Serie: El profeta

Te habla Amos, Profeta III

Autor: Adolfo Carreto         

LA NACIONALIZACIÓN DEL TEMPLO 

Jeroboan I, al hacerse rey de Israel, pensó en político, y dijo:

-         El reino podría muy bien volver otra vez a los descendientes de David. Si este pueblo continúa yendo a Jerusalén para ofrecer sus sacrificios en la Casa de Yahvé, se reconciliarán con su señor Roboan, rey de Judá. Entonces me matarán y mi reino volverá a Roboan.

Era el año 931, cuando los israelitas se dividieron en dos reinos: el de Judá, con Roboan a la cabeza, y el de Israel, con Jeroboam I proclamado rey. Jerusalén pertenecía a Juda y en Jerusalén estaba el Templo de Yahvé, el Dios único de todos los israelitas, tanto de los del norte como de los de Judá.

Jeroboan I proyectó su propio templo y chequeó con sus consejeros las ciudades del reino para ver en cual de ellas quedaría mejor ubicada la casa nueva de Yahvé. Descartaron a Dan, completamente al norte, aunque dijeron que había que buscar para los israelitas de la región del norte una alternativa; también descartaron a Samaría, a pesar de ser la capital del reino. Discutieron entre Silo y Betel, y se decidieron por esta última. Estaba ubicada en los límites del reino dividido y bastante cerca de Jerusalén.

-         Construiremos el templo en Betel y así los israelitas no tendrán que bajar hasta Jerusalén para ofrendar a Yahvé sus sacrificios.

Pero para que los israelitas del norte no tuvieran necesidad de bajar hasta betel, mandó construir dos becerros de oro: uno quedó en el templo de Betel y el otro fue llevado en procesión hasta Dan. Luego reunió al pueblo y le dijo:

-         Déjense de ir a Jerusalén para adorar. Aquí está tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.

Y luego mandó construir más santuarios, esparcidos por todo el reino, y creó la secta sacerdotal por decreto real. Ya no importaba que los sacerdotes fueran de la tribu de Leví, como exigía la Ley. Y los sacerdotes, desde entonces, pasaron a ser servidores del rey por nombramiento real.

Esta costumbre no la modificó ninguno de los reyes de Israel posteriores a Jeroboan I, y ahora, en tiempos de Amós, dos siglos después, ejercía en Betel las funciones de Sumo Sacerdote por decreto real un tal Amasías.

 

AMASIAS QUIERE EXPULSAR A AMOS

 

Amasías reunió consejo en el templo y dijo a los sacerdotes subalternos:

-         Un falso profeta, llegado de las tierras de Judá, está alterando al Pueblo. Y lo último que ha gritado en forma de oráculo, por las calles, es que los santuarios de Israel serán destruidos, y que Yahvé, espada en mano, atentará contra la familia real.

Los sacerdotes dijeron:

-         Amós no es profeta, ni es hijo de profeta, ni tiene autoridad real para hablar a las gentes.

-         Amós no es israelita de Israel sino judeo, ni habla en nombre de Yahvé sino siguiendo consejos de su rey Ozías.

-         Amós es un desestabilizador de nuestra prosperidad.

-         ¡Que vaya a profetizar a su rey!.

-         ¡Que lance oráculos contra sus compatriotas!.

-         ¡No podemos consentir que un judeo venga a amenazar a nuestro rey y señor Jeroboan!.

El Sumo Sacerdote de Betel escuchó las acusaciones y concertó con ellos enviar este mensaje al rey: “Amós está conspirando contra ti en pleno centro de Israel. No hay que permitirle que continúe hablando, pues dice que a ti te matarán a espada y que Israel será llevado al desierto, lejos de su patria. Esto lo dice porque tu, nuestro rey, han logrado aumentar nuestro territorio y porque vivimos en época de prosperidad y de paz. Te enviamos este mensaje nosotros, sacerdotes de Betel, siervos y servidores tuyos, y encargados del santuario gracias a tu nombramiento.

Y el mismo Amasías se fue en busca de Amós.

Llevaba la comitiva de sacerdotes subalternos y de los guardias del templo. Las gentes de betel vieron cómo escudriñaban con la mirada. Los lacayos del Sumo Sacerdote preguntaban a las gentes:

-         ¿Has visto a Amós, el falso profeta de Judá?.

Contestaron que hacía días que no andaba por las plazas gritando oráculos. Amasías insistió:

-         ¿Habrá cruzado la frontera?.

-         Lo han visto por aquí, vendiendo lana en los telares.

Y comprobaron que salía de un telar y dijeron al Sumo Sacerdote:

-         ¡Ahí está!.

El Sumo Sacerdote le gritó:

-         ¡Amós!.

Amós reconoció la voz de Amasías y volvió el rostro.

