Domingo II de Pascua, Ciclo B

La Paz de Jesús

Autor: Padre Alberto María fmp  

 

 

Anotaciones a las lecturas:   

Hch 4,32-35;  Sal 117,2-4.16ab-18.22-24;  1Jn 5,1-6; Jn 20,19-31  

El Señor también hoy nos da su Paz a nosotros.

Esa Paz produce en nosotros un cambio radical del corazón que a partir de ese instante busca más a Dios, su cercanía y su presencia. Una Paz que -como ocurrió en el Cenáculo donde estaban reunidos-, lleva a los discípulos a abalanzarse sobre Jesús.

La escena es fácilmente imaginable. Estaban reunidos. El miedo dominaba sus vidas. Jesús se aparece ante ellos. De momento, se llenan de estupor, de asombro y  de incertidumbre. Pero cuando Jesús les da el pan, sus corazones cambian. Hablamos de los discípulos de Emaús.

A veces utilizamos la expresión «tener paz» en un sentido más próximo al sentimiento de tranquilidad. Otras veces lo que nos ocurre es que nos sentimos a gusto con nosotros mismos o nos sentimos a gusto por hacer algo que nos gusta. Pero la Paz de Jesús inflama el corazón del hombre en amor a Dios, llena el corazón del anhelo y de la búsqueda de Dios.

La Paz de Dios, la Paz de Jesús cambia la perspectiva del corazón y de la mente del hombre para acomodarlo a Dios, a lo que Dios aguarda de nosotros mismos como respuesta de amor a su Amor. De tal manera que podamos, de esta manera, gozar de la vida de Dios en nosotros. La Paz de Jesús siempre es un paso más al frente, esa mayor disponibilidad para con Dios, como ocurre con Tomás: mientras Tomás no puso su mano sus dedos en las llagas de Jesús, se mantenía un tanto al margen; pero en cuanto recibió la Paz de Jesús fue capaz de tocar sus llagas y de exclamar: «Señor mío y Dios mío». Esta exclamación de Tomás es la muestra fehaciente de que Dios se ha hecho presente en su corazón al recibir la Paz que Jesús dio a los discípulos y que él acogió al tocar sus llagas.

La Paz de Jesús transforma la vida como transformó la de Tomás. Cierto que en Tomás fue en un instante y en nosotros suele ocupar más tiempo, quizás también por nuestra falta de fe; pero, por otra parte, ese es también el cambio que se produce en el hombre cuando acoge la Paz de Jesús.

La exclamación de Tomás: «Señor mío y Dios mío» nos recuerda aquellas palabras de Jesús: «Yo he venido a hacer la voluntad del que me ha enviado». Pues en ambos casos la afirmación es signo de una apertura tal de corazón que conduce a entrar bajo la coyuntura de la voluntad de Dios. Por eso Tomás da un paso adelante en su fe: ya nunca más será remiso, ni andará con dudas, con incertidumbre, porque la Paz de Dios estaba en su corazón y esa Paz siempre le lleva a dar su vida por Aquel que se la dio primero.

De hecho la Paz de Jesús –en este pasaje-  es entregada a los discípulos de la mano del Espíritu Santo, don de Dios que completa su obra en nosotros que nos hace -como dice san Agustín- «capaces de Dios» y capaces de llevar adelante la obra que El ha comenzado en nosotros. Sin el don del Espíritu Santo, sin el don de la Paz que es el mismo Espíritu Santo, no seríamos capaces de llevar adelante la obra de Dios y caeríamos con facilidad en el error, en la incertidumbre, como le ocurrió a Tomás.

¿Qué ocurre en aquellos que han recibido la Paz de Jesús? La lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos responde admirablemente a nuestra pregunta para que seamos conscientes de hasta donde la obra de Dios quiere seguir avanzando en nosotros. Volvamos a releerla despacio.

Porque la Paz de Dios es la obra que no termina y no termina hasta el día de nuestro encuentro definitivo con el Señor. Ese día habremos llegado a la meta; pero hasta ese día el Señor nos va mostrando el camino, nos va entregando la Verdad, la Paz... -el Espíritu Santo- para que «tengamos vida en abundancia». Y esa vida en abundancia es semejante a los ríos que se desbordan, e inundan todo el entorno: viene de Dios y rompe los cauces de nuestras limitaciones, de nuestras incapacidades... los cauces de nuestros errores. Rompe los diques que pueden impedir el desarrollo de la Paz de Dios en nosotros. Esa es la Paz, la vida en abundancia de la que termina hablando la Escritura hoy.  

Que la paz de Dios venga a nosotros en esta Eucaristía, que rompa también nuestros diques para llevar un paso más adelante la obra de Dios y que de esa manera tengamos vida en abundancia.