Serie: Los rebeldes de Santo Domingo

Fray Bartolomé de las Casas

Autor: Adolfo Carreto

          

1.      EN SEVILLA...

 

En Sevilla todo huele a flores. Flores en los tiestos de las ventanas, en los jardines morunos, en las riberas del Guadalquivir... Flores en el cabello de las muchachas en flor.

     En Sevilla todo huele a nuevo: los moriscos se apartan pero no se llevan la Giralda, ni la torre del oro, ni las notas musicales, ni el color de la piel. El nuevo mundo se acercan:

-         Dicen que hay un genovés que anda detrás de los reyes para que les proporcione pertrechos y hombres, carabelas y hombres, maravedíes y hombres para acortar el camino de las Indias.

-         Loco debe ser ese genovés.

-         Dicen que se entrenó en los canales de Venecia, pero que en Italia no le han hecho caso, y el rey de Portugal tampoco lo ve con simpatía.

-         ¿Y nuestros reyes católicos?.

-         Alguien les está calentando la oreja a nuestros reyes; y más a Isabel. Dicen que la reina no ve con malos ojos el proyecto del navegante.

-         ¿Y tiene fondos la corona para costear esa locura?

-         Fondos no habrá, pero si la reina acepta, sacará fondos.

     Juglares ambulantes inventaron coplas sobre las visiones del navegante. Por San Lucar de Barrameda, por Triana, por Sevilla y Córdoba, por la Rábida, y hasta por las aguas del Guadalquivir corren canciones que hablan de los sueños locos de un navegante genovés...

     En 1474 todavía las habladurías no eran muy insistentes. Sí sé del nacimiento de un niño, hijo de mercader, al que pusieron por nombre Bartolomé. Decían que de grande sería traficante, como su padre.  

     Jugué con barcos de cartón en las aguas del río, y cuando mi padre, don Pedro de las casas, me llevó a Huelva, eché en el mar mediterráneo unos barquitos imaginarios por ver si llegaban a otras costas. No llegaron, claro. Las olas se los tragaron cuando me azotaron la frente. Quedé desilusionado.

     Papá me dijo:

-         Si lo que anda diciendo por ahí ese genovés es cierto, algún día iremos a las indias por el camino más corto.

     Papá no me llevó a las Indias, pero sí me abrió el camino. En el segundo viaje del almirante colón papá se embarcó.

     Recuerdo el día que fuimos a puerto a esperar al Almirante, luego de su primer viaje. Era cierto lo que había descubierto: un nuevo mundo. Lo traía prendido en la mirada.

     Vi cómo atracaban las carabelas. Vi cómo las descargaban. Vi cómo bajaban los trofeos. Vi cómo exhibían a los indios. Se me fue la mirada tras ellos. Mi padre me dijo:

-         Te traeré uno a la vuelta.

    Mi padre cumplió su palabra: me lo trajo.

     Mi padre había embarcado el 25 de septiembre de 1493 en el segundo viaje del Almirante. Fue emocionante verlo partir. Cádiz se convirtió en una gran fiesta y ya nadie decía que el genovés estaba loco. En la bahía estaba alineada la flota: tres grandes galeones de 100 toneladas y catorce carabelas. Entre los mil quinientos hombres, iba papá. La expedición había sido costeada por el duque de Medinasidonia y por los bienes confiscados a los judíos.

     Papá cumplió. Al regreso me trajo, de regalo, un indio.

 

2.      TIEMPOS DE FE  

     Por los caminos de Sur, moros y cristianos andaban en reyerta. Boabdil y Muley Aboul Asan no dan su brazo a torcer. Granada era el reducto más difícil, pero también las cosas andaban mal por Jaén, Alcalá y Utrera, y por Córdoba la sultana, y por Sevilla, y por Loja y hasta por Almería y Cádiz.

     En 1482 don Fernando pone todo su empeño en Granada. Iberia no es tierra de moros, ha dicho don Fernando, ha dicho el Papa, y si bien es cierto que han dejado arquitectura y tapices, música y costumbres, y palabras, muchas palabras, también es verdad que se resisten a acatar la fe. Isabel y Fernando, Fernando e Isabel, que tanto monta, son católicos y del papa han recibido bulas para poder casarse. Iberia debe ser católica, cristiana, y si hay que hacer guerra contra los infieles, se hará. Para los que se plieguen a las enseñanzas de Cristo, habrá perdón y lugar en Iberia para su vida, aunque se les confisque los bienes. ¿Qué pueden interesar los bienes terrenales en compensación con los celestiales?. Para quienes no, tendrá que salir de la península. Boabdil lo sabe. Muley Aboul Asan también. Y también los judíos de Córdoba.

     Por los caminos del Sur hay moriscos en rebeldía y judíos conversos. Pero los cristianos no se fían de las conversiones, y en Córdoba, y en otros lugares, matan, en 1473, a cuanto judío aparezca, así proclamen su fe en Cristo Jesús.

     Tiempo de obediencia y guerras de religión. Tiempo de guerras de descendencia. En Zamora y Toro se hace fuerte la Beltraneja, pero su esposo, Alfonso, es derrotado en Zamora. A Fernando e Isabel, a Isabel y Fernando, que tanto monta, les llegan correos con noticias de múltiples batallas.

