Serie: El profeta

Te habla Amos, Profeta II

Autor: Adolfo Carreto         

LA LLAMADA DE AMOS 

Era una mañana templada. El ganado pastaba tranquilo entre los ribazos. El sol primaveral ponía tonos verde claros sobre los pastos primerizos y tiernos. Las ovejas agachaban las cabezas, rumiando su comida sus desesperación. Amos tocaba la flauta mientras el perro perseguía a una lagartija que le jugaba siempre la carrera, colándose por entre las rendijas de los peñascos.

Amós, después de saborear el sol primerizo, se había recostado bajo una encina y había dejado a un lado la flauta, sobre el morral. Más allá, perdido casi en la ladera de un altozano, otro pastor arreaba su ganado hacia lugares con mejor pasto. Bajando del teso un riachuelo estrellaba el agua de nieve derretida contra los pedruscos asentados dentro del cauce. Era tan cristalina el agua, tan pura, que no producía espuma. Algunas ovejas abrevaban mojando sus patas delanteras en el agua del arroyo. Debía estar muy fresca, más bien fría, porque el ganado bebía a sorbos, sacando el morro del agua en segundos para introducirlo de nuevo.

Despuntaban ya los colores de algunas flores silvestres y se notaba que su vida debía ser corta porque, junto a las lozanas, otras ya veían la agonía de lo mustio. Amós se deslumbró ante tanta pujanza natural, elevó la mirada hacia lo alto y repitió la oración que David había compuesto en situación parecida:

Tu visitas la tierra y le das agua

Y le entregas riquezas abundantes.

Los arroyos de Dios están repletos,

Preparas a los hombres tu alimento.

Tu preparas la tierra de esta forma:

Vas regando sus surcos,

Rompiendo sus terrones; con la lluvia la ablandas

Y bendices sus siembras.

Sus praderas se llenan de rebaños

Y los valles se cubren de trigales;

Todos cantas y saltan de alegría.

El perro había dejado de perseguir a la lagartija y lamía las abarcas de Amós. Luego se puso a retozar, como si hubiese comprendido la oración del amo.

La sombra de la encina fue ganando claridad y Amós se sorprendió de aquel cambio repentino. Llevó su mirada hacia el ramaje y comprobó que unos rayos de sol muy especial se colaban por entre las tupidas y gruesas hojas, dándoles un brillo singular. Se trataba, no cabía duda, de un fenómeno natural, aunque raro. Y que asombró el no poder descifrarlo. ¿Qué secretos ocultos podía tener el sol y sus sombras para un pastor de Tecoá?. ¿Qué misterios no podía descifrar entre las estrellas, o qué cara le podía ocultar la luna sin que el pastor la descifrara?.

Aquellos rayos de sol, que perforaban como agujas, sin hacerles daño, a las hojas de la encina, sí tenían secretos. Y, además, traían una fuerza especial, distinta a la del sol, a la cual Amós sí podía interpretar. Un extraño retorcimiento fue ganando el interior del cuerpo de Amós. Pronto se le tradujo en sudor. Se llevó el dorso de la mano a la frente y comprobó, en efecto, un sudor frío, que se le conjugó con un escalofrío que le subió desde los pies.

-         ¿Serán las fiebres de primavera?.

Un pastor sabe también de síntomas, y el tiempo que había expuesto al sol mañanero no era suficiente para rematarle aquel calor interno. Que, ahora se daba cuenta, tampoco era calor.

Los rayos del sol se acentuaron y ya la sombra de la encina había desaparecido. Amós realizó un esfuerzo para cambiar de postura, y de lugar, y comprobó que su cuerpo, y su espíritu, estaban atrapados en aquel recinto que limitaban los rayos del extraño sol. Y oyó inmediatamente la voz de Yahvé, que le dijo:

-         No temas.

No era una voz natural. Amós conocía el tono de todos los pastores de la región, y si hubiese sido algún rabadán intruso el perro ya le hubiese avisado. Pero el perro estaba tendido a su lado, tranquilo, sin olfatear, entretenido y lamiéndole las abarcas.

