Serie: El profeta

Te habla Oseas, profeta III

Autor: Adolfo Carreto

          

¿POR QUÉ ME OFRECEN SACRIFICIOS?

 

No entiende este pueblo, no entiende. Como tampoco Gomer termina de entender. ¿Cuántas veces le he dado la mano para que se levante?. ¿Cuántas le he gritado al oído para que me escuche?. ¿Cuántas lo he amenazado y en vez de temer se ha refugiado en brazos de Baal?. Es un pueblo cínico. Intenta engañarme, pero no sabe que su mentira me enfurece. Ahora vienen y me dicen: 

- ¿De qué te quejas?. ¿Qué quieres?. ¿Por qué eres tan inoportuno?. ¿Deseabas culto a Yahvé?. Pues ahí lo tienes. Hemos multiplicado sus altares, hemos redoblado los sacrificios. Matamos en su honor más terneros que antes, más cabritos y ovejas que en tiempos pasados. ¿Es que no te sirven estos sacrificios?. ¿Deseas que le entreguemos a Yahvé nuestros hijos pasándolos por la prueba del fuego?. Baal estaría sumamente satisfecho si sacrificamos todos estos animales en los altares de las lomas y tú, por el contrario, nos lo echas en cara. ¿Hasta cuándo vamos a aguantarte, Oseas?. ¿Eres de verdad un profeta o eres simplemente un hombre enojado a causa de los engaños de Gomer, tu esposa?. Si así es, métete con ella, castígala o repúdiala, pon a tus hijos en su contra, pero déjanos en paz. 

Oseas se subía hoy a las escalinatas de este altar, mañana en aquellas otras, movía los brazos para que todos repararan en él, gesticulaba al máximo, gritaba: 

-         ¡Esperen!. No se metan en el templo. No suban hasta el altar. ¿Para qué quiero yo tantos altares, palabra de Yahvé?.

-         Para que Yahvé se alimente con la sangre de los terneros.

-         ¿Quién se alimenta con la sangre de esos terneros asados?. El humo y la sangre quemada para las narices de Yahvé, y la carne para vuestros estómagos ¿no?,

Y quienes ascendían hasta los altares se enfurecían: 

-         ¡Pues qué quieres!

-         ¡Que cumpláis la ley! ¿Acaso no ordené escribir para vosotros en piedra que no se desmorona los preceptos de mi ley para que los cumpláis?. ¿Y qué dicen esos preceptos?.

-         Dicen que te honremos. ¿No te honramos acaso en los altares?.

-         Corazón limpio quiero y no sacrificios. Si me estáis ofreciendo únicamente sacrificios es sólo por el interés de comeros la carne. Por eso no los acepto. Más todavía, ante mí se convierten en un nuevo pecado vuestro, el cual tendréis que expiar. Y por eso voy a castigaros y a enviaros nuevamente a Egipto.

-         No digas tonterías, Oseas. Eso no puede provenir de Yahvé, nuestro Dios. Gracias a nuestro rey Jeroboan II hemos vuelto a ser un pueblo grande y próspero, y los faraones no se atreverán a invadirnos. Además, nuestro rey Jeroboan no anda en conflicto con Egipto. De Egipto copiamos sus costumbres y su manera de entender la vida, pero no permitiremos ser sus cautivos. Nuestro rey ha extendido nuestras fronteras y ya no necesitamos caminar por la tierra de otros reinos. Ni siquiera hasta Judá queremos llegar.

-         No queréis ser cautivos de los egipcios y ya le habéis vendido vuestro corazón. Sois un pueblo vicioso. Todos esos palacios que estáis construyendo de nada os servirán, como tampoco servirán a Judá las fortificaciones de sus ciudades. Yahvé prenderá fuego a las ciudades e incendiará vuestros castillos y vuestras casas de vacación.

-         ¡Está loco!. ¡Dejémoslo!.

-         Anda así porque Gomer se le ha fugado de nuevo hasta el bosque de los baales.

-         A lo mejor puede detenerle la rabia una amiga de tu esposa.

-         Déjanos en paz, que nosotros sabemos cuáles son los sacrificios que le gustan a los dioses...

-         ... igual que sabe Gomer cuáles son los hombres que satisfacen su cuerpo. 

Oseas sintió la ira de Yahvé en su corazón y los maldijo con el gesto.

