Serie: Los rebeldes de Santo Domingo

Rosa de Lima

Autor: Adolfo Carreto

          

  1. LA MÁS BELLA

 

     - Es bella como una rosa –dijo el caballero.

     - Más que todas las rosas –corrigió la dama.

-         En el jardín de su casa cuida rosas y las rosas le pasan el alma a ella –dijo el caballero.

-         No hay mujer en Lima que se le asemeje –dijo la dama.

-         No pone ojos en hombre –dijo el caballero

-         Dicen que vive como monja, refugiada en su jardín, y que solo sale a la misa de la iglesia y al mercado, a vender flores.

 

  1. UN PUESTO EN EL MERCADO.

 

     Junto a los tenderetes del mercado había uno lleno de flores.

     -Ten cuidado, Rosa, que algún día te van a comprar a ti –dijo la india Águeda una vez que pasó el caballero y dijo:

-         No hay rosas, ni jazmines, ni alelíes, ni amapolas, ni geranios, ni orquídeas, ni flor alguna que a ti pueda compararse.

     Y la mujer dijo:

-         ¿Por qué no vas buscando galán, >Rosa?

-         No todas las mujeres son para el casamiento.

-         ¿Ah, no?. ¿Para qué, entonces?.

-         También Dios necesita de mujeres para su servicio.

-         Esas son cosas para las santas, hija. Y para las feas. Las lindas, como tú, han de buscar acomodo en brazos de hombre.

-         No me diga eso, Águeda, que me entra una cosa en el cuerpo, como si se me desprendiera.

-         Es que no tienes experiencia, muchacha. Hay que salir del jardín, y hay que salir del mercado para saber de la vida. Tú eres hija de españoles y hay mucho español de alcurnia en busca de casamentera.

-         Que no es eso lo mío, Águeda. Que yo ya le he dado el corazón a Nuestro Señor.

-         El corazón se acomoda rápido cuando se repara en mirada de hombre. ¡Si te lo diré yo!.

-         >Dejemos eso, Águeda. Yo ya me he comprometido. Y mi corazón no tiene más dueño que Jesús. No hay cambio.

     Un galán le compró una rosa y se la ofreció:

-         Para ti, preciosa.

 

  1. MAYORÍA... NEGROS.

 

     Siete años tenía la ciudad de Lima cuando nació en ella don Gaspar Miguel Flores. Cincuenta y un años cuando nació la niña Isabel. Durante este tiempo se había edificado un mundo nuevo, con perfiles europeos, y no sólo en cuanto a edificios, iglesias, conventos, plazas, jardines, lengua y demás importaciones, sino, y sobre todo, en cuanto a formas de comportamiento.

     Igual que Isabel, otros muchos hijos de españoles habían visto la primera luz en la ciudad de los reyes. Eran hijos de esa luz. Y el tiempo había sido lo suficientemente largo también para que las razas se mezclaran.

     El camino que ahora recorría don Gaspar Miguel Flores, a sus 23 años, desde San Juan de Puerto Rico hasta Lima lo estaban recorriendo igualmente muchos esclavos negros, llegados directamente a San Juan desde África, por inspiración de Bartolomé de Las Casas, para aminorar el trabajo del indio esclavo. Ya por estas fechas se contabilizaban en la isla borinqueña más de mil seiscientos negros. Competían en número con los blancos, los cuales no llegaban a quinientos. La proliferación del hombre de color fue impresionante.

     A San Juan Bautista (Puerto Rico) había llegado el padre Las Casas en febrero de 1521 con un grupo de colonos reclutados en los campos españoles y bajo el visto bueno de la corona. Quería iniciar la colonización pacífica. Fracasó. Los colonos le desertaron. Los conquistadores se le opusieron. Los gobernantes y encomenderos no hicieron demasiado caso a las atribuciones escritas que el rey había concedido a fray Bartolomé.

     A falta de otras riquezas que explotar en la isla de San Juan bautista, como la bautizó Colón en el momento de su descubrimiento, durante el segundo viaje, se la dedicó a la agricultura y a la ganadería. Buen programa para que los colonos de Bartolomé de Las Casas pusieran aquí sus conocimientos campestres traídos de España.

     Los indios que habitaban la isla a la llegada de Colón eran los taínos, de raza araucana. Como buenos araucanos, no quedaron satisfechos con la llegada de los españoles. En 1511 se sublevaron. Duraron cuatro años los enfrentamientos entre naturales y españoles. Vencieron éstos. Los encomenderos tuvieron vía libre y tierras a sus anchas para la labranza y la ganadería. Tenían, además, mano de obra: la de los indios, naturales, y la de los negros, importados.

     Don Gaspar Miguel Flores sabía todo esto por los comentarios y como cuento se lo relató a Isabel. Don Gaspar andaba haciendo cosas de niño por la península cuando la sublevación de los taínos. Tenía entonces sólo cuatro años, o cinco, o seis.

     Lo cierto es que en 1542, y a la edad d 23 años, don Gaspar salió de Puerto Rico rumbo a Perú.

 

  1. LA MUERTE DE PIZARRO

 

     - Pizarro ha muerto.

     - ¿Lo mataron los indios como venganza por la muerte de Atahualpa?- ¿Se sublevó Manco Cápac II?.

-         Lo asesinaron los españoles.

-         ¿Los españoles asesinaron a Pizarro?.

-         Los almagristas.

-         ¿Y fue en batalla?.

-         No. Fue a traición. Entraron a su mismísimo palacio. Juan de Rada dio la orden. Francisco de Pizarro cayó muerto.

-         ¿Y quién gobierna ahora en Perú?.

-         Han proclamado capital general a Diego de Almagro, el Mozo.

-         ¡Guerra entre españoles en las nuevas tierras!.

-         Es la codicia.

-         ¡Las ansias de poder!.

