Serie: El profeta

Te habla Oseas, profeta II

Autor: Adolfo Carreto

          

LA IDOLATRÍA ES PROSTITUCIÓN

Dos tipos de idolatría practicaba mi pueblo. La idolatría cultual y la política. Cultualmente despreciaban a Yahvé prostituyéndose con Baal y adorándolo en los ritos de fertilidad. Pero se inclinaban, además, ante el becerro de oro, ofrendándole sacrificios y adorándolo. Yahvé se quejaba de esta prostitución y me decía: 

-Mi pueblo va a consultar a un palo y espera la respuesta de un bastón. En lo alto de los cerros ofrecen sacrificios y sobre las lomas queman incienso bajo cualquier encina, álamo o espino, cuya sombra sea agradable. Por eso, si sus hijas se prostituyen o si sus nueras engañan a sus maridos, no castigaré ni a sus hijas ni a sus nueras porque sean prostitutas o infieles, pues ustedes mismos se encierran con las rameras y sacrifican con las consagradas a la prostitución. De este modo un pueblo que no entiende, acaba por perderse. 

Y seguía Yahvé: 

-Con su oro y su plata se han fabricado ídolos, que los llevarán a la ruina. ¡Odio tu ternero, Samaría, y estalla mi cólera contra él!. Tu becerro, Israel, no es un dios, pues ha sido hecho por un escultor. Por eso, el ternero de Samaría será presa de las llamas. 

Pero, además de esta doble idolatría cultual, que Israel practicaba con Baal y con el ternero de oro, estaba la otra, la política, a la que Yahvé, mi Dios, tampoco podía resistir: era la afición de Israel a considerar a Egipto y a Asiria como pueblos salvadores, poniendo más confianza en sus reyes que en Yahvé. 

Un día acudí a la panadería a comprar pan. El panadero torneaba la masa, el ayudante metía leña en el horno para templarlo. Me impresionó cómo el fuego iba devorando la leña, pero me maravilló a la vez la destreza del panadero moldeando la masa. Cuando se le quedaba pegada entre los dedos espolvoreaba un poco de harina y las manos se adueñaban nuevamente de la masa y la estrujaban a su capricho, redondeándolo o estirándola, según la forma que quisiera darle al pan. Observé que aunque la masa, en ocasiones, quisiera apartarse de la intención del panadero, éste terminaba acoplándola a su gusto. El ayudante continuaba alimentando al horno con troncos secos y las llamas formaban lengüetas enormes que se esparcía por todo el interior del horno.

Y sentí dentro, en el pecho, junto al corazón, un raro impulso. El panadero apreció mi semblante y me dijo: 

-Oseas, ¿te ocurre algo?.

El ayudante dijo:

-Está en trance. ¿No ve, mi amo, que es profeta?.

Yo dije:

-Todos están ardiendo de pasión, calientes como un horno que ha dejado encendido el panadero mientras amasa y espera que la masa se levante.

-¿Es un oráculo, Oseas?.

-Yahvé, Dios, me dice: el rey se pone a beber con los malvados, y él con sus cortesanos cae al suelo bajo los efectos del vino. Mientras tanto, el ánimo de los conspiradores se va enardeciendo y termina por estallar, como ocurre con un horno que, apagado durante la noche, se enciende al amanecer. Y una vez que estalla la conspiración, devora como un horno a sus gobernantes. Así han perecido todos sus reyes sin que ninguno de ellos me pidiera auxilio. 

El panadero se asustó. El pálpido de Yahvé ya me había dejado, y para hacer comprender al panadero que la profecía no estaba dirigida a él, me quedé para ayudarlo a meter el pan en el horno. Le dije: 

-Mira cómo crece el pan. Así crece el amor de Yahvé por este pueblo que tanto se prostituye.

