...Y en la tierra, paz...

Autor: Adolfo Carreto         

 

La Paz. Y la Paz sobre todo como ausencia de conflicto mezquino. No como ausencia de conflicto a secas, porque el conflicto, sobre todo el interno, es intrínsecamente necesario para llegar al equilibrio, que es donde descansa la paz. Tampoco en un conflicto calculado, ese que se intenta buscar igualando fuerzas para intentar una paz basada en el miedo. La paz que se apoya en el miedo no es, ni siquiera, paz inestable; es, en el mejor de los casos, guerra congelada, eso que los historiadores denominan guerras frías. El equilibrio debe basarse en la ausencia de temor, porque ningún temor puede ser equilibrio.

     Si a algo nos urge esta época es precisamente a eso: a la posibilidad de la paz, y de las ansias por poseerla. Una paz que solamente se consigue renunciando desinteresadamente, tanto a nivel de paz interior e individual como de paz exterior o social.

     El nacimiento del Jesús se proclama al son de música de Paz: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Este anuncio, así formulado, entraña la más radical enseñanza de que únicamente en la buena voluntad, y no en el cálculo egoísta, puede lograrse la paz.

     Los acuerdos internacionales de paz han venido fracasando a través de la historia, precisamente porque lo que se acordaba estaba en función del cálculo matemático de la ganancia política, también económica, y no en función del auténtico deseo. Esto es, que la mezquindad se disfraza con palabras bonitas, con eslóganes, y se enmascara bajo apretones de manos, firmas, protocolos, convenciones... Si la paz no surge del interior de las personas y del interior de las sociedades (porque las sociedades también tienen alma), el intento de arreglo será simple fachada.

     Este niño Jesús que ahora se nos presenta tan pacífico como indefenso, lo dijo bien claro unos cuantos años después: “Sepulcros blanqueados...”. Esto es, la fachada, el acuerdo calculado, el maquillaje no es otra cosa que el tapujo a torcidas intenciones que solamente se descubren cuando se entreabre la puerta.

     En Europa los ciudadanos están tomando conciencia del desarme: no hay otra solución para la paz. Pero cuando en este tiempo abogamos por la paz, no nos referimos solamente a esa que pone en vilo la estabilidad social; nos referimos igualmente a esta otra, a la nuestra, a la de cada uno. La paz que únicamente se consigue con otro tipo de desarme: un desarme del odio. La receta nos la trajo Jesús en forma de nacimiento y con nombre de Amor. No hay otra solución para la paz. Creo.