Serie: Los rebeldes de Santo Domingo

Fray Luis Beltrán

Autor: Adolfo Carreto          

 

  1. EN VALENCIA JUEGA UN NIÑO

     Por las huertas de Valencia corre un niño y tira piedras a los naranjos con frutas maduras, para chupar jugo dulce. Se ha ido a la Albufera para contemplar puestas de sol reflejadas en el agua, y a ver cómo los pescadores descargan sus redes. Ha espiado nidos de patos en los juncales y ha perseguido con la mirada palomas de agua. En la Lonja, husmea los precios, y ve cómo chiquillos hurtan un pescado y corren entre los tenderetes, y se resbalan en el agua salada y se cuelan por las callejas y desaparecen. Se ha ido a bañar al río Turia. Le han dicho que ande con cuidado: ya es tiempo de deshiele, o tiempo de chubascos, y al río, de vez en cuando, le da por desbordarse.

     Su madre le ha dicho:

-         No sé cómo tanto te gusta andar por ahí, Luis.

     El muchacho ha cerrado los ojos y ha visto de nuevo la Albufera, y también cómo, frente a la catedral, el Tribunal de Aguas ha dictado sentencie, y cómo los labradores han aceptado la pena, sin rechistar.

     Luis ha dicho:

-         Madre, ¿por qué los labradores no respetan los aljibes?.

     La madre ha contestado que en los hombres existe la codicia y que algunos quieren pasarse de vivos abriendo compuertas cuando no les toca.

     Luis ha dicho:

     - Pero el agua es de todos, madre, porque Dios manda el agua para todos y todos deben usarla para regar sus surcos.

-         Por eso, porque no todos la usan con equidad. Por eso existe el Tribunal, para juzgar los malos usos.

     Agua en Valencia para las huertas, para que las horchatas se llenen de leche, para que los naranjos y limoneros se llenen de jugo, para que las sandías y melones se llenen de agua dulce. Agua para Valencia, para que en sus huertas crezcan lechugas, escarolas, y en los plantíos de flores florezcan claveles y alelíes, rosas y geranios...

     Agua en Valencia...

 

  1. EN AVILA NACE UNA NIÑA

 

     Tú no sabes, pequeño Luis, que por las piedras rocosas de Ávila, entre encinas y robles, se encarama una niña. Tiene las piernas ágiles, como para andar muchos caminos. Aunque es de noble cuna, no le asusta el polvo y se embadurna pies y manos en los charcos. Se llama Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada y teje sueños de dama de señor de caballería.

     Tiene apenas ocho años en este año en que tu, pequeño Luis, naciste. Dicen que agarra genios de mil demonios, y que es dada a arreglar cuanto cachivache estropeado encuentra. Más tarde, a casi en las postrimerías de ambos, llegaréis a conoceros. Cuando en la cabeza de los dos se agiten ideas iguales, cuando el cuerpo de los dos haya recorrido mil caminos, tendréis ocasión de hacer un alto para aquilatar planes de reforma.

     Ella te dirá:

-         Luis, hay que encauzar la vida monástica.

     Tu replicarás:

-         Teresa, con urgencia hay que encauzarla.

     Ahora, a sus ocho años, la pequeña Teresa husmea rincones por la casa solariega, se pone vestidos largos de su hermana María, apuesta por el galán caballero en las justas, y hace, por tierra de caballeros, cosas de mujer fuerte.

     Teresa Sánchez se llama. El mundo la conocerá como Teresa de Jesús.

 

  1. POR CULPA DEL CANTAR DE LOS CANTARES

 

     Un año tienes, pequeño Luis, y acaba de nacer otro Luis.

     En un pueblo de la Mancha, de nombre Belmonte, ve luz Luis Ponce de León, quien perderá para la posteridad su primer apellido como Teresa, y se quedará con el nombre de fray Luis de León, a secas. Casi nada. Cuando sea grande estudiará los mismos libros que tú.

     Su niñez  va a pasarla en la corte, de corte en corte, de Madrid a Valladolid. Su padre es perito en leyes. Por eso, consejero de reyes y cortesanos.

     Luis Ponce de León oye ya historias exóticas de un mundo nuevo, hace poco descubierto, y ya terriblemente conflictivo, un mundo en el que tú, ahora, no sueñas pero que dejarás en él los mejores años de tu vida.

     Cuando sea grande este niño, Luis enseñará verdades como puños en su cátedra salmantina, y agilizará los conceptos teológicos con su pluma bien templada, y será encarcelado por la Inquisición bajo la acusación de afirmar que la Vulgata contiene errores.

     El Inquisidor lo acusará:

-         No solamente dice que la Vulgata tiene errores, además se ha atrevido a traducir al lenguaje del vulgo el Cantar de los Cantares, sin licencia de superior.

-         ¡Que pene en las mazmorras! –dicen los inquisidores.

-         Por profanar los libros santos, que sea recluido entre rejas –dicen.

     Lo llevan a prisión.

     Ocupa su tiempo de silencio forzosa escribiendo una Canción  a Nuestra Señora, un tratado sobre los nombres de Cristo y la respuesta que da a quienes lo acusan.

