Serie: El profeta 

Te habla Miqueas, profeta 2

Autor: Adolfo Carreto

          

¿POR QUÉ LOS PROFETAS SON TAN GROSEROS?. 

No puedo soportaros. La sangre me hierve cuando contemplo vuestros caprichos. Yahvé me ha concedido el don de espiaros hasta en sueños, de leeros los pensamientos hasta en la noche más oscura, hasta en vuestras meditaciones tengo atenta mi mente. Inclináis la rodilla en el templo y fingís orar, y vuestra meditación anda envuelta en sumas y restas: sumas para vosotros, restas para los indefensos. Vuestra oración no acepta otra palabra más que “dinero” y vuestra compasión sólo llega hasta la suela del zapato.

-         Pobres de ustedes que meditan la injusticia, que toda la noche traman el mal, y al amanecer lo ejecutan, cuando está a su alcance.

Veo vuestras ojeras de tanto tramar la iniquidad y veo luego, al alba, cómo se os hinchan los ojos porque el sol os ha mostrado la presa. Como leones al acecho contra indefensos cervatillos. ¡Qué sed de sangre tenéis!. Habéis estado ahogando en vino vuestro insomnio y ahora refrescáis vuestra garganta con sangre.

Vi cómo un día llegasteis hasta los campos verdes de Moreset gat, tomasteis una espiga, desgranasteis el fruto, la visteis buena y dijisteis a vuestros empleados:

-         Después de la siega que se corran los linderos de mi propiedad.

Ví cómo clavasteis los ojos en el cuerpo de la campesina, dijisteis ocurrencias groseras sobre su figura, os reísteis con una baba desprendida que os hacía hambrientos y dísteis órdenes a vuestros lacayos para que al caer el sol os la llevaran a vuestra estancia.

Vi cómo llamasteis a vuestros despachos a los jueces, les brindasteis vino, les invitasteis a una fiesta dada en su honor, y entre rira y carcajada, entre copa y brindis, entre baile y danza desnuda de bailarina alquilada, les dijisteis:

-         ¿Cómo podríamos hacer para que los valles fértiles de Moreset nos pertenecieran?.

Y ellos, apurando otra copa, mirándose en ojos hinchados, recreando el deseo en la danzarina, dijeron:

-         Siempre hay medios legales para lograrlo.

Por eso dice Yahvé:

-         No te angusties, Miqueas; yo también estoy tramando el mal contra esta gente, una desgracia tan grande que no podrán hacerle el quite ni caminar con la frente alta.

-         ¿Nos amenazas, campesino?.

-         Mi palabra no es mía; me la dicta Yahvé.

-         ¿Yahvé se ha fijado en tu rostro terroso, en tu voz de vocabulario de campo para acusarnos?.

-         Miqueas, Yahvé tiene sus sacerdotes para hablarle a su pueblo y los sacerdotes tienen sus profetas para anunciar el bien y el mal. ¿Quieres ser tú, Miqueas, más que nuestros sacerdotes y nuestros profetas?.

-         Tampoco le escucháis a Isaías, que es hombre culto.

-         Yahvé no puede hablar dos lenguas diferentes. Ni Isaías ni tú sois gente del templo. No gastes tu saliva en anunciar todas estas cosas, pues nada de malo nos pasará.

-         ¿Va a ser maldita la raza de Jacob?.

-         ¿Acaso Yahvé se pondría nervioso?.

-         ¿Es así como procede Yahvé con su pueblo?. ¿No tiene más bien palabras de bondad para Israel?.

-         Yahvé me dice que les diga: son ustedes los enemigos de mi pueblo, pues le quitan su manta al pobre y tratan como si estuvieran en guerra al que vive tranquilo. Arrancan de sus hogares tan queridos a las mujeres de mi pueblo y les quitan a sus hijos la libertad que yo les había dado. Y yo os digo: Yahvé se ha levantado de su trono y se acerca con pisada fuerte para juzgaros; se os acabó el tiempo de maquinar el mal.

 

EL PECADO ESTA EN LA AUTORIDAD

 

¡Qué bueno es tener la sartén por el mango!.

¡Qué bueno es decir: se hace lo que nosotros queremos!.