-         Amós, quiero hablar contigo, y que oiga el pueblo entero lo que voy a decirte.

Amós bajó las alforjas de los hombros y se detuvo ante el Sumo Sacerdote:

     -Dí, Amasías.

Y Amasías gritó, para que todos lo oyeran:

-         ¡Sal de aquí, visionarios; ándate a Judá, gánate allí la vida dándotelas de profeta. Pero no profetices aquí en falso, no queremos tus oráculos en Betel, que es un santuario real, un templo nacional!.

Amós comprendió de inmediato la intención. Y replicó:

-         Yo no soy profeta ni pariente de profeta; soy simplemente un hombre que tiene sus vaquitas y unos cuantos sicómoros.

-         Pues si eres campesino, por qué no estás en el campo?.

-         Voy de ciudad en ciudad vendiendo los frutos de mis sudores. Yo no hablo por que me pague el rey, como vosotros, que sois sus empleados. Yo me alimento y alimento a los míos con el fruto de mi trabajo.

-         Nosotros trabajamos para el templo.}

-         Y os paga jeroboan. Yo no me alimento ni con el sueldo de Jeroboan ni con el de Ozías. Ozías, rey de Judá, no es mejor que Jeroboan, rey de israel, para que lo sepas.

-         ¿Y por qué profetizas si tu mismo dices que no eres profeta ni hijo de profeta?.

-         Porque yo no soy profeta por mandato real. Yahvé es quien me tomó cuando yo iba acarreando mis vacas y mis ovejas, y me encargó que hablara a Israel en nombre suyo.

-         No queremos a un extranjero hablando a nuestro pueblo. Vete a Judá y gánate la vida allí con tus visiones y tus oráculos.

-         Pues bien, Amasías; ya que tu me prohíbes hacerlo, escucha el recado que tengo para ti de parte de Yahvé: Un día tu esposa se prostituirá en plena calle, tus hijos e hijas morirán en la guerra; los vencedores se repartirán tus bienes, tu mismo morirás en tierra extranjera, e Israel será llevado lejos de su país.

Amasías se llevó las manos a la cabeza, pero los sacerdotes subalternos lo tranquilizaron:

-         No le hagas caso, solo quiere vengarse, asustar.

El Sumo Sacerdote sintió en el pecho el presentimiento de que el oráculo de Amós sonaba a verdad. Pidió que lo acompañaran a sus aposentos. Allí se recostó sobre una cama blanda. Pidió a la servidumbre que le preparara un bebedizo, un tranquilizante. Luego se sumió en un sueño profundo, y la servidumbre comentó que el Sumo Sacerdote, Amasías, sufría de pesadillas.

 

CREER EM YAHVE NO ES SUFICIENTE

 

-         Nosotros acudimos al santuario de Betel y allí honramos el nombre de Yahvé.

-         Al templo de Guilgal acudimos todas las mañanas para ofrecer sacrificios a nuestro Dios.

-         Entregamos los diezmos en el templo durante los tres días que marca la Ley.

-         Quemamos en los altares panes sin levadura.

-         ¿Por qué te empeñas, Amós, en que no ofrecemos culto a nuestro Dios?.

-         ¿Por qué nos amenazas con que Yahvé nos quitará su protección y nos enviará plagas de langostas, si día a día entonamos loas en su honor?.

 

Este pueblo no acaba de entender. Creen que a Yahvé se le aplaca con la sangre del cabrito y del ternero, derramada sobre el altar, o con las canciones que gritan en su honor. No se dan cuenta que Yahvé se tapa las narices para que no llegue hasta él el tufo de los sacrificios deshonestos. No saben que el culto que Dios desea es un corazón limpio de maldad, sin asomo de injusticia.

-         Israelitas, escuchad el culto que Yahvé desea: No me gustan sus ofrendas, ni me llaman la atención vuestros sacrificios, ni las víctimas consumidas por el fuego. Váyanse lejos de mi presencia con el barullo de sus canciones y dejen de molestarme con la música de sus arpas. Lo que yo quiero es justicia. Lo que yo deseo es que la honradez crezca como un torrente inagotable. La oración que a mi me gusta es el equilibrio de la balanza para no robarle al pobre, el precio justo por la cosecha, el trato debido a la hija del campesino, el respeto por los linderos de la tierra del labriego...; esa es la oración que Yahvé solicita. El culto que estáis dándome no me interesa, y además, lo aborrezco, porque lo utilizáis sólo para tranquilizar vuestras conciencias mientras continuáis oprimiendo al inocente. ¿Para qué quiero yo músicas de arpas si fuera del templo lloran los pobres?. ¿Para qué quiero yo cabritos sobre mi altar si se los habéis robado al campesino?. ¿Para qué corderos tiernos, si vuestros rabadanes se los quitaron a los pastores de mi pueblo?. ¿Qué necesidad tengo yo de panes ácimos si matáis de hambre al pobre?.