     A Sevilla han tenido que acudir en 1477, y Jerez, Alcalá y Utrera se rinden al fin. Pero los moriscos siguen en emboscada y los judíos temen por sus bienes terrenales más que por los del espíritu, aunque más tarde la Inquisición se encargará de atormentarlos por unos y otros.

     Granada se ha hecho fuerte, pero Boabdil no aguanta. Los reyes, Isabel y Fernando, Fernando e Isabel, que tanto monta, se ganan el título de católicos. La Inquisición, que ya está en puertas, se encargará de pacificar.  

 

3.      LIBERTAD PARA LOS INDIOS  

      Estaba tumbado en cubierta. El sol, salitroso, le quemaba la piel. La brisa marina, de vez en cuando, le hacía cosquillas. Ya no quedaba tierra a la vista, ni el mar tranquilo la recordaba. Bartolomé llevaba en el baúl algunos trajes, algunos pergaminos adquiridos en Salamanca, y algunas monedas de la dote de su padre, el mercader.

     En la cabeza albergaba historias de las nuevas tierras, contadas directamente por su padre, e historias de leyes, aprendidas en las cátedras salmantinas. En los ratos de tranquilidad conversaba con don Nicolás de Ovando, gobernador de la Española, y en cuya flota se había enrolado.

-         La reina Isabel no permite tener indios en posesión –dijo Bartolomé.

     Don Nicolás hizo chocar su carcajada en las velas de la nao. Una gaviota, de esas que se empeñan en no abandonar el mástil, recorrió tres veces el mismo camino de huida y vuelta, entre mar abierto y pelo. Se posó de nuevo en el larguero al darse cuenta que la carcajada del gobernador no iba con ella.

     Don Nicolás dijo:

-         Eso es en Castilla, joven. Las Indias están a muchos días de navegación.

     Bartolomé pensó en el indio que le había regalado su padre y cómo le concedió libertad una vez que la reina, en 1.500, da la orden.

     Don Nicolás dijo:

-         Lo que va a sobrarte son indios.  

 

4.      TRIUNFOS Y FRACASOS

  

     Toda la vida has estado rodeado de indios, fray Bartolomé. Unos con alma. Otros sin ella. No tienen más alma quienes más creen sino quienes más alma ponen en los demás. El alma no es producto de laboratorio, fray Bartolomé, ni está sujeta a pesas y medidas, ni siquiera a decisiones teológicas. El alma es don de Dios que nos hace más parecidos a El y menos semejantes a los animales.

     Tu padre quiso enviciarte desde jovenzuelo. Buen desencanto te causó la reina Isabel al dar la orden de que dejaras al indiecito juguete, paje, en libertad. Pero el mayor desencanto debiste tenerlo cuando los indios destruyeron el convento de Santa fe y mataron a los dominicos que allí había. ¿En qué los habían dañado los frailes?. ¿Qué cadenas les habían amarrado?. Era el año 1520 y tu todavía no habías decidido enrolarte en la orden de los hermanos predicadores, quienes te habían devuelto el alma. Fue dos años después cuando te decidiste, siguiendo los consejos de fray Domingo de Betanzos. Y no para vengarte de los indios que habían dado muerte a tus nuevos hermanos en religión sino para seguir con fuerza la huella dejada por ellos: salvar de las amarras a los indios de estas tierras y hacer una conquista en paz: con la cruz, sin la espada.  

     Ya habías cosechado triunfos y fracasos. El rey te había concedido cédula para realizar una colonización pacífica donde el arma fuera el amor de la cruz sufrida y no la estulticia de la espada ensangrentada. Pero ni tu buena intención, ni la mismísima orden real fueron lo suficientemente potentes para quebrar el orgullo de aquellos que deseaban apoderarse de tierras  y personas, en nombre de su majestad, en nombre de su avaricia y hasta en el nombre del padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Tu no bendecías aquella conquista, y por eso no dijiste “amén”.

     Ya eras sacerdote cuando te atrajo fray Betanzos para la causa de los hermanos predicadores. Predicadores. ¿Qué hacías tú sino predicar?.

     Predicabas en las Indias: en la Española, en Trinidad, en Cuba, en todas las Antillas, y predicabas en la Península. Predicaste en la corte de Castilla y en la de Aragón, y hasta a Flandes quisiste ir a predicar al rey. Predicaste en el convento de San Esteban, en la ciudad salmantina que tanto te atraía. Predicaste en San Gregorio de Valladolid y en cuanta reunión teológica te encontraste. Fuiste predicando al rey Fernando, hasta que se murió en Madridejos. Y sin demorarte en funerales, quieres largarte hasta Flandes para predicar en la corte del príncipe Carlos, quien ya hacía baúles para venirse a tierras de Hispania para hacerse cargo de coronas. Embarcas para las Indias a tres jerónimos, que luego te salieron peores de lo que creías, y a los pocos días les sigues los pasos del mar en barco que parte de San Lucar de Barrameda.

     No te atemorizaron los reyes de la península: los atemorizaste. No te asustaron ni el Cardenal Regente, ni los teólogos que seguían la teología de la sumisión a la corona. A algunos de ellos hasta se inclinaron por esa nueva teología de la liberación de los indios.

