Serie: El profeta

Te habla Isaías, profeta

Autor: Adolfo Carreto

          

EL TRABAJO DEL PROFETA

Un profeta es el portavoz del mensaje de Dios: la buena noticia de la salvación.

La voz de los profetas admiten tonos diversos: susurran a veces, a veces suplican y en ocasiones se enfurecen y gritan y apostrofan y maldicen. El profeta es el  que dice la verdad muy a su pesar. Si le preguntan por qué dice lo que dice, eleva los ojos a lo alto para poner a Dios por testigo de su palabra; o ensaya un gesto de hombros, indicando que lo dicho, dicho está, y que alguien le fuerza a decirlo. No es que no lo sepa: una fuerza interior lo impulsa a hablar tal cual; no es otra que la fuerza del espíritu que sopla donde quiere y como quiere.

Tienen en su haber los profetas un léxico propio formado por palabras duras. Insultos perfectamente dirigidos, nombres de personas contra las que apuntan los denuestos más escabrosos, situaciones sociales  contra las que lanzan sus diatribas.

 

LOS PROFETAS PUEDEN SER DEBILES

Se muestran como hombres fuertes. En realidad, lo son. Más te diría: valientes. Como hombres que son siente miedo y saben que cualquiera de sus dichos pueden convertirse en prueba para un juicio en su contra.

-         ¿Lo saben?.

-           Lo saben.

Y a pesar de saberlo, a pesar de que temen a la muerte, como cualquier moral, y a la espada, como cualquier indefenso, y a la malicia de los hombres, como cualquier tímido, y a los chismes malsanos, como cualquier honesto, enfrentan el reto y dejan templar su garganta para que proclame, sin vacilación, el mensaje que el pueblo debe oír.

-         ¿Y en qué se fijan los profetas para hablar?.

-         En lo mismo que se fija Dios.

 

LOS TIEMPOS CLAVES TIENEN SUS SIGNOS CLAVES

Hay tiempos en la historia de la humanidad en los que se desquicia el norte hacia el cual debe apuntar el corazón del hombre y el corazón de la sociedad; también en los que se alteran de tal forma los valores que lo fundamental pasa a segundo plano y lo accesorio se empina hasta el pedestal de lo absoluto; tiempos que han permitido la muerte de Dios y el encumbramiento de los ídolos; tiempos que han confundido la religión oficial con la religión auténtica; tiempos en los que aparente tener más valor la muerte que la vida y que, por lo mismo, borran del horizonte humano los signos de salvación...

-         ¿Y es entonces cuando aparecen los profetas?.

-         Es entonces cuando el tono de la voz de Dios se altera y utiliza el desgarro templado de los profetas para que, usando las palabras de los hombres, alerten contra la catástrofe inevitable que se avecina si no se enderezan los pasos.

-         Pero los profetas no son de ahora; pertenecen a otro tiempo.

-         Los profetas pertenecen a todo tiempo.

Mira, alguien realizó un comentario sobre los profetas que nos muestra la importancia que esa voz de Dios en tono humano puede tener hoy: El profeta es el que sabe ver cómo los acontecimientos actuales se inscriben en la obra de Dios empezada desde siglos, y que sabe decir cuáles objetivos debemos fijarnos ahora para cooperar útilmente a su Reino entre los hombres.

-         ¿Quieres decirme que hoy todavía puede haber profetas?.

-         Exactamente.

-         ¿Y cómo alguien sabe que él mismo puede ser profeta?.

-         Lo importante no es que uno mismo lo sepa; lo realmente importante es que lo sepa la sociedad. Y la sociedad inmediatamente se da cuenta de quiénes son los profetas.

-         ¿Cómo se percata la sociedad?.

-         Porque el profeta no camina al ritmo desgastado y egoísta de la sociedad; porque ésta inmediatamente cae en cuenta de su error, sólo topándose con los ojos de profeta; porque la sociedad, descubierta, busca miles de formas, inclusive legales, para deshacerse del profeta. En una palabra, porque la sociedad no resiste ni la palabra ni la presencia del profeta. Lo aniquila. Unas veces en forma macabra, asesinándolo; otras en forma más sofisticada: anulándolo, desprestigiándolo. Esta segunda forma, aunque sumamente dolorosa para el profeta, no suele ser demasiado efectiva para la sociedad porque todo auténtico profeta, mientras viva, siente el espíritu dentro que lo impulsa a seguir alzando la voz.

-         ¿Y los profetas siempre hablan de cosas religiosas?.

-         Siempre. Aunque para ello utilicen signos no religiosos, o se afiancen en situaciones aparentemente fuera de lo religioso.

