Un periodista en silla de ruedas

Autor: Adolfo Güémez, L.C.

aguemez@legionaries.org

 

 

Probablemente hay mucha gente que sufre tanto o más de lo que sufrió «Lolo». Pero lo hermoso de él, es que, en medio de tantos dolores y privaciones, supo mantener una opción radical por vivir. Lo apasionante de su vida es su misma vida, sus ganas de ser alguien, su alegría de existir.

Manuel Lozano, mejor conocido como «Lolo», desarrollaba una exitosa carrera de periodismo. Su vida se presagiaba llena de logros y esperanzas. Tenía por delante un panorama lleno de oportunidades y muchas ganas de aprovecharlas. Sin embargo, a sus 22 años, una grave enfermedad tocó a su puerta.

Así, en plena lozanía, la espondilitis deformó completamente su cuerpo y le obligó a estar «atado» a una silla de ruedas durante el resto de su vida. 28 años duró su calvario, 28 duros y largos años.

Al inicio, Manuel se sintió desanimado. Veía cómo todos sus proyectos se venían abajo. Observaba que sus compañeros seguían triunfando. Y él, mientras tanto, se sentía inútil. Lo que había soñado y deseado, por lo que había luchado y sufrido, ¡todo se derrumbaba! Y, por si fuera poco, los 10 últimos años de su vida, Manuel los pasó completamente ciego.

«¡Qué tragedia!», podríamos pensar. Pero Manuel supo esperar contra toda esperanza y no se dejó vencer. Nunca alcanzó la curación. Tampoco la buscó a toda costa. Lo que sí logró fue descubrir detrás de cada dolor un sentido, un porqué. Y, lo más importante, jamás dejó que la enfermedad le degradara como hombre.

Continuó con su carrera, dictó nueve libros a su hermana y a sus amigos, y fundó la revista para enfermos Sinaí. ¡Un verdadero milagro de una humanidad que se crece ante la dificultad!

El ejemplo de «Lolo» me lleva a pensar que a veces los enfermos son afortunados. Y no lo digo por el hecho de la misma enfermedad -¡ojalá que no la hubiera!-, pero sí por el coraje y el valor que demuestran al enfrentarla. Son afortunados porque con su testimonio nos animan más que lo que nosotros podemos hacer con mil palabras de consuelo. Son afortunados porque saben valorar las cosas sencillas de la vida; porque a pesar de sufrir, saben sonreír. Son afortunados porque su coraje a veces pone al descubierto nuestra cobardía; y porque el mundo necesita de ellos para seguir revelando al hombre lo hermoso que es vivir.

«Lolo» dejó este mundo el 3 de noviembre de 1971. Hoy, después de apenas poco más de 30 años de su muerte, sus ganas de vivir laten en el corazón de muchos hombres animados por su ejemplo.

Y, aunque todo esto que escribo podría parecer tomado de la imaginación, ocurrió en pleno siglo XX. Y -estoy seguro-, sigue ocurriendo en el cuerpo y en el alma indomable de muchos hombres de hoy, a pesar del absoluto desconocimiento de gran parte de nosotros.

Así, Manuel Lozano fue, me parece, una denuncia para todos nosotros. Él, con su vida, nos enseñó a vivir la nuestra.