa es la propuesta que surge hoy de la contemplación del nacimiento de Jesús. No es un rey poderoso, no supone un poder social, ni político ni de ninguna clase, es el «deshecho de los hombres» -como dirá Isaías refiriéndose al Siervo de Yahvé- . Es un pobrecito de Yahvé y en ese pobrecito de Yahvé se nos descubre y se nos muestra lo que será: El amor consiste en ser pobrecito de Yahvé. 
En ocasiones, al filo de cualquier conversación, formamos grandes estructuras para entender el amor. No. El amor es esa opción libre, por ningún interés por nada apetecible, por nada sugerente ni sugestivo. San Juan nos invita a contemplar la Palabra hecha carne diciéndonos que es parte del Dios vivo, que es la segunda Persona de la Trinidad, que es la luz que destruye las tinieblas, que es la Verdad misma. Pero nosotros no podemos verlo. El nos lo repite, en la lectura bíblica del evangelio, lo podemos contemplar, en las representaciones del Misterio del Nacimiento de Jesús podemos también ver como se aproxima a lo mismo: lo que nuestros ojos ven no corresponde a lo que Dios dice. 
Esa es la clave del amor. Porque el amor nunca corresponde con una realidad tangible y medible, con un volumen, con un espacio calculable y con un peso y un lugar calculables también. El amor es el contrasentido de nuestra idea. Se nos escapa por todas partes. Por eso la contemplación del Misterio de la Natividad de Jesucristo es la propuesta a amar sin límites. Es la propuesta a buscar la paz sin condiciones. Es la propuesta a luchar denodadamente con el corazón en vilo, por crear, lo que el Papa llama «la civilización del amor» en el contrasentido del mundo. 
En la cueva de Belén entendemos, podemos entender, desde el corazón, lo que muchas veces hemos repetido: «al mundo lo salvará la ternura no el poder». El desasimiento, el abandono, el dejarse en las manos de Dios y confiar más allá de nuestros límites. 
El evangelio de San Juan es el contrapunto de lo que contemplan nuestros ojos: Una muchacha pobre, un muchacho joven, con el único calor de las criaturas de la creación, de la naturaleza: el buey, el burro, es decir, los animales. Con el único calor que produce la propia naturaleza, la paja, y sin duda ninguna, el excremento de las cabras y de las ovejas que antes habían estado en ese establo, aunque en ese momento no están. Era un refugio de pastores, era un refugio de ganado. Y los pastores se calentaban con una pequeña hoguera y con el calor que le proporcionaban los mismos animales y los propios excrementos que iban fermentando en la tierra. 
Y en esa visión, totalmente anacrónica para los ojos de los hombres, se expresa la Palabra que vivía en Dios desde antes de la creación, que es una cosa con Dios, que vino a los suyos, que es la luz que rompe y destruye la oscuridad y que es la verdad que desnuda la mentira. En esa figura, en esa exposición, en esa realidad anacrónica se manifiesta precisamente lo más anacrónico que puede haber para la mente humana: el amor. Lo más carente de explicaciones, lo más carente de lógicas. Y la sin lógica del amor tenía que expresarse con la sin lógica del tiempo. Pero esa sin lógica comenzó en la Encarnación porque también es sin lógica que Dios asuma un cuerpo humano, asuma al hombre como su propia realidad conteniendo su divinidad para recuperar al hombre y llevarlo a la presencia de Dios.
Por eso en este día la Iglesia nos ha propuesto siempre el evangelio del Prólogo de San Juan, para hacernos entender que no es comprensible, que es otro lenguaje, que la vida va por otro lado, para hacernos entender que la esperanza viene de otra fuente y que la verdad no es la que nos propone el mundo, la verdad es la que nos propone el Señor. Y esa Verdad se viste de realidad humana, de realidad material, de manera totalmente anacrónica, para que nuestra opción sea realmente una opción por amor. 
Porque no tomamos opciones por amor, tomamos opciones por interés. Un interés más o menos desinteresado, o un interés más o menos generoso, pero interés. Santa Teresa de Jesús decía a sus monjas «También nuestro matrimonio es por interés», refiriéndose a la vida consagrada. Porque todo lo hacemos con un interés realmente, revestido de un halo de generosidad, de un halo de abandono, pero buscamos en el mejor o en el peor de los casos buscamos la salvación. 
La propuesta es totalmente gratuita, es totalmente distinta. Dios nos propone otra cosa: Para ofrecernos el Todo se reviste de nada. Para que nosotros revistiéndonos de nada podamos alcanzar el Todo. Para que nosotros desprendiéndonos de todo hasta alcanzar la nada, podamos alcanzar el Todo. Parece un juego de palabras, pero es una oferta del Todo. 
Y por eso el Señor, desde esa perspectiva nos enseña lo que tantos hombres y mujeres de Dios han repetido desde entonces en la historia de la Iglesia: abandonarse en las manos de Dios, desasirse de todo, llegar a la nada. Y por eso siempre los hombres de Dios, desde Jesús, han insistido en el desprendimiento, en el anonadamiento, en el abandono de todo, en el desasimiento de todo está la vida y es entonces cuando puedes ser llenado por Dios y cuando el amor de Dios puede impregnar los rincones más profundos de tu ser, porque no hay nada que lo impida. 
Si queremos mezclar el agua con el aceite, difícilmente lo alcanzaremos. Estaríamos toda una vida. Y eso mismo nos ocurre muchas veces, queremos mezclar una cosa con la otra: Dios y el mundo. Y así nos despistamos, no conseguimos mezclarlo y nos frustramos y siempre estamos peleando con lo mismo. Y siempre andamos tropezando en las mismas piedras. Y los hombres siempre andan volviendo a las mismas, diríamos, barbaridades o errores, o defectos. Porque no se puede mezclar el agua con el aceite. 
Es necesario Belén para entender el amor. Es necesaria la Cueva de Belén para poder vivir el amor de verdad. Ese amor que trasciende la creación y la muerte y ese amor que toma cuerpo en nosotros como en Jesús, de manera espiritual. Pero toma cuerpo en nosotros, como en Jesús, para cruzar las barreras de la muerte.
La invitación de Dios surge de nuevo en esta celebración del Nacimiento de Jesús. La invitación de Dios surge y se nos ofrece en esta celebración de la Eucaristía, donde de nuevo se opera todo el Misterio de Cristo, donde de nuevo se opera todo el Misterio de la Salvación. No una vez más sino la misma vez. Se trae hasta el presente. Se hace presente de nuevo el hecho salvador y con ello se nos invita, se nos llama de nuevo a adentrarnos, como José y María en el desasimiento personal, en el vaciamiento interior, en la acogida de esa naturaleza libre de pecado y de muerte para poder ser trasformados y que la gloria de Dios sobresalga desde ahí, como sobresalió en Belén en el Nacimiento de Jesús. De la nada a la nada fueron atraídos los pastores. A la nada fueron atraídos los sabios de Oriente. Por la nada Herodes mató a todos los niños posibles menores de dos años.
¡Qué peligroso es desasirse de las cosas, para el mal! ¡Qué batalla perdida tiene el mal cuando el hombre se desprende de todos sus afectos, de todos sus intereses, de todas su excentricidades y de todos sus pecados!. Porque cuando el hombre alcanza ese nivel, cuando el hombre alcanza ese punto, la gloria de Dios atrae hacia el Hombre, hacia ese Hombre-Dios que es Jesús, atrae a los pobres y a los ricos y a los poderosos y se convierten en peligro para aquellos que no tienen más dios que sí mismos.
Que esta Eucaristía sea nuestra respuesta y que en esta Eucaristía respondamos también nosotros a Dios