     Le devuelven la cátedra salmantina luego de comprobar que no hay herejía en sus dichos, ni en sus escritos. Luego de cuatro años de ausencia, comenzará así la clase:

-         Como decíamos ayer...

     Nada había cambiado. El Cantar de los Cantares podía ser degustado por el vulgo.

     Se llamaba Luis, como tú, y nació un año después.

 

  1. JESUCRISTO SOBRE MAHOMA

 

-         ¿Quiénes hicieron estos canales de riego, padre?

-         Los árabes.

-         ¿Y quiénes prepararon las huertas así para el cultivo, padre?.

-         Los árabes.

-         ¿Y por qué no hay árabes en Valencia?.

-         Los echaron. Guerras entre moros y cristianos.

-         ¿Y la Lonja la hicieron los árabes?.

-         La Lonja no, Luis. Ya los cristianos habían expulsado a los moros cuando se construyó la Lonja de la Seda.

-         ¿Y por qué los echaron si sabían de riego de huertas, y de plantaciones, y de construcción de mezquitas?.

-         Porque eran moros.

-         ¿Y qué era ser moro, padre?.

-         No ser cristiano.

-         ¿Por eso cuando echaron a los moros hicieron de su mezquita la Iglesia de San Nicolás?.

-         Por eso.

-         ¿Jesucristo sobre Mahoma?.

-         Jesucristo sobre Mahoma.

 

 

  1. MOROS Y CRISTIANOS.

 

-         ¿Y esos son los moros?.

-         Esos son.

-         ¿Van a ganar o van a perder?.

-         Van a perder –dijo el padre.

     Bajaba la comparsa por la calle principal, camino de la plaza. <>Cinco caballeros con sus caballos árabes abrían la marcha. Cinco corceles del más elegante estilo cordobés. Iban ataviados con alfombras bordadas en Persia y con cinchas diseñadas en las albarderías toledanas. Iban los cinco caballeros con sus corceles marcando el paso, todos iguales. Detrás, los moros de a pie. Vestían sayones largos y turbantes multicolores. Tocaban tambores y alardeaban con gritos de combate.

-         ¿Van a luchar de verdad? –pregunta Luis.

-         No, hijo. Es una conmemoración.

     Por la calle opuesta bajaban los cristianos. Cinco caballos también, zainos,  con idéntica prestancia que los morunos. Cinco caballeros sobre las monturas, luciendo capa roja, azul y blanca, y guiados por la Cruz de Santiago. Y los cristianos de a pie, con sus espadas bruñidas y sus escudos luciendo altorrelieves de la cruz. Gritaban:

-         Santiago y el Cid. El Cid y Santiago.

     Luis miró a su padre con ojos de asombro. Por los gritos parecía que la contienda iba a ser de verdad. Luis preguntó:

-         ¿Es verdad, padre, que el Cid ganaba batallas después de muerto?.

-         Eso dicen.

     Por el tono, Luis notó que su padre no estaba muy convencido.

-         ¿Y es verdad que el cuerpo de <Santiago está en Compostela?.

-         Es verdad. Cuando seas grande, iremos en peregrinación.

     El Alcaide dio la orden. Moros y cristianos entraron en combate. Al sonido del clarinete los moros quedaron esparcidos por la plaza, boca abajo unos, retorcidos otros, amontonados algunos, y los caballos cordobeses fueron montados por cristianos. Los cristianos alzaron lanzas y espadas, y gritaron:

-         ¡Santiago y el Cid!.

-         ¡El Cid y Santiago! –gritó el público. Y aplaudieron

     Luis dijo:

-         Padre, ¿ganamos?.

-         Siempre ganamos.

     Los moros se izaron del polvo y el público aplaudió más. Luis dijo:

-         No ha habido sangre.

-         Ya se ha derramado demasiada –dijo el padre.

     La justa había terminado.

 

  1. CASUALIDAD

 

     Consta en la parroquia de San Esteban, de Valencia, que allí fueron bautizados dos niños. Uno, de nombre Vicente Ferrer. Otro, de nombre Luis Beltrán Axarch.

     Consta en San Esteban de Salamanca que por sus claustros pasó un tal fray Luis Beltrán, y que se interesó por las enseñanzas del padre fray Francisco de Vitoria.

     En San Esteban se comentaba mucho acerca de los dominicos de La Española y de otras tierras descubiertas, de los padres Córdoba y Montesinos, y de un tal Bartolomé de las Casas, quien, ya clérigo, había solicitado la humildad de vestir los hábitos de la Orden.

     Escuchó fray Luis desastres de encomenderos y virreyes, gobernadores y corregidores, masacres de indios alzados, historias de bergantines naufragados con misioneros a bordo, enfermedades tropicales para las cuales todavía no habían encontrado remedios los galenos de la península, riquezas sin límite, como perlas y oro, fundaciones de conventos aquí y allá de las nuevas tierras, extensiones de gran magnitud todavía sin explorar y llenas de indígenas que no se salvaban porque nunca habían oído hablar de Dios.

     Por los claustros del convento de San Esteban de Salamanca se oían historias de brujerías tropicales y costumbres inhumanas de indios: cómo había algunos, por ejemplo, de nombre caribes, que se comían a sus semejantes.