-         El rey, desde aquí, no podrá controlar el nuevo mundo.

-         Si los españoles no se respetan entre sí, ¿cómo van a respetar a los indios?.

-         Yo creo que deberían enviar a frailes para que evangelizaran a los peninsulares.

-         Eso creo yo.

     En toda España se sabía que los españoles se disputaban honores y mandos en las nuevas tierras. Por los corredores de palacio se cuchicheaba el incidente. En Trujillo la ciudad lo lloró. Habían llegado noticias de la valentía del extremeño. No se explicaban cómo había ido a buscar la muerte tan lejos, a manos de españoles. En Sevilla también se comentó el crimen. >Recordaban los sevillanos a Pizarro mitad héroe, mitad prisionero. Cuando, en 1528 llega a Sevilla con el fin de solicitar al emperador Carlos la gobernación de Perú, entre todos los que le aplauden hay uno que le ha puesto los ojos encima: el bachiller Enciso.

-         Este hombre me debe dinero y debe ser castigado –lo denunció el bachiller sevillano.

     La justicia no le reconoce en este juicio honores de descubridor, ni quebrantos de alta mar, ni batallas contra indios. Lo condena por deudor y lo envía a prisión.

     Es liberado al poco tiempo.

     En Toledo también lo recordaban. Hasta Toledo corrió aquel mismo año Francisco Pizarro para entrevistarse con el emperador. Este sí le reconoce sus andanzas por el nuevo mundo. Amén de otros honores, le confiere la Cruz de Santiago. Los chiquillos lo vitorearon como héroe y todos querían parecerse a él.

-         Cuando sea grande mi iré para América.

-         Yo seré Almirante de la armada.

-         Yo someteré a todos los indios.

     Ahora, en Toledo, se ha recibido la noticia: los mismos españoles han dado muerte a Pizarro.

     Era el año 1511, uno antes de que don Gaspar Miguel Flores se embarcara para Perú.

 

  1. DE ISABEL A ROSA

 

     - ¿Por qué la llaman Rosa, si su nombre es Isabel?.

     - Porque es como una rosa.

     - Será porque en su jardín tiene más rosas que otras flores.

     - Es por la cara. ¿No ves que tiene color rosado, como rosa temprana?.

     - Es por los ojos. ¿No ves que tiene mirada suave, de rosa blanca?

     - Es por el perfume. ¿No ves que huele a rosa en flor, fresca y mañanera?

     - Algo de las rosas se le habrá pegado si siempre anda metida en su jardín.

     - Pues ya no hay quien le cambie el nombre.

-         Con rosa se quedará, para siempre.

 

 

  1. QUIERO LLAMARME ISABEL

 

     -     Madre, ¿por qué no me llamáis Isabel?.

     -     Por costumbre, hija.

-         ¡Qué costumbre más tonta!.

-         ¿Por qué?.

-         Si en el bautismo me pusisteis Isabel, pues Isabel soy. Y prefiero que me llamen con mi nombre de pila.

-         Ya no hay remedio, hija. Por Rosa te conocen y Rosa seguirás siendo. De chiquita eras rosada, con la piel suave. Por eso te llamamos así. Y no has cambiado mucho.

-         Lo físico no tiene importancia, madre. Sólo se es hermosa cuando el alma está limpia.

-         ¿Y tu tienes el alma manchada?.

-         Ninguno estamos limpios del todo, madre.

     Doña María de Oliva adivinó una mirada triste en los ojos de Rosa. Vio su paso agitado, entre los rosales. La observó hasta la puerta de la verja. La llamó:

-         Rosa, ¿dónde vas?.

-         A la iglesia de los frailes dominicos. Tengo que hablar con la Virgen.

-         ¡Déjate de tonterías!.

-         Tengo que hacerlo, madre.

-         Esta muchacha no sabe lo que quiere –rezongó doña maría de Oliva. Meneó la cabeza y se introdujo en la casa. Y murmuró, ya dentro: -“Una hace lo mejor por los hijos y luego mira con lo que te salen. ¿No es Rosa más bonito que Isabel?.     

 

 

  1. EN BUSCA DE PRETENDIENTE

 

     Tu madre, niña Rosa, tenía dieciocho años cuando se casó. Una niña, como quien dice. A los dieciocho años hoy se está terminando el bachillerato, o iniciando la universidad. Casándose también, cómo no, pero casi por casualidad.

     Tu madre tenía dieciocho años y mucha experiencia. Era hija de españoles en primera generación, pero nacida en Lima. Tenía conocimiento de la tierra de tus abuelos por referencia, y quién sabe si en su interior no anhelaba contraer matrimonio con un peninsular para lograr algún día contemplar ese mundo viejo del que tanto le hablaron sus padres.

     Caso contrario el de tu padre, Rosa: tenía ya cincuenta y dos años cuando tomó a tu madre para llevarla al altar.

     Sabes muy bien, Rosa, que los comentarios burlones se oían en el mercado y en las conversaciones de las gentes sin oficio.

-         No sé cómo ha podido nacer esa muchacha tan linda de un padre tan viejo.

-         El padre sí, mujer, pero la madre tiene toda la vitalidad de la juventud.

-         Una pareja demasiado dispareja en edad ¿no te parece?.

 

     -   Cosas del amor.

     -    O del dinero ¡quién sabe!.

     -    A él no se le ve millonario.

     -    Pero ella tampoco es mujer de palacio.

-         Lo que sí les salió bien fue la hija.

     Decían que mamá parecía la hija de papá y que cómo era posible que una muchacha tan en flor se hubiese casado con un roble agostino.

     En tu época, Rosa, los cincuenta años eran más edad en el hombre que ahora. Ir de un lugar para otro, cruzar el océano sin estar seguro de llegar a puerto, darse a las armas, entablar conquistas y todos esos menesteres, minaban más la salud y la piel del hombre que nuestros quehaceres ciudadanos de ahora. Una simple viruela, Rosa, podía dejar una vejez prematura para toda la vida.