 

LA CULPA NO ES DEL PUEBLO 

Yahvé siente nauseas por nuestros sacerdotes, por nuestros profetas falsos y por nuestros jefes. Todos se han ido tras los extranjeros: los sacerdotes ofrendan en altares de dioses extranjeros, los profetas mienten con palabras de dioses extranjeros, y nuestros jefes ponen su ilusión en las cortes de los reyes de Egipto y Asiria. 

Ya los sacerdotes de Yahvé se han pervertido tanto que han cambiado los ritos de nuestro Dios por las prácticas de los sacerdotes paganos: se han dado a la adivinación y a la prostitución. Con la adivinación se convierten en falsos profetas y despojan de sus posesiones a las gentes engañándolas con adivinarles el futuro. El futuro de las gentes es bueno si lo que pagan por la adivinanza es grande; el futuro es mediano si la cantidad no es mucha; solamente hay futuro oscuro para el pobre, que no tiene con qué pagar las mentiras de los sacerdotes que se meten a adivinos.. He tenido que enfrentarme, por orden de Yahvé, con el sacerdote principal y decirle: 

-Contra ti es mi demanda.

-Yo no soy sacerdote de Yahvé –ha replicado.

-¿Por qué, entonces, te solazas con las prácticas de los sacerdotes de Baal?. 

El Sumo sacerdote me ha acusado echándome en cara los descarríos de Gomer, mi esposa: 

-¿Te confesó tu mujer que me revolvía con ella en el bosque sagrado, a la sombra de una encina?. 

Yo sé que no era respuesta digna de un sacerdote, pero Gomer será siempre mi acusación, y no tengo más remedio que afrontarla. Cuando estas acusaciones me llegan, siento por dentro el ardor de Yahvé y el escozor de su palabra que se me apelmaza en la lengua. Y dijo: 

-Tu, sacerdote, pecas noche y día, y contigo también peca quien se autocalifica de profeta de Baal. Y así, entre los dos, inducís al pueblo. ¿No se fija el pueblo en los actos de los sacerdotes?. ¿No le da crédito a la palabra del profeta?. Pero cuando el pueblo sigue los pasos de tus actos impuros y se fía de la palabra falsa del falso profeta no es el pueblo el mayor culpable sino vosotros.

El sacerdote me replicó.

-Vete a decirle a Gomer que escuche tu oráculo.

Y Yahvé me dijo que contestara al sacerdote:

-No es Gomer para quien hablo sino para ti y para el pueblo. Yahvé, nuestro Dios, te dice: como tú no te preocupas en enseñar, mi pueblo languidece sin instrucción; por eso yo te echaré de mi servicio. Y como tú no te acuerdas de mi Ley, también yo me olvidaré de tus hijos.

¿Y cómo sabes tu, Oseas, que Yahvé me quitará mi condición de sacerdote del templo si soy de la extirpe de Leví?.

-Porque te alimentas de los pecados de mi pueblo. Te conviene que la gente siga ofreciendo carne a Baal, corderos y novillos, porque tú comes de esa carne ofrecida en altar falso y tu estómago se llena de pecado. Por eso contra ti, sacerdote, es mi demanda. Y como estás ocupado en enriquecerte a costa de los ritos que el pueblo solicita a Baal, no te ocupas de enseñar el camino recto a mi pueblo. Los juramentos en falso, las mentiras, el asesinato y el robo, el adulterio y la violencia, y los crímenes y más crímenes, tu los consientes, los tapas, los auspicias. Y porque ya no te acuerdas de mi Ley, yo tampoco me acuerdo de ti ni de tus hijos.

 

GOMER ES ISRAEL 

Lo sé: Gomer es Israel. En vano le dí todo mi amor desde el primer día en que Yahvé me la entregó por esposa. En vano Yahvé sigue amando a Israel día tras día, desde que lo guió por el desierto hasta que lo asiente en la tierra prometida.