     Y fray Luis Beltrán pensó: “¡Qué casualidad!. Fui bautizado en la Iglesia de San Esteban de Valencia, ahora me encuentro en San Esteban de Salamanca, y en Valencia fue bautizado también nuestro hermano taumaturgo y predicador, Vicente Ferrer. ¡Qué casualidad!”.

 

  1. EL CAMINO DE SANTIAGO

 

     Vienen desde el norte de Europa, atravesando valles y montañas, sin detenerse apenas, para arrodillarse ante la tumba del Apóstol. Unos han hecho una promesa. Otros quieren enmendar su vida. Algunos simplemente besar los restos del discípulo de Jesús, implorar por los pecadores, y quedar satisfechos.

     Vienen vestidos de sayas, alforjas al hombro para guardar los mínimos menesteres, y se apoyan en un cayado largo y rústico, terminado en cruz, de cuyos brazos sujetan una concha marina y una calabaza.

     Duermen donde la noche los agarra, sobre el follaje de un establo o la protección de los muros de una iglesia románica.

     Algunos lugares les dan comida y agua fresca. Han desechado el vino porque llevan camino de penitencia. Han desechado las carnes y prefieren verduras y frutas de los caminos.

     Siguen el camino de Santiago.

     Son peregrinos y muchos no han logrado alcanzar el final. Por los caminos, cruces de palo gastado anuncian descanso definitivo. El Santo los esperaba con los brazos abiertos pero el milagro no pudo vencer al cansancio y a la enfermedad.

     Son peregrinos que de toda España acuden hacia el norte, hacia ese punto cerca del “finis terrae” ya no tan final desde que Colón descubrió a América. Pero Compostela sigue siendo el punto final del peregrinaje.

     De todas partes van por el camino de Santiago al que durante el día lo señalan los senderos y durante la noche las estrellas.

     Son peregrinos que sueñan con caminar hacia la vida eterna.

 

  1. PARA ACLARAR LAS IDEAS

 

     - Estoy hecho un lío –dijo Luis a su amigo. Estaban sentados al borde del Mediterráneo y Luis hacía figuras abstractas con la mano sobre la arena de la playa.

-         Lo tuyo es comenzar a buscar moza y perderte por entre los arrozales.

-         No estoy seguro –contestó Luis.

     El agua del Mediterráneo se acercaba mansamente hasta la orilla y mar adentro vaiveneaban tres barcas de pescadores. Luis dejó los figuras abstractas y se fijó en las barcas. Su amigo lo sacó del ensueño:

-         Luis, nunca se está seguro hasta que no se prueba.

-         ¿Qué?.

-         Que hasta que no se prueba nunca se está seguro.

     La sangre caliente de los quince años de los muchachos los había empujado a espiar a las mozas cuando salían de los templos.

-         Me parece que lo mío no es lo de todos. Algo aquí dentro me dice que lo mío es otra cosa –comentó Luis.

-         ¿Qué cosa?.

-         ¡Si lo supiera...!

     Volvió a la arena de la playa y dibujó un mapa que no representa a mundo alguno. Y dijo:

-         ¡Si lo supiera!.

-         ¿Enrolarte con los que se van para las nuevas tierras descubiertas?. Dicen que allí hay oro en abundancia y que los españoles pueden tener tantas indias cuantas quieran, con tal de que no hagan casamiento eclesiástico con ninguna.

-         Tampoco es eso.

-         Anótate para los ejércitos del rey. Los soldados siempre andan de acá para allá, de Flandes a Gante, de Gante a Italia...

-         Lo mío no son las armas –cortó Luis.

-         ¿Qué ideas tienes en la cabeza?.

-         No tengo ideas claras. Y es lo que quiero decirte: voy a irme a Santiago de Compostela, en peregrinación, por ver si el apóstol me saca de dudas –confesó Luis.

-         ¿En peregrinación? –lo reprochó su amigo.

-         La penitencia es lo que más aclara –dijo Luis.

-         Tú como que tienes ideas de clerecía –le apuntó su amigo.

     Luis dijo:

-         Puede ser.

 

  1. LA FUGA

 

-         Juan Luis, ven.

     Le temblaba el papel en la mano a la mujer.

-         ¡Juan Luis, que vengas!.

     El padre de Luis entró precipitadamente en la cocina. Vio a su esposa recostada sobre el escaño, temblando, con un papel en la mano.

-         ¿Qué ocurre, Juana?.

-         Es de él, Juan Luis. Una carta del niño. Estaba en la alacena. Seguro que la dejó ahí para que tardáramos algo en encontrarla.

     Tres días hacía que Luis había desaparecido de casa. Tres días sin pegar ojo su madre, Juana Ángela. Tres días de ir y venir su padre, preguntando a vecinos, recorriendo calles, indagando con las amistades del muchacho.

-         Hace una semana que no lo veo, señor Juan.

-         Estaba de lo más tranquilo, señor Juan.

-         Nada raro se le notaba, señor Juan.

-         Yo preguntaré por la ciudad, señor Juan. No se preocupe.

     Tres días en los que la madre no se cansó de repetir:

-         ¿Por qué nos habrá hecho esto?. ¿Qué le hicimos para que nos deje sin ninguna explicación?.

     Su esposo la consolaba:

-         Debe existir una razón. El no nos haría una cosa así. No te preocupes. Siempre ha sido un buen hijo.

     La carta escrita por Luis y dejada a intento en la alacena tenía la explicación.

 

  1. LA CANCIÓN DEL PEREGRINO

 

“¿a ond’irá aquel romeiro,

meu romeiro adónde irá?.

Camiño de Compostela,

Non sei s’alí chegará”.

 

     No llegó a Compostela Luis Beltrán. Ni siquiera llegó a Burgos para reunirse a los peregrinos que avanzaban desde Francia por el camino de Santiago.

     Más tarde le comentaron que no había tenido éxito en su fuga de peregrino porque no había seguido con rigurosidad el ritual. Primero, hacer el testamento. Segundo, hacer que lo despidieran como peregrino en Valencia. Tercero, dejar que las autoridades religiosas le impusieron el sayal, el bordón y la escarcela. “De haber seguido el ritual, jamás me hubiesen dejado emprender el camino”, pensó. Pero también había querido contribuir con el ritual: había dejado escrita una carta, a guisa de testamento, en la que  comunicaba a sus padres cuáles eran sus intenciones, suplicándoles, además, que cancelaran en su nombre algunas deudas que debía.

-         Yo sabía que no era mal hijo –dijo la madre.

-         Ya te lo dije –corroboró el padre.

     Los amigos de Luis se enteraron:

-         No se preocupe, señora Juana. Iremos tras él y lo alcanzaremos.

     Lo alcanzaron. Ni siquiera había cubierto los kilómetros necesarios para distanciarse lo suficiente. Ni siquiera había tenido necesidad de mendigar un mendrugo de pan en el primer pueblo. Sí había tenido que detenerse dos veces, porque los ritos del peregrinaje dicen que todo peregrino debe rendir acción de gracias a los santos locales de las regiones por donde pasan. Luis interpretó esta condición al pie de la letra y se detuvo demasiado tiempo rezando a los santos de las iglesias de dos pueblos.

 

11. LA VUELTA

 

     - ¿Por qué has hecho eso con nosotros? –le dijo su madre preparándole un balde de agua tibia y ropa limpia.

-         La misma pregunta –respondió Luis.

-         ¡Esas no son formas de contestar a tu madre! –lo corrigió el padre.

-         No es una mala contestación, padre –dijo, en tono bajo, el muchacho. Y añadió: -Ya he pedido perdón, ya sé que hice mal, ya prometí que no volverá a pasar...

-         Y mañana te vienes conmigo al convento de los dominicos y aclaras tus dudas con el padre Prior.

-         Mis dudas ya están aclaradas, padre.

     Luis salió del balde. Se secó el cuerpo. Se vistió con ropa limpia. Miró a su padre, a su madre, y recitó de memoria:

-         “Al cabo de tres días lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué has hecho esto?. Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. El les dijo: “Y ¿por qué me buscabais?. ¿No sabíais que yo debí estar en las cosas de mi padre?”. Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dijo”.

 

12. OPOSICIÓN PATERNA

 

     Tus padres no querían que fueras fraile, Luis. No porque ellos tuvieran cosas en contra de la Iglesia. Por el contrario, eran devotos, de buenas costumbres, y ponían su confianza en Dios. Pero además de todas estas dotes, los padres se extralimitan en condicionar la vida de los hijos.

-         Que sea ingeniero –dicen unos.

-         Que sea cantante –prefieren otros.

-         Esa profesión no te conviene –presionan unos.

-         Si te metes en la política tendrás solucionada tu vida –aconsejan otros.

     No lo hacen con mala intención. Si a ver vamos, su pensamiento está en el bienestar de los hijos. Pero el bienestar, sobre todo el social, no siempre coincide con el bien. Y es en este tira y afloja donde surge el conflicto.

     Tus padres, Luis, no querían que fueran dominico. Nada tenían contra ellos, inclusive admiraban a los del convento de Valencia y acudían a sus liturgias y se entusiasmaban con sus predicaciones. Pero encerrarte en un convento no les parecía bien, o que te mandaran a tierras lejanas les parecía peor. Ya tenían contigo una experiencia desagradable: te escapaste de casa sin su consentimiento a una edad, quince años, en que las decisiones son más instintivas que racionadas. Y no querían dejarte nuevamente a tu aire, a tu búsqueda de horizontes nuevos, a tu interés por sentirte miembro de la humanidad libre más que de la sociedad valenciana.

     Los padres son así, Luis: tienen su derecho natural sobre nosotros, ya veces sacralizan demasiado ese derecho. Tarde o temprano tendrán que ceder, porque la vida hace, sea con la profesión que sea, que el hijo deje la casa paterna para formar su propia casa. Es inevitable que esto suceda. Pero duele cuando llega el momento, les duele.

     Era lo que les pasaba, Luis. Te querían tanto que no asimilaban el hecho de desprenderse de ti, ni aún por motivos de religión.

     No obstante, te decidiste, fuiste ante el prior del convento de Valencia y le dijiste:

-         Deseo ingresar en la Orden.

-         Ingresar en los dominicos es sólo para hombres decididos –te dijo el Prior.

     No contestaste qué dura era tu decisión, cómo te costaba romper esos lazos afectivos con tus padres, pero yo creo que el padre Prior lo leyó en tu mirada, porque te dijo:

-         El año de noviciado es precisamente ara eso: para probar. Si al año te das cuenta de que esto no te va, regresas al mundo. Y si nosotros apreciamos que tu no eres apto para esta vida, te regresamos al mundo. Vete y di a tu padre tal cual.

     Fuiste y le contaste. Tu padre casi ni te contestó. Tu madre, en esta ocasión, fue más condescendiente. La oíste cuando le decía a tu padre.

-         Juan Luis, es solo un año. Ya verás cómo él se da cuenta de que no está hecho para esa vida.

     Ambos aceptaron.

     Más duro resultó cuando al año les dijiste:

-         Me quedo. Voy a profesar mis votos religiosos. Lo mÍo está en el claustro.

     El padre Prior estaba junto a tu madre y tu padre y salió en tu defensa:

-         Don Juan Luis, el muchacho ha dado muestras de su vocación. No podemos ir contra los planes de Dios.

     No sé qué pensó sobre Dios aquella noche tu padre. Sí que tu madre pasó la noche llorando y repetía una y otra vez:

-         Por qué nos habrá hecho esto. Por qué nos habrá hecho esto...

     Habías tomado el hábito el 26 de agosto de 1544. Al año siguiente, según las normas de los dominicos, hiciste tu profesión. Y dos años después, luego de empaparte en filosofías y teologías, fuiste ordenado sacerdote en la Orden de Santo Domingo, los hermanos predicadores.

     Tus padres aceptaron porque ya no había posibilidad de dar marcha atrás.

 

13. EL FOLCLORE DE SER INDIO

 

     Los indios en España eran un espectáculo. Desde que Colón los trajo por primera vez y desde que capitanes y encomenderos se los traían en propiedad, los indios eran el juguete exótico a ser contemplado. Muchos indios había en la corte y, aunque la reina Isabel había decretado su libertad, muchos quedaban todavía por los asentamientos españoles de los encomenderos que habían represado del Nuevo Mundo.

      Cuando la parafernalia de la corte se desplazaba de ciudad en ciudad las gentes más que contemplar al rey o la reina, a príncipes o princesas, a cardenales o soldados, querían ver a los indios. El indio era el show.

     Algunos indios fueron valientes y renunciaron a su exhibición circense. Se escapaban de la corte o se escapaban  de las haciendas. Dos cosas los traicionaban: su cabello y su tez, y el tono de su voz. Casi siempre eran captados y reducidos a nueva esclavitud, ahora ya con cierto fundamento.

     Cuando fray Luis Beltrán abrió la puerta del convento de Valencia se percató de que aquel fraile no era fraile.

-         Vengo del convento de San Gregorio de Valladolid y aquí traigo las credenciales para el padre Prior.

     Fray Luis encaminó al “fraile” hasta la celda prioral y lo dejó con el Prior, a solas. El padre Prior llamó a fray Luis, luego del rezo de Vísperas, y le dijo:

-         Fray Luis, este fraile que llegó no es fraile.

-         Me lo imaginé, padre Prior. Y me temo que sé quién es –dijo.

-         ¿En serio?.

-         Tiene características de indio.

-         Indio es –dijo el padre Prior-. Y está asustado. Si lo encuentran, se convertirá en esclavo. Platica con él y mira de convencerlo.

     Fray Luis habló con el indio intruso largo y tendido. Y lo escuchó. Habló luego con el padre Prior. Le dijo:

-         Reverendo padre, este caso nos atañe. Los indios desean su libertad. Aquí y en el nuevo mundo. Los indios están asustados: aquí y en el nuevo mundo. Nuestros hermanos dominicos de La Española están defendiéndolos con ahínco. Pero las leyes todavía no han dado su fruto. Yo quiero ir a tierra de Indias para llevarles el Evangelio de nuestro Señor.

     El padre Prior dijo:

-         Tendré que informar a nuestro Provincial.

-         Cuanto antes, reverendo padre. ¡Cuánto antes!.

 

14. PEREGRINO HACIA LAS INDIAS

 

1562. Ha salido fray Luis Beltrán de Valencia camino de Sevilla. En Sevilla le espera un barco y en el barco una travesía que nunca se sabe si llegará a puerto. Muchos misioneros ahogaron sus ansias de evangelización en el involuntario martirio marino. La tormenta no discrimina ni cuerpos ni sentimientos ni objetivos de pasajeros: soldado o fraile, encomendero o delegado real siguen idéntica suerte si el mar se embravece y el barco naufraga.

     Ha salido fray Luis de Valencia camino de Sevilla y ha tenido valentía para elevar la vista y despedirse del sol, los naranjos en flor, los arrozales, la iglesia de San Esteban, la catedral y los atardeceres en la Albufera.

     He emprendido camino y quiere llegar hasta Sevilla a pie, recordando aquel peregrinaje frustrado a Santiago de Compostela.

     Lleva un hatillo a la espalda y se le reconoce que no es peregrino oficial por su hábito blanco. Llevan en el hatillo algunos frutos frescos y en la damajuana lleva agua pero no lleva dinero en la bolsa. Tendrá que vivir de la caridad de las gentes, y hasta es posible que por el camino se tope con moriscos rezagados que quieran vengar en él males de reyes...

     Lleva sandalias de cuero, pies sin medias, cabeza tonsurada y paso ligero. En Sevilla le espera un barco y ahora no sabe si llegará a Sevilla.

     Llega a Sevilla luego de dejar atrás a moriscos que le han visto sin malicia, caminos pedregosos, sustos nocturnos. No hubo ángeles que hicieran el milagro de alzarlo en volandas para aliviarle la distancia. No hubo capa, como la de Vicente Ferrer, que, puesta sobre las olas, hiciera de barco. Llega a Sevilla cansado, flaco, hambriento, con grietas en los pies y quemaduras de sol y viento en el rostro.

     Llega a Sevilla como peregrino de Indias, y en Sevilla le espera un barco y en el barco se hace a la mar, y en la travesía no hay contratiempos, ni tormentas malignas, ni vientos a destiempo. Ancla el barco en Cartagena donde le esperan los frailes dominicos y mucha selva por recorrer.

     En el convento, treinta frailes le dan la bienvenida.

 

 

15. LOS INDIOS

 

     Le dijeron:

-         Fray Luis, no te adentres demasiado en la selva. Los caribes, los panchas y los pijaos no son indios a convencer. Llevan en su sangre la guerra, y en sus flechas veneno.

-         Son también hijos de Dios –respondió fray Luis.

-         Los conocerás por su tez rojiza y cabello negro, por su cuello corto y por su ancha espalda. Se esconden entre la maleza o en las copas de los árboles. Son ágiles como tigres y se escurren como serpientes.

-         Son también hijos de Dios –respondió fray Luis.

-         No quieren saber de blancos ni de religiones. No se les conoce que celebren ceremonias a dios alguno, ni respetan a los muertos.

-         Mejor. Oirán hablar por vez primera del único Dios verdadero.

-         Matan a sus semejantes y se los comen.

-         Tienen hambre –dijo fray Luis.

     Y se fue, camino de la selva.

 

 

16. EL PRIMER ENCUENTRO

 

     No muy allá del convento estaba la hacienda. Algunas chozas, construidas con bahareque y paja, hacían de vivienda para los indios del encomendero. La casa del colono era más consistente, sujeta en piedras y a prueba de chubascos torrenciales y desbordamiento de quebradas.

     El esclavo indio, favorecido por el encomendero, corrió hasta la solana, cubierta con hojas de palma:

-         Mi señor, se acerca un fraile.

     El encomendero dejó a un lado el cuenco con chicha, se caló el sombrero de paja y se encaminó hacia la empalizada.

-         ¡Qué buenas nuevas por aquí, reverendo padre!. Pase y charlemos.

     Fray Luis lo siguió y aceptó chicha servida en totuma.

-         ¿Es usted nuevo en el convento?.

-         Llegué en la última embarcación.

-         ¿Y qué se rumorea de nosotros por España?.

-         Lo que se rumorea. De unos, bueno; de otros no tanto.

-         Me interesa lo malo -.dijo el encomendero.

-         Lo malo es que los indios no gozan de libertad y que hay encomenderos que los maltratan –dijo fray Luis sin tono de acusación, como informando.

-         ¡El viento del padre Las Casas! –bromeó el colono.

-         Las denuncias del padre Las Casas –corrigió fray Luis.

-         Échele un vistazo a mis indios, padre, y verá cómo gozan de buena salud.

     El encomendero alargó la mirada hasta la plantación de maíz, yuca y tabaco. Tornó luego el cuerpo y gritó:

-         ¡Santiago!.

     Apareció el indio favorecido.

-         ¡Tráenos algo de aguardiente!.

     El indio hizo reverencia y se adentró en el solar. El encomendero bromeó con fray Luis:

-         El cuerpo sin aguardiente se atontona en esta tierra.

     El indio  trajo aguardiente. Fray Luis no aceptó. El encomendero dijo:

-         Buen ejemplar, ¿verdad, padre?. Si fray Bartolomé de las Casas lo viera, otras Leyes de Indias hubiera redactado.

-         No las redactó fray Bartolomé sino el Consejo de la Corona. Y han sido rubricadas por el rey.

-         Vamos, padre, no me crea usted tonto. Ese fraile quiere darse a la posteridad como defensor de indios y como escritor de crueldades, ya que no pudo darse como colono. Para ser colono hay que tener en la cabeza algo más que ideas, y al clérigo Bartolomé las ideas le secaron la cabeza.

-         No sólo defiende a los indios fray Bartolomé. Los teólogos de Salamanca, y los dominicos de Valladolid, y los de La Española, y los de Nueva España... los defienden.