     Tu padre, Rosa, te contaba chismes de palacio. El no había sido un palaciego, pero su trabajo de escolta del Virrey durante varios años le hizo tener los ojos muy abiertos y saber muchas cosas. Estaba informado sobre las intrigas de sus compatriotas y más de una vez tuvo que detener a sospechosos. No eran los indios, ni los negros, los más peligrosos. Eran los españoles, quienes podían poner en jaque a los gobernantes. Y tu padre, escolta, tenía que proteger.

     Cuando lo de Pizarro, él se encontraba todavía en Puerto Rico, pero ya estaba en Lima, recién llegado, cuando Cristóbal Vaca de Castro, oidor de la Audiencia de Valladolid y enviado desde la corte a Perú para dictaminar sobre la conducta de Francisco Pizarro, le hizo frente a los almagristas venciéndolos en Chupas. Luego mandó ejecutar en Cuzco a Diego de Almagro, el Mozo.

     Sangre española derramada en Perú. Tu padre sabía que sangre llama a sangre, y que aquellas tierras podían convertirse en feudos, y que las guerras civiles podían sucederse ininterrumpidamente. Historia guerrera de España transplantada a este nuevo mundo que tu padre había elegido ya de por vida.

     No te llamaron la atención los cuentos de la corte virreinal, ni te fascinaron los atuendos de los soldados, ni los brocados de los vestidos de las damas. Tú estabas mejor en tu jardín, con esos perfumes que nada envidiaban a los mejunjes traídos en frascos desde Europa, preparados por los alquimistas.

     Tu madre, Rosa, sí ponía ojos en hombre. No para ella, claro; para ti.

-         Rosa, ¿es que no piensas casarte?.

-         Rosa, me preguntó por ti Antonio, el hijo de amanuense.

-         Rosa, ha llegado un barco desde España. Hay gente nueva y jóvenes apuesto, y con ganas de echar raíces.

-         Rosa, podías ir a aconsejarte con el padre Prior.

-         No es posible, hija que ninguno te guste.

-         Si es por la dote, >Rosa, no te preocupes. Tu padre y yo hemos ido ahorrando.

-         Tu padre ya es mayor, Rosa, y no sería bueno que nos dejara sin verte asentada.

     Habías decidido, R>osa, no discutir con tu madre. Comprendías su preocupación, pero no podías acceder a su deseo. Tu corazón estaba en Otro. Por eso, cuando el resto de las muchachas se iba a la plaza, al atardecer, por conseguir que se fijaran en ellas, tú acudías a la iglesia de los dominicos para hablar con tu Enamorado.

 

  1. LA ORACIÓN POR LOS INDIOS Y POR LOS NEGROS

 

     - ¿Pero no te duele, hija?.

-         Claro que me duele, madre.

     - ¿Y por qué no te quejas?.

     -¿Para qué?. El dolor no desaparece con los lamentos.

     En el poblado de Quive, la vida no fue placentera. Don Gaspar, ya a sus sesenta y dos años, seguía conservando sus dotes de mando. Le habían dado un cargo administrativo en una mina de plata. Por las noches regresaba a casa de mal humor.

     - Esos indios son muy flojos: les pesa hasta el alma. Y a esos negros se les va toda la energía en el sudar.

     - Padre, son trabajos duros –contestaba Rosa.

     Pero don Gaspar no aceptaba excusas de la hija. Defendía a los encomenderos, criticaba las nuevas leyes de India y hablaba de la tozudez de un fraile dominico, llamado Bartolomé de las Casas.

     - Ese fue quien embrolló todo. Calentó la cabeza de reyes y teólogos, y así nos va ahora por estas tierras. La única razón que entienden estos nativos es el látigo.

     -¿Maltratas a los indios, padre?. ¿Maltratas a los negros?. ¿Con un látigo?. Eso es un pecado contra Dios, padre.

     - Esa es ley de subsistencia, Rosa.

     - Deja de contar esas barbaridades a la niña, hombre. ¡Así tiene ella los nervios!. ¿No ves que está enferma? –salía al quite doña María de Oliva.

      - Dejaron de contemplaciones. La vida es así y no hay forma de cambiarla.

     Rosa, aquella noche, lloró. Hasta la alcoba de sus padres llegaron los lamentos.

     - Es aniña está peor –dijo doña María a su esposo.

     - Levántate y vete a verla.

     Doña María de Oliva encendió la mecha del candil, entreabrió la puerta de la alcoba de Rosa y la vio arrodillada. No quiso decirle nada. Regresó a la alcoba. Comentó a su esposo:

     - La niña está en el suelo, rezando.

     Don Gaspar se restregó los ojos, siguió a su esposa, entró en la habitación de Rosa, le colocó la mano derecha sobre la cabeza, en una caricia de disculpa, y le dijo:

     - Esto no va a hacerte bien, pequeña. Esto no es bueno para tu enfermedad.

     - Para mi enfermedad puede que no, pero puede que sí para quienes maltratan a los negros y a los indios.

     Don Gaspar la aupó del suelo, la besó en la afrente y la ayudó a tenderse sobre la cama.

 

  1. LA ORACIÓN DEL ARPA.

 

     El arpa es instrumento de ángeles. No puede salir nada endurecido de sus cuerdas. El viento se pasea entre ellas. El sonido que fluye es casi celestial. El arpa te lleva hasta otros mundos. Su música es etérea: roza a las cosas como si las cosas fueran algodón o nubes blancas, o espuma. El arpa se hace música dulce. Al salir de sus cuerdas penetra todos los poros, sublima todas las cadencias, vaivenea todos los sentimientos. Con el arpa se puede lograr la más sensual de las melodías y la más espiritual. Los sentidos se abren para dejarse penetrar y cuando el alma musical de alguien desea expresarse, el arpa le presta su alma fabricada en cuerdas.

     Las notas musicales del arpa van de una en una, sin atropellarse, sin empujarse, pero abrazándose todas, porque todas se necesitan para que la melodía sea única.

-         A esa muchacha deberías traerle un arpista maestro, para que la perfeccionara. Toco como los ángeles –aconsejaron una noche a don Gaspar.

-         Ya se lo he propuesto, pero ella dice que lo que sabe es suficiente para lo que necesita.

     Rosa se sentaba en el jardín y entre las flores improvisaba letras de amor con melodías de arpa. Su madre la escuchaba desde la cocina. Puso atención a aquella letra nueva. No pudo contener una sonrisa de felicidad: “Esta niña como que está enamorándose”.

-         ¿Para qué galán haces esa música, Rosa? –preguntó su madre.

-         Para quién va a ser. Para quien tú sabes.

-         ¿Cómo voy a saberlo si no me lo comunicas?.

-         Para mi amado, Nuestro Señor.

     Doña María de Oliva torció los labios. Solamente se le oyó decir:

-         Pero qué terca es esta muchacha. ¡Como que no voy a lograr casarla!.

 

  1. LOS CILICIOS

 

     Nadie sabía, Rosa, que pegado a ese cuerpo hermoso llevabas cilicio. En lugar de aretes de oro para adornar tus orejas, en vez de collares de perlas sacadas del mar de la costa margariteña, allá por Venezuela, y traídas para comerciarlas en Lima, prendías en tus carnes penitencias de hierro. Nadie sabía, Rosa, que habías cambiado caricia de hombre sobre tu piel por alambres de púas para aminorar el calor de la juventud.

     He oído, Rosa, que gozabas martirizándote. ¡Qué cosas dicen!. ¡Qué gran disparate!. El santo no es masoquista, tú lo sabes. El santo teme al dolor como cualquier mortal, y cuando voluntariamente lo provoca en sí mismo es para acallar otros goces propios, esos que el cuerpo le solicita pero que la voluntad renuncia a ellos.

     Un santo está hecho de la misma carne y hueso a la de cualquier mortal. En su interior las apetencias se le revuelven. Hasta le urgen con insistencia tal que no pareciera propio. Un santo, ¿verdad Rosa?, está hecho también de tentación. Hasta los pecados se le pueden presentar tan atractivos como a cualquier mortal. ¿No le presentaron a Jesús apetencias de poder?. ¿No le ofrecieron reinos terrestres para su dominio?. ¿No le aguaron la boca con manjares exquisitos, luego de un prolongado ayuno?. No es ajena al mortal la tentación. La característica del santo reside en su esfuerzo por no sucumbir a ella, un esfuerzo que a veces se convierte en sacrificio aparentemente despiadado. Es el precio que el santo debe pagar a su amor por el Amor.

     No le gusta al santo el cilicio. No tiene en su celda o en su habitación colección de ellos. Es más, los oculta de miradas extrañas y nadie podrá decir que la cara o la mirada va pregonando lo que el cuerpo aguanta.

     Nadie sabía de tus cilicios.

     Vendías flores. Sonreías. Sonreías más cuando la india del mercado te decía:

-         ¿Qué te has hecho hoy que estás más bonita que nunca, Rosa?.

-         ¿Qué has hecho a tus ojos que tienen más brillo de felicidad que otras mañanas?.

-         ¿Por qué cada día la tez se te pone más suave, Rosa?.

     Solamente tú sentías el dolor agudo de la púa incrustándose en el muslo. Y esa punzada tenía que ser devuelta en sonrisa, en ocultamiento del dolor. ¡Pero, cómo dolía!.

     En una ocasión te descubrió mamá:

-         Rosa, ¿qué es eso?. ¿Estás loca, Rosa?. ¿Una muchacha como tú estropeándose el cuerpo?. ¡A quién se le ocurre semejante barbaridad!.

-         Madre, si nosotros no hacemos penitencia...

-         ¡Bastante penitencia tenemos ya con la vida para andar ahora inventando tormentos!. ¡No quiero volver a verte con esos cilicios!. ¡Si quieres, tendré que decírselo a tu padre!.

-         ¡A padre no, por favor!.

     Era inútil. Tu carne siguió sufriendo, y tu dolor voluntario fue convirtiéndose en oración silenciosa.

 

  1. UN JARDÍN PARA LOS POBRES

 

     - Esta hija se ha vuelto loca –protestó don Gaspar.

     - Yo ya no sé qué hacer con ella –dijo la madre.                                                                              

-         ¡Es un jardín de flores convertido en una casa de pordioseros!.

-         ¿Es mejor que anden por la calle, padre?.

-         Cada quién vive en el lugar que le ha dado la vida –contestó don Gaspar.

-         No, padre. Dios ha dado la tierra a las personas pero las personas no nos la repartimos por igual.

-         ¿Dónde has aprendido semejantes historias, en los sermones de los frailes del convento?.

-         Los frailes sólo predican lo que habló Jesús.

-         Jesús no habló de indios, ni de negros, ni de encomenderos, ni de..., que yo sepa.

-         Jesús habló de pobres, padre, sin nombrar ningún color.

-         ¡Tonterías!. ¡Si hubiese vivido en este tiempo, otra cosa hubiese dicho!.

-         La misma doctrina con otros nombres, padre. No es ahora distinto a entonces, ni entonces distinto de ahora. El mundo con sus egoísmos y el mundo con sus miserias es éste y es aquel, padre.

 

     Doña María de Oliva comentó a Gaspar en la oscuridad de la alcoba:

-         Tampoco es para ponernos así con la niña. Mal no le hace a nadie.