-         ¿Cómo cuáles?.

-         Como las situaciones políticas, las debacles sociales, los sistemas de vida de los ciudadanos, las guerras, las costumbres de la época...; cualquier desmoronamiento social le sirve al profeta para enmarcar su mensaje.

-         Me parece que estas interpretando...

-         No, es cierto. Si quieres te pongo los casos concretos de los llamados profetas bíblicos.

-         Sí, me interesan esos casos.

-         Pues comencemos por Isaías.

 

EL TEMPERAMENTO DE ISAÍAS, PROFETA.

¡Qué temperamento tenía ese hombre!. En ocasiones hasta aparentaba mostrarse grosero. Grosero en la palabra, en la expresión, no en los hechos. Y no porque le faltara educación y tuviera necesariamente que utilizar el habla vulgar, no. Hablaba por arrebato. Era de descendencia noble y llevaba en su menta las enseñanzas de los letrados de la época.

Hay quienes piensan que Isaías era un extremista de la palabra. Pronunciaba expresiones como éstas:

-         Sois un pueblo tarado de culpa; sois hijos de perdición.

Y cuando se enfurecía con las mujeres, las increpaba así:

-         Por cuanto son altivas las hijas de Sión, y andan con el cuello estirado y guiñando los ojos, y andan a pasitos menudos, y con sus pies hacen tintinear las ajorcas, rapará el Señor el cráneo de las hijas de Sión y Yahvé destapará su desnudez.

¿Te imaginas esta amenaza de cortarle el cabello a una mujer y dejarle la cabeza lisa, sin oportunidad para lucir sus peinados o los adornos prendidos en el cabello?.

Era hombre recio este Isaías. Ante nadie se inclinó. Ante nada. Estiraba la voz para que se colara por todas las rendijas y lo mismo se empinaba sobre las escalinatas del templo para predicar a su estilo el sistema de conversión que se aupaba sobre los promontorios de los caminos.

No era una voz que venía del desierto sino una voz educada en palacio. No era un hombre que pedía para su propia necesidad sino que indagaba sobre la necesidad de los demás: la necesidad religiosa, la social, la política; toda necesidad.

Era, evidentemente, un extraordinario observador.

 

LOS OJOS QUE ESCUDRIÑAN

Por descendencia, conocía las costumbres, aficiones y desmanes de los nobles. Por contacto con el pueblo sabía de sus miserias, sufrimientos y desaires. No hablaba de lo que veía en sueños sino de lo que comprobaba en la realidad. Era, si me permites la terminología moderna, un escudriñador y diagnosticador: un científico social. Pero igualmente un teólogo de la auténtica religión de sus antepasados.

Se sentaba en la plaza, abría los ojos, templaba los oídos, observaba a los caminantes y los diagnosticaba en su forma exterior e interior. Se fijaba en las mujeres, en su caminar desenvuelto y desenfadado, en sus miradas provocadoras, en sus devaneos, en los collares que atraían las miradas de los hombres hacia sus hombros desnudos, y en los cascabeles que se ajustaban a los tobillos para que los varones detuvieran la mirada en sus pasos y en las formas de sus piernas. No necesitaba más que ver para descubrir su interior. Por eso gritaba en ocasiones:

-         ¡Yahvé os desnudará!.

No quería decir, por supuesto, que les arrancara los vestidos, las despojara de sus túnicas y exhibiera sus cuerpos desnudos. Ellas sabían que se refería a una desnudez interior, algo así como colocarlas ante los ojos de los hombres vacías, sin nada, huecas, con unos llamativos signos externos que no podía cubrir la desnudez interior.

Algunas bajaban los ojos. Otras lo desafiaban con el repique de los cascabeles en sus tobillos, las ajorcas en sus muñecas y el contorneo de sus caderas con el andar airosamente intencional. E Isaías, furioso, lanzaba su grito poniendo a Yahvé por testigo.

Y observaba cómo los hombres entraban en las tabernas saliendo luego abrazados, sin saber qué cuerpo era el suyo, trastocando los pasos, entonando canciones borrachas, gritando disparates a los transeúntes, piropeando groserías a las damas, jurando en nombre de dioses extranjeros. Y les decía:

-         ¡Ay de vosotros, los que despertando por la mañana andáis tras el licor; los que trasnocháis, encandilados con el vino!.

Y ese ¡ay de vosotros!. Significaba una terrible condena, un diagnosticarles el fuego del hades. Pero ellos soltaban sus carcajadas oliendo a vino y a vómito agrio. Se acercaban a él y le lanzaban escupitajos. Despreciaban la palabra del profeta. Pero Isaías insistía:

-         Ya se os acabará la alegría de las cítaras y el sonido del arpa!. ¡Ya vendrán truenos y relámpagos para vuestros oídos, y tendréis que taponaros las orejas, pero el retumbar de la ira de Yahvé calará hasta vuestros corazones y no tendréis donde esconderos!.

 

LOS PECADOS DE LOS PODEROSOS

Y se acercaba a las sinagogas y a las plazas públicas y a los tribunales y escuchaba con rabia las enseñanzas y sentencias de los letrados y pía cómo alargaban la palabra para enfatizas “su” verdad y cómo diagnosticaban los conflictos de los hombres y cómo hablaban de la ley y de los ritos, y a veces sonreía maliciosamente, y otras apretaba los puños para no maldecirlos, y se daba cuenta de que su vida no coincidía con sus dichos: hablaban de abstinencia a la vez que escanciaban licor, dictaban justicia mientras hundían al oprimido, excusaban los desmanes lascivos de los poderosos porque ellos practicaban los mismos desmanes y mientras tanto obligaban a lapidar a la mujer adúltera no tanto porque fuera adúltera cuanto por no tener quien la defendiera y aparentar así ellos ser defensores de la moralidad pública.

-         ¿De quién puede defenderse el pobre?.

Piedra sobre piedra caían sobre la mujer, lapidada a la vista de todos, para escarmiento, hasta que su cuerpo, envuelto en túnica desgarrada, quedaba enterrado bajo los pedruscos. Luego, los buitres aletearían por encima atraídos por el hedor de la carne podrida y toda la ciudad dormiría tranquila porque se había cumplido la ley y se había acabado con la maldad encarnada en el pecado de la adúltera. ¡Ahí estaban los buitres para confirmarlo!.

     - Pobres de vosotros los sabios, que sois sabios únicamente ante vuestros ojos, pero que no veis vuestra propia maldad porque estáis ciegos del verdadero ojo interior que no se fija en lo externo sino en la impureza del corazón!.

     La oscuridad de la noche ocultaba el pecado de los poderosos. Ellos, como se ufanaban de poseer la sabiduría y eran oficialmente intérpretes de la ley, la acomodaban a su estatura y a sus intereses.

-         O sea, que eso es muy viejo.

-         Desafortunadamente, sí. Los seres humanos sabemos inventar pocas cosas.

Entonces cerraban la noche escanciando vino y contando las monedas del soborno.

-         ¿También?.

-         También.

Isaías, con una amargura terrible y una voz sofocada se empinaba en medio de la plaza, o en las escalinatas del tempo, y acusaba:

-         ¡Ay de vosotros, los campeones en beber vino, los valientes para escanciar licor, los que absuelven al malo por soborno y quitan a los justos su derecho!. Por todo esto se ha encendido la ira de Yahvé contra este pueblo suyo, y ha extendido su mano sobre él para golpearlo!.

-         ¿Y con todas estas acusaciones no reaccionaban?.

-         ¿Reaccionan ahora?. Cuando las gentes viven en el mal y aparentemente les va bien porque tienen la sartén por el mango y el mango también, nunca se reacciona. ¿Reacciona un sobornador mientras cuenta las monedas del soborno?. ¿Reacciona un lascivo mientras está en la cama con su concubina?. ¿Reacciona un rico mientras quita las cercas de sus linderos para añadir acres robados “legalmente”?. Por eso gritó Isaías:

-         ¡Pobres de aquellos que, teniendo una casa, compraron el barrio poco a poco!. ¡Pobres de aquellos que juntan campo a campo!. ¿Así que ustedes se van a apropiar de todo y no dejarán nada a los demás?.

-         ¿Eso dijo?.

-         Textualmente.

-         Este Isaías me está resultando un tipo de izquierdas.

-         ¡Por Dios! ¡No digas semejante disparate!.

-         Pues eso que ha dicho lo grita cualquier izquierdista de hoy.

-         No lo niego, pero atiende a esto: Isaías hablaba por mandato de Dios; o dicho de otra manera: Dios utilizó el temperamento y la palabra de Isaías para enviar su mensaje. Isaías no actuaba siguiendo las indicaciones de partido alguno.

-         ¿Y cual es la diferencia?.

-         La diferencia es radical: el partido dictamina la ideología apropiada a sus intereses; Dios la apropiada a los intereses de todos.

-         ¿También de los ricos?.

-         También.

-         Pero si les está acusando de acaparadores.

-         Cierto, porque el acaparador, además de ir contra los intereses de los demás, a la larga echa tierra contra sus propios intereses particulares. No olvides esto: el único bien verdadero es el único que es verdadero para todos.