-         Los teólogos de Salamanca... –bromeó el encomendero-. ¡Qué saben los teólogos de Salamanca!.

     Empinó un trago de aguardiente. Siguió:

-         Voy a decirle una cosa, fray...

-         Luis.

-         ... fray Luis. El día que los teólogos de Salamanca vean cómo los caribes hacen la guerra a los chibchas, a los muiscas o moscas, y cómo los descuartizan y se los comen, comprenderán por qué estos indios carecen de alma. No es una tontería, fray Luis. Son indios que matan. Matan por matar, como los leones, como los cunaguaros. Matan porque ese es su instinto. ¿Y quiere que le diga algo más?. Respeto a los indios que creen en algo, aunque ese algo no sea en lo que nosotros creemos. Puede que esos sí tengan cuerpo en el que se les pueda introducir el alma. Pero ni los caribes, ni los panchas, no los pijaos tienen algo en que creer. ¿Usted ha visto, fray Luis, que los animales adoren a algo?. No, porque no tienen conocimiento, ni en su mente cabe raciocinio. Igual que los caribes. Son animales.

-         Son personas –insistió fray Luis.

     El colono volvió a gritar:

-         ¡Santiago!.

     El indio reverenció al encomendero y a fray Luis. El colono dijo:

-         Santiago, dile aquí, a nuestro amigo, qué son los caribes.

     El indio abrió los ojos, tambaleó el cuerpo y salió en estampida.

-         ¿Lo ve, padre?. Como si le hablara del demonio. Los caribes los descuartizan.

-         También en Europa se matan entre sí los europeos, y también en España los cristianos matan a los moriscos.

-         No es lo mismo, padre, no es igual.

     Fray Luis no aceptó dormir en las estancias del encomendero. Cruzó la empalizada y se adentró en la selva. El encomendero le gritó:

-         Tenga cuidado, fray Luis. La suya es carne fresca.

 

17. EL HIJO DE SAN LUIS

 

-         Dicen que este indiecito que entra y sale de la iglesia es hijo de él.

-         ¿De fray Luis?.

-         Eso dicen.

-         ¡Cómo va a ser, mujer!.

-         Se lo trajo en la última incursión que realizó por la selva. Que ahora se va a los poblados indios no a bautizar sino a ver los hijos que con indias tuvo.

-         ¿Y lo consiente el Santo Padre?.

-         El Santo Padre está en Roma.

-         No, si ya te digo yo por qué estos frailes defienden tanto a los indios.

     Fray Luis se enteró tarde de las murmuraciones.

-         Defiéndete –le decían los hermanos del convento.

-         Defiéndete. Son calumnias que inventan los encomenderos porque predicas su crueldad.

-         Defiéndete. Con esta acusación quedamos todos en entredicho.

     Fray Luis los miró con pena. Dijo:

-         ¿Por qué teméis?. Nada hay que Dios pueda reprocharnos, a no ser nuestra insensibilidad ante la injusticia.

     Los hermanos bajaron la mirada.

     El indiecito correteaba por Cartagena y recibía insultos de los muchachos. Lloraba a escondidas por la noche. Deseaba retornar a la selva. Se lo comunicó al hermano ecónomo. EL hermano se lo informó al padre Prior. El padre Prior llamó a indiecito, le preguntó por qué, pero el muchacho refugió la cabeza en el hábito del fraile y lloró. El padre Prior le dijo:

-         Eres hijo nuestro. De todos. Y cuando seas más grande, te diré por qué.

     El padre Prior sabía por qué fray Luis era padre del indiecito: lo recogió en la selva cuando los traficantes se llevaron a sus padres para venderlos como esclavos en Panamá.

 

18. CARTA DE FRAY BARTOLOMÉ

 

     Te escribió fray Bartolomé de las Casas desde España y te lo decía: vendrán sobre ti murmuraciones, intentarán quitarte de delante, primero con calumnias, luego con violencia, si necesario fuera. Te recordaba fray Bartolomé datos de su propia vida: la palabra de Dios, fray Luis, choca con la injusticia de los hombres, y los injustos a sabiendas no paran mientes en la palabra de Dios cuando ésta hiere sus empresas mundanas. Te lo decía tan claro que tú, fray Luis, llegaste a comprender el por qué fray Bartolomé se negaba a dar absoluciones innecesarias.

-         Es innecesaria y hasta imprudente y hasta ilícita y hasta antisacramental cuando el acusado no muestra remordimiento y cuando no está presto a cambiar de vida.

     Todo esto lo tienes claro, fray Luis, pero lo tuyo no es ir en busca de cédulas reales que apoyen a la palabra de Dios.

-         La palabra de Dios se apoya en sí misma. Esas son cosas de política de corte y de política de Iglesia. Lo nuestro es más sencillo: predicar el Evangelio sin discriminación.

-         ¿Y se puede predicar sin discriminación?.

     Claro que no se puede. Jesús dijo: “Hipócritas, raza de víboras, traficantes...”, y todas esas cosas, y tú veías la hipocresía, el tráfico inhumano, el ansia de poder subidos a su máxima expresión en estas tierras.

     Fray Bartolomé, en carta, te decía:

-         No les des la absolución, fray Luis. No consientas con un sacramento en lo que es indigno de Dios.