-         Ya lo sé, mujer. Pero no hace las cosas que hace todo el mundo. ¿Tú ves por Lima a muchachas de su edad recogiendo pobres y curando enfermos?. Para eso están los barberos y los curanderos. ¡Que lo haga ese fraile mulato, está bien!. Dicen que estudió la ciencia de las hierbas... y la forma de sajar las heridas... y los emplastos, y todo eso. Pero Rosa... Si algún día no vas a dar un disgusto. Ya verás cómo por querer curar a alguien, termina matándolo. ¡Qué sabes tú de emplastos y bebedizos!. Algún día vas a darnos un disgusto, ya verás...

-         Eso no pasará, Gaspar, te lo digo yo –aseguraba doña María.

-         ¿Por qué lo sabes?.

-         Yo sé que Rosa cura con cosas que no son hierbas.

-         No me vengas ahora conque hace milagros... ¡Hasta ahí podíamos llegar!. Yo soy su padre y nadie conoce a su hija mejor que yo. Imagínate ahora, que nos saliera santa...

-         ¿Y por qué no? De algún sitio tienen que salir los santos, digo yo.

-         ¡Pero qué tonterías se te ocurren, mujer!.

-         Serán tonterías, pero Rosa tiene algo especial. ¡Si la vieras cuando reza!.

-         No, si esas manías le vienen desde chica.

-         Pues ya no son manías. Es diaria rutina.

-         Trabajar es lo que tenía que hacer.

-         ¿Te parece que trabaja poco?. Bastante nos ha ayudado con sus flores.

-         En eso tienes razón.

     Rosa consiguió que sus padres la autorizaran para recibir en el jardín a cuanto menesteroso se topara.

-         Pero no exageres, hija, que la gente dice por ahí muchas tonterías.

-         Curar a los pobres y enfermos no es tontería, padre.

-         Pueden tener enfermedades contagiosas, Rosa. Y tú eres una muchacha. ¡No hay ninguna necesidad de exponerse!.

-         Mientras haya pobres, siempre hay necesidad, padre.

-         Cuídate, hija.

     Don Gaspar, aquella noche, soñó que toda Lima era un jardín y que la rosa más linda de todos los rosales era su hija.

 

  1. DE CÓMO UNA ENFERMA MANCHO EL VESTIDO DE ROS Y DE CÓMO SU MADRE LA REPRENDIÓ.

 

     Y Rosa dijo:

     - “Cuando servimos a los enfermos, somos buen olor de Cristo; no es delicadeza la caridad, ni tiene fastidio de las llagas canceradas de los prójimos, acordándose que todos fuimos formados del mismo lodo y cieno. Así, no hagas caso, madre mía, de que se manchase la saya con las materias de la enferma sin que yo lo advirtiese. Más feamente mancillaron  el rostro de mi Redentor por nuestras culpas, las salivas a esputos asquerosos de los crueles sayones”.

 

 

  1. LOS DESPOSORIOS DE ROSA.

 

     - ¿Has visto? –dijo el caballero.

     - He visto. Lleva anillo en la mano –contestó el hijo del encomendero Pedro.

-         ¿>Es cierto, entonces, lo que dicen?.

-         Parece.

-         Está loca. Una mujer como ella no puede comprometerse simbólicamente con Jesucristo.

-         Cuentan que otras mujeres lo han hecho antes que ella.

-         Claro, pero se meten en convento.

-         No, algunas no. Algunas continúan viviendo en sus casas, pero como si fueran monjas.

-         Y llevan la alianza en el dedo para que ningún hombre les haga propuestas de matrimonio.

-         Mujer que así se comporta no puede andar bien de la cabeza.

-         Pues bien anda Rosa, y no se le nota signo de locura.

-         ¿Te parece poca locura casarse con Jesucristo, sin entrar en convento?.

-         Cuentan por ahí que ella quería ingresar en las Clarisas, pero que una voz le dijo que permaneciese en su casa, porque así podría estar más cerca de los pobres.

-         Es rara esta mujer.

-         Pues se acabaron las ilusiones.

-         Las de todos.

 

  1. POR FIN, NIÑA ROSA...

 

- ¡Dios sea bendito!. ¡Por fin, niña >Rosa!. ¿Puedes decirme quién es el afortunado que te robó el corazón?. Porque ya llevas anillo de compromiso. Y de oro puro. –dijo la india del puesto del mercado.

-         No es de compromiso. Es de desposorios.

-         ¿De desposorios?. ¡Y no me habías dicho nada, granuja!. –sonrió picaronamente la india. Se acercó al puesto de flores, bajó la voz y susurró: -¿Y con quién, mi niña?.

-         Con Jesús, nuestro Señor.

-         Ya decía yo que no podía ser con nadie mejor –dijo la india, y se burló de ella-. ¿Y cómo tengo ahora que llamarte?. ¿Señora de quién?.

     Rosa agachó la mirada, pero no sintió disgusto. La india dijo:

-         Como que ese casamiento te ha puesto más bonita...

-         ¡Qué cosas dice usted!. `¡Como si eso tuviera importancia!.

     Y la india la miró con respeto.

 

  1. ROSA, DOMINICA

 

     Los dominicos te aceptaron como hermana, Rosa. Sin vivir en claustro tu nombre y tu vida quedó por siempre y legalmente inscrita en la familia de Domingo de Guzmán. Tu nombre se pronunciará junto al de Alberto Magno, Tomás de Aquino, Luis Beltrán, Vicente Ferrer, Martín de Porres, Juan Macías, Catalina de Siena y tantos otros. Tu nombre es ya parte de un libre siempre abierto y nunca concluido.

     -    Deseo ser terciaria dominica.

     -   Pertenecer a nuestra Orden trae obligaciones –la alertó el padre Prior.

     -    Lo sé, reverendo padre. Catalina de Siena cumplió esas obligaciones a cabalidad.