-         No temas, Amós, ni busques una voz que no sea la mía

-         ¿Eres tú, Señor?.

-         Yo soy.

-         ¿Y qué esperas de mí?.

-         Que me sirvas de voz ante mi pueblo.

-         Yo soy pastor de las tierras de Tecoá, sin instrucción alguna, Señor. ¿Cómo voy a presentarme ante los jueces, los sacerdotes, los reyes y los terratenientes con esta facha?.

-         No serás tu quien se presente sino mi palabra.

-         ¿Y qué he de decirles?.

-         Lo que yo te vaya dictando.

Y Yahvé le dictó:

-         Judá recibirá un castigo ejemplar por sus muchos crímenes. Porque han despreciado la ley de Yahvé y no han guardado sus preceptos, sino que se dejaron llevar por sus falsos dioses, detrás de los cuales corrían ya sus padres. Prenderé fuego a Judá y se quemarán los palacios de Jerusalén.

La sombra de la encina volvió a su penumbra natural y Amós pudo incorporarse. Tornó de nuevo los ojos a la copa del árbol pero los rayos especiales habían desaparecido. Las hojas retornaron a su brillo primaveral y el perro corrió de nuevo tras la lagartija.

 

CAMINO HACIA ISRAEL DEL NORTE.

 

La voz de Yahvé me encaminó hacia Israel del Norte, donde reinaba Jeroboán II; no porque en Judá los israelitas fueran más adeptos a Yahvé sino porque en Samaría la bonanza y la riqueza los había cegado de tal forma que el culto lo habían convertido en un pasaporte para la injusticia.

Yo conocía ya los caminos de Israel. Mi trabajo de pastor de ovejas y de comprador y vendedor de animales me hizo desplazarme hasta el mar Muerto y Sefala para negociar. Como se sabe, el mar Muerto, de ahí su nombre, es un enorme lago palestino. El nivel de sus aguas está a 400 metros más bajo que el nivel del Mediterráneo. La salinidad es asombrosamente grande, a tal punto que una persona difícilmente puede hundirse en ellas: su densidad llega a 1.25.

Todo esto confiere al mar Muerto una especie de misterio y las leyendas más inverosímiles acerca de sus profundidades se suceden de padres a hijos. ¿Son tantos los muertos que hay en su fondo que las aguas ya no soportan más?. El lago tiene una superficie de 936 kilómetros cuadrados. Es, realmente, un mar, y las naves surcan sus aguas tranquilamente, sin el temor de los grandes oleajes, favoreciendo al comercio de la región.

Por mis desplazamientos desde Tecoá hasta el mar Muerto conocía los caminos de Israel, y conocía igualmente las costumbres de los israelitas. Era un pueblo orgulloso de su prosperidad en esta época de Jeroboán, quien logró extender sus dominios. Pero esta prosperidad y esta paz aparente les había endurecido el corazón. Habían puesto toda su ilusión en la riqueza fácil, y contrastaba que, a la vez que uno se topaba en las ciudades de Samaría, Betel y Guigal con edificios lujosos y personas amasando fortuna, se encontraban también con pobres campesinos sumidos en la más deplorable miseria y viviendo en chozas que ni siquiera eran aptas para el ganado.

Ahora que ya me había ordenado Yahvé hablar en su nombre, y al toparme con los campesinos de los alrededores de Samaría, oí su voz que me urgía a que les dijera:

     -Marchen juntos a Samaría, situada en las montañas, para que vean los desórdenes que hay en esa ciudad o los crímenes que en ella se cometen.

Los campesinos, asustados, bajaban los ojos y se tapaban los oidos. No querían tales oráculos. Ya sabían de los desórdenes de la ciudad: sabían cómo sus hijas doncellas habían sido embaucadas para prestar allí su cuerpo como servicio a Baal; sabían qué artilugios utilizaban los sacerdotes y jueces para hacerlas caer en la trampa, igual que los pajarillos, porque alguien se ocupa de ponerles liga en los bebederos o en las ramas de los árboles para que no puedan retomar vuelo. Lo sabían. Y por lo mismo, bajaban los ojos y se tapaban los oídos. ¿Para qué acudir a Samaría o visitar los altares de Betel o de Guigal?. ¿Para ver a sus hijas convertidas en prostitutas?.

Algunas veces las muchachas bajaban a la aldea para llevar monedas a sus padres. Las jóvenes que todavía no habían cumplido la edad, las observaban con envidia:

-         ¿Me llevarás a trabajar contigo cuando cumpla los años?.

Se traían desde la ciudad perfumes en frascos de alabastro y se lo daban a oler a las mujeres.

-         ¿Es verdad que vives en el templo?.

-         ¿Es cierto que el rey te lleva a palacio?.

-         ¿Es verdad que en las fiestas de los nobles y los ricos sus mujeres visten gasas transparentes y un olor a incienso rodea la estancia?.

-         ¿Es cierto que cualquiera de la aldea puede ser sacerdotisa y gozar de los dones de tan algo cargo?.

Las muchachas del pueblo que alquilaban su cuerpo para regocijo de los amantes de Baal observaban los ojos de sus padres y callaban. Ellos aceptaban las monedas que les traían de la ciudad y las dejaban de nuevo subir la cuesto que conduce a Samaría. Por eso ahora los padres callaban.

Hasta la aldea se había escuchado el oráculo que Yahvé me mandó gritar por las calles de la capital:

-         Esto es para ustedes, vacas de Basán, que viven en los cerros de Samaría; para ustedes que oprimen a los débiles, aplastan a los menesterosos y dicen a sus maridos: sírvannos vino para emborracharnos. El Señor Yahvé jura por su sangre que llegará el día en que las levantarán de sus lechos con arpones y a sus hijas, que siguen las mismas inclinaciones, con anzuelos.

Las gentes humildes dijeron a Amós, sin mala intención:

-         ¿No ves, Amós, qué caso te hacen?. ¿Por qué no dejas que nuestras hijas vivan en paz?. Hacen su trabajo, y nos alimentan. No son malas. Es la necesidad. ¡Qué vivan a su estilo!.

Y yo, Amós, tuve que decirles:

-         ¿Caminan juntos dos que no se han citado?. ¿Ruge el león en la espesura sin tener presa?. ¿Grita el cachorro en la guarida sin haber cazado?. ¿Cae el pájaro al suelo si no hay una trampa?. ¿Salta la trampa del suelo sin haber tropezado?. ¿Suena la trompeta en la ciudad sin que el vecindario se alarme?. ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor?. ¿Entienden lo que quiero decirles?.

Respondieron:

-         Entendemos.

-         Pues yo hablo por orden de Yahvé y no puedo callar. Y habrá castigos terribles que enviará Dios si las gentes no cambian de actitud.

 

LOS BANQUETES DE LOS RICOS

 

Había tenido oportunidad de verlos. Tuve que toparme con los poderosos cuando me llamaron a sus casas para proponerme negocios sobre el ganado y sobre los frutos de los sicómoros. No era tanto los higos lo que ellos deseaban, sino la madera. Sabido es que la madera del sicómoro es la apropiada para fabricar las cajas donde se entierran a las momias. Desde Egipto las solicitaban mucho, y también de Asiria. Yo tenía mis bosques de sicómoros y preparaba las maderas para la venta. Tenían fama de las mejores.

Los mercaderes, en más de una ocasión, me las habían solicitado y había formado contrato con ellos. Necesario me fue acudir a sus palacios y a sus lujosas residencia, y en más de una oportunidad me topé con sus fiestas. Hasta me invitaron a saborear sus manjares y probar sus licores, pero no llegué a penetrar el recinto donde se encontraban los invitados. Aunque me quitaba mis atuendos de pastor y de labrador para asistir a las citas de los negocios, rápidamente se daban cuenta, por mi aspecto, que no era de su extirpe, y si vendía maderas de sicómoro o lana hilada, lo hacía como pequeño y aldeano propietario,  no como terrateniente que deja las labores del campo a sus criados mientras él se da la gran vida en sus residencias de la ciudad.