     Lo tuyo era eso: liberar al indígena. Como fuera y contra quien fuera. No te podían engañar. Antes de defenderlos, los tuviste en posesión. Fuiste encomendero antes que dominico. Sabías que lo que predicó fray Antón de Montesinos era verdad, verdad que luego te esforzaste en predicar más desgarradamente todavía. Contabas indios asesinados por miles. Posiblemente no sean ciertas las cifras, pero ¿para qué discutir una operación matemática si toda tu teología seguía siendo válida, aunque fuera un solo indio el asesinado?.

     El viejo y el nuevo mundo se enlazaban en ti. La vieja y la nueva religión partía de tus actos. Hablaste con Colón, con Hernán Cortés, con el rey Fernando, con el Cardenal Cisneros, con los dominicos rebeldes de Santo Domingo, con el mismísimo Consejo de Indias. A todos les ibas con el mismo sermón: los indios son hijos de Dios y, por lo tanto, hay que amarlos como Jesús nos amó.

     No resulta fácil aceptar este mensaje en salones palaciegos europeos, menos en salones europeos de Indias. Tampoco en estancias coloniales de las Antillas. No es fácil reconocer como hermano a alguien que nunca se ha visto y del que no se tenían noticias de su existencia. De pronto, aparece el indio. Y tú quieres sentarlo a la misma mesa, colocarlo delante de los mismos cubiertos, auparle en todos sus caprichos porque se trata del hermano recién nacido.

     No es fácil, fray Bartolomé.  

 

5.      LA CANCIÓN DEL JUGLAR  

En Avila está reunida

la Santa junta del Reino

que han formado las ciudades

ganadas al mismo empeño.

Nadie acate al Cardenal

Ni obedezca a su Consejo,

A Padilla le nombramos

General de los ejércitos,

Que el oro que se iba a Flandes

Ya no salga de este reino,

Las rentas que al rey se daban

Valdrán a los comuneros”.  

 

6.      MIENTRAS TANTO...  

     Ha muerto en Medina, Isabel, la católica. Ha muerto en Valladolid don Cristóbal Colón. Ha abierto sus puertas la universidad de Alcalá. En Roma está reunido el Concilio de Letrán. Ha sido elegido Papa León X. En Avila nace una niña: Teresa de Jesús. Ha muerto Fernando, el católico. Ya ni la reina monta. Ni monta el rey. En Flandes se ha hecho proclamar rey de Castilla y Aragón un tal Carlos, príncipe de Gales. Su madre, Juana, pena una supuesta locura. Va de castillo en castillo, prisionera.

 

7.      LA FUERZA DE LOS COMUNEROS.  

     Por los caminos de Castilla, por los campos de León, van y vienen los comuneros. No quieren a un extranjero por rey. No aceptan el encierro de la madre loca.

     Las campanas de los pueblos de Castilla y León tocan a protesta. Se han enterado de que los ejércitos de Carlos acechan. Los labradores alzan azadas, zachos, tornaderas, picas. Cuando es verano, las parvas de las eras recogen trigo, centeno y cebada, mies dorada. Cuando es invierno, el maraojo enverdece un campo que es pardo por naturaleza. Pardo de sudor.

     Padilla, Bravo y Maldonado son nombres que se gritan con fuerza, en campos y ciudades. Los juglares se han inventado coplas. Por los sembradíos las cantan los labradores a golpe de azada, a surco de arado. Se cuenta de un obispo, el de Zamora, que vendió sus pertenencias personales y hasta los vasos sagrados, oro y plata, de la catedral, para subvencionar la causa de Padilla, de Bravo, de Maldonado. En 1520, el 29 de julio, y en Avila, se reúne la Santa Junta del Reino. Es un gobierno revolucionario. Participan en la reunión delegados de Segovia, Salamanca, Toro y Zamora. El toledano Pedro Lasso de la vega es elegido presidente. El mando de las tropas comuneras lo acepta Juan de Padilla.

 

8.      ALTERACIÓN DE FRASE  

      Labradores era lo que Bartolomé de las Casas pedía para embarcar hacia el nuevo mundo:

-         Que los labradores hagan allí el trabajo que aquí hacen, y se reduzca así el trabajo opresivo de los indios.

     Al rey Carlos no le pareció mala la idea:

-         Que se embarquen para esas tierras nuevas, labradores en abundancia, para que allí obtengan lo que aquí el campo ya no les da. Que, a la vez que remedian su situación de extrema pobreza, se ennoblezcan mediante su trabajo. Que enseñen a los nativos a cultivar aquellas tierras para el bien de la corona. Que lleven semillas en abundancia y que se les trate con consideración.

     No se sabe si el rey Carlos, V de España y Emperador de Alemania, lo hacía por los labradores en miseria, por los indios, para liberarlos de los trabajos en exceso, o por librarse él mismo de esos adictos a los comuneros que a falta de trabuco levantan azadas contra el ejército imperial, y a falta de lanzas, enarbolan tornaderas.

     Se despacharon cédulas  porque esta era la voluntad del rey.

     El obispo Fonseca no veía con buenos ojos a don Bartolomé, ni a los dominicos que en aquellas tierras predicaban en vano, y ordenó cambiar una frase en las ordenes:

-         Allí donde dice “que hagáis lo que él (Bartolomé) os dijere”, mando poner: “hagáis lo que os (colones y autoridades) pareciere”.

     Bartolomé de las Casas, al leer la nueva redacción, captó el truco.

 

9.      RECOLECTANDO LABRADORES  

     Por Castilla los campos son áridos. Si las heladas arrecian, las cosechas se ahogan. Si la tormenta se precipita, los trigos se pudren.