Igual que yo maldije una y otra vez a mi esposa por las infidelidades contra mi cometidas y por sus huidas al bosque sagrado y por la entrega de su cuerpo en manos e otros hombres..., a pesar de todo, venía siempre mi amor por Gomer, así Yahvé actuaba con Israel. Lo condenaba con voz dura, sí; le enviaba castigos terribles; pero lo hacía como padre, que castiga por amor. Y por amor Yahvé siempre estaba dispuesto a recibir en sus brazos a Israel. 

A veces el pueblo se arrepentía, igual que Gomer retornaba a casa. Había alegría en el hogar. Mis hijos dejaban de contemplar a su madre como a una mujer del bosque y comíamos todos sobre la misma mesa, y bebíamos el vino de la cosecha que había pisado nuestros pies, y nos uníamos al calor de la lumbre, en invierno, cuando los fríos arreciaban. Así también hacia Israel. Caían en cuenta de sus pecados y decían: 

-Vengan, volvamos a Yahvé, pues si El nos lesionó, el nos sanará; si El nos hirió, El vendará nuestras heridas. Dentro de poco nos dará la vida, al tercer día nos resucitará y viviremos en su presencia. Empeñémonos en servir a Yahvé: caerá sobre nosotros como el aguacero, como la lluvia de primavera que riega la tierra. 

Así decían los hijos de Israel y así también hablaba Gomer. Y la casa volvía a bullir de contento, y las noches eran completas para los esposos, y nadie se acercaba por los altos de las lomas ni entregaba a sus hijos a la prueba del fuego.

Pero igual que Gomer, era Israel. La alcoba de la casa se le hacía pequeña y el calor del hogar la sofocaba. Y volvían de nuevo los rumores hasta mis oidos: 

-Oseas, ¿por dónde anda Gomer?. 

También los ojos de Yahvé observaba cómo su pueblo se le iba con otro, cómo se embelesaba con los encantos de los baales y cómo preferían las casas de las lomas al templo de Samaría. E igual que yo retornaba maldiciendo a Gomer, Yahvé hacía otro tanto con su pueblo: 

-¿Qué he de hacer contigo, Efraín?. ¿Cómo he de tratarte Judá?. No digas que me tienes cariño, que tu afecto hacia mi dura un minuto. No digas que te has convertido, que tu vuelta hasta mí no dura. Como nube matinal que rápidamente se esfuma es tu cariño hacia mi; igual que el rocío mañanero que dura sólo unas horas. 

Y porque el corazón lo tenían todavía en los baales, igual que Gomer continuaba por las noches con las caricias de otros hombres. 

En más de una oportunidad se le escapó el sueño: adiviné qué era lo que albergaba en su corazón. Cuando trataba de acariciarla, para demostrarle que mi amor por ella no había desminuido, me volteaba la espalda alejándose de mi tacto. Sabía yo que aquel retorno al hogar no duraría, y que otra vez correría en procura de los hombres que le ofrecían caricias. 

Así Yahvé, cuando los hijos de Israel se volvían a El, no lo hacía con corazón compugido. No lo hacían como lo hacen los enamorados, que ponen borrón y cuenta nueva a su vida pasada y se zambullen en los brazos de la amada, sin otro interés que amar y dejarse. 

Los hijos de Israel, como Gomar, no. Acudían al templo de Yahvé y le ofrecían sacrificios, pero eran solamente ofrendas lo que presentaban sobre el altar. Yahvé quería algo más. Como todo enamorado deseaba lo importante. Y me dictaba para que yo les dijera: 

-No quiero sacrificios, sino amor. En vez de víctimas consumidas por el fuego, deseo conocimiento de mí. ¿Para qué quiero una ofrenda que se entrega con las manos si el corazón está lejos de mi?. 

Eso mismo pensó yo mismo repetidas veces acerca de Gomer: ¿para qué su cuerpo si su corazón se revuelca con otros corazones distintos al mío?. ¿Para qué la quiero en casa si el pensamiento lo tiene en los quehaceres del bosque sagrado?. ¿Voy a contentarme únicamente con mantener a una ramera, aunque sea la madre de mis hijos?. 

