La injusticia del foco

Autor: Adolfo Güémez, L.C.

aguemez@legionaries.org

 

 

Los que de algún modo colaboramos en los medios de comunicación afrontamos constantemente un serio problema: nunca hay suficiente espacio para comunicar todo lo importante que sucede en el mundo.

A veces sentimos que cometemos una injusticia al hablar de X y no mencionar a Y. Pero terminamos convenciéndonos de que esta limitación es parte de la naturaleza humana. Nos gustaría escribir todo lo bueno de que somos testigos, pero nos vemos circunscritos a unas cuantas cosas.

En cierto modo, únicamente padecemos las consecuencias lógicas de vivir en un mundo y un tiempo determinados. Sucede lo mismo que en el teatro: de modo irremediable, sólo habrá uno o dos actores bañados por la luz del cañón en un determinado momento. Uno o dos que resaltarán por encima de los demás.

Pero eso no significa que el papel de los otros artistas sea intrascendente. Por eso siguen bailando y cantando, como si toda la atención estuviera sobre ellos. En esto consiste su trabajo. En realidad -y esto lo saben muy bien-, es gracias a que cumplen con ello que el foco puede dirigirse a alguien.

Menos mal que en el mundo también hay gente tozuda que no depende de la propaganda para llevar a cabo obras buenas. Individuos a los que les da igual salir o no en el periódico, que no dejan pasar la oportunidad de arrimar el hombro a quien lo necesite.

El “foco” de esta página va dirigido hacia uno de estos hombres.

Se llama Hannes Urban, vive en Austria y tiene 46 años. Es taxista de profesión; de corazón, buen samaritano.

Su misión la descubrió en 1998, cuando visitó por primera vez Sudáfrica. Fue golpeado duramente por la cantidad de niños que carecían de educación, y muchas veces de casa. Y este golpe no le dejó indiferente. Se propuso que al volver a Viena recaudaría los fondos necesarios para construir un kinder en la villa de Kuyasa.

¿Cómo lo haría siendo un simple taxista y sin contar con el apoyo de nadie influyente? Eso era lo de menos. A un hombre apasionado con un proyecto nunca lo frenan las dificultades. Él se dedicó a poner en práctica lo que podía: comenzó por hablar con sus amigos y luego, poco a poco, con los pasajeros de su taxi. Sorprendentemente, las donaciones comenzaron a llegar y sus manos se pusieron en acción.

Aún antes de terminar de construir el Kinder, y gracias a su optimismo, había fundado la organización Helfen Wir! (¡Ayudemos!), que ha llevado a cabo muchos otros proyectos como ayudas a los niños de Nairobi, clínicas de salud móviles para Veracruz, etc.

A pesar de todo esto, él insiste: «Yo no soy nadie. Sólo me encuentro al final de la cadena». Pero un final, que, desde su viejo taxi Mercedes, sabe llevar con maestría, humildad, desinterés y amor.