Tiempo de Navidad

Los pastores

Autor: Adolfo Carreto     

 

 

Aquella noche me acerqué a casa de mi tío y le dije: voy a ser pastor. Mi tío era pastor y, como todos los pastores, con cara de viento, con rostro abocado a las arrugas, con mucho horizonte por delante, con infinita paciencia.

     Yo he visto a mi tío cargando con los corderitos cuando todavía les tambalean las patas, trastabillan, balan de esa manera que balan los corderitos cuando todavía necesitan ayuda. Y he visto a las madres de los corderitos no despegarse de los pasos de mi tío cuando llevaba en sus brazos al recién nacido.

     Yo he visto a mi tío llamar a las ovejas por su nombre, y cómo le atendían, y cómo le miraban con esa forma con la que solamente son capaces de mirar las ovejas. Y he visto a mi tío, alforja al hombro, meter en ellas mendrugos de pan, queso, también requesón,  y también tocino y chorizo y también agua en cantimplora. Así es que cuando yo le dije a mi tío, voy a ser pastor, me miró como se mira a una incomprensión.

     Cuando le expliqué, se tranquilizó. Me había elegido el señor cura para ser pastor en un nacimiento viviente que él mismo había ideado. Otros compañeros míos habían sido elegidos para otros cargos pero, aunque a mi familia le disgustó mi elección para pastor, por creerla de poca monta, yo estaba muy complacido. Le dije a mi tío que tenía que prestarme un cordero, y mi tío me dijo que no, que prestado no, que me lo regalaba, porque desde ese momento comenzaba a ser un corderillo santificado por haberse acercado hasta el nacimiento.

     Así es que me convertí en pastor de representación. Desde entonces siempre que observo un cuadro de Adoración de los pastores se me estremece el sentimiento.  Los contemplo para ver si se parecen a mí no para ver si yo me parezco a ellos. Los veo cuando se postran ante el pesebre para donar sus ofrendas: queso, requesón... Y yo quiero introducirme en el lienzo para llevar en brazos, como entonces, el corderito de mi tío y ofrecérselo al Niño.

     Hay cosas en la vida que no se olvidan, y estas estampas de la navidad infantil quedan adosadas tanto en el alma de uno que no puede creer que haya otra navidad distinta y mucho menos distante. Sé que la realidad es otra y que no todos podemos ser pastores, ni siquiera imaginariamente, ni siquiera para la representación, pero a mí déjenme con esa ilusión para que no me muera de frío, ni de soledad.