Y entonces, la ira me venía a los labios y le gritaba al pueblo como si le gritara a Gomer: 

-Yo pondré fin a sus diversiones, a sus fiestas mensuales y semanales, a todas sus solemnidades. Yo la castigaré por esos días en que ofrecía incienso a los baales y en que se ponía sus aros y collares para correr tras de sus amantes. Por eso voy a impedir su paso con espinos, voy a cerrarle el camino para que no sepa dónde ir. Perseguirá inútilmente a sus amantes, tratará de encontrarlos, pero en vano. Entonces no tendrá más remedio que decir: volveré junto a mi marido, pues con él me iba mejor que ahora.

 

EL AMOR ES EL PERDÓN 

Te quitaré, Gomer, todos tus dioses del corazón. Te colmaré de besos y te desviaré de los caminos torcidos. Te haré olvidar el bosque de los baales y te llevaré al desierto, a ese lugar solitario donde nadie pueda interrumpirnos. Verás cómo el amor que yo te profeso no tiene igual entre todas las caricias que han arañado los hombres de tu cuerpo. Conmigo sabrás distinguir la diferencia entre quien te quiere de verdad y quien te solicita para tranquilizar su cuerpo por una hora. Te enseñaré la diferencia entre el amor y el deseo. Pondré bajo tu cuerpo una cobija de rosas florecidas en el desierto que solamente tu verás. Te llenaré de un perfume que te embriague y te daré a beber vino más dulce que la miel. 

-Y Yahvé devolverá sus viñas a Israel y convertirá el valle de la Mala Suerte en un lugar de esperanzas. 

Gomer, cuando ya no haya nada a tu alrededor, cuando ninguna mirada de la ciudad manche tu cuerpo con sus ojos, cuando ningún hombre tenga necesidad de implorar a Baal para que le envía aguaceros para sus cosechas, sabrás, Gomer, cómo el amor nos restituye, cómo las caricias nos iluminan y cómo el calor nos une. 

¿Recuerdas, Gomer, cómo Yahvé tuvo que despojar a su pueblo de todo, cómo lo hizo otra vez pobre y cómo, en tiempos de Moisés, lo condujo a través del desierto en pos de una tierra mejor?. Así haré contigo, Gomer; nos despojaremos de todo, caminaremos juntos a través de nuestra soledad hasta que demos con esa tierra prometida, iluminada por el amor. Yo quitaré el espino de tu pie cuando se te hinque en la carne; te tomaré en mis brazos cuando el camino te agote; te ceñiré la cintura cuando la brisa te enfríe; te vendaré la herida cuando tu corazón sienta la tentación de mirar hacia atrás. 

-Cuando el pueblo se vuelva hacia mi yo romperé el arco y la espalda y alejaré la guerra de su tierra. 

De ahora en adelante me dirás solamente marido mio porque yo ya no te compraré con monedas ni con acres de cebada, sino con amor. Iré apartando de tu camino las alimañas, y no habrá fiestas con los ojos encendidos que te espíen desde las esquinas. Prenderé fuego al bosque de los baales y arderán todos los ídolos porque tú, Gomer, ya no tendrás necesidad de poner los ojos en nadie más que en mí. Tu serás mi esposa para siempre. 

-Tu será mi pueblo para siempre y yo tu Dios Único. 

Y yo seré para ti, Gomer, el único marido. Nuestro matrimonio será santo y formal, igual que el pacto que Yahvé ha firmado con su pueblo. Nuestro matrimonio se fundará en el amor y la ternura. Tu serás para mi una esposa fiel, la más fiel de las esposas, y así sabrás cuánto puede darte un esposo amoroso. 

-En ese día, palabra de Yahvé, escucharé a los cielos y ellos atenderán a la tierra. La tierra responderá al trigo, al vino y al aceite; y éstos harán honor al nombre de Jezrael. Yo sembraré para ti en el país, amaré a No Amada y diré a No Mi Pueblo: Tu eres mi pueblo; y él me contestará: Tu eres mi Dios: