Vivir la fe

Autor: Adolfo Carreto    

   

     Los estudiosos de los fenómenos religiosos puntualizan que una cosa es vivir la fe y otra vivir de la fe. También señalan que gran parte de culpa del proceso de secularización, en el cual estamos sumidos, la tiene el hecho de que las sociedades tradicionalmente cristianas se ocuparon más de enseñar a vivir la fe que de hacer de la fe, vida. No es cuestión de simple semántica. Vivir de la fe es casi como una costumbre, como una especie de obligación innata en seguir la corriente espiritual en la que se ha nacido, y en la cual no queda más remedio que seguir viviendo. Y es que la fe no es una simple creencia.

     El asunto radica en la palabra “simple”. Esa “simpleza” se había reducido a una especie de cultismo, algo así como un cumplimiento de deberes, concretizados en fechas, a una determinada moral, a una adhesión por encima, inclusive, de la racionalidad que toda fe necesita. En otras palabras, la cultura religiosa, y concretamente la católica, se había especializado más en conservar la creencia que en revitalizarla, renovarla como parte de la vida. Podría decirse que la vida de la fe era algo estático, sin ese dinamismo que acelera el cambio necesario en todo tipo de evolución social.

     Y eso es precisamente lo que implica vivir la fe. Para el creyente, la fe es la sustancia de la vida, lo que da sentido a todo, lo que hace de motor, impulsa el comportamiento dentro de la sociedad. Los símiles que  Juan Pablo II se empeña en identificar a los creyentes, son: luz, sal, levadura, semilla, iluminar, sazonar, fermentar, crecer... El cardenal Tarancón se preguntaba: “¿Qué ha ocurrido para que una fe asumida, al parecer auténticamente... no haya tenido esa fuerza que le da el Evangelio y haya dado paso tan rápidamente a una sociedad que, en gran parte, no es creyente?”.

     Pienso que una posible respuesta, no la única, por supuesto, que puede adelantarse, es la poco apta programación de los pasados procesos de evangelización. Para ahondar en lo mismo, tales catequesis operaban en función del “conservar” más que en el de “renovar”, de tal forma que la dinámica de la fe se quedó en la “creencia simple” y descuidó la creencia operativa.

     A veces a los creyentes les cuesta cuestionar la funcionalidad de la creencia. Sin embargo, es fundamento clave para que la vida de la fe no se anquilose. Hay que atreverse a dar el paso de lo cuantitativo a lo cualitativo. Vivir la fe es cuestión de intensidad.