     -    ¿Conoces la historia de santa Catalina?..

     -    La conozco, padre. Ella solicitó ser también terciaria y en ese puesto honró a Dios.

     -    Así es, Rosa.

     El padre Prior la aceptó. La invistió con el hábito de terciaria y desde entonces Rosa se creó la obligación de convertir a los indios.

     -Tendrás que hacerlo con la oración –dijo el padre Prior-. La predicación directa le corresponde a los frailes.

-         Lo sé, padre. Y con la oración y el sacrificio ayudaré a los hermanos.

     El padre Prior miró aquel rostro extasiado. No pudo vencer su curiosidad. Le preguntó:

-         Rosa, si hubiese sido hombre ¿qué hubieses hecho?.

     Rosa no pudo menos de sonreír:

-         Ser mujer es bueno, padre. Pero si hubiese sido varón, si yo no fuera mujer, había de ser mi primer cuidado, en acabando de cursar estudios, darme a toda a las misiones y predicar el Evangelio, deseando ir a las provincias más feroces, bestiales y que se sustentan de carne humana; sólo por acudir con salud y remedio a los indios a costa de la sangre y sudores, a fuerza de predicación y catecismo”.

-         Hubieses sido un buen misionero. Como nuestro hermano Luis Beltrán

-         Hay que salvar a quienes más alejados están de nuestro Señor, padre.

-         Así es, Rosa. Pero a veces hay infieles más cercanos a nosotros que los mismos indios. ¿Sabes qué significa ser infiel?.

-         Lo sé, reverendo padre.

-         Los indios no son infieles, porque nunca han sido preparados para ser fieles a Dios: no han oído de El ni de sus bondades, ni de su muerte por redimirnos. Los infieles somos nosotros. Nosotros somos los no fieles. Decimos que tenemos fe y de mucha frecuencia no la practicamos.

-         Así es, padre. Por eso necesitamos castigar el cuerpo para que el espíritu no desvaríe.

 

  1. COMIENZAN LOS RUMORES

 

-         Esa terciaria dominica no está en su sano juicio.

-         Dicen que tiene visiones.

-         De pequeña como que tuvo mal de nervios.

-         Enfermos divulgan por ahí que se les ha aparecido en sueños y que en sueños los ha curado de sus dolencias.

-         ¿Sin darles remedios?.

-         En sueños.

-         ¿Qué hombre no ha soñado con Rosa en esta ciudad?.

-         Pero se cuentan de ella cosas de embrujo.

-         ¿Cómo qué?.

-         Como que los hambrientos, en sueños, comen flores y se alimentan de estrellas, y al despertar no les duele la barriga de tanto vacío.

-         Habladurías.

-         Dicen también que la vieron en la iglesia como a medio metro del suelo, suspendida, como si una fuerza desde lo alto la atrajera.

-         Fantasías.

-         El hijo de Casimira, la del zapatero remendón, que aducía de cojera innata, camina ya sin ladearse. Dicen que fue porque Rosa le tocó el tobillo.

-         No lo creo.

-         Por ahí anda el muchacho, y es él quien lo dice.

-         No sería cojo de nacimiento.

-         Pues su madre no lo vio caminar derecho desde que comenzó a dar los primeros pasos.

-         ¡Cuentos chinos!.

-         Y dicen también...

-         ... que otras doncellas quieren desposarse con Dios ¿no es así?.

-         Pues no sé, pero no me extrañaría.

-         Nos vamos a quedar sin hembras en esta ciudad, por su culpa.

-         Serán habladurías de la gente.

 

  1. PREOCUPACIONES EN EL PALACIO EPISCOPAL

 

     En los conventos, en la gobernación, en el palacio episcopal, en las reuniones de los galenos, en las asociaciones religiosas, en la universidad comenzó la sospecha:

     - Esas cosas tan extraordinarias que de Rosa se comentan, no pueden ser ciertas.

-         Y si no son ciertas, ¿por qué ella no las desmiente?

-         Algún interés tendrá.

-         Puede. Una mujer como ella no renuncia a su belleza y a su juventud por nada.

     El señor obispo llamó a palacio al prior de los dominicos:

-         ¿Qué me dice usted, reverendo padre, de los cuentos que de Rosa cuentan?.

-         Serán o no serán cuentos, excelencia, pero Rosa no es mujer de engaños.

-         ¿Es alma de oración?.

-         De oración muy intensa, excelencia.

-         ¿Es mujer de sacrificio?.

-         Su cuerpo lo martiriza con cilicio, excelencia.

-         ¿Con cilicio?.

     El señor obispo sintió un escalofrío recorriéndole su cuerpo, de suyo tranquilo. Echó la espalda hacia atrás, recostándose en el respaldo del sillón. Visualizó el cuerpo de Rosa, tan diminuto, tan delicado, tan hermoso. Dejó posar su mirada sobre la imaginaria mirada presente de >Rosa, tan dulce, tan inofensiva, tan tranquilizadora. Observó en su mente la sonrisa de la joven, tan presta, tan apaciguadora. Y se estremeció nuevamente:

-         ¿Cilicio ha dicho, reverendo padre?.

-         Cilicio, su excelencia. Y ayuno y oración.

-         Son tres prácticas loables, padre prior.

     El padre Prior se dio cuenta, por el tono de voz del obispo, por la forma de poner la mano cerrada bajo la barbilla, por el nerviosismo al acomodarse el solideo, y por la mirada un tanto refugiada sobre los libros de la mesa escritorio, que el prelado no estaba tranquilo.

-         Algo le perturba, su excelencia.

-         Le confieso, hay algo que no me deja reposar. Nuestros teólogos se preocupan por los conceptos místicos que confiesa Rosa.

-         ¿Han encontrado herejía?.