     Y tú no consentías.

     Dos veces te echaron veneno en totuma y aunque las pócimas te dejaron con vida, por obra y gracia del milagro, te dejaron una vida muy quebrantada, deterioro físico que no logró ahogar a tu palabra de profeta.

-         No os está permitido llevar vida de pecado.

     Ellos, por un momento, confesaban arrepentimiento para dejar de visitar a indias, o para no poner los ojos en doncella, pero nada más.

-         La ley de Dios no se resume sólo en el sexto mandamiento –les decías.

     Ellos preguntaban qué otros mandamientos había, qué otras leyes que no fueran las de servir a la corona.

-         Amar al prójimo como a ti mismo –les recordabas.

-         El indio no es prójimo, fray Luis. Si no siquiera bautizado está, ¿cómo va a ser hijo de Dios?. Y si no es hijo de Dios, no puede ser prójimo.

     Les argüías que todos somos hijos de Dios, también los indios, aunque el bautismo no les hubiese llegado todavía, pero ellos se reían de tus teologías y de tus amenas.

-         El infierno es lo que los frailes nos habéis traído a estas tierras, y fray Bartolomé de las Casas el máximo Lucifer –de recriminaban.

     Insististe en que el cielo y el infierno son estados que creamos los seres humanos cuando aceptamos o cuando nos apartamos de la voluntad de Dios, y las damas de Cartagena se escandalizaron porque no pudieron identificar el cielo en un lugar reservado para ellas, donde poder lucir sus riquezas eternamente.

 

19. LA NOCHE DE LA SELVA

 

     Don Venero de Leiva, primer presidente de la Audiencia de Santa Fe, presionó para que le nombraran Prior:

-         Un fraile con las virtudes de fray Luis y con la confianza de que goza entre los naturales de estas tierras, honra a nuestra santa fe y honra a la corona si se le nombra Prior.

     Andaba en plena selva cuando le comunicaron la noticia. Le agarró la noche en un poblado indígena, y el indio que trajo la misiva divulgó la voz por el bohío. Nada dijeron los naturales. Fray Luis intuyó que le miraban con pena.

     Aquella noche, mientras la tormenta arreciaba y mientras los relámpagos se colaban por entre las rendijas de las cañas mal ajustadas, pensó en Valencia. También allí los relámpagos iluminaban el agua de la Albufera, y los chubascos hacían reventar el caudal del Turia. Y pensó en sus padres:

-         Si mi madre me viera en este estado...

-         “Hijo, un priorato es lo justo para ti”.

-         Si mi padre me viera entre indios...

-         “Luis, ser Prior es un paso adelante. Lo que haces, está bien, pero piensa en el día de mañana”.

     El día de mañana estaba encima y su cuerpo había tropezado con todos los fantasmas naturales y extraordinarios de los caminos inmensos y vírgenes de la Nueva Granada.

     Era una noche tormentosa, más agua que aquella que tuvo que soportar, solo, en la ciénaga de Zapatosa. Por los poblados indios se decía que una nube misteriosa lo había envuelto y sacado de la ciénaga, pero era mentira. Había soportado la noche subido en un árbol y había escapado de la ciénaga sujetándose a raíces y culebreando entre árbol y ramaje.

     Mala noche aquella. Mala noche la noche en que se precipitó el Magdalena y el agua les arrastró la canoa. El indio había dicho:

-         Ningún indio tan diestro como fray Luis para sortear el torrencial.

     El indio volvió a decir:

-         Una mano de luz sujetaba las manos de fray Luis mientras la corriente nos zarandeaba.

     Mala noche aquella. Peor ésta:

-         Le ordeno, bajo precepto de obediencia, que se venga para la elección del padre Prior. Los hermanos desean que sea usted quien se haga cargo del convento.

     Fray Luis, ya en el convento, dijo:

-         Yo no vine a estas Indias a ser Prior y estimo más la conversión de un indio que cuantos honores y puestos tiene la Iglesia de Dios.

     Mala noche aquella noche.

 

20. QUINCE MIL INDIOS

 

     Quince mil indios dejó evangelizados.

     Dos pócimas de veneno le metieron en el cuerpo los encomenderos rabiosos y los indios engañados.

     De Tubará a Tenerife y de aquí a Santa marta y a Valledupar y a Rioacha caminó la predicación de fray Luis.

     Todos los mosquitos de la selva se adueñaron de su cuerpo, todas las fiebres tropicales fueron quitándole vida.

     Los pobres lo llamaban santo, los empecinados le apellidaron impostor. Los indios caribes, de verdad agresivos y con afición a comerse a humanos, no le pusieron diente encima.

     Los indios se encargaron de relatar milagros y los teólogos sabían que el verdadero milagro, ese que no es aceptado por todos, era el de su predicación a tiempo y a destiempo.

     En Valencia corrían leyendas sobre él, e inclusive los religiosos del convento quisieron hacerse con su presencia. La carta le llegó firmada por el padre General. Fray Luis obedeció.

     Era el año 1569

     La peregrinación que había iniciado en su juventud llegaba a su fin.