     Fray Bartolomé escuchó, al borde de un sembradío, esta copla:

 

Por los campos de Castilla

 la gente sencilla

 trabaja el centeno y el pan.

Van con sus bueyes arando

y a veces soñando

grandezas que nunca tendrán.

 

     Fray Bartolomé miró el rostro ajado del labrador, atendió al tono de voz quebrada, extendió los ojos por el paisaje, observó la dureza de la tierra, se acercó al labrador y le dijo:

-         Si quieres, te llevaré a tierras mejores.

-         Las tierras son todas áridas. Y el sudor es el mismo en todas partes. León o Castilla... ¿qué más da?.

-         Ni León ni Castilla. Más verdes que los campos de Galicia, más exuberantes que las huertas de Murcia son las tierras que te ofrezco. Están en el nuevo mundo, donde no hay heladas, donde el año te da para tres sembradíos, donde la tierra no está cansada por tanto germinar.

-         Cruzar el mar es para marineros, no para gente de azada –dijo el labrador. E insistió: -Es para guerreros y navegantes, no para quienes sólo sabemos avenar el trigo y segar la cebada.

-         Para vosotros ha de ser –dijo fray Bartolomé. Y debió decirlo con tal énfasis que el labrador le acompañó hasta el pueblo, donde se anotaron quince.

     En Berlanga se anotaron sesenta, de doscientos vecinos con que contaba la villa. En Rello, señorío del conde de la Coruña, se inscribieron veinte, de treinta casas que integraban el lugar. Y así fueron anotándose, confiados en las ventajas que les traería ir a faenar en tierras de Indias.

     Por los lugares se derramaban tinajas de vino y se cantaban coplas. Algunos señores feudales protestaron:

-         Este clérigo nos deja sin servidumbre.

     Bartolomé exhibía las cartas reales y hasta los señores feudales tenían que callar.  

10. LA TRAICIÓN  

Callaron, hasta que te traicionó tu compañero Berrio. Se le antojó a tu compañero de misión anclarse de nuevo en su tierra andaluza, apostatando de los aires del Caribe. Le atrajo, más que la tierra nueva, la vieja tierra andaluza, donde moros y cristianos todavía protagonizaban reyertas, a pesar de la expulsión. Nadie se va definitivamente de Andalucía: los judíos allí se quedaron , a pesar de la prohibición del rey Fernando; los moriscos no querían desprenderse de sus aljibes y menos de sus mezquitas. Ahora a Berrio le llamó la sangre del sur y te dejó solo, descubriendo, además, el cambio de frase ordenado por el obispo Fonseca.

     Te traicionó Berrio. Con esta traición se vino a pique la colonización por la azada. Hasta los doscientos labradores que lograste embarcar fueron muriéndose, victimas de enfermedades o sucumbieron a la tentación de ocupar otros oficios que no fuera la labranza. Los pertrechos que les enviaste no llegaron a tiempo. El hambre también hizo sus estragos.

     Mala jugada protagonizó la traición de Berrio. En La Española, y en Jamaica, y en San Juan de Puerto Rico, y más tarde en Cumaná, los colonos y corregidores interpretaban ya tus credenciales en esta forma: “Con respecto a los indios hagáis lo que os pareciere”. En cambio de frase hecho por un obispo, del que te atreviste a decir:

-         Es mucho más experimentado el señor obispo Fonseca en hacer armadas que en decir misas de pontifical.

     Y diciendo esto, decías cómo las autoridades eclesiásticas se preocupaban más de la política de la época que de la cura de almas. Cardenales como Cisneros o Mendoza, obispos como Fonseca, estaban más en palacio que en la catedral.

     Todo se vino a pique, Bartolomé. Tus idas y venidas por la península para conseguir derechos para los indios se convirtieron en la risa tonta de quienes “ya” podían interpretar las cédulas a su antojo.

     Hasta los labradores te fallaron.

 

11. CUMANA... CUMANA....  

En el convento de Santo Domingo, en La Española, Bartolomé de las casas confesaba su fracaso. A España había acudido para solicitar licencias y evangelizar pacíficamente en tierra firme. Cumaná era tierra firme. Pero en Cumaná corrió sangre de frailes a manos de nativos, sangre de indios a manos de soldados, sangre de colonos a manos de indígenas, sangre de indígenas a manos de colonos. Cumaná, la elegida por fray Pedro de Córdoba para una predicación en paz, se convirtió en la más sangrienta de las conquistas de aquellos años.

     Las perlas de Cubagua  habían llenado de avaricia a los traficantes de La Española. Barcos partían desde allá para llenas sus bodegas de perlas. Los indios de Cubagua tenían pulmones aptos y pies y manos ágiles para moverse en el mar, hasta las profundidades. Ostras con dos, tres, cuatro perlas, de tamaño sin igual en sus barrigas. El indio baja, sube, hincha los pulmones en la superficie y regresa, se adentra nuevamente en el mar, ante la mirada atenta y dichosa del capataz. Perlas y más perlas pescadas por indios iban engrosando la codicia de los capataces.

-         Dicen que Pedrarias ha comprado una perla de treinta y un quilates, pescada en Cubagua.

-         Más de mil pesos le costó.

-         Dicen que Oviedo compró otra en Panamá, redondísima, también sacada por los indios de Cubagua.

-         Veintiséis quilates dicen que pesa.