Y replicaron a Amós:

-         Estás confundiendo el culto con la vida. Yahvé está en el templo, y no fuera, y hasta Yahvé no puede llegar el lamento del humilde.

-         ¿Ah, no?. ¿Acaso vuestro padre David no puso en oración el lamento del humilde?. Escuchad lo que David compuso:

Hazme justicia, defiende mi causa

Del hombre sin piedad,

De la gente tramposa y depravada

Líbrame tú, Señor.

Si tu eres, oh mi Dios, mi fortaleza

¿por qué me desamparas?

¿Por qué tengo que andar tan afligido

por la opresión del rival?.

-         Pero eso es una oración de David –contestaron.

-         Esa es una oración a Yahvé tomada por David de los labios del hombre que sufre –contestó Amós.

-         Cada cual debe componer su oración –insistieron

-         Sí, cada cual la suya. Y la oración de ustedes debe comenzar por la práctica de la justicia. Y si no lo hacéis así, Yahvé me ordena que os grite: ¡Ay de ustedes que viven tranquilos en Sión, y de ustedes que se sienten seguros en Samaría!. Ustedes tratan de alejar el día de su desgracia pero, en realidad, están apresurando un año de violencia.

-         ¿Qué es, entonces, lo que Yahvé quiere?.

-         Un corazón convertido en base a la justicia. No hay otro culto que sea grato a los ojos de Yahvé.

 

Resultaba difícil que aceptaran semejante predicación. Cuando Yahvé me ordenaba que les hablara así, su corazón se refugiaba en sus silos repletos de granos de las cosechas de los campesinos; su paladar se acordaba de los manjares y licores que se servían en sus mesas, y sus manos apuñaban las monedas mal habidas.

-         Nosotros seguiremos rezando a Yahvé según el culto que se practica en el templo.

-         También el templo está corrompido –gritaba Amós-. ¿No veis que el templo es una guarida de negociantes?.

Y lo amenazaron, porque decían que estaba pecando contra la casa de Yahvé y desafiando a los sacerdotes.

 

LAS VISIONES

 

Y Yahvé me envió visiones y en las visiones ví cómo los campos de Israel se llenaban de langostas, y cómo pelaban los campos; ví cómo un calor sofocante, que se podía agarrar con la mano y que abrasaba la respiración, iba secando los riachuelos y evaporaba el agua de los manantiales y ni los pájaros podían beber ni los animales remediar el sofoco, y hasta las hierbas de los campos se volvía de inmediato follaje seco y las flores se marchitaban y las ramas de los árboles quedaban preparadas para el fuego; me mostró luego Yahvé, y vi a un hombre tomándole la vertical a un muro con una plomada; y más tarde el Señor puso ante mis ojos un canasto con frutas maduras, muy prestas para pudrirse, y Yahvé me dijo que todas las visiones iban a lo mismo.

-         El pueblo será exterminado; si se desploma Israel yo no lo apuntalaré; los cantos y las alegrías de los palacios se volverán lamentos; la tierra se estremecerá en temblores; el suelo subirá y bajará; el sol, en pleno día, se oscurecerá; y hasta el hambre abrasará a los estómagos; las gentes tendrán que abandonar sus casas, los ricos sus palacios, los mercaderes sus tiendas y sus graneros; y a las jóvenes hermosas se les arrugará la piel, y a los jóvenes fornidos se les quebrará el brazo.

Yo sentí miedo por las visiones, y pena por el pueblo. ¿Será posible que Yahvé se desentienda de todo Israel?. ¿No habrá ni siquiera un resto que se salve?.

Y Yahvé atendió a mi preocupación, y sí me habló de la salvación de un resto, y su último oráculo me lo dictó en forma de verso:

El día de la salvación

Repararé la choza de David medio caída,

Taparé sus grietas

Y levantaré sus murallas;

La volveré a edificar como se hacía antiguamente

Para que ellos, que han recibido mi bendición,

Terminen de conquistar lo que falta de Edón

Y de las naciones vecinas.

El Señor da su palabra

De que esto se cumplirá.

Ya se acerca el momento en que detrás del que ara

Venga el segador

Y en que el sembrador seguirá al que vendimia.

Los cerros, plantados de viñas,

Dejarán correr el vino

Y habrá abundante mosto en todas las colinas.

Entonces traeré a su tierra a mi pueblo Israel:

Y morarán de nuevo en ella;

Plantarán sus viñas y podrán paladear su vino;

Cultivarán sus huertos

Y podrán saborear sus frutas,

Yo los plantaré en su tierra

Para que nunca más sean arrancados

Del suelo que otrora Yo les dí.