... Y por eso lo mataron

Autor: Adolfo Carreto         

 

Fue exactamente el 30 de enero de 1948 cuando lo asesinaron. Todavía dudamos cómo pudo llegarle la muerte a aquel hombre que, en su aspecto físico, era puro hueso. Quizás porque la muerte por asesinato llega y no llega. Quien te la quita produce el milagro de que vivas eternamente. Y eternamente quedó su memoria en nuestra memoria, grabada en miles de estampas con silueta de asceta y de místico.

     Antes de morir dijo: “El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa, de que dispone el mundo. El mundo está cansado de tanto odio. No ha de confundirse no-violencia con simple resistencia civil. El no violento abarca mucho más. Significa la búsqueda infatigable de odiar”.

     Era hindú y se llamaba Mahandas Karanchand Ghandi. Había nacido el 2 de octubre de 1869. Lo que predominaba en la India, además de la asombrosa cultura, era la pobreza. Y las castas, esa especie de familias todopoderosas que ostentan todo el poder y que dejan al resto sin poder casi sobrevivir. Pues bien, esta era la sociedad natural de Gandhi. Y se propuso salvarla..

     Antes de iniciar en suelo propia su lucha no violenta se había topado con una realidad semejante en otras tierras, Africa. Allí había acudido como abogado. Sacó en conclusión que la única forma de ejercer con honor su profesión era ejerciendo la defensa de quienes no podían defenderse. Porque fue en Africa donde vivió de lleno no solamente el dolor propio sino y sobre todo el ajeno En Africa comprobó la maldad de racismo y fue allí donde ideó su famosa lucha: el método de la no violencia contra los violentos.

     Algo maravillosamente religioso tiene la vida y los decires de Gandhi: que cualquiera, pertenezca a la religión que pertenezca, puede seguirlos sin temor a equivocarse. Y por citar, citemos esta máxima: “Está muy bien hablar de Dios cuando se ha desayunado bien y se espera un almuerzo todavía mejor. Pero es imposible calentarse al sol de la presencia divina cuando millones de hambrientos llaman a nuestra puerta”. Y hay que presenciar el rostro hambriento de la India para comprender la crudeza religiosa de esta máxima.

     Gandhi ayunaba con frecuencia. Una de las razones de sus ayunos era la protesta. Y aquel día, después el último ayuno, caminaba por Nueva Delhi. Un joven extremista hindú le seguía los pasos. No como un discípulo que sigue al maestro sino como un lobo que acecha al cordero. Mahatma Gandhi iba a presidir una concentración religiosa. El joven extremista, ¡por qué siempre los extremismos, santo Dios!, le cortó el camino. El cuerpo de Gandhi cayó sin vida. Iba a predicar la no violencia y por eso lo mataron.