-         La adquirió en seiscientos cincuenta pesos de oro.

-         Así será la perla.

-         Dicen que ahora, en España, esa perla la luce el cuello de doña maría de Mendoza.

     Perlas de Cumaná, de Cubagua, más grandes, más pequeñas, adornan cuellos de reinas, princesas, damiselas, damas, condesas, duquesas, marquesas. Y el negocio le aupaban los colonos de la Española.

-         Explotan a los indios de Cubagua y Cumaná –suspiraba Bartolomé de las Casas, acusándose, como si él tuviera la culpa, ante la mirada conciliadora de los frailes de Santo Domingo-. Y no hay manera de impedirlo –susurraba fray Bartolomé.

-         La evangelización no puede ser pacífica si anda por medio oro y perlas –le decía, para consolarlo, fray Pedro de Córdoba.

-         No ha sabido evangelizar en tierra firme. Los indios han matado a los dominicos, a los franciscanos, a los españoles... –se acusaba fray Bartolomé.

-         Y los españoles han matado a indios –respondía fray Pedro de Córdoba-. Yo mismo envié allí a los dominicos, para evangelizar. Todo evangelizador lleva el martirio en su cuerpo.

-         Pero los indios no hubiesen matado si los españoles no hubieran abusado –decía fray Bartolomé.

-         Lo sé, lo sé –corroboraba fray Pedro.

-         ¿Serán los dominicos y los franciscanos los primeros mártires a causa de los indios?.

     Y con esta duda, fray Pedro de Córdoba y el clérigo Bartolomé de las Casas se dieron mutuamente la absolución.

 

12. DE CUMANÁ AL CONVENTO.  

-         Quiero hacerme dominico –ha dicho Bartolomé. Fray Domingo de Betanzos y fray Pedro de Córdoba se miran, satisfechos.

     Fray Pedro ha dicho:

-         No es lo mismo ser clérigo que ser fraile. El fraile ha de ser docto por estudio, ecuánime por verdadero, obediente por voto, contemplativo por exigencia.

-         Quiero ser dominico –insiste Bartolomé, quien ya sabe de renuncias, pues siendo colono dejó todo para defender al indio.

-         ¿No será por que te dientes fracasado? –le puya fray Domingo de Betanzos.

     Bartolomé de las Casas baja los ojos y susurra:

-         Sólo Dios puede juzgar nuestros triunfos. Y nuestros fracasos.

-         Tendrás que vivir en convento y en adelante lo tuyo será la vida de comunidad.

-         Viviré.

-         Tendrás que darte al estudio más profundamente, para poder sustentar con razones teológicas la doctrina del Evangelio.

-         Estudiaré.

-         Tendrás que vivir entre nosotros un año de prueba, como novicio, para que antes de profesar veas si te conviene...

-         ... o si nos convienes.

-         Seré novicio por un año.

-         Si así lo decides, te pondremos un hábito talar, blanco, para que vivas en comunidad.

     Era 1522 cuando Bartolomé de las Casas comenzó a llamarse fray.  

 

13. EJERCER DE DOMINICO  

Me dediqué con ahínco al estudio y a la oración. Observaba el hacer y decir de los hermanos. En el convento de Santo Domingo la defensa de los indios, y su evangelización, rezumaba por las paredes. Muchas meditaciones tuve sobre aquel sermón de fray Montesinos, siendo yo todavía colono.

     Fray Betanzos fue instruyéndome en las cosas de la Orden. Poco sabía yo de Domingo de Guzmán, aunque mucho sabía ya de los dominicos. Recuerdo mis años de estudio de leyes, en Salamanca. De vez en cuando me colaba en las clases de teología, dictadas por los frailes de San Esteban.

     Ahora me cautivó, profundamente, la personalidad de Domingo de Guzmán, un castellano, de Burgos, que renunció a una posible vida de corte, o al menos a un buen estatus catedralicio, para dedicarse a la evangelización de los albigenses. Domingo había roto en su época la apropiación de la predicación por parte de los obispos.

     ¿Qué hubiera sido de los indios si sus predicadores, en vez de ser frailes, como los franciscanos y los dominicos, hubiesen sido obispos, como Fonseca?. Pero los obispos europeos no tienen arrestos para subir a un galeote y venirse a estas tierras. El mar los marea, el viento salado les curte la piel. Lo suyo son las cosas palaciegas. Y ahí se desenvuelven muy bien.

     Por eso me gusta Domingo. Sin proponérselo, ha hecho una orden de “obispos”, predicadores, para contrarrestar la predicación de los obispos.

     Ahora me doy cuenta de que tengo una enorme responsabilidad en estas tierras: soy el primer clérigo de aquí. Soy el primero que cantó su primera misa en este nuevo mundo. Y eso quedará en la historia. La historia no perdonará a un primer clérigo americano que no defienda a sus hermanos, los nativos.

     Estamos en 1531. Ya soy dominico por profesión. Ya estoy a tono con la doctrina de Tomás de Aquino. De ahora en adelante... ejerceré de dominico.

 

 

14. A MI SER, EL REY CARLOS, Y A SU CONSEJO  

Cincuenta y siete años tengo, mi señor, y treinta viendo los males que le relato por tierras de Indias. Gestiones hice en la corte, ante mis señores los reyes católicos y ante V.S., mi señor, para atajar los quebrantos que los españoles causan aquí a los indios. Las guerras que con tanta saña empiezan sus vasallos siempre han sido y son contra todo derecho divino y natural. Y la gobernación que de estas tierras hacen sus súbditos es hartamente tiránica.

     A los indios prisioneros, mi señor, esclavos los hacen, y aquellos que de las guerras han escapado con vida se los reparten entre sí en horrible servidumbre, robándoles cuanto han, y sometiéndolos a trabajos de forzada barbarie para sacar oro de las entrañas de la tierra, perlas de las entrañas de las ostras de la mar y otros trabajos injustos mil.

     Todos estos males, mi señor, son grandes y ofensivos de orejas piadosas. Son males no leídos en historias, ni escuchados de ociosas bocas parlanderas, sino de mi vistos, y por mi combatidos, igual que por dominicos y franciscanos, no haciendo caso a nuestra predicación gobernadores, colonos ni gentes del servicio del ejército de V.S.

     Cada día que pasa, mi señor, aumentan los quebrantos hechos a indios, arrecian las injusticias contra ellos perpetradas y crece cada día la ceguera de los gobernantes para poner remedio a tamaños males.

     V.S., mi señor, ha prevido de predicadores para la salud espiritual de los indios de estas tierras, tamaño favor que V.S. hace a la causa de Dios; pero la palabra de la Verdad choca con la osadía de los tiranos que llenan estas tierras, y que echan al infierno a los indios en Santa Marta, en Tierra Firme donde hay indios en abundancia, y en la gran tierra de Yucatán.

     V.S. cada día prevee de nuevos y más tiranos gobernantes para estas tierras, y no es bueno que rey católico dé licencias para matar y oprimir a hombres apartados de la ley de Nuestro Señor.

     Esto es lo que acerca de estas Indias, con la muy larga experiencia que de ellas tengo, y de los yerros en ellas pasados, y el cuidado de su enmendamiento y prosperidad con mucho desvelarme he conocido.

     

     A cinco días de enero de mil y quinientos y treinta y uno

                                                       Fray Bartolomé de las Casas, O.P.

 

15- ENRIQUEILLO  

      Tenía sangre de los caciques de Baoruco. Creció con los franciscanos, en su convento de Vera Paz, y allí aprendió, a más de leer y escribir y buenas costumbres, la doctrina cristiana. Enrique lo habían bautizado, y Enriquillo lo llamaban.

     Como tenía sangre de caciques, en sus ratos de ocio se empinaba por los riscos, bordeaba las laderas, se bañaba en las lagunas, ensayaba el tiro con flecha y arco y platicaba con las ánimas de sus antepasados, por aquellas selvas sobreviviendo.

     Trabaja a las órdenes del comendero Valenzuela y casó por la Iglesia con una india de linaje, con nombre cristiano: doña Lucía.

     Doña Lucía tenía cabello largo, negro y liso, y ojos de un bello y profundo misterio. Enriquillo, su esposo, le decía que todo el verdor de la selva estaba en sus ojos, y toda la profundidad de los barrancos, y toda la altura de los picachos, y todo el sol caliente en su cuerpo, y toda la libertad de la selva en su vientre.

     El comendero Valenzuela la miraba con ojos de deseo, y la india Lucía bajaba la mirada porque se la dañaba aquella lumbre de la del español.

-         Me mira para tenerme –le había dicho Lucía a su esposo, Enriquillo.

     Pensó Enriquillo que podía ser prejuicio de ella, por el mal hablar que había de los españoles, y siguió sus tareas en los campos del comendero sin atreverse siquiera a reprocharle la mirada.

-         Tienes la piel más fresca, y los labios más en flor, y el cabello más de largo profundo y los ojos más claros que nunca –le dijo aquella noche Enriquillo.

     La india Lucía escondió en la oscuridad del conuco su piel, sus labios, su cabello y sus ojos y se negó a tocar el cuerpo de su esposo.

-         ¿Qué ocurre, Lucía?.

     El llanto le vino a borbotones. En la oscuridad del conuco retumbó la acusación:

-         Pregúntale al comendero Valenzuela.

     Supo Enriquillo que su amo lo había humillado, abusando de su esposa.

     En el convento de los franciscanos confesó su queja:

-         Vete a acusar a Valenzuela ante el gobernador, para que haga justicia –lo instruyeron los frailes.

     Acudió ante el gobernador. El gobernador no hizo justicia.

-         Apela a la Audiencia de Santo Domingo –le dijeron los frailes.

     Y apeló. Tampoco la Audiencia hizo justicia.

     Enriquillo se fue a la selva. Y a la selva se fue, tras él, Valenzuela, juzgándolo alzado contra las autoridades. Enriquillo y los suyos vencieron a Valenzuela y los suyos, y el indio, ya cacique, dijo al comendero:

-         Agradecé., Valenzuela, que no es mato; andad, íos y no volváis más acá: guardaos.

     Se mofaron los españoles de Valenzuela por su fracaso, y aplaudieron los indios el triunfo de Enriquillo. Muchos de ellos huyeron de sus amos y señores, que los tenían como esclavos y se fueron a la selva, en busca del cacique:

-         Aquí estamos, Enriquillo, para engrosar tus filas.

     El caso llegó hasta España. Desde allí se envió a un capitán con ciento cincuenta hombres con la orden de pacificar pactando con el cacique sublevado, o hacerle la guerra si paz no deseaba.

     Hubo paz, pero no tanto por la fuerza mostrada por el capitán cuanto por los buenos oficios de Bartolomé de las Casas:

-         Mucho era el temor que tenía Enriquillo. Desconfiaba de palabras reales, de promesas de justicia. Un mes estuve con él, en tierras de Baoruco, y con su mujer, y con todos sus capitanes. Se confesaron, pues cristianos eran. Deseaban la paz. Le afirmé y corroboré que ningún daño se les haría, ni a él ni a los suyos, por orden de su majestad. Por fin lo traje a la villa de Azua, donde, con los vecinos, selló el abrazo y se regocijó. Luego se puso al servicio de S.M. Desde entonces se convirtió en Don Enrique, por tratamiento reconocido por el Emperador.

 

15. PACIFICACIÓN  

De España salieron cédulas fechadas el 17 de octubre de 1540. Había ido Bartolomé a solicitarlas, luego de haber pasado por Nicaragua y Guatemala. Fray Bartolomé no quería que se repitiese lo de Cumaná. La colonización y evangelización debería ser pacífica, y ni sombra de espada podía perturbar a los indios.

-         No está el Emperador. Se ha ido a Gante, a controlar la rebelión –le dijeron.

     Fray Bartolomé se alegró. El cardenal era dominico.

     La primera cedula que Fray Bartolomé consiguió del Cardenal iba dirigida a los gobernadores de las provincias de Guatemala, Chiapas y Honduras. Y decía: “Por cinco años no entren en actitud de guerra ningún español, ni indio, ni negro por mar ni por tierra. A los gobernadores se les ordena tener en cuenta esta petición y no estorbar esta empresa pacificadora”.

     Fray Bartolomé de las Casas sonreía por los claustros de los conventos dominicos de España.

-         ¡Otra pacificación como la de Cumaná? –le preguntaban.

-         Esta pacificación será distinta: la única arma será la cruz de Cristo y la predicación del Evangelio.

-         ¿Y los encomenderos?.

-         ¿Y los soldados?.

-         El fraile no se mezclará con el soldado y el soldado tendrá que bajar las armas. No ocurrirá como en La Española. Tampoco como en Cumaná. No ocurrirá lo del cacique Enriquillo.

-         ¿Es cierto lo del cacique Enriquillo? –le preguntaban los novicios.

     Fray Bartolomé les contaba la historia completa, sin ocultar los encantos de la india Lucía. Estaba contento. El cardenal García de Loaysa lo había entendido: ambos vestían el mismo hábito.

     Y Bartolomé les decía:

-         Ya hemos platicado con caciques indios, y nos han dicho que la paz, y la religión, así, sí la quieren. Y hemos hablado con indios ya conversos y preparados para ayudar a los misioneros, y nos han dicho que nos ayudarán ante sus hermanos indios. Y el plan es éste: junto con el Evangelio llevaremos con nosotros algunos indios que sepan tañer menestriles y cheremías, sacabuches y flautas; y llevaremos indios cantores, de esos que ya entonan latines en los oficios litúrgicos de nuestros conventos. Y ya en las cédulas se dice a los gobernantes de Nuevo México, de Guatemala y de Honduras que prohíban la entrada a sus tierras de hombres indeseados y avariciosos y de mal ver ante los indios. Es deseo de espíritus cristianos que toda la evangelización y colonización sea pacífica, por lo que hay que vetar las armas.

     Muchos novicios quedaban encantados con los decires del padre Bartolomé de las Casas. Le pedían licencias para viajar a tierras del nuevo mundo y hacer allí de misioneros. Pero fray Bartolomé les decía que solicitaran la petición ante sus superiores, pues no olvidaran que tenían voto de obediencia.

 

16. LE HAN NOMBRADO OBISPO  

Se divulgó la voz por La Española, por Nicaragua, por Honduras, por Perú, por Cumaná, por San Juan y por Nuevo México:

-         Han hecho obispo a fray Bartolomé de las Casas.

     Cuchicheos en los corredores de palacios. Blasfemias en las estancias de los colonos. Ira en los puños apretados de los capitanes. Reuniones entre gobernadores y corregidores, alcaldes y alguaciles.

-         Y ha sido el rey, nuestro señor, Emperador de Alemania y rey de España y de Indias, quien lo propuso.

-         Y en Roma lo aceptó el Papa.

-         Malhaya a los asesores del Emperador.

-         Malhaya a los asesores de Su Santidad.

-         ¿Qué malas nuevas nos traerá el obispo?.

     Sonrisas de esperanza en las estancias de indios. Vítores en la garganta de Don Enrique. Una mujer india llegó al convento de Santo Domingo  con su recién nacido en brazos:

-         Quiero bautizar al niño y que se llame Bartolomé.

     En el despacho del gobernador se había decidido ya el primer punto:

-         No le daremos recibimiento.

-         Traerá cédulas para que se le trate como a tal.

-         ¡No le daremos recibimiento!.

     Y no se lo otorgaron. Miraron desde las ventanas cómo pasaba el nuevo obispo. Los indios se habían apiñado en las aceras y cantaban cantos en latín, ensayados en la iglesia: Gaudeamos.

-         Gocémonos –cantaban.

     Y las indias madres se arrodillaban a su paso, y los indios de edad se descubrían la cabeza, y los indios niños conocían por vez primera a aquel del que tanto les habían contado.

-         Gracias a él vivimos.

     Fray Bartolomé, obispo de Chiapas, dio las primeras órdenes:

-         Me reservo el derecho de confesar. Todo aquel que no libere a los esclavos no recibirá absolución.

-         Nos está mandando a todos al infierno –sollozaron las damas.

-         Sin confesión no podremos casarnos –se quejaban las damiselas.

     La hija del Tesorero real, ansiosa por unirse a hombre, protestó ante su padre:

-         ¡Deja a los esclavos en libertad!.

     El Tesorero la miró con rabia. Aquella noche discutió con su esposa, en la alcoba, mientras la hija no podía dormir.

-         Vale más el casamiento de nuestra hija que cien mil indios –argumentaba la madre.

-         Vale más conservar la dignidad –replicaba el Tesorero. Y su esposa le gritó:

-         ¿De qué dignidad hablas?.

     El Tesorero se quedó pensando de qué dignidad había hablado.  

 

17. LAS LEYES DE INDIAS  

Gobernadores y soldados, encomenderos y corregidores, vendedores de esclavos y capataces de minas lo acusaron por las Nuevas Leyes de Indias, firmadas por el Emperador.

-         Mal nombre nos ha puesto el fraile en Castilla.

-         Mala imagen tiene de nosotros la corte.

-         En mal ver nos tienen los teólogos de Salamanca y los frailes de los conventos de Valladolid y Sevilla.

-         Con mala fe contra nosotros se embargan los frailes por él reclutados.

     Los funcionarios reales del Nuevo Mundo leían con rabia: “Porque una de las cosas más principales que en las abdiencias han de servirnos es en tener muy especial cuidado del buen tratamiento de los indios y conservación dellos, mandamos que se informen siempre de los excesos y malos tratamientos que les son o fueron hechos por los gobernadores o personas particulares y cómo han guardado las ordenanzas e instrucciones que les han sido dadas y para el buen tratamiento dellos estén hechas y en lo que se hubiese excedido”.

     El capitán del ejército leyó a los soldados:

-         “Ordenamos y mandamos que de aquí en adelante por ninguna causa de guerra ni otra alguna, aunque sea so título de rebelión ni por rescate ni de otra manera no se pueda hacer esclavo indio alguno y queremos sean tratados como vasallos nuestros de la corona de Castilla pues lo son. Ninguna persona se pueda servir de los indios por vía de naburia, ni tapia ni otro modo alguno contra su voluntad”.

     Los soldados arrojaron al suelo sus arcabuces y sus lanzas:

-         Que venga a pelear el Emperador –dijo uno.

-         Que vengan los leguleyos de la corte a vérselas con los salvajes –dijo otro.

-         Es mejor estar en Castilla o en Andalucía o pescando en las rías bajas, o arando en Extremadura que vérselas con estos indios.

-         Llegará el día en que nos digan que nos dejemos matar si nos atacan.

     Había descontento en el ejército real por las Nuevas Leyes. Los hijos de los españoles allí habidos se quejaron a sus padres:

-         Los indios nunca podrán ser como nosotros.

-         Ese obispo nuevo se ha salido con la suya.

     Las damas y damiselas se espantaron al escuchar:

-         “Ordenamos y mandamos que los dichos nuestros presidentes y Oidores tengan mucho cuidado que los indios que en cualquiera de las maneras susodichas se quitaran y los que vacaren sean muy bien tratados e instruidos en las cosas de nuestra santa fe católica y como vasallos nuestros libres, que este ha de ser su principal cuidado y de lo que principalmente les habemos de tomar cuenta y en que más nos han de servir”.

-         Increíble. Vasallos directos del rey.

-         Vasallos libres, como cualquier nacido en España.

-         Y con la misma religión nuestra.

-         Increíble.

     El odio de todos los españoles recayó en la persona del nuevo obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas, dominico.

 

10. SE ESCAPO EL ALMA DE LOS INDIOS  

Murió en Madrid, el 17 de julio de 1566. Siete años antes había fallecido el emperador Carlos. En 1547 había regresado el obispo Bartolomé a España para concretar nuevos arreglos en la corte. Antes de emprender viaje había tenido precaución de nombrar a un grupo de confesores de confianza para que en su diócesis de Chiapas no se repartieran absoluciones sin conversión

     Durante estos últimos años presiona sobre Felipe II, recolecta nuevos misioneros, acude una y otra vez a juicio para declarar contra Carranza, manda imprimir todas sus obras en Sevilla, redacta su testamento, profetiza la caída de la grandeza imperial de España, lega todos sus escritos al convento de San Gregorio de Valladolid, renuncia al obispado de Chiapas, escribe más, más y más en defensa de los indios...

     Tiene 92 años. No ha perdido la agilidad en la palabra hablada o escrita. En el convento de >Atocha, en Madrid, medita sobre su vida. ¿Ha sido un exaltado?. ¿Ha sido un profeta?. ¿Ha sido un revolucionario?. ¿Ha dañado a los españoles por defender excesivamente a los indios?. ¿Ha sido un orgulloso?.

     El 17 de julio las campanas del convento doblan a luto. Dicen que en el nuevo mundo los encomenderos dieron latigazos de despecho sobre las espaldas de los indios. Dicen que los indios, aquel 17 de julio, sintieron que del cuerpo se les escapaba el alma.