-         ¿Cuando una verdad mística se convierte en herejía, o cuando una herejía se torna verdad mística, pare prior? Esa es mi preocupación.

     Y el obispo se llevó ambas manos al rostro para que su preocupación no se dibujara en las facciones, ya un poco rugosas.

     El padre Prior sintió la caridad de tranquilizarlo:

-         Siempre tenemos a mano el recurso de la indagación, excelencia.

-         No quisiera introducir la Inquisición en estas nuevas tierras, padre. Los resultados que pregonan los inquisidores españoles y europeos no son tan positivas, a mi modesto entender, como afirman. Volveremos a lo de antes: ¿puede un inquisidor juzgar una experiencia mística que él no ha vivido?. ¿Puede siquiera entenderlo?. Los teólogos son más cerebro que corazón, padre. La historia de nuestra Santa Madre Iglesia nos muestra que los grandes místicos han sido a la vez grandes teólogos; la inversa no se ha dado con mucha frecuencia. Casos como Tomás de Aquino no proliferan, y usted lo sabe. Cierto que Rosa no ha cursado estudios teológicos, pero tampoco otras mujeres en España, o en Italia, o en Francia los cursaron y sus escritos y dichos acerca de lo espiritual no tienen parangón.

-         Teresa de Ávila, por ejemplo.

-         ¿Quiere decir, Camino de Perfección, Las moradas, Las fundaciones? O esa hermana de ustedes, Catalina de Siena...

-         Rosa es admiradora de Catalina, excelencia.

-         ¿Sí? –preguntó, inquieto, el prelado.

-         Mucho, excelencia.

-         Puede que el secreto resida ahí. ¿Será una imitadora de ella?. ¿O será una copiadora de su vida?.

-         ¿Quiere decir, su excelencia, falsificadora? –se intranquilizó el padre Prior

-         No lo creo –condescendió el señor obispo-. Pero recuerde esto, padre: en la vida espiritual de una persona no solamente obra Dios con su gracia, también se cuela el demonio con su astucia.

     El padre Prior salió de palacio, pero no tuvo valor para  hablar aquella tarde con Rosa.

 

  1. NO HALLO EN ELLA CULPA ALGUNA.

 

     Ya es martirio incruento, Rosa, que pongan en ti sospecha. Indagar sobre tu vida íntima es doloroso de aceptar, pero consentir con espíritu de sumisión a una indagación espiritual es un tropiezo que no habías encontrado, hasta ahora, en tu camino.

     Es comprensible, y hasta lógico, que padre y madre hubiesen puesto las ilusiones en ti para mejores metas terrenales. ¿Qué puede pasar por la cabeza de un padre prácticamente anciano, que un día se hizo a la mar desde San Lucar de Barrameda, con la ilusión de encontrar vida nueva en un mundo nuevo, para sí y para quienes de él dependieran?. ¿Qué puede pasar, digo, cuando su vida ya está en el umbral y no ha logrado siquiera un casamiento aceptable para su hija?. ¿Qué puede pasar por el corazón de una madre al tener que “soportar” los halagos sobre tu belleza y comprobar que ese don que la naturaleza te dio, y que la sociedad enaltece, se va derrumbando al correr de tus escasos años, sin que le hayas sacado partido?.

     Digo, Rosa, que todo esto es aceptablemente lógico, y razonablemente comprensible. Pero lo que ya cuesta más aceptar, sobre todo para espíritus desprendidos de lo material, es que quienes más capacitados están para comprender, por profesión y hasta por oración, no comprendan.

     Te han sometido a juicio, aunque lo llamen interrogatorio. No tanto según las técnicas de la inquisición cuanto según las de la incomprensión.

     El padre Lorenzana, magíster, ha estructurado las más difíciles cuestiones teológicas en preguntas de difícil respuesta. Podría tratarse de un examen para título de Bachalaureatus en Teología, pero se trata de un examen para aprobar o reprobar tu conducta mística. Y esto sí es difícil de tabular.

     En los corrillos del chismorreo limeño, del teológico y del otro, ya están apuntando con el dedo hacia tu jardín:

-         Dicen que a Rosa la van a interrogar para detectar si sus cosas son obra de Dios o del demonio.

-         Dicen que de encontrar en ella fallas sobre la fe, la recluirán en una celda, o la enviarán a España, para que allí indague con sus técnicas el Tribunal de la Santa Inquisición.

     Dicen todo eso, Rosa, y tú continúas hablando con tus flores, y has tomado de nuevo la guitarra que tu padre te regaló y has raspado sus cuerdas en acordes dulces, y has cantado al Esposo con versos del Cantar de los Cantares, mientras el padre Lorenzana, magíster, va acuñando en su celda las preguntas correspondientes sobre el misterio de la Santísima Trinidad, la encarnación del Verbo, la vida eterna, el sacramento de la Eucaristía, la naturaleza de la gracia divina y demás misterios.

     En vez de estar cantando al Esposo deberías estar estudiando tamañas preguntas. Pero no. Tú, Rosa, confías en que de tu mente saldrá la respuesta oportuna, y cuando no halles palabra científica, el Esposo la colocará en tu boca para que tu respuesta no tropiece contra cabeza teológica. ¿No lo dijo ya Él, en el principio?: “Cuando os llamen a los tribunales no os preocupéis qué vais a decir porque el Espíritu hablará por vosotros”.

     Por ti habló el Espíritu, Rosa, con tu mismo tono de voz, con tu misma sonrisa seriamente preocupada, con tu mismo ademán inocente. Y el galeno dijo:

-         Durante tres horas he estado interrogando el estado del alma de Rosa con la mayor cautela y todo lo he encontrado bueno y sano.

     Juicio de galeno sobre tu alma, >Rosa. Juicio de ciencia poco seria sobre sensibilidad de sentimientos. ¿En qué recoveco del alma podría encontrar el galeno una mácula de sombra si lo que tú tenías dentro era luz pura?.