Un día me encontraba en Betel y me mandaron recado para acudir a una de las casas ricas de la ciudad. Acudí. El mercader me expuso rápidamente el negocio, pero deseaba que yo le vendiera mi trabajo por menos de la mitad del precio. No cedí. Antes de salir de la estancia me dijo el mercader:

-         No tengo tiempo para perder contigo, campesino; estoy ocupado con mis invitados.

De las estancias interiores se escapaba el olor a carne asada, canciones borrachas al son de compases de arpa desafinada, y grititos de mujeres como si les hicieran cosquillas. El mercader se impacientaba:

-         No tengo tiempo que perder. Si no aceptas el precio que te ofrezco, te quedarás sin mercancía.

Sentí dentro el impulso de Yahvé que había subido hasta mi garganta, caminé tras el mercader, me coloqué en medio del escenario de la bacanal, y grité:

-         Ustedes tratan de alejar el día de su desgracia, pero, en realidad, están apresurando un año de violencia. Tendidos en camas de marfil, o arrellenados sobre sus sofás, comen corderitos del rebaño y terneros sacados del establo, canturrean al son del arpa y como David inventan instrumentos de música. Beben vino en grandes copas, con aceite exquisito se perfuman, pero no se afligen por el desastre de mi pueblo. Por eso, ustedes serán, ahora, los primeros en partir al desierto y así terminará con ese montón de ociosos. Juro por mi mismo, dice el Señor Yahvé, el Dios de los Ejércitos: Yo aborrezca el lujo insolente de Jacob y detesto sus palacios; por eso entregaré en manos del enemigo la ciudad con todos sus habitantes...

Luego miré de frente al mercader y le dije:

-         Quiero que la justicia sea tan corriente como el agua, y que la honradez crezca como un torrente inagotable.

Carezco de argumentos para afirmarlo, pero aquel mercader se vengó de mi. En todo el año no pude vender ni una sola carga de madera de sicómoro.

 

COMO HAN ADQUIRIDO LAS RIQUEZAS.

 

¿Y de dónde viene tanta riqueza?. ¿De dónde el dinero para construir lujosas viviendas y derrochar fortunas en fiestas sin fundamento?. ¿De dónde el dinero para mantener a las queridas, surtirlas de atuendos, joyas, perfumes y palacios para su solaz?. ¿De dónde los carruajes en los que se exhiben por las calles, y los regalos sustanciosos que ofrecen a los jueces?. ¿Por qué quieren más cada día, y no se contentan con lo que ya tienen, sino que se portan como aves de rapiña, poniendo el ojo allí donde pueden lanzar la garra?.

Y la voz de Yahvé dijo:

-         De explotar al pobre.

Aplaudían los ricos a Jeroboan, le gritaban vítores al paso de su carroza, le llamaban rey de prosperidad y protector de la nación. Los pobres, al ver pasar el cortejo, inclinaban la frente. Los cortesanos chismeaban al rey:

-         Mira cómo te quiere el pueblo.

-         Observa cómo te veneran.

-         Te agradecen la paz y la prosperidad de la nación.

-         Nunca un pueblo ha sido tan agradecido con su rey.

Jeroboan sonreía ante las cabezas inclinadas del pueblo. Los cortesanos pensaban de verdad que el pueblo se inclinaba al paso de la carroza para reverencial al rey, pero en realidad lo hacían para que sus ojos no se toparan con los bordados de oro de su manto, para no observar las piedras preciosas de la corona y el trono con incrustaciones de nácar.

Los ricos ofrecían al rey dones traídos de otras tierras, estatuillas de oro representando a baales sirios y egipcios, tallas en madera de sacerdotisas desnudas, cubiertos de plata grabados con las iniciales reales, y los pobres sabían que esos regalos procedían de su sudor y de la injusticia que se cometía con el esfuerzo de su trabajo.