 

LA ORACIÓN DE OSEAS 

¿Hasta cuándo podré aguantar yo esto, Yahvé?. Pronuncio tu palabra, grito tu oráculo, amenazo con tu ira, y ya ves el resultado: ricas y burlas contra mí. Te rogaría que me alejaras para siempre de Gomer, mi esposa, pero el corazón me ata a ella como el yugo ciñe la testuz de la novilla. Podías, Yahvé, elegir a otro para profeta, a uno que no tuviera que sufrir la vergüenza del engaño de su esposa; uno al que nadie pudiera decirle: Arregla primero tu casa y luego toca la aldaba de la nuestra.

Ya lo sé, Yahvé, estamos ambos sufriendo el mismo descalabro, idéntico engaño. Gomer me engaña a mí como a ti tu pueblo. Gomer siente afición por otros hombres como tu pueblo siente predilección por otros dioses. Estamos en el mismo cajón.

Esto no tendrá remedio, Yahvé, mientras los engañados no demos rienda suelta a nuestra ira. ¿No puedes elegirte otro pueblo?. ¿No puedo yo elegir otra esposa que permanezca siempre con el corazón entero?.

 

LA AMENAZA DE YAHVE 

No juegues, Israel. No retoces tanto, Gomer. Se están acercado los días malos. Las vides irán poco a poco secándose, y los lagares no tendrán uvas para extraer el mosto. Los campos de mieses recibirán la plaga, y la langosta hinchará su barriga para no dejarte ni un grano. Y tal será el desastre que no podrás vivir más en esta tierra que yo te di, porque será arrasada y tendrás que emprender el camino del desierto. Las arenas de Asiria quemarán las plantas de tus pies y no habrá árboles con maná que llenen tu estómago. 

Y Yahvé, por boca de Oseas, gritó: 

-         Ha llegado la hora del castigo. Ha llegado la hora del desquite. Todo Israel verá cómo se vuelven locos sus profetas y cómo deliran sus hombres inspirados. Pues así como fue grande tu pecado, enorme será tu desastre. Haré que las entrañas de tus mujeres sean estériles. Haré que sus pechos se sequen. No podrán criar hijos ni los varones tendrán donde calmar sus deseos. Los echaré de mi casa por su conducta depravada. No les tendré más cariño, pues todos sus reyes me han desobedecido. Y comenzaréis a vagabundear, a ir de un lugar a otro sin tino, porque como no me hicisteis caso, yo, Yahvé, os echaré de mi presencia y andaréis como vagabundos por la tierra. Han sembrado mal y por eso han cosechado la injusticia y la mentira. Como Jeroboan amplió la tierra y extendió las fronteras se ufanaron de sus carros y de su ejército numerosos, pero ya llega el día en que el ejército se desmoralizará y reinará la confusión en las ciudades, y serán demolidas tus fronteras. ¿Recuerdas, Israel, qué ocurrió cuando Salmán destruyó a Betarbel?. Así ocurrirá con vuestras ciudades: serán aplastadas hasta las madres con sus hijos entre los brazos. Esto es lo que voy a hacer contigo, Israel. Así te voy a tratar por tu inaudita maldad. 

 

EL CASTIGO COMO PROMESA DE SALVACIÓN. 

Todo lo que yo he hecho por ti, Israel, es para que retornes a mi seno. Igual que el padre regaña al hijo, y hasta lo expulsa de la casa, y hasta lo deshereda, y luego le abre nuevamente los brazos cuando lo ve con el semblante alicaído y los ojos agachados por el arrepentimiento, así espero hacer contigo, Israel. 

Así espero también yo hacer contigo, Gomer. Aguardo el momento en que seas tú quien toque a mi puerta y me diga: 

-         Aquí estoy. 

No te pido más. Mi corazón, que por ti suspiro a pesar de las andanzas, comprende todo, acepta todo. Y mi amor, que es más fuerte que las infidelidades, todo lo perdona. 

-         Retorna junto a mi, Gomer.

-         Vuelve a mi camino, Israel. Prepara tus palabras de disculpa y ven a decirme: Yahvé, tú que tienes compasión del huérfano, miro que soy un pueblo sin padre, porque yo mismo he apartado de mi lado al Padre. Yo quiero que tu seas mi padre, Yahvé, mi padre y mi Dios.

-         ¿Pero cómo sabré yo que es arrepentimiento lo que me ofreces?.

-         En vez de bueyes te ofreceremos las alabanzas que salen de nuestros labios. Asiria no nos salvará, ni confiaremos en sus ejércitos. Baal no nos salvará, ni los becerros de oro, ni las estatuillas que fabricamos con nuestras propias manos volverán a ser adoradas, ni les echaremos incienso, ni volveremos a llamarlos Dios nuestro.

-         ¿Así haréis? –interrogó Yahvé.

-         Así haremos –juró el pueblo.

-         Pues si así es vuestro arrepentimiento yo sanaré tu fidelidad, amaré al pueblo con todo mi corazón, porque ya no estoy enojado con él.

-         Ya no estoy enojado contigo –dijo Gomer. 

Habían servido la mesa y un candil alumbraba el comedor. Fuera lucía noche espléndida, y las estrellas de Abraham se juntaban todas para que nadie pudiera contarlas. 

-         Hay una estrellas que brilla más que el resto –dijo el más pequeño de los hijos de Oseas y Gomer. Y puntualizó: -Y no parece la más grande.

Oseas sonrió. Se llevó la copa de vino a los labios y fijó su mirada en los ojos de Gomer. Luego respondió al muchacho: 

-         ¿Luce esa estrella como los ojos de tu madre.

-         Así brilla.

-         Porque esa estrella se llama Amor, y más adelante brillará más, y bajará hasta nosotros y salvará al pueblo por Dios elegido. 

La hija, que no había realizado comentario, dijo, sin levantar la vista del plato: 

-         ¿Todas las noches podremos cenar así?.

-         ¿Con estos mismo manjares? –disimuló Oseas.

-         No. Así, como ahora, juntos.

-         Todas las noches –respondió Gomer. 

La hija, ahora, sí elevó la mirada. Y comentó: 

-         En verdad tienes los ojos claros, madre. 

Eran dos lágrimas que Gomer tenía atrapadas dentro y que no se atrevía a dejar escapar delante de los hijos. Gomer dijo: 

-         No es brillo. Es la llama del candil que me da de frentel. 

Y se pasó la manga del brazo por los ojos. Oseas dijo: 

         ¿Por qué no salen a contar las estrellas?. 

Los muchachos salieron. Gomer tomó la mano de Oseas. Ahora sí se le desprendieron las lágrimas. Rogó: 

-         ¡Perdóname, esposo mío!. 

Oseas la besó en los ojos.

 

ULTIMA CONVERSACIÓN ENTRE YHAVÉ Y OSEAS 

Oseas había salido al campo, a pasear. La noche pasada había sido nueva. Gomer quedaba tendiendo las camas y esperando el despertar de los muchachos. Entonaba suavemente canciones de salmos. Era una mañana de primavera que amenazaba con estallar los primeros brotes de las ramas. El rocío nocturno había dejado prendidas en las hierbas los suspiros de las estrellas. Oseas se acordó de las palabras de Yahvé dadas a Abraham y a su descendencia. Tomó un tallo y vio cómo el rocío se reflejaba en él, acariciado por el rayo de sol todavía no demasiado fuerte. Sintió un estremecimiento en el cuerpo, pero supo inmediatamente que no era el escalofrío de la ira de Yahvé cuando le dictaba los oráculos en forma de castigo, sino un estremecimiento dulce, acorde con el frescor pegado a las hierbas. Y oyó de seguidas, muy dentro de él, la voz de Yahvé, diciéndole:

-         Yo sanaré la infidelidad de mi pueblo como tú has curado la de Gomer, tu esposa. Yo los amaré con todo el corazón, como tú estás amando a Gomer, porque ellos han acudido a mí como Gomer acudió a tus brazos, con lágrimas de arrepentimiento. 

Oseas comprobó que las lágrimas del arrepentimiento eran como las del rocío que anunciaba un tiempo nuevo y una primavera pujante. Y Yahvé continúo: 

-         Yo seré para Israel como el rocío. Florecerá este pueblo como una azucena y extenderá sus raíces como el sauce. Sus retoños brotarán por todas partes, tendrá como el olivo mucha prestancia y será su perfume como el del Líbano. Volverán a sentarse abajo mi sombra. Cosecharán el trigo en abundancia. Cultivarán sus viñas y sus vinos serán tan renombrados como los del Líbano. Yo soy un ciprés siempre verde que te da la posibilidad de tener frutos.