     Y el padre Lorenzana, magíster, dijo:

-         Nunca he conocido a una persona tan inteligente y alabo a Dios que oculta a los sabios las sublimes verdades y las revela a los pequeños y humildes. No he estado hablando con una mujer sino con un teólogo.

     Pero el señor obispo le dijo:

-         Se equivoca usted, padre Lorenzana. Ha estado hablando con una mujer que ha aprendido en la práctica del amor a Dios las más sublimes verdades.

 

  1. LA ENFERMEDAD

 

     Mil seiscientos catorce. Veintiocho años. Las mortificaciones dadas a su cuerpo no le han robado la lozanía. Desborda, no obstante, una madurez dulce. Ha dejado de vender flores en el puesto del mercado y se ha refugiado cada vez más en su jardín. El viento de fuera le trae susurros de gente sencilla:

     -    Es una santa. Durante el juicio no han encontrado en ella desviación alguna.

     María de Uzcátegui, esposa del contador real de Perú, don Gonzalo de la Maza, dijo a Rosa:

     - Vente a vivir a nuestra casa. Allí no tendrás tanto ajetreo.

-         ¿Separarme de mis pobres?

-         ¿Por qué separarte?. Podrás verlos cuando quieras y ellos podrán ir cuando lo deseen.

-         Si quieres, Rosa, yo no me opongo –le dijo don Gaspar.

-         Si quieres, hija... Si es por tu bien... –concedió doña María de Oliva.

     Tres años de reposo en el sufrimiento. El cuerpo de Rosa comenzó a desmejorarse.

-         ¿Llamo al galeno? –preguntó doña María de Uzcátegui.

-         Lo que viene es lo último. No hay galeno que pueda privarme de reunirme con mi Esposo –contestó Rosa.

     A escondidas, doña María le comentaba al contador real:

-         Gonzalo, esta criatura es una santa.

-         Lo es –afirmaba el funcionario.

     Don Gonzalo suplicó a R>osa:

-         Permíteme, niña, que vaya en busca del galeno.

-         No es menester, don Gonzalo. Cuando se desate mi último mal, los padecimientos serán terribles, lo sé. Acabarán con mi vida. El sufrimiento mayor será la sed. Cuando ese momento llegue, don Gonzalo, doña María, por el amor de Dios, asistidme.

     Era en 1617 y Rosa dijo:

-         Voy a mi casa, don Gonzalo. Quiero estar allí por última vez. Quiero ver a los míos, recorrer el jardín, acariciar las flores, regarlas, entonar una canción con el arpa y otra con la guitarra. Quiero consolar a mamá y a papá, tan delicado ya. Y a mis hermanos. Quiero invocar la protección de Santo Domingo sobre ellos. Quiero pedirles perdón: no he hecho nada por ellos, sólo vender flores.

-         ¿Te quedarás allí? –preguntó doña María.

-         Regresaré acá. Este es el lugar de mi último lamento. No estaría bien que las rosas me vieran sufrir.

     Fue y volvió.

     A los tres días se le desató la enfermedad.

     Eran los primeros calores de agosto.

 

  1. LA MUERTE ANUNCIADA

 

     Por las calles de Lima un carruaje transportaba a don Gaspar Flores, hacía tiempo ya imposibilitado ara caminar. Consolaba a doña María, su esposa:

     - No llores, mujer. Rosa sanará

     Don Gaspar sabía que no, porque su hija le había anunciado la muerte.

 

  1. CUANDO LA PUERTA ESTÁ ABIERTA

 

     - Parece que me aplican a las sienes un globo de hierro encendido y que va rodando por ellas; y que un asador hecho ascua me traspasa desde lo alto de la cabeza hasta la planta del pie derecho, cuya vehemencia me levanta en alto, con semejante ardor; un puñal abrasado me penetra dentro del corazón desde el lado izquierdo.

     Doña María de Uzcátegui llora. Doña María de Oliva llora.

-         Es a mí a quien me duele, no a vosotras –las consuela R>osa.

     Y a su hermano le dice:

-         ¿No hay por ahí agua para refrescarme?.

     El padre Lorenzana ya le había dado la absolución, a petición de ella misma. Rosa le dijo:

-         Ahora, padre, sí voy a conocer de verdad la Verdad.

     El padre Lorenzana sonrió primero, luego se llevó el dedo a la boca para aconsejarla que guardara silencio. Pero ella insistió:

-         Ahora voy a contemplar para siempre el rostro que he buscado desde todo el tiempo de mi peregrinación y que he deseado con ansia. ¡Pobres galenos de Lima!.

     El galeno la tomó el pulso. >Rosa dijo:

-         Ea, señor. Apretad las cuerdas de los tormentos; no levantéis la mano por más que suban de punto; todo es poco para lo que merezco.

     El galeno dijo:

-         Se va debilitando el cuerpo.

     Rosa dijo:

-         Traigan a mi padre.

     Trajeron a don Gaspar Flores en una silla.

     Rosa dijo:

-         Todos aquí: mis padres y mis hermanos. Denme ustedes su bendición. Es la última.

     Doña María lloró. Lloró don Gaspar. Y los hermanos. Y la esposa del contador real y el mismo don Gonzalo. Y el padre Lorenzana dio media vuelta. Y Rosa le dijo:

-         Lo suyo es rezar, padre, no llorar.

     Y luego dijo:

-         Esta misma noche, al romper el día, al comenzar la fiesta de San Bartolomé, partiré para la fiesta eterna. Estoy invitada en el cielo para este espléndido y exquisito banquete. La hora está ya fijada. ¿Cómo no voy a entrar si la puerta está abierta?.

 

     Al romper el día, la estancia se inundó de una tranquilidad extraña. Todos comprendieron que Rosa se había ido de fiesta.