Tiempo de Navidad

La Estrella

Autor: Adolfo Carreto     

 

 

    Soy hombre de mirar a las estrella. Lo era de niño, pero todavía hoy. Algunas noche subo a la terraza y me empino hacia el cielo e intento el imposible de comenzar a contar. Después de contar diez el resto se te pierden para continuar. Pero siguen allí, eternamente allí, aunque científicamente no eternamente allí. ¿Quién iba a decirle a uno, de niño, que las estrellas nacían y morían, como todo, y que esa luz que todavía seguimos viendo es el alma que viene hacia nosotros de una estrella ya muerta? ¿Cómo iba uno a creer que las estrellas morían? Si Dios creó las estrellas cuando las creó, y no cometieron pecado alguno, el reino de la muerte no es para ellas sino el de la eternidad.
La ciencia va derrotándonos no pocas creencias, y no sé si es bueno o malo, pero es. Sin embargo, la verdad es que, para mí, a pesar de tantos acercamientos físicos humanos hacia el mundo de las estrellas, siguen estando tan cercanas como cuando las veía, tendido en la era, en la noche castellana, allá por agosto y con alguien al lado sin poder dormir.
Como siempre, los abuelos tienen la culpa de estas cosas, y mi abuelo me enseñó a distinguir, por su brillo y tamaño, alguna que otra estrella. Y creo más en mi abuelo, qué le voy a hacer, que en la palabra de la ciencia, que unas veces acierta y otras no tanto.
Un día pregunté a mi abuelo: ¿y la estrella de Belén? El hombre, muy dado a responder siempre a aquello que carecía de respuesta, me contestó: esa estrella no está en el cielo, cada quién la lleva dentro, y a su medida. Desde entonces intenté medir el tamaño de mi estrella de Belén y todavía lo sigo intentando, porque crece como uno crece, proyecta la luz que uno proyecta y se desvanece cuando uno se desvanece.
Yo creo en la estrella de Belén, creo en mi estrella de Belén. Me ha guiado los pasos y cuando me he descarrilado fue porque no le hice caso. Las estrellas nos guían, están ahí para guiarnos, o si no que le pregunten a los peregrinos del camino de Santiago que tenían dos caminos, el de el cielo y el de el suelo.
Creo que cuando nació Jesús hubo una estrella y que cada quién la contempló a su manera, y que muchos no la pudieron distinguir. Igual que hoy. Estrellas que nos tienden su mano y la rechazamos, estrellas que nos brindan su luz y cerramos los ojos, estrellas que palpitan para que nosotros continuemos palpitando, estrellas más claras, menos claras, pero todas con claridad para que cada quién pueda alumbrarse el camino a su medida. Creo en la estrella de Belén.