Un minuto por la paz

Autor: Adolfo Carreto            

    

Fue exactamente a las doce del medio día de aquel 22 de marzo del año 1984 cuando el mundo dedicó un minuto a la inactividad con el fin de “demostrar unánimemente sus aspiraciones por la paz, la comprensión internacional y la cooperación universal”, según había propuesto la UNESCO. De entonces para acá ha llovido mucho y poca paz hemos alcanzado. Desde que nos hemos inventado las guerras preventivas, las guerras por si acaso, la paz ha desmejorado considerablemente. Lo que viene ocurriendo en Oriente Medio es el argumento más fehaciente que quienes se empeñan en las guerras no hacen caso a los minutos de paz, así sean súplicas mundiales.

     Esto de un minuto de inactividad, propuesto en aquel entonces por la UNESCO fue una manera de decir, ya que nada hay más positivamente activo y más reconfortante que la mente humana, al unísono, despojada de todo otro tipo de actividad, dedique ese escaso tiempo a pensar que la paz es posible, a pesar de los pesares, y a elevar una oración para que efectivamente lo sea.

     La gente de buena voluntad está sumamente angustiada, temerosa: estamos viviendo bajo la pesadilla de la muerte ininterrumpida, de esa muerte que se ha vestido de terrorismo universal y que puede alcanzarnos en cualquier esquina. Por eso el mundo, y muy especialmente durante estos días, desea vivir bajo la alegría de la paz, ya que no existe otra alternativa para vivir como Dios manda que esta de vivir en paz.

     Quizá necesitemos muchos minutos como aquel del veintidós de marzo de 1984 para que podamos entrar en razón. Ojalá sea ese minuto (qué poco tiempo, pero qué suficiente a largo plazo si sabemos aprovecharlo) en el que, después de no sé cuantos cientos de miles de años, la paz real no ha existido ni un solo minuto.

     Aquella declaración de la UNESCO, por lo demás, fue significativa: por la paz, por la comprensión internacional y por cooperación universal. La paz es el fin, la comprensión internacional y la cooperación universal son los medios para conseguirla. Y como las guerras se fraguan en la mente humana, también en la mente humana debe de comenzar a florecer esa rosa blanca que todos debemos prender en la solapa de nuestra buena voluntad.

     La paz es posible, pero hay que quererla, desearla con desesperación. Para ello es indispensable allanar ese camino de la comprensión internacional y de la cooperación universal, que es en lo que en estos últimos tiempos estamos fallando. También la paz interna, la nuestra, la individual cabe en este mínimo espacio de inactividad para desterrar el odio, que es el abono donde crece la violencia: la individual y la social.