Ví cómo llenaban sus silos comprando los cereales a los campesinos. Observé cómo manipulaban las balanzas. Comprobé cómo falsificaban las monedas. Advertí cómo solapadamente amenazaban. Presencié cómo corrían las cercas de sus parcelas. Noté cómo desviaban el agua para los riegos. Los espié en sus conversaciones y corroboré cómo se ponían de acuerdo para boicotear las compras de las gentes del campo.

-         Bajemos nosotros los precios para comprarles sus frutos a precios bajos –decían.

-         Comprrémosles la lana y luego hagamos nosotros las telas, y vendámoselas a precios tan altos que no les quede más remedio que ofrecernos sus cereales al precio que les propongamos –decían.

Pero Yahvé, Dios, se me acercó al oído y me dijo:

-         Ve y diles: A ustedes me dirijo, explotadores del pobre, que quisieran hacer desaparecer a los humildes. ¿No son ustedes los que dicen: Cuándo pasará la fiesta de la luna nueva o cuándo terminará el sábado, para que podamos vender nuestro trigo o abrir nuestras bodegas de cereales, pues nos irá tan bien que venderemos hasta el desecho?. Ustedes sólo piensan en robarle el kilo, o en cobrar de más, usando balanzas mal calibradas. Ustedes juegan con la vida del pobre y del miserable por algún dinero o por un par de sandalias. Pues Yahvé les dice: cambiaré sus fiestas en velorio, y sus túnicas de seda serán cambiadas por sacos de esparto.

Pero los ricos no oían la palabra de Dios lanzada por la boca de Amós, y los pobres seguían temiendo, porque si el castigo prometido por Yahvé no llegaba rápido, los ricos se vengarían más de ellos. Por eso le decían a Amós:

-         Te agradecemos por lo que haces por nosotros. Y damos gloria a Yahvé porque pone su voz en defensa del pobre. Pero no sigas con tus oráculos. ¿No ves cómo ellos redoblan sus asechanzas contra nosotros?. La plaga que a ellos les prometes ya la están lanzando contra nuestros campos, y la sequía que les anuncias ya nos la han aplicado a nosotros, desviando para sus campos el agua de las acequias. Es mejor, Amós, que no te metas con ellos, porque ellos se meterán más contra nosotros.

Amós elevó los ojos al cielo y contempló un terrible nubarrón. Observó a los campesinos y comprobó el temor en sus ojos y la súplica en su corazón. Las arrugas de sus caras estaban solicitando tranquilidad y los callos de sus manos, descanso. Las mujeres se llevaban los delantales a los ojos para enjugar las lágrimas y los niños se agarraban a sus faldas para no tropezarse. Amós se acordó de la canción de David, y les dijo:

-         Entonen conmigo la canción de David.

Los campesinos dejaron a un lado sus azadas y las mujeres cruzaron las manos y los niños rodearon a Amós. Y Amós cantó la canción de David:

No te escandalices por los malvados

Ni envidies a los que proceden mal.

Porque se marchitarán tan pronto como la hierba

Se secarán como el pasto de los prados.

Pon tu alegría en el Señor

Él hará lo que desea tu corazón.

Los sinvergüenzas desaparecerán

Y la tierra será para los que esperan en Dios.

Los humildes son los que poseerán la tierra,

Felices en una paz verdadera.

El sinvergüenza prepara trampas

Contra el hombre honrado

Y rechina los dientes en su contra.

Pero el Señor se burla de él

Porque ve que llega su hora.

Más vale un poco para el hombre de fe

Que demasiada fortuna para el impío.

Los justos poseerán la tierra

Y la habitarán para siempre.

Miró nuevamente a los campesinos y les dijo:

-         Yahvé reducirá a escombros la gran mansión y a un montón de ruinas la pequeña. Y los malvados serán destruidos.