Día llegará en que la sartén os escaldará y de señores pasaréis a siervos. Sois tan torpes que el bien lo habéis bautizado con el nombre del mal, y al mal con el del bien. La tortilla está dorada por la parte de arriba, pero por la de abajo se os quema. Os calentáis las manos en la hoguera pero un viento soplará del otro lado y las llamas os chamuscarán el cabello. El vino se os volverá vinagre y el agua se convertirá en sangre. Y todo porque habéis cambiado las pesas de la balanza de la justicia.

¿Qué autoridades sois vosotros que solamente dictáis órdenes para vuestro provecho?. Yahvé no quiere autoridad así, sino jueces que sepan guiar a su pueblo, defiendan al pobre y protejan a la viuda. Pero vosotros habéis cambiado el concepto de autoridad y oprimís más al pobre que nada tiene, y os aprovecháis de la viuda porque nadie puede defenderla.

Pues escuchen bien esto, gobernantes del pueblo de Jacob, ustedes que son los señores de Israel, ustedes que desprecian la justicia y que tuercen mañosamente la ley. Escuchen esto que Yahvé les dice:

-         Sión se está edificando sobre sangre, y Jerusalén en base a crímenes. Sus gobernantes se dejan comprar para dar una sentencia; sus sacerdotes cobran por una decisión; sus profetas sólo vaticinan si se les paga, y todos dicen que son amigos de Yahvé. Por todas estas maldades Sión va a quedar como un potrero arado, Jerusalén será reducida a escombros y el cerro del Templo será cubierto por el bosque.

 

CONTRA SACERDOTES Y PROFETAS

 

¿Qué hacéis en vuestro templo, sacerdotes?. ¿Para quiénes vaticináis, profetas?. Se os conoce vuestra falsedad porque no usáis los atuendos de los humildes. ¿Se ve bien un labrador arando vestido con túnica de terciopelo?. ¿Se ve bien a un niño jugando en el barro con traje de fiesta?. ¿Por qué, profetas, no usáis el atuendo de los cautivos, como corresponde a un pueblo que está oprimido?. Malo es que nos opriman los extranjeros, peor que nos opriman los de la propia casa.

Desatad vuestras sandalias y dejad a vuestros pies que se arañen en la tierra; quitad los anillos de vuestros dedos, que eso está bien para cortesanas pero no para encargados del culto; quedaos desnudos para que podías hablar con propiedad ante quienes se visten con telas traídas de Persia y con collares labrados por los orfebres de Egipto. También el sacerdote y el profeta debe cuidar su atuendo.

Pero no. Vuestros vaticinios con comprados, y quien compra y paga no desea que el oráculo salga de la boca de un menesteroso. ¿Puede un  pobre hablar bien de un rico?. ¿Puede el siervo alabar la grandeza del señor que le roba?. ¿Puede el juzgado ensalzar la justicia del juez que lo condena?.

Así vosotros: os acicaláis para entrar en palacio, os echáis perfume para asistir a las reuniones de los potentados, y endulzáis la voz cuando el señor os anuncia para que proclaméis ante los oídos de la concurrencia vuestros acertijos pagados:

-         Nuestro profeta tiene un oráculo –anuncia el anfitrión.

La música cede y sólo queda de fondo el sonido sensual de un arpa afeminada.

-         Brindemos por el profeta antes de que nos diga nuestro futuro –dice la amiga del señor, recostándose en el hombro sudado del dueño.

Y tú, profeta falso, alzas la copa y dices:

-         Paz y prosperidad habrá en esta casa.

-         ¿Y para mí que habrá? –indaga la querida del señor.

Tú la miras a los ojos para ver qué es lo que ella desea y le susurras al oído:

-         Habrá para ti cuerpo lozano y piel suave; habrá deseos de hombres para tu cuerpo, y cuando tu señor salga a otra ciudad habrá en tu cama otros hombres que te entretengan; y cuando tu señor regrese a casa te llenará de mimos, porque no sospecha tus andanzas, te llenará el cuerpo de perfumes, el cuello de collares y los brazos de aros y ajorcas. Y antes de dar una fiesta por su regreso, se encerrará contigo en la alcoba para prometerte que no te dejará por mucho tiempo.

-         ¿Qué te ha vaticinado el profeta? –le preguntarán las cortesanas.

Y ella te mirará de reojo, y tu comprenderás, por el guiño, lo que te está ofreciendo. Todo vaticinio bueno tiene su buena paga. Luego la voz del señor gritará para que todos la oigan:

-         Este es el verdadero profeta de Yahvé, y no ese Miqueas, que viste como pordiosero, que predice catástrofes y que atenta contra las autoridades de nuestro pueblo.

Pero en esa reunión no dirás más vaticinios: a cada amo en su casa y a cada cortesana en su cama.

Eres grande, profeta, y no hay nadie más solicitado que tú en las reuniones sociales de Jerusalén. Ni las bailarinas a sueldo que se contratan para después del baile son tan solicitadas como tu. De ti depende el buen nombre de los reyes, príncipes y magnates, y de ti también la suerte de sus queridas. Por eso, cuando hablan entre ellas, al día siguiente de la fiesta, cuchichean tus vaticinios:

-         Me dijo el profeta que tenía que probar primero mi cuerpo para asegurarse en el vaticinio.

-         Me dijo el profeta que los efebos tienen la piel dulce y el aliento caliente.

-         Me dijo el profeta que el cuerpo lleno de vino era más rasbaladizo para el señor.

-         Me dijo el profeta que no hay riqueza para la mujer que no dé a cambio su caricia.

Eres grande, profeta. El señor te paga la mentira y la prostituta real te presta el cuerpo. Por eso Yahvé me ordena que te diga:

-         Si puedes masticar a dos carrillos, anuncias la paz; pero si alguien no te llena la boca le declaras la guerra santa.

 

LA MALA SUERTE DE UNA PROSTITUTA

 

            ¿Te acuerdas, profeta, de aquella cortesana que se negó a ofrecerte su cuerpo?. Te habías prendado de su agilidad, de los contornos de sus caderas, de los torniquetes de sus ojos, de los pasos rítmicos de sus pies. Y te dijiste: “Esta es la mujer para mi entretenimiento de esta noche”. Te acercaste a ella, después del jolgorio, y le ofreciste tu vaticinio. Ella te dijo que ya estaba enterada de lo que le iba a acontecer, y que si hacía ese trabajo lo hacía para ganarse la vida, no porque le gustara ni ofreciera su cuerpo como mercancía. Pero tus ojos, profeta falso, se habían pegado a sus senos, y te ardía el deseo en el cuerpo, y la tomaste del brazo, delante de los invitados, y le susurraste:

-         O te vienes conmigo esta noche o será para ti el fin.

Ella te miró con ojos de odio y te dijo:

-         Prefiero el fin.

Tu ordenaste al mayordomo y le comentaste algo al oído. El mayordomo ordenó detener la música y todas las miradas se posaron el tu mano, que estaba apuntando hacia la bailarina. Y profetizaste:

-         Yahvé, nuestro Dios, me ha enviado un nefasto oráculo.

Las cortesanas se llevaron la mano a la boca para ahogar un suspiro y por la mente de los comensales se deslizaron malos augurios para sus riquezas. Tu lo sabías, porque eso es lo que suele pasar, y te apresuraste a tranquilizarlos:

-         El señor, Yahvé, no atenta contra ustedes, a no ser que le hagáis caso.

Y preguntaste:

-         ¿De dónde ha salido esta mujer?.

El mayordomo dijo que la había contratado entre las que se dedicaban a los trabajos del culto a los baales. Y tu dijiste:

-         Nuestro Dios, Yahvé, no quiere a mujeres que se han prostituido con otros dioses. Yahvé desea que esta bailarina sea expulsada de la fiesta y que ningún hombre ponga en ella los ojos, ni hoy ni nunca.

Viste cómo las cortesanas respiraban de alivio y cómo relajaron sus cuerpos; viste cómo el dueño de la casa ordenó a sus criados a que la expulsaran de la reunión. Tu los detuviste y gritaste:

-         Yahvé quiere que su oráculo sea comprobado. Yahvé me ordena que sean rasgadas las vestiduras de esta mujer delante de todos para que veamos que sus vergüenzas están podridas.

Los lacayos desgarraron las vestiduras de la mujer y las cortesanas se taparon los ojos. Los comensales no vieron las vergüenzas podridas, pero el dueño de la casa ordenó a los criados que se la llevaran y la lapidaran en el camino de la quebrada. Cuando la mujer salió te envió una mirada que te dijo:

-         Yahvé, mi Dios, te castigará.

Y yo te digo:

-         El sol se pondrá para tus adivinaciones, y por la mente no se te pasarán visiones nuevas. Yahvé no quiere ver tu corazón manchado porque eres peor que las prostitutas y mucho peor que los jueces que juzgan equivocados, y mucho peor que los mercaderes que explotan a los campesinos. Día vendrá en que te toparás, cara a cara, con la bailarina y tendrás que taparte con la mano tus vergüenzas porque tu si las tendrás podridas.

 

LA SALVACIÓN VIENE DEL CAMPO.

 

De Belén. Del Campo.

¿Qué por qué anuncio que la salvación viene del campo?. Porque el pecado está en la ciudad. Los ojos del campo no han visto la maldad como la contemplan tus calles, Jerusalén. Las mujeres del campo no se prostituyen por dinero como tus hijas, Samaría. El viento del campo es libre y no tropieza contra los muros enmohecidos por el humo de las terneras asadas de tus palacios.

De una aldea pequeña saldrá el salvador, el que enderece los caminos de mi pueblo, porque solamente de allí puede llegar la paz.

Y los primeros que verán a este príncipe de la Paz serán los campesinos y pastores. Ningún palacio será su aposento ni habrá cuna real para sus primeros sueños. Su madre será campesina y las manos de su padre arderán en callos producidos por el trabajo. Aprenderá en las veredas a distinguir los cantos de los pájaros y junto a los regatos el color de las flores silvestres. Le gustará ver a la amapola en el trigal y a la hembra en el nido empollando los huevos. Su olfato se familiarizará con el olor  a tierra mojada y a hogaza de paz caliente, y tendrá en sus manos un polluelo de gallina y subirá a lomos de un borrico campesino.

Irá por las veredas, con los pastores, y aprenderá a distinguir los auténticos de los rabadanes. Aprenderá canciones compuestas por David, porque él ser hijo de la ciudad de David, Belén Efretá.

Tendrá por madre a una doncella, y aunque ningún ejército seguirá sus pasos, él se proclamará Príncipe de la Paz, como lo anda diciendo por ahí Isaías, profeta de Yahvé. El se pondrá de pie y guiará a su rebaño con la autoridad de y

Yahvé, con la gloria del nombre de Dios, vivirán seguros, pues su poder llegará hasta los confines de la tierra: él mismo será su paz”.

No lo reconocerán al principio porque no tiene cara de rey sino de niño de aldea, ni sus vestiduras serán de lino fino, aunque su madre, doncella, de chiquito, cuidará de tenerlo limpio y aseado. Tendrá voz dura para unos y para otros susurro de compasión y mano que cura. Su fuerza no será la espada, su arma será el amor. Y por esto tampoco querrán aceptarlo como rey: pero él nos salvará.

-         ¿Has oído con que dulzura ha hablado Miqueas?.

-         Estaba hablando de un niño.

-         Los campesinos son así: se emocionan con los animales y los niños.

-         No parece el tono de Miqueas.

-         Esté sí parece un oráculo de Yahvé.

-         Al rey le encantará oir eso.

-         ¿Tu crees?. El rey se irritará, porque Miqueas anuncia el trono para un campesino.

-         El rey Ezequías no es como su padre, Ajaz. Nuestro rey ya ha ordenado suprimir los santuarios de las lomas y ha roto las piedras paradas en honor a los baales, y ha cortado los troncos sagrados.

-         Es verdad, también mandó suprimir la serpiente de bronce que mandó construir Moisés en el desierto, porque ya la adoraban como si fuera Yahvé.

-         Dicen que el rey está asesorado por otro profeta, Isaías.

-         Debe de ser. Estamos viviendo un tiempo mejor y quizá la paz nos llegue ya.

-         Miqueas ha dicho que si Yahvé nos ha abandonado lo hizo sólo por un tiempo, hasta que aquella que debe dar a luz tenga a su hijo.

-         Reconforta que los profetas cambien de tono.

-         ¿Pero ha dicho cuando llegará ese día?.

-         No. Solamente nos ha anunciado el oráculo de Yahvé.

 

TAN SOLO PRACTICAR LA JUSTICIA

 

-         Ya estamos bien, Miqueas.

-         Ya no es necesario que nos atormentes.

-         Nuestro rey ha ordenado derribar los altares de los baales y solamente ofreceremos sacrificios a Yahvé.

-         Yahvé no tendrá queja de nosotros.

-         El será nuestro dios...

-         ... el único Dios...

-         --- y nosotros seremos su pueblo...

-         ... el único pueblo...

-         Al templo de Jerusalén acudiremos a presentarle nuestros sacrificios.

-         Entonaremos las canciones que compuso David.

-         Nos hemos reconciliado con nuestro Dios.

-         Nos hemos dado golpes de pecho por haber quemado cabritos en los santuarios de las lomas y en honor a Baal.

-         Ya estamos en paz y sellamos nuevamente el pacto.

Le dijeron a Miqueas que se refugiara nuevamente en Moreset y que no los importunara más; le dijeron que ahora tenían un rey piadoso sobre quien Yahvé había posado la mirada; le dijeron que habían vuelto al santuario los sacerdotes que no se había plegado al culto pagano. Y Miqueas les dijo:

-         Todavía no es suficiente.

-         ¿Qué más quieres, campesino?.

-         Yahvé, Dios, aún no ha quitado su palabra de mi boca. Oigo los gemidos de Yahvé y los lamentos que salen de su corazón.

-         ¿Pues qué más nos pide?.

-         Amor.

-         Amor le damos en forma de sacrificios.

-         No son sacrificios de animales lo que a Yahvé agrada. Oid cómo nuestro Dios solloza. Como no sois capaces de escucharle está hablando a las montañas, y se dirige a las colinas. Las pone por testigo de sus palabras. Escucha, Judá, cómo te implora. Así dice Yahvé:

-         ¡Pueblo mío!. ¿Qué te he hecho yo y en qué te he molestado?. ¡Es que te saqué de la esclavitud de Egipto?. ¿Aún sientes deseos de alimentarte con ajos y cebollas en el cautiverio?. ¿No te gusta una patria en libertad?. ¿No prefieres alimentarte con el fruto fresco de tus campos, cosechado con el sudor de tu frente?. ¿No te gustó que te guiaran por el desierto  Moisés, Aarón y Miriam?. ¿Por qué, entonces, me vuelves la espalda?

Así suplica yahvé, como un padre acongojado, como un esposo ante la esposa infiel, como un hijo arrepentido buscando la sonrisa. Te vas por lo externo y desvías el corazón. Te digo, Israel, te repito, Judá, que no es culto sin amor lo que nuestro Dios quiere sino amor cultual.

-         ¿Y cómo nos presentaremos delante de Yahvé?.

-         ¿Cómo iremos a arrodillarnos delante del Dios de los cielos?.

-         Ya sé, redoblaremos los holocaustos, escogeremos los mejores terneros de un año y se los quemaremos en su altar. La mejor aceite de nuestros olivos traeremos para que vaya  consumiéndose ante su presencia.

-         Ya sé, sacrificaremos a nuestro hijo primogénito para que Yahvé vea cómo lo amamos.

-         Lavaremos así nuestros pecados.

-         ¡¡¡ No!!!. –gritó Miqueas.

-         Entonces.. ¿qué quiere Yahvé?

-         Ya se te ha dicho lo que es bueno y lo que el Señor te exige: tan solo que practiques la justicia, que quieras con ternura y te portes humildemente con tu Dios.

Los humildes afirmaron con la cabeza, pero los poderosos repasaron sus fortunas y agacharon la mirada. Y la voz de Yahvé volvió a oirse en la ciudad: daba aliento a los que respetaban su nombre, pero para aquellos que habían agachado la mirad Yahvé dijo:

-         ¿Tienes todavía en tu casa tesoros adquiridos injustamente?. ¿Usas todavía balanzas inexactas o que no pesen el peso justo?. Si sigues aún en esas prácticas, no acudas a mi casa ni me ofrezcas sangre de animales, porque esa sangre seguirá pesad sobre tu conciencia. Y tú, Jerusalén, ¿quieres ser mi ciudad, quieres honrarme como a tu Dios?. Pues que los ricos, que en tus casas viven, protegidos por tus murallas, no se enriquezcan a base de crímenes, y que tus jueces no dicten sentencia en base a mentiras.

 

LA SALVACIÓN SOLO PARA QUIEN LA MEREZCA

 

Porque yo, Yahvé, he elegido a mi pueblo y sigo prometiéndole la salvación; pero yo no voy a salvar a quien no quiera. Cada cual tendrá su medida y con la vara que midieres serás medido. Cada lágrima justa tendrá su recompensa en alegría y cada alegría injusta tendrá su dolor en el corazón.

Si crees que tus graneros están repletos y que tus lagares están a tope de vino, comerás y beberás, pero el hambre te roerá las entrañas y la garganta se te secará a cada trago. Serás una ciudad con elegantes fachadas pero sucia por dentro, igual que el cuerpo de la ramera por fuera y el corazón en el interior. Seguirás empeñada en acumular cosas, pero no podrás guardar nada. El día que llegue la catástrofe tus alhajas quedarán enterradas bajo los escombros y si por casualidad lograras salvar algo, se perderá en la guerra.

Sembrarás, pero no podrás cosechar: las heladas ahogarán a los granos en el surco y las pocas espigas que nazcan estarán a merced de los pájaros del cielo; molerás las aceitunas, pero no aprovecharás el aceite, porque las aceitunas no tienen jugo en su carne y después de molerlas verás que son ceniza; exprimirás la uva, pero no beberás el vino, porque vendrá gente de fuera, soldados sedientos, entrarán en tus bodegas, abrirán las cubas y en su borrachera te perseguirán con una carcajada loca. Serás despreciada por todo el mundo, Jerusalén, y tus  hijos e hijas serán la risión de la humanidad.

Pero yo, Yahvé, no falto a mi palabra. Quien quiera la salvación la tendrá y solo habrá condenación y rechinar de dientes para quienes no practiquen la justicia. Yo he prometido un salvador que saldrá de la ciudad de David, de Belén Efretá, y todo aquel que le siga podrá vivir en paz, porque traerá como escudo la paz y la justicia.

¡Pueblo mío!. ¿Todo esto tengo que decirte?. ¿hasta este estado me enfureces?. Mira que una y otra vez hago pactos contigo y corrijo mis enojos. Pero está llegando ya el tiempo final, que no admite correcciones. Si quieres salvarte yo te salvaré. Estás a tiempo. Todavía no ha llegado el día del desastre final.

 

ORACIÓN FINAL DE LOS JUSTOS

 

Se habían reunido a las afueras de Jerusalén, en medio del campo. Era una tarde de otoño y las hojas de los árboles habían amarilleado las laderas. Jerusalén quedaba allí, refugiada en la tranquilidad de su conciencia dormida.

Un pastor había dejado a las ovejas junto a unos matorrales, y algunos labradores, de regreso del campo, ataron a los pollinos en las ramas secas de los árboles. Miqueas se había sentado sobre una piedra, vestido de saco. Tenía una cantimplora al hombro u unas alforjas al lado.

-         ¿Se marcha el profeta?.

-         Se marcha para Moreset gat.

-         ¿Y por qué nos deja?.

-         Yahvé ya ha dicho por su boca todo lo que tenía que decir.

-         Pero si los profetas se van ¿qué será de nosotros, los humildes?.

-         Yahvé, Dios, enviará más profetas a su tiempo.

Era un grupo como de cincuenta. Miqueas se incorporó, se apoyó en su cayada, se colocó sobre la piedra, miró a su alrededor y vio que los que con él estaban eran el resto. Y dijo:

-         Esta es la oración última de nuestro Dios. Yahvé me inspira para ustedes.

Todos se pusieron de pie. Los hombres cruzaron los brazos y las mujeres se apretaron las manos hacia delante. Miqueas elevó los ojos a lo alto y rezó:

-         Apacienta con tu vara a tu pueblo, al pequeño rebaño que te pertenece, y que permanece aislado en medio de matorrales. Permítenos que presenciemos tus prodigios como cuando nos sacaste de Egipto. ¿Qué Dios hay como tú que aguanta la falta de respeto y que perdona la desobediencia de un grupo escogido?. ¿Quién como tú que no se enoja por mucho tiempo, pues te gusta perdonar?. Por eso una vez más te compadecerás de nosotros, pisotearás nuestras faltas. Tira, pues, al fondo del mar todos nuestros pecados. Concede a Jacob tu fidelidad, a Abraham tu amor, como lo juraste a nuestros padres desde hace mucho tiempo.

Miqueas bajó los ojos, se apoyó en la cayada, se ciñó con un cíngulo el saco, se colocó al hombro las alforjas y dejó atrás las murallas de Jerusalén. Se iba a descansar a su casa de Moreset gat.

Yahvé ya había